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Cuadernos del Sur. Historia

versión impresa ISSN 1668-7604

Cuad. Sur, Hist.  n.34 Bahía Blanca  2005

 

De los Andes a México. Aproximaciones a la recepción peruana de la Revolución Mexicana

Pablo Yankelevich

Instituto Nacional de Antropología e Historia. México. e-mail: pabloy@servidor.unam.mx

Resumen
Se estudia la recepción en América Latina de las políticas sociales emanadas de los gobiernos revolucionarios mexicanos durante la década del veinte del siglo XX. Se propone una lectura comparada del pensamiento de dos intelectuales peruanos: Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui. El estudio da cuenta tanto de las reflexiones que despertó en caso mexicano como de las acciones políticas derivadas de aquella reflexión.

Palabras claves: Revolución Mexicana; Intelectuales; América Latina.

Abstract
This paper analyzes the acceptance in Latin America of the social policies adopted by Mexican revolutionary governments in the 1920s. It includes a comparative study of the thinking of two Peruvian intellectuals: Víctor Raúl Haya de la Torre and José Carlos Mariátegui. It also considers both the reflections arising from the Mexican case and the political actions stemming from said reflection.

Key words: Mexican Revolution; Intellectuals; Latin America.

En una marcha no exenta de obstáculos, y desde su estallido, la Revolución Mexicana comenzó a ocupar un lugar sobresaliente en espacios de la política y la cultura latinoamericana. Dar cuenta de este fenómeno obliga a considerar la convergencia de dos procesos. En primer lugar, un sostenido interés de los revolucionarios por propagandizar su gesta, tratando de construir un escudo defensivo frente a una política norteamericana empeñada en negar legitimidad a las acciones y propuestas revolucionarias. En este sentido, fue diseñada una estrategia publicitaria que se esparció por la geografía continental tratando de enderezar noticias e informaciones que mañosamente trasmitían las agencias de información y el propio gobierno norteamericano, para de esta forma, decantar la imagen de un país en pie de lucha contra injusticias seculares y agresiones extranjeras. Los combates en defensa de la soberanía nacional, que encabezaban los revolucionarios sentaron las bases para que en el espacio latinoamericano, se articulara una red de vínculos político-intelectuales de perdurable presencia una década más tarde. En este sentido, durante los años veinte, la gestión de José Vasconcelos, en tanto pacto de los intelectuales con la Revolución al servicio de una reforma cultural que no reconocía antecedentes en América Latina, de inmediato trascendió las fronteras nacionales, potenció la presencia de México en el extranjero y pasó a significarse como una de las más concretas materializaciones del programa revolucionario.

En segundo lugar, la proyección de estas ideas se instaló en un ambiente latinoamericano particularmente sensible a propuestas como las mexicanas. En realidad, el espíritu regenerador de estas ideas terminó encontrándose con otras, gestadas a la sombra de un proceso signado por el ascenso e incorporación al campo de la lucha política de un sector de clases medias empeñado en impugnar el ordenamiento político vigente. Protagonista de este proceso fueron la juventud universitaria y toda una pléyade de intelectuales integrantes de la llamada Generación de la Reforma, auténtico crisol de ideas sobre las que, con el correr de los años, se fue dibujando el pensamiento de la vