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Artigo
Revista Universitaria de Geografía
versão On-line ISSN 1852-4265
Rev. Univ. geogr. vol.29 no.1 Bahia Blanca jun. 2020
Iniciativas productivas y construcción de un nuevo modelo productivo en la Patagonia norte. Limitantes y desafíos de futuro
Marcelo Enrique Sili* - Andrés Pazzi**
* Investigador CONICET, Profesor, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca. sili.marcelo@gmail.com
** Profesor, Universidad Provincial del Sudoeste de la Provincia de Buenos Aires, Bahía Blanca. andrespazzi80@gmail.com
Resumen
El proceso de expansión y transformación de la agricultura y la ganadería en la Argentina ha sido muy evidente en las últimas dos décadas. La región patagónica no es ajena a esta dinámica, no obstante, el elemento más interesante en esta zona es la emergencia de numerosas iniciativas productivas, muchas de ellas innovadoras, favorecida por la fuerte dotación de recursos naturales y especialmente de agua, y por menores precios relativos de la tierra. Este trabajo describe y analiza la emergencia de estas iniciativas y también los factores que limitan dicha expansión, especialmente la falta de infraestructuras, de políticas públicas de apoyo, y la debilidad de los servicios necesarios para que estas nuevas producciones puedan madurar conformando clústeres dinámicos y competitivos y no queden relegados a producciones de nicho, que solo aprovechan ciertas condiciones naturales favorables.
Palabras clave: Patagonia; Iniciativas Productivas; Producción Agropecuaria; Recursos Naturales; Desarrollo Endógeno.
Productive initiatives and construction of a new productive model in north Patagonia. Limitations and challenges for the future
Abstract
The process of expansion and transformation of agriculture and livestock in Argentina has been evident for last two decades. The Patagonian region is not alien to this fact, however, the most interesting element in this area is the emergence of numerous productive initiatives, many of them innovative, favored by the rich endowment of natural resources, especially water, and lower relative prices of the land. This paper describes and analyzes the emergence of these initiatives and their limiting factors, such as the lack of infrastructure, supportive public policies and the weakness of those services necessary for these new productions to develop into dynamic and competitive clusters, without which they would be restricted to niche productions that only benefit from certain favorable natural conditions.
Keywords: Patagonia; Productive Initiatives; Agricultural Production; Natural Resources; Endogenous Development.
Introducción
A partir de los años 1990 la Argentina vive un nuevo ciclo de expansión de la agricultura, ligada a la demanda de bienes primarios y agroindustriales por parte de Europa, su principal mercado durante el siglo XX, pero también de los mercados de oriente y especialmente de China, lo cual ha permitido alcanzar altas tasas de crecimiento, similares a las observadas en la primera década del siglo XX cuando el país parecía tener un futuro de expansión sostenida, que luego se cumpliría de forma parcial (Fanelli y Albrieu, 2012). Este nuevo ciclo expansivo de la agricultura ha sido posible gracias al avance de la producción sobre tierras ganadas al bosque o a otros usos, a la utilización de tecnologías más modernas que permiten un aumento de productividad por hectárea, y un nuevo núcleo empresario que emplea modelos de producción y gestión, ligados también al mundo de las finanzas (Anlló, Bisang y Campi 2013a; Ládola y Brigo, 2013). Pero por sobre todo, la expansión agrícola de las últimas dos décadas se apoya en la emergencia de nuevos actores, inversiones y productos no tradicionales, que valorizan los recursos naturales (suelo, agua, clima, paisajes, etc.) generando actividades productivas paralelas y complementarias a los sistemas y productos ya tradicionales. Estos actores invierten en nuevas actividades agroindustriales construyendo una matriz productiva mucho más heterogénea y diversificada que responde a intereses muchas veces no locales. La resultante es la coexistencia de actores y modelos productivos que se transfieren a innovaciones, generando un nuevo ambiente de producción.
Este trabajo analiza estos procesos de cambio productivo desde la década de los 90 y la coexistencia de sistemas de producción y actores, revelando los conflictos o sinergias que estos cambios generan en términos de desarrollo territorial en la región. De esta manera, el objetivo es exploratorio, a fin de presentar elementos que permitan comprender la transformación productiva regional, dejando así espacio para diversas interpretaciones y hallazgos, más que la validación de una hipótesis formalizada de investigación.
Teniendo en cuenta este objetivo, se analiza el caso del norte de la Patagonia argentina, por considerar que este es un ejemplo representativo de territorios en donde se produce una mutación o pasaje paulatino entre un modelo de producción de agricultura familiar que permitió organizar el territorio en el siglo XX, a un modelo de producción de carácter más empresarial. Este territorio del norte de la Patagonia argentina no constituye un área homogénea, al contrario, es un ámbito territorial diverso y complejo, de transición, de límites imprecisos, no estructurado por límites políticos administrativos, pero claramente estructurado y organizado por las cuencas de los ríos Colorado y Negro, en el cual coexisten morfologías, paisajes y condiciones ambientales representativas de tres grandes ámbitos regionales: el sur de la región cuyana hacia el oeste, denominado genéricamente la Payunia mendocina; el sur de la región pampeana, dentro del ámbito de la provincia de Buenos Aires y La Pampa, estructurado por el río Colorado; y el norte de la región patagónica propiamente dicha con las provincias de Neuquén y Río Negro, en torno a los valles del río Neuquén y el río Negro (Figura 1).
Figura 1. Localización del norte de la Patagonia argentina. Fuente: elaborado por Sili y Pazzi (2019) sobre la base de cartografía oficial del IGN.
Dos grandes interrogantes impulsan este trabajo, en primer lugar, interesa entender cuál ha sido la dinámica histórica de expansión productiva en esta región históricamente marginal, y quiénes han sido los actores involucrados en la misma. En segundo lugar, interesa entender cuáles han sido los factores claves que por un lado viabilizaron y por otro lado inhibieron o limitaron la expansión y el desarrollo de estas nuevas actividades productivas.
Para poder dar cuenta de estos interrogantes, este trabajo se organiza con la siguiente estructura: en primer lugar, se presenta una reflexión conceptual desde donde interpretar estos procesos de cambio, reflexión que se sustenta en el concepto de emprendedurismo, de innovación y de desarrollo endógeno, conceptos que operan como marcos de referencia amplios e interpretativos, y en segundo lugar se presenta la metodología de trabajo. Luego se realiza una breve descripción del ámbito de análisis y de los procesos generales de cambio productivo. Ya en cuarto lugar se analiza en detalle la emergencia de nuevos sistemas de producción, describiendo sus características, su relación con los sistemas más tradicionales y las limitantes para su desarrollo. Finalmente, se presentan los hallazgos sobre la coexistencia y la emergencia de un nuevo modelo de organización productiva.
Marco conceptual para interpretar los procesos de cambio productivo y territorial en la Patagonia argentina
El concepto de emprendedurismo, de clúster y de innovación, provenientes de la nueva geografía económica (Benko, 1999), constituyen el marco conceptual de este trabajo. Los mismos son explicativos de las dinámicas de los actores empresariales y de los circuitos del capital.
El estudio sobre el emprendedurismo tiene sus orígenes en las ciencias económicas, sin embargo en los últimos años se lo ha abordado desde otras áreas de estudio como la psicología o la sociología. Desde una perspectiva económica, el emprendedurismo ha sido estudiado poniendo el foco sobre el papel del emprendedor y la influencia que este tiene en el crecimiento económico. El análisis en torno a la figura del emprendedor ha girado alrededor de los aportes de Schumpeter (1964), quien lo situaba como el actor dinámico y activo, capaz de generar un quiebre de una situación de equilibrio de mercado para pasar a una etapa superior, mediante la introducción de innovaciones. Este autor hizo de la innovación uno de los pilares de la teoría del desarrollo económico.
Desde la perspectiva de la psicología, Silva Olivera (2014), apoyada en Kruger (2004), focaliza el análisis en aspectos conductuales, de personalidad y cognitivos, haciendo hincapié en la evaluación de las causas que llevan al individuo a emprender sus acciones y la creación de negocios. En tanto, desde la sociología los estudios se han detenido en los factores estructurales que intervienen a la hora de realizar un emprendimiento, observando principalmente los orígenes sociales y culturales del emprendedor.
Sin embargo, a pesar de que son varias las disciplinas que se involucraron en el estudio del emprendedurismo, no hay un consenso claro en cuanto a su definición. El planteo de Yamada (2004) puede ser considerado el más abarcativo y global de las diferentes concepciones, pues este autor vincula directamente al concepto con el rol y la función del emprendedor. Su visión multidimensional contiene elementos de innovación, aversión al riesgo, oportunidades de negocio, proactividad y redes sociales. Estos conceptos se complementan con la definición de Wennekers y Thurik (1999), quienes lo conciben como el comportamiento característico de las personas que los lleva a crear nuevos negocios, introduciendo nuevas ideas en el mercado.
En base a lo anterior, se puede afirmar que el emprendedurismo es considerado en la literatura internacional como una "actitud" fundamental para el desarrollo territorial rural (Gülümser, Nijkamp, Baycan Levent y Brons, 2009), siendo el "entrepreneur", la comunidad empresarial, el emprendedor rural o emprendedor local (Müller, 2011) los agentes claves de la actividad económica y responsables en gran medida de la innovación y de los procesos de desarrollo local, tema que fuera ampliamente analizado en el caso europeo y norteamericano. Wennekers y Thurik (1999) incluyen, en las condiciones que inciden en las acciones emprendedoras, factores institucionales y culturales, como también psicológicos de los individuos. Sostienen que tomar en cuenta el vínculo entre la noción de emprendedurismo y la idea de crecimiento económico ha permitido avanzar en torno a tres grandes temas o áreas de la economía:
- A nivel del individuo: analizando cómo inciden los factores psicológicos, culturales e institucionales en la creación de emprendimientos;
- A nivel empresarial: se vincula la actividad emprendedora con el desempeño económico de acuerdo al crecimiento y supervivencia de las empresas;
- A nivel macroeconómico: se entiende que el emprendedurismo y las innovaciones que esto genera se traducen en un aumento de la capacidad competitiva de las empresas, y esto impacta en el crecimiento económico y en los contextos territoriales, configurando un ambiente de mayor competitividad territorial.
Los autores incorporan los factores institucionales y culturales como elementos que impulsan la creación de empresas. La presencia de instituciones que fomenten el emprendedurismo y una cultura empresarial, sumada a una disposición psicológica de los individuos a tomar riesgos y emprender, configurarán un ambiente adecuado para la entrada de nuevas empresas al sector productivo (Baltar, 2010).
Sin embargo, si bien el emprendedurismo es un factor clave de los procesos de desarrollo local, la creación de emprendimientos varía según el grado de compromiso de los actores con el territorio, no solo por cuestiones de cálculo económico, sino también por razones identitarias y de proyectos de vida, razones que no siempre han sido tomadas en cuenta por la economía clásica y el cálculo de rentabilidad, pero que resultan importantes en los procesos de desarrollo local (Korsgaard, Müller, Sabine y Wittorff Tanvig, 2015).
La idea del emprendedor se relaciona también con la figura de clúster. Esta figura fue introducida por Porter (1990, 1991 y 1998), quien lo ha definido como un conglomerado o grupo de empresas relacionadas entre sí, y que se ubican en una determinada zona geográfica. La competitividad de la empresa depende no solamente de la capacidad "emprendedora" de los actores en sí misma, sino también de un conjunto de elementos que van más allá de su propia decisión, como los son el rol de los proveedores, los clientes, la infraestructura existente, la mano de obra disponible, el marco institucional, etc. Por otro lado, Cooke (2002) lo definió como a un conjunto de empresas geográficamente próximas, con una relación vertical y horizontal, que involucran infraestructuras locales de apoyo y que poseen una misma visión sobre el desarrollo, apoyándose en la competencia y cooperación. Así, el clúster generaría hipotéticamente un "entorno innovador" en donde se producen condiciones propicias para el desarrollo de actividades, la cual remite a una dinámica endógena, que, si bien puede presentar diversas variables, posee características comunes: clima empresarial, social e institucional favorable a la innovación y, por tanto, al desarrollo (Gorenstein et al., 2000; Gorestein, Quintar, Barbero e Izcovich, 2006).
Finalmente, la idea de innovación aparece vinculada a la idea del emprendedurismo y de los clúster. La innovación es interpretada como un proceso de modificación permanente de los procesos productivos y organizacionales en busca de una mejora de la eficiencia y la productividad, en donde las tecnologías y las relaciones entre los agentes juegan un papel determinante (Storper, 1998). Lo que importa, bajo un enfoque amplio de la innovación, es entender su carácter colectivo y sistémico, es decir, la capacidad de una innovación tecnológica y organizacional de generar externalidades positivas que puedan ser aprovechadas sobre todo por otros actores del territorio, quienes logran utilizar las innovaciones, la experiencia y el conocimiento de otros actores, organizaciones de investigación y agencias sectoriales gubernamentales. La experiencia de los clúster (para el caso de los países anglosajones), medios innovadores (milieux innovateurs para el caso francés) o distritos (para el caso italiano) muestra que la innovación tecnológica y organizacional se construye y amplifica favorablemente en los procesos de aglomeración productiva de pequeñas firmas, ya que allí se realiza intercambio de información y nuevos conocimientos y se posibilitan mecanismos de cooperación con otras empresas e instituciones (Theter, 2003). Es en estos entornos donde las pequeñas y medianas empresas dejan de actuar como receptoras de las innovaciones de las grandes empresas, y pasan a ser generadoras y amplificadoras de sus propias innovaciones (Acs y Audrestch, 2003).
La idea de base de la nueva geografía económica, que utiliza y moviliza estos tres conceptos (emprendedurismo, clúster e innovación), es que la densificación de las relaciones productivas y la complementariedad entre los diversos sectores de la economía (sector primario, secundario y terciario) permitirían generar una red de empresas (clúster) capaz de localizar y anclar las rentas generadas en los mismos sistemas productivos locales. En este contexto, la innovación y el ambiente productivo juegan un rol cada vez más importante en detrimento del costo de los factores, lo cual lleva a las empresas a privilegiar cada vez más un enfoque estratégico global diferente al enfoque tradicional del mercado, donde solo prima la oferta y la demanda vía precios. En este nuevo contexto, la cooperación interempresaria aparece como una forma de coordinación alternativa, diferente a la coordinación excluyente y competitiva de la oferta y la demanda. Confianza y reciprocidad reemplazan la competencia y jerarquía. Así, las formas de organización de las empresas están cada vez más asentadas sobre estas dos maneras de coordinación: una coordinación de mercado y una coordinación cooperante. La primera pone el acento sobre las regulaciones de precios y la asignación de recursos, la segunda pone el acento sobre las relaciones sociales y sobre la creación de nuevos recursos.
De esta manera, el territorio juega un rol fundamental pues solo se pueden crear formas de coordinación cooperantes en territorios restrictos y bien definidos que privilegian la proximidad, el contacto cara a cara y la confianza. Estos ámbitos de nivel local o regional pueden ser considerados como territorios de innovación, pues aquí se crean redes u organizaciones reticulares que permiten:
- acrecentar la autonomía de las empresas locales estabilizando así su funcionamiento;
- transmitir el conocimiento entre actores locales;
- aumentar el stock de conocimientos locales en torno a un sistema productivo local;
- acceder a economías de escala.
Es a través de estas redes territorializadas donde se construye la innovación y circula la información, se transfieren los conocimientos y se generan nuevos proyectos, ideas y productos. Cada una de estas redes posee su propia identidad y forma de procedimiento, constituyendo de esta manera espacios reticulares de innovación, en donde la competitividad no depende de la empresa, sino del conjunto empresa-red-territorio. En otras palabras, la innovación y la competitividad no es de una empresa o de un grupo de empresas, sino que la competitividad es del conjunto territorial donde se insertan dichas empresas. No hay empresas dinámicas (especialmente pequeñas y medianas) sino que hay redes y territorios dinámicos. Así el territorio no debe ser considerado como un stock de recursos, sino como una construcción de recursos en la cual se inserta una empresa, como un ambiente facilitador que impulsa o limita la competitividad de las empresas. Estos recursos no son transferibles, pues no son solamente mercaderías o tecnologías llave en mano, sino que son procedimientos de aprendizaje, relaciones institucionales y relaciones informales que toman forma solo en el lugar. Es sobre la base de estos conceptos que se va a analizar la dinámica de transformación productiva del norte de la Patagonia argentina.
Metodología de trabajo y fuentes de información
Para poder dar cuenta del análisis de los procesos de reconversión productiva y de conquista de nuevos espacios para la producción agraria, se planteó una metodología de trabajo cualitativa en base al análisis de la dinámica de diversos sectores productivos (frutos secos, horticultura, frutas finas, lácteos, olivos, semillas, miel, turismo y vinos). Esta metodología se sustenta mayormente en dos grandes etapas:
a) La primera etapa de este proceso estuvo marcada por la lógica del descubrimiento y no de la validación. Es decir, lo que primó en esta etapa fue la exploración bibliográfica para poder elaborar el marco teórico de la investigación. Las fuentes secundarias relevadas provenían de organismos técnicos y tecnológicos regionales (informes de cámaras empresarias y del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), instituciones académicas de la región tales como UNCO (Universidad Nacional del Comahue), UNRN (Universidad Nacional de Río Negro) y UNS (Universidad Nacional del Sur) y organismos nacionales e internacionales dedicados al estudio y promoción del desarrollo rural como UCAR (Unidad para el Cambio Rural), PROSAP (Programa de Servicios Agrícolas Provinciales) y FAO (división dedicada a la Agricultura y Alimentación de Naciones Unidas). Además, se utilizaron fuentes estadísticas provenientes de los siguientes organismos: Base de datos de CORFO (Corporación de Fomento del Valle Bonaerense del Río Colorado), Anuarios FUNBAPA (Fundación Barrera Zoofitosanitaria Patagónica), Censo Nacional Agropecuario-INDEC 2002, SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria). Los datos brindados por estas instituciones mostraron el crecimiento de cada sector en las últimas décadas y justificaron su tratamiento como cadenas agropecuarias consolidadas en el territorio bajo estudio. Este acercamiento a la literatura especializada permitió tomar dimensión tanto de la evolución de los sectores económicos en el área de estudio y del peso relativo que tienen en la actualidad, como también de aquellas variables sobre los cuales se debe operar para poder lograr una mayor expansión.
b) En segundo lugar, se realizaron dos series de entrevistas semiestructuradas en toda la región a diferentes actores productivos y gubernamentales. Inicialmente, se aplicó una entrevista a informantes calificados, capaces de brindar información de calidad, basada en su experiencia en el territorio. La selección de estos actores se realizó a través de un muestreo intencional, considerando la trayectoria de la persona. En total se realizaron 17 entrevistas semiestructuradas a funcionarios públicos de las provincias y municipios de Mendoza, Río Negro, Neuquén, La Pampa y Buenos Aires y a referentes técnicos de instituciones de investigación de estos territorios, tal como lo detalla la tabla I.
Tabla I. Actores entrevistados. Fuente: elaborado por Sili y Pazzi (2019) sobre la base de trabajo de campo.
Los temas tratados en las entrevistas fueron: tipos, trayectoria y dinámica de las actividades productivas, actores involucrados, dinámica del mercado de tierras, factores claves de dinamización de las actividades, frenos o limitantes al desarrollo productivo. Este método se complementó con el relevamiento de la bibliografía secundaria y permitió guiar las fases siguientes de la investigación. La segunda ronda de entrevistas semiestructuradas se realizó con el objetivo de validar la información ya recabada y para analizar con más profundidad los factores claves que han inhibido o limitado el desarrollo de cada uno de estos sectores. Esta segunda ronda de entrevistas se realizó a 12 productores agropecuarios, emprendedores y empresarios de toda la región, involucrados en las diferentes actividades productivas. A partir de este trabajo se pudieron consolidar los principales hallazgos y conclusiones.
La agricultura y la ganadería en el norte de la Patagonia argentina
La Patagonia es una región árida que se extiende desde la cordillera de los Andes hasta el mar argentino y desde el límite de la región pampeana hasta el confín de América. En este vasto territorio, con excepción de las montañas cordilleranas del oeste, predomina un paisaje de mesetas basálticas con un clima árido y frío en donde solo persiste una ganadería ovina y caprina de muy baja densidad; estas mesetas están atravesadas por varios ríos que descienden de las montañas. En efecto, se destacan dos grandes ríos, el sistema del río Negro, que tiene un caudal de 900 m3/segundo (producto de la unión del río Limay con 600 m3/segundo y el río Neuquén con 300 m3/segundo), y el sistema del río Colorado con un caudal de 147 m3/segundo (Cergneaux, 2015) (Figura 1).
Todos estos ríos contienen numerosos valles agrícolas de diferente tamaño, en la actualidad, entre todos los perímetros irrigados, se cuenta aproximadamente con 213.000 ha dedicadas a la producción de pasturas, forrajes y cereales (140.000 ha), hortalizas (23.000 ha), manzanas (19.500 ha), peras (20.800 ha), vid (3.600 ha), frutales de carozo (3.200 ha), frutas finas (300 ha), frutos secos (2.000 ha) y olivos (600 ha). La superficie bajo riego cultivada representa el 1% de la superficie total de esta vasta región de límites poco definidos, dada su transición hacia la región de Cuyo, la región de la Pampa y la región surpatagónica. Cada una de estas áreas de riego se organiza en parcelas de diferentes tamaños, conectadas entre sí por una densa red de canales de riego y caminos rurales de diferente jerarquía. En cada área hay generalmente una localidad que asegura la provisión de bienes y servicios a las explotaciones agropecuarias, las cuales se distribuyen en forma lineal siguiendo el curso de los principales ríos.
El resto del territorio está compuesto por zonas de secano, mesetas y planicies áridas, con pastizal natural, y con una producción ganadera muy extensiva (cabras, ovejas y vacunos) organizada por productores que viven en las ciudades en torno a los principales ríos. Estas explotaciones están muchas veces distantes a varios cientos de kilómetros de las ciudades, con las cuales se vinculan a través de caminos rurales de tierra. También en algunas de estas zonas áridas hay actividad petrolera y minera, pero controlada por grandes empresas nacionales e internacionales.
Estos valles y las zonas áridas adyacentes de secano han tenido una evolución dispar a través de la historia, pues cada zona se especializaba en cultivos o actividades diferentes. Varios ciclos pueden ser reconocidos:
- El primer ciclo productivo de principios de siglo XX, organizado por los primeros inmigrantes europeos provenientes especialmente de Italia y España, estuvo estructurado por la producción de pasturas para la alimentación del ganado en las zonas de riego creadas por ellos mismos y por la producción de ovinos en las zonas de secano, además de la producción petrolera y minera también en zonas de secano.
- Ya a mediados de siglo XX se consolidó un ciclo de producción frutícola y hortícola en las zonas de riego y se mantuvo la producción ovina, caprina y también la producción petrolera y minera en las zonas de secano (Tagliani, 2014).
- A partir de la década de los 70 se afianzó en las zonas de riego la producción de frutas (peras y manzanas) y hortalizas (cebolla para exportación), en tanto en las zonas de secano se fortalece la producción petrolera y minera (Manzanal, 1983; Tagliani y Truchi, 2012). Este modelo productivo se caracterizó por un perfil de agricultura familiar capitalizada en donde la principal mano de obra era familiar y con personal contratado en época de cosecha, con superficies productivas promedio menor de 10 ha en fruticultura, entre 10 y 100 ha en producción de pasturas, con 3.500 has en la producción ganadera ovina en las zonas de secano y 7.000 ha promedio para la producción bovina.
Una característica peculiar de todo este proceso evolutivo ha sido la hegemonía con la que cada ciclo productivo se iba construyendo y estructurando en función de las condiciones de las políticas y del mercado nacional y ante todo internacional. Cada ciclo definía un modelo productivo homogéneo en cada subzona, diferenciándose así una de otra. Así los territorios del petróleo y la minería (generalmente en zonas de secano) actuaban en forma hegemónica, dificultando la emergencia de otros circuitos productivos, la ganadería y la fruticultura y horticultura actuaron también de la misma manera en los valles de riego.
Esta dinámica de estructuración y desestructuración de los ciclos productivos ha obedecido históricamente a dos grandes hechos: a) en primer lugar a los esfuerzos del gobierno nacional por desarrollar la Patagonia a través de la creación de infraestructuras y la promoción de diferentes productos; b) en segundo lugar, por la forma de inserción de los productos locales en los mercados internacionales (frutas, minerales, petróleo y recientemente hortalizas y vinos).
Estos factores cambiaron radicalmente a partir la década de los 90 del siglo pasado, tanto en la Patagonia como en la Argentina en general. En efecto, a partir del proceso de reforma estructural, el Estado dejó de tener un rol activo en las políticas de desarrollo, fueron el mercado y la inserción de los productos en los mercados internacionales los que definieron los cambios en los sistemas productivos y en el territorio. Esto ha generado tres situaciones claves:
- En primer lugar, el descenso en los niveles de ganancia por hectárea, lo cual obligó a realizar cambios de escala en los sistemas productivos agropecuarios (aumento del tamaño de las explotaciones) con el fin de sostener los ingresos. Esto solo ha sido posible para el sector más capitalizado y con mayores capacidades gerenciales, lo que se visualiza con claridad en el cambio de los tamaños de las unidades productivas (Gutman y Gorenstein, 2003; Paz, 2008). A escala nacional las explotaciones agropecuarias (promedio nacional) pasaron de 470 ha de promedio en el año 1988 a 587 ha en el año 2002, estimándose que en la actualidad es de 630 ha. En las zonas de riego de la Patagonia Norte el cambio también fue evidente, en la fruticultura se pasó de un promedio de explotaciones menor a 10 ha a un promedio de 20 ha (Sili, Guibert y Bustos Cara, 2015).
- En segundo lugar, la sobrevaluación de la moneda y el bajo precio relativo de la tierra (por lo menos desde el año 2000 hasta el 2005) tornó atractiva la compra de tierras de los pequeños y medianos productores por parte de inversores urbanos (con ingresos provenientes especialmente del sector servicios). Las nuevas tierras adquiridas se destinaron a la producción agropecuaria, a inversiones en el sector turístico, o como simple reserva de capital y reaseguro contra el riesgo inflacionario. En la Patagonia Norte este proceso fue muy claro, cientos de productores familiares vendieron sus tierras a inversores urbanos quienes las destinaron a fines recreativos dada la cercanía de las parcelas con los centros urbanos, o se orientaron a otros tipos de producción (Sili y Soumoulou, 2011).
- Por último, se reconoce un avance significativo de la producción agropecuaria en general. En las zonas no pampeanas, este avance se hizo en tierras con bosque o monte natural (Murmis y Murmis, 2010), mientras que en la Patagonia Norte se incorporaron territorios hasta el momento improductivos en algunos valles y en las zonas de mesetas con la instalación de modernos sistemas de riego. Este proceso expansivo fue posible también gracias a la transferencia de recursos desde otros sectores (servicios especialmente) hacia el sector agropecuario, gracias a nuevas formas de gestión y organización productiva (Miñon, 2010).
Este proceso de ampliación de escalas, de concentración de la tierra, de emergencia de nuevos actores y de cambio del uso del suelo, se exacerbó a partir de la crisis económica y financiera del año 2002-2003. Ante un escenario favorable para la exportación de commodities (agropecuarios) con precios muy altos en pesos, y ante perspectivas muy interesantes en el sector del turismo, crece la presión sobre la tierra en todo el territorio nacional, especialmente en áreas con aptitud para la producción agraria y en áreas de interés turístico y natural (altas cumbres, humedales, lagos, costas, etc.). Esto tuvo varias consecuencias:
- Se amplificó el avance de la frontera agraria en el norte, oeste y sur del país, especialmente para producir soja, girasol y otros cultivos con alta demanda internacional, o bien para ganadería, actividad que fue expulsada de las zonas de producción tradicional hacia zonas marginales de norpatagonia, del NEA y NOA, liberando así las mejores tierras pampeanas para los cultivos de demanda internacional (Pengue, 2009).
- Se intensificó la ocupación y valorización de nuevas tierras, promovida por los Estados provinciales, los cuales acompañaron esta ocupación con la dotación de infraestructura de riego y caminos, aunque en esta fase histórica estos planes de colonización no estuvieron focalizados en agricultores familiares, sino en grandes empresas con disponibilidad de capital. Varias zonas de riego del norte de la Patagonia argentina vivieron este proceso (Valle Medio del río Negro, Colonia 25 de Mayo en el río Colorado, etc.) (Michelini, 2008).
- Como producto de la fuerte demanda de tierras se produjo a partir del año 2005 aproximadamente un aumento generalizado de los precios de la tierra (en muchos casos hasta un 500%) y, por consiguiente, la imposibilidad por parte de los pequeños o medianos productores de comprar nuevas tierras para consolidar sus sistemas productivos.
- Frente a este aumento del precio de la tierra, se intensificó en forma considerable el arriendo de tierras para uso agrícola por parte de medianas y grandes empresas agropecuarias que captaban recursos financieros del sector urbano. Esto favoreció el ingreso de capitales de sectores no agrarios en la agricultura, ya que encontraron en el sector una tasa de rentabilidad más elevada que en el sector financiero y de servicios, sectores privilegiados en la década anterior (Bisang y Campi, 2013; Anlló, Bisang y Campi, 2013b). Esto ha sido notorio con el ingreso de capitales del sector petrolero en la actividad hortícola o ganadera en los valles irrigados del norte de la Patagonia argentina.
Frente a estas situaciones se produce en Argentina una revalorización de las tierras ya ocupadas, o una puesta en valor de nuevas tierras para diferentes usos, aunque muy especialmente para la producción agropecuaria, la minería y el turismo asociado a la valorización de paisajes de alto valor. Este proceso afecta a todo el territorio nacional, incluidas las llanuras de la Pampa, las mesetas, esteros, selvas, valles, costas, etc. Ya no son los pequeños y medianos productores agropecuarios de carácter familiar, como los que organizaron las áreas rurales desde mediados de siglo XX, los que protagonizaron estos cambios en los sistemas de producción, sino que se trata de inversores externos, que compran tierras para la realización de diferentes actividades, aunque primordialmente para la producción agropecuaria.
La emergencia y consolidación de nuevos sistemas de producción en el norte de la Patagonia argentina
Todos estos procesos que caracterizan la situación del sector agropecuario argentino se identifican en el norte de la Patagonia. Aquí puede observarse una doble situación: a) la crisis de los sectores productivos tradicionales, y b) la emergencia de nuevos actores y actividades que cambian la fisonomía y la lógica de producción regional, y por ende el funcionamiento territorial. Los pequeños y medianos productores dedicados a sus tradicionales actividades agropecuarias (frutas, hortalizas y ganadería), dadas las condiciones tecnológicas y las políticas agropecuarias vigentes, no alcanzan niveles mínimos de rentabilidad que les permitan mantenerse en el sistema de producción como en décadas anteriores. Estos productores buscan otras alternativas productivas o abandonan la producción y venden sus tierras a empresas de mayor escala y desarrollo productivo. Según Bendini y Trpin (2013), en las áreas de riego conviven los productores familiares tradicionales que producen frutas (peras y manzanas), pero que pudieron reconvertir sus frutales con nuevas variedades y con mayor producción en función de las demandas de las grandes empresas empacadoras y exportadoras que los controlan a través de la comercialización, y aquellos otros productores frutícolas que combinan la actividad productiva con otros ingresos no agrícolas. En cambio, en las zonas de secano, la transformación fue mayor pues los cambios en el entorno económico y las adversidades climáticas, como la sequía prolongada de la década de los 90 y las cenizas volcánicas, obligaron a muchos productores a abandonar sus campos o a venderlos a grandes empresas más capitalizadas ligadas a otras actividades (Rosso, 2012).
A grandes rasgos, el cultivo de maíz y la cría y engorde de bovinos y porcinos son alternativas que despertaron gran interés en la región y han alcanzado la mayor expansión, en términos de superficie ocupada. Según Landiscini (2018) la superficie ocupada con alfalfares, maizales y engordes a corral se da al mismo tiempo que disminuye la superficie de los productos históricos de la región como son la pera y manzana. Este desembarco de actividades tradicionalmente pampeanas es facilitado por los nuevos paquetes tecnológicos.
De esta manera lo que se observa en la región es un cambio, de un sistema productivo bastante homogéneo de producción frutícola u hortícola de dos o tres productos en las zonas de riego, o ganadería extensiva en el secano, se pasa a un modelo mucho más heterogéneo, con mayor diversidad de productos y actores. Este nuevo modelo más heterogéneo y diversificado no ha madurado, sino que constituye posiblemente una etapa de transición hacia un escenario de producción diferente en la región de la cual todavía no se tiene una imagen totalmente clara. No obstante, las nuevas dinámicas productivas y organizacionales emergentes permiten delinear algunos trazos gruesos sobre el futuro regional.
Para poder visualizar estos procesos de cambio se ha privilegiado, no el análisis de los sistemas más tradicionales (fruticultura, ganadería extensiva, etc.), de los cuales existe una profusa bibliografía, sino el análisis de las nuevas actividades productivas portadoras de innovación y de cambio organizacional en la región, a fin de indagar cómo estas actividades están impactando en términos de volumen de producción, y por sobre todo en términos de modelos de organización y vinculación con el territorio. Este análisis está sustentado en información secundaria y en las entrevistas realizadas.
Uno de los productos emergentes en la región han sido los frutos secos (avellanos, almendras y nueces), actividad que se inicia en la década del 80 en el Valle Inferior del Río Negro con apenas 200 ha pero que alcanza en la actualidad más de 2.000 ha implantadas en los valles norpatagónicos, de las cuales 1.729 corresponden a nogales, 550 a avellanas y el resto a almendros (Villegas, Miñón, Bohuier y Viretto, 2018), por lo que desde su inicio ha crecido un 850 %. Las plantaciones avanzan sobre zonas no tradicionales para la producción frutícola y generalmente provienen de inversiones de empresas correspondientes a otro sector productivo de la región (petrolero, frutales de pepita, etc.). En este sentido, la competencia con los otros sectores por la mano de obra calificada es elevada y representa un problema para el sector. El desarrollo de este producto implicó el fortalecimiento de los viveros y de las actividades correspondientes al eslabón primario, pero no hay un fuerte desarrollo en el proceso de transformación y comercialización.
La horticultura, si bien lleva muchos años en el norte de la Patagonia argentina, está en un proceso de reestructuración muy importante. Se destacan dos modelos de producción extensiva: el tomate para la industria y la cebolla. La producción de tomate fue tradicional en la zona, pero pasó de ser un sistema de producción familiar con serios problemas de rentabilidad a un sistema completamente integrado entre la producción primaria y la industria transformadora ubicada en el Valle Medio del Río Negro, con nuevos modelos de gestión y nuevos paquetes tecnológicos y riego por goteo (IICA, 2012). La producción de cebolla es un caso muy particular, la misma se expandió y consolidó en las últimas dos décadas, principalmente en el Valle Bonaerense del Río Colorado (VBRC) y, en menor medida, en la provincia de Río Negro. El desempeño de esta hortaliza fue notable, pasando de 2.000 ha en el año 1984 (Iurman, 2012) a 19.000 ha en el año 2015 (Villegas Nigra, Pasamano, Fretes y Romera, 2013). Actualmente la superficie oscila entre las 15.000 y 18.000 ha, experimentando un crecimiento del 850 % en los últimos 30 años. El norte de la Patagonia argentina se consolidó así como la zona productora de cebolla más importante de la Argentina, pues produce más de 570.000 toneladas anuales, representando más del 50 % que se consume en el país y más del 80 % de la destinada a exportación. Sin embargo, es una cadena con baja o nula integración, con baja complejidad e incorporación de valor. La cebolla se empaca y se exporta o se comercializa tanto en el mercado regional como en el nacional. En el eslabón primario intervienen los productores minifundistas (de 2 a 10 ha por año en campo propio o arrendado), los productores familiares capitalizados (de 10 a 20 ha), y los grandes productores con importante disponibilidad de capital, que se encuentran integrados y destinan más de 100 ha por año al cultivo. Existen algunas otras empresas que conforman verdaderos enclaves productivos con más de 70.000 ha en propiedad, de las cuales 2.000 ha poseen riego y más de 200 ha están dedicadas a este cultivo. Más allá de las características productivas, esta cadena productiva tiene una fuerte dependencia del mercado brasilero por la alta concentración de compradores de ese país que realizan el fraccionamiento y el empaque en la misma región, controlando muchas veces el precio y la comercialización del producto.
La producción de frutas finas emerge hace algunas décadas en la región andina, pero ha tomado un impulso en el norte de la Patagonia argentina con la formalización del Clúster Norpatagónico de Frutas Finas en el año 2011. De acuerdo a información del PROSAP (2012b), en ese año había 170 productores que desarrollaban la actividad en unas 280 ha de superficie de frutillas o fresas (strawberries), cerezas (cherrys), guindas (sour cherrys) y berries arbustivos. Estos nuevos productos poseen una buena complementariedad con la producción frutícola ya que tiene un requerimiento de mano de obra intensivo que se da en distintas épocas de la fruticultura y la posiciona como una actividad complementaria. Además, dispone de las tierras sistematizadas en superficie incompatibles con la producción de pepita y, por último, utiliza el complejo de servicios del sector frutícola, en la zona de valles irrigados. Su producción se comercializa en el mercado local, regional y nacional y en algunos casos en el internacional. Existe un importante número de establecimientos elaboradores de subproductos en la región (como los dulces) aunque estos no se destinan a mercados de consumo masivo sino a nichos específicos. Sin embargo, entre sus productores se percibe una resistencia a la formalización ya que, en muchos casos, es una actividad económica complementaria y no es la principal fuente de ingresos.
La producción de leche es una actividad testigo del proceso de corrimiento de las fronteras agrarias en Argentina. En efecto, la producción crece en el norte de la Patagonia argentina debido a la llegada e instalación de muchos tambos provenientes de la pampa húmeda, los cuales dejaron esa región dada la competencia con otras actividades más rentables (soja principalmente) y debido a que en el norte de la Patagonia argentina la tierra tiene menor valor y se cuenta en general con buenas pasturas para la producción de leche (Marinissen, 2013). En la actualidad funcionan más de 15 tambos en la región. Esta actividad presenta encadenamientos productivos hacia atrás (provisión de alimento balanceado en una planta ubicada en el VBRC e insumos), mientras que hacia delante (procesamiento y transformación) la integración es prácticamente nula, ya que solamente hay instalados un pequeño número de emprendimientos de poca envergadura dedicados a la fabricación de quesos. Prácticamente la totalidad de lo producido se dirige a la pampa húmeda para su procesamiento, lo cual limita las posibilidades de desencadenar circuitos virtuosos de acumulación en el VBRC.
La producción de olivos ha sido otra actividad emergente en la región en las últimas dos décadas. El primer proyecto con olivos en la región fue en el año 2001 con apenas 16 ha. En la actualidad se consignan aproximadamente más de 600 ha de olivos, con una fuerte concentración en el este rionegrino (PROSAP, 2012b). Es una actividad liderada por nuevos productores cuyos orígenes eran otras actividades productivas ligadas a los servicios, al sector petrolero o minero. Se desarrolla en complemento con otros productos como frutales, viñedos y bodegas, nogales y forrajes. El principal destino que tiene es la transformación a aceite de oliva, producto que se procesa en la región.
La producción de semillas ha cobrado importancia en los últimos años, posicionando a la región como la principal zona de producción de semillas para varios productos. Las experiencias más destacadas son las de semillas híbridas de girasol (VBRC), la reproducción de semillas para forrajes, principalmente de alfalfa (VBRC y 25 de Mayo), y la producción de papa semilla en Malargüe. De acuerdo a Lucanera, Castellano y Barbero(2018), solo en el Valle Bonaerense del Río Colorado se pasa de 8.000 ha en el año 2002 a 12.000 ha en el año 2018. La producción de semillas se realiza a través de agricultura de contrato entre las empresas semilleras y los agricultores de la zona. Esta modalidad aparece como una forma de coordinación vertical de la producción que facilita la introducción de nuevas técnicas productivas, nuevas variedades y productos de calidad, minimizando el riesgo comercial de los productores. Este proceso productivo se complementa con la cadena de miel, dado que las abejas se encargan de realizar la polinización del cultivo de girasol, lo que garantiza el servicio de polinización y favorece la actividad. Estas condiciones no se encuentran en otras regiones del país, las cuales sufrieron, debido al proceso de agriculturización y el creciente uso de agrotóxicos, una disminución de la cantidad de abejas, situación que llevó a la mayor parte de las empresas semilleras, nacionales y multinacionales, a operar en estas zonas (Advanta, Syngenta, Alfalfares, Dow, Nidera, Monsanto y PatagonSeed, entre otras). Sin embargo, más allá de la importancia de la región para la producción de semillas, los impactos en términos de empleo son muy pobres, pues son las empresas las que imponen sus trabajadores temporales y su maquinaria, en lugar de utilizar la mano de obra local y generar empleo en esta zona. Al tratarse de una cadena en la que el producto se comercializa sin sufrir transformaciones no se agrega valor en la zona y no existe ningún tipo de encadenamiento.
La producción apícola ha tenido un auge creciente en la región, no solo por constituir un ingreso complementario para muchas familias que viven en los pueblos, sino también porque su desarrollo se potenció por la complementariedad con la producción de semillas y de alfalfa en la región. El eslabón primario de la cadena está compuesto en su mayoría por pequeños productores tanto urbanos como rurales, y productores con mayor número de colmenas dedicados casi exclusivamente a esta actividad. Un hecho clave en la producción apícola regional es la llegada de nuevas colmenas de otras regiones, especialmente de la región pampeana, la cual frente al aumento de los productos fitosanitarios/pesticidas migran hacia esta zona, aumentando la competencia por zonas de polinización más inocuas en términos ambientales.
El turismo emerge con fuerza en la región, pudiéndose advertir diferentes modelos de desarrollo turístico, cada uno de ellos asociado a las diversas características naturales que posee cada microrregión. La zona de Malargüe es la microrregión que más ha desarrollado esta actividad en la última década, aquí la actividad se relaciona con el tipo de paisaje, el turismo científico y el turismo de montaña. El turismo comenzó a desarrollarse recientemente en el dique Casa de Piedra, funcionando también como centro de reuniones y conferencias. En la zona del VBRC también comienza a explotarse en los últimos años el turismo religioso, mediante los establecimientos vinculados a la figura de Fortín Mercedes, y el turismo rural mediante actividades como los espacios termales, la ruta del pejerrey y el balneario La Salada.
Finalmente, la actividad que más impacto comunicacional ha tenido en la región ha sido la producción de vid y de vinos. De acuerdo a la información del Instituto Nacional de Vitivinicultura del año 2015, si bien en los valles patagónicos, especialmente en Río Negro, hubo viñedos y producción de vinos desde la década de 1920 (con un modelo de gestión familiar, en pequeña escala y con una producción de vino que privilegiaba la cantidad sobre la calidad), la región ha modificado la estructura del sector, aumentando la superficie de vides (pasando de 2.700 ha en 1990 a más de 3.600 ha en 2015), y con uvas de mayor calidad. Claramente hay dos grandes modelos productivos en la región. Por un lado, los emprendimientos generados por productores locales que intentan diversificar la producción o las iniciativas provinciales (Casa de Piedra) o municipales (Gobernador Duval), que si bien son de reducidas superficies y escalas de producción, adoptan tecnologías y procesos más modernos, producen vinos de alta calidad y tienen un impacto considerable sobre la economía local dado que utilizan mano de obra local. El segundo modelo corresponde a grandes emprendimientos que dependen de empresas que provienen de otras regiones, especialmente de zonas en donde existe una tradición vitivinícola, se trata de grandes inversiones con grandes superficies productivas, con tecnología de avanzada, tanto para la producción de uva como para la producción de vinos de calidad en las variedades Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc, Merlot, Syrah, Chardonnay, Pinot Noir, Malbec y Sauvignon Blanc. Más allá de estas grandes inversiones, estas empresas no siempre generan un impacto local significativo, pues son administradas desde fuera de la región, con mano de obra proveniente de otras zonas y con circuitos comerciales completamente deslocalizados que no permiten consolidar circuitos virtuosos en la zona. Ambos proyectos presentan realidades incomparables en la forma en que se originaron y en el modo como se gestionan. Sin embargo, estos nuevos emprendimientos, sumados a los ya existentes, ayudan a impulsar una pequeña aglomeración empresarial vitivinícola valorizando al territorio debido a la presencia de saberes locales para la producción de vinos y alentando a radicarse en esta zona a futuras inversiones en este sector.
La emergencia y coexistencia de un nuevo modelo de organización productiva. Principales hallazgos y discusiones
La emergencia de todas estas nuevas actividades (frutos secos, olivos, semillas, etc.) o la consolidación de otras (cebolla) tienen varios elementos en común, que pueden ser interpretados como elementos claves de un nuevo modelo de desarrollo productivo en la región, más heterogéneo y diversificado, con una mayor diversidad de productos y actores.
Un primer elemento es el alto peso que tienen los actores e inversores externos al territorio sobre los sistemas productivos emergentes. Salvo algunos proyectos e innovaciones en las áreas de riego más tradicionales, la gran mayoría de estas nuevas propuestas productivas están llevadas a cabo por actores provenientes de las regiones más dinámicas de la Argentina (Buenos Aires, Córdoba, Mendoza o Santa Fe), quienes invierten en actividades generalmente ligadas a las que realizan en sus zonas de origen: por ejemplo, la vitivinicultura es desarrollada por vitivinicultores de Mendoza, los tambos por empresas de Buenos Aires o de Santa Fe, las pasturas por ganaderos del centro y oeste de Buenos Aires, etc. Es decir, estas inversiones son parte de sus trayectorias productivas y encuentran en esta región nuevas oportunidades de expansión de sus mismos negocios. Hay otros inversores que provienen de la misma región patagónica, especialmente del sector servicios y de la actividad petrolera cuyas ganancias invierten en el sector primario, comprando explotaciones en zonas de riego y desarrollando actividades con fuertes demandas de capital (bodegas, por ejemplo). De esta manera el norte de la Patagonia argentina se consolida como una tierra de oportunidades para empresas que en sus regiones de origen han encontrado límites para el crecimiento o para inversores que desean transferir recursos desde sus propios sectores de actividad (petróleo o servicios).
Un segundo elemento es el desarrollo de nuevos modelos de gestión tecnológica empleado en las recientes iniciativas. Los nuevos emprendimientos incorporan modelos y sistemas productivos más avanzados que los productores tradicionales de la zona y que luego tienden a ser imitados por ellos. Esto se verifica en varias etapas o actividades:
- En los métodos de aplicación del agua de riego con sistemas presurizados y automatizados, como es el caso de la producción de tomate en el Valle Medio o en las nuevas explotaciones de frutos secos y vid de gran escala.
- En la gestión de la producción primaria con mayores encadenamientos con grandes empresas extranjeras, con contratos directos que les garantizan los insumos y la compra de la producción como ocurre en las empresas semilleras en el VBRC.
- En los procesos de industrialización y transformación con mayor nivel tecnológico como es el caso de las bodegas ubicadas en San Patricio del Chañar, 25 de Mayo, Gobernador Duval y Casa de Piedra.
- En la gestión empresarial y comercial de las empresas tal como sucede en los clústeres de frutos secos y frutas finas.
Estos conocimientos y modelos tecnológicos y de gestión constituyen una transferencia directa desde otras experiencias exitosas en Argentina o de otras partes del mundo, esto es muy evidente en el caso de las empresas de frutos secos (almendras y avellanos) en el Valle Inferior que incorporan tecnología utilizada en Italia, o en los empresarios vitivinícolas que utilizan tecnologías empleadas en la región de Cuyo o de Europa, o en los productores lácteos del VBRC que incorporan innovaciones desarrolladas en la región pampeana. Indudablemente estas nuevas iniciativas incorporan tecnología y son promotoras además de innovaciones tanto técnicas como gerenciales. Este es un hallazgo muy importante, pues a pesar de que la composición de actores e inversores externos al territorio es muy importante, esto no ha limitado las capacidades de cooperación, tal como lo plantea el enfoque conceptual propugnado por la nueva geografía económica, y por ende el fuerte componente exógeno de actores no limitaría las capacidades de aprendizaje colectivo y de construcción de territorios de innovación.
En tercer lugar, se observa que gran parte de estas nuevas iniciativas, a excepción del caso de la cebolla que cuenta con un sector privado fuerte y consolidado, lleva menos tiempo en actividad y, por lo tanto, cuentan con una menor densidad empresarial y con numerosos problemas a enfrentar. Así, por ejemplo, no disponen de una importante densidad de profesionales especializados en las nuevas producciones, ya que la mayor cantidad de técnicos locales poseen experiencia en las actividades tradicionales de la región (frutales de pepita y carozo y ganadería extensiva) y, a su vez, no poseen infraestructuras eficaces (especialmente caminos y energía) que les permitan mejorar su producción; así, muchas empresas deben transportar sus productos varias decenas de kilómetros por caminos rurales en malas condiciones, o proveerse de energía eléctrica por su propia cuenta, o bien crear sistemas de riego para la provisión de agua, etc. Todo esto implica fuertes costos en aprendizaje, mejora y desarrollo de infraestructura y logística y creación de mercados, lo cual corre por cuenta de los propios empresarios. Este escenario muestra que las nuevas iniciativas están guiadas por un espíritu emprendedor que intenta superar las limitaciones del territorio y construir nuevas dinámicas productivas; muchas de ellas llegan a madurar y se consolidan como sectores promisorios hacia el futuro, mientras que otras quedan en el camino. En definitiva, las nuevas inversiones constituyen una avanzada de mayor riesgo empresario en la Patagonia. Un hallazgo claro en este sentido es que a pesar de los esfuerzos en términos de inversión y riesgo, estas actividades no terminan de consolidar clústeres productivos dinámicos y sostenibles, tal como lo muestra el enfoque de la nueva geografía económica, pues están faltando infraestructuras y dispositivos de servicios en general.
En cuarto lugar, queda claro que más allá de todas las problemáticas mencionadas, todas estas iniciativas no se muestran completamente desconectadas de la realidad productiva tradicional de la región y de los modelos más hegemónicos. La mayoría de estas encuentran en la historia inmediata antecedentes sobre los cuales sustentarse y aprender, especialmente de la historia de éxitos y fracasos, pero valorizando los recursos desde una perspectiva diferente, con nuevas alternativas y modelos productivos y de gestión. Así, las nuevas actividades en marcha (horticultura, vitivinicultura, turismo rural, etc.) pueden ser descriptas como innovaciones que se sustentan en la historia local, que se apropian de las experiencias anteriores y que, sobre este mismo tipo de productos, generan mecanismos productivos con otros modelos tecnológicos y con otras escalas, lo cual manifiesta un proceso de aprendizaje y adaptación a través del tiempo, sin que exista una confrontación con el modelo productivo tradicional. Esto muestra además un proceso de maduración y complejización del sistema productivo regional. Estas iniciativas se construyen entonces sobre la experiencia histórica, pero constituyen un nuevo ciclo de valorización de los recursos, con mayor contenido tecnológico y muchas veces organizacional.
Por último, la evidencia muestra que todos estos nuevos proyectos se sustentan sobre la importante dotación de recursos naturales que posee la región, situación que permite pensar en inversiones a futuro, pues la presencia de tierras (en algunos lugares con muy bajo costo por hectárea) y de agua para riego define la posibilidad concreta de invertir en nuevas actividades. Sin embargo, la oferta de recursos naturales constituye también una variable de ajuste de la producción y el rendimiento, por varias razones. En primer lugar, por la dotación de agua: si bien la presencia de la misma viabiliza la generación de nuevos cultivos, su escasez en los últimos años, debido a la falta de precipitaciones en las cuencas altas y a la mayor demanda por parte del consumo humano y petrolero, también marca los límites del crecimiento o del rendimiento, especialmente en la cuenca inferior de los ríos en cercanías a su desembocadura en el mar. En segundo lugar, lo mismo sucede con la tierra: hay una oferta importante, pero la inadecuada gestión y planificación de la misma se transforma en una limitante debido a la potencial contaminación (como se ha visto en las áreas de prospección petrolera) o al conflicto por su uso y propiedad. De esta manera, si bien existe una importante dotación de recursos naturales, la falta de planificación territorial y de regulación en el uso de los recursos torna muchas veces incierta la producción y las inversiones a nivel regional, situación que se amplifica en épocas de crisis hídrica. De esta manera, si bien estas experiencias se construyen gracias a la fuerte dotación de recursos naturales disponibles, la carencia de un plan de ordenamiento territorial, de gestión adecuada de los recursos naturales y la falta de infraestructuras pueden transformarse hacia el futuro en limitantes al desarrollo de estas nuevas iniciativas de valorización y producción.
Conclusión
En la última década se advierte en el norte de la Patagonia argentina la emergencia e instalación de nuevas actividades, las cuales diversifican lentamente la estructura productiva regional. Estos emprendimientos emergen gracias a nuevos actores, quienes, mediante sus innovaciones, introdujeron nuevas lógicas organizacionales y la utilización de tecnologías más modernas que los diferencian de los productores agropecuarios familiares históricos de la región, constituyendo en muchos casos lo que Korsgaard et al. (2015) define como una novedosa clase emprendedora en el medio rural. Pero también esto ha sido posible gracias a la valorización de distintos recursos naturales (especialmente las tierras), que tienen un costo relativamente mucho menor en esta zona que en otras zonas centrales del país, y a la existencia del agua necesaria para el riego en una región signada por la aridez. Sin embargo, es necesario rescatar dos hechos importantes.
En primer lugar, estas nuevas actividades y lógicas productivas comienzan a imponerse en la región, coexistiendo con las actividades tradicionales, aprovechando en parte la infraestructura física ya disponible (especialmente sistemas de riego, infraestructura vial y redes eléctricas). No obstante, la evidencia muestra que la capacidad de generar nuevos encadenamientos productivos -especialmente hacia adelante por falta de infraestructura para el procesamiento- y círculos virtuosos de desarrollo endógeno es sumamente limitado, y ello se debe a tres razones clave:
- Porque muchas de estas actividades vienen con sus paquetes tecnológicos ya predefinidos desde los lugares de origen de los inversores (insumos, maquinarias, packaging, etc.), por lo cual no tienen grandes necesidades de articularse con la trama productiva local ya existente y de carácter más tradicional.
- Porque son sistemas de producción altamente tecnificados que demandan poca mano de obra local, y cuando sí requieren abundante mano de obra la misma suele ser estacional.
- Porque no hay una densidad de políticas, instituciones y redes empresarias que permitan crear y sostener un "ambiente" innovador.
En segundo lugar muchas de estas nuevas actividades están vinculadas a los mercados externos (cebolla para exportación a Brasil, cerezas para exportación a Europa y Asia, vinos para exportación a múltiples países, miel para exportación, etc.), manteniendo una lógica de dependencia que torna inestable e incierta la producción local.
Estas dos condiciones permiten pensar que la emergencia en la región de nuevos procesos productivos e innovadores, al igual que en otras regiones periféricas de la Argentina, muestran una dinámica pionera, en forma de enclaves productivos, aprovechando las condiciones naturales y las infraestructuras disponibles, pero sin capacidades de construir clústeres dinámicos que sostengan el desarrollo territorial. De esta manera, para poder superar esta etapa, en la cual predomina una lógica de enclave, que solo aprovecha ciertas condiciones del territorio, y poder desencadenar dinámicas más virtuosas, serán necesarias nuevas estrategias de vinculación inter-empresarial y nuevas políticas públicas, que excedan lo netamente productivo y se enfoquen también en otras dimensiones de la vida regional, especialmente en materia de innovación y promoción del desarrollo y el ordenamiento territorial.
En síntesis, puede afirmarse que en los espacios periféricos de la Argentina y muy especialmente en el norte de la Patagonia se abre en las últimas dos décadas, y a partir de las nuevas dinámicas de globalización económica, un nuevo ciclo productivo, de carácter más empresarial y diversificado, asentado en dos grandes factores: el emprendedurismo como razón o fundamento cultural sobre el cual se sostiene la emergencia de nuevos productos y actividades; y la fuerte dotación de recursos naturales que tienen estas zonas (tierra y agua). Sin embargo, la carencia de infraestructuras, la baja densidad empresarial y de servicios, sumado a las formas de organización de los sistemas productivos y a sus formas de inserción en los mercados internacionales (y también en los mercados urbanos nacionales) limitan la construcción de dinámicas más virtuosas y localizadas de desarrollo local tal como se postula en los enfoques conceptuales del desarrollo endógeno.
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Fecha de recepción: 17 de julio de 2019
Fecha de aceptación: 1 de noviembre de 2019
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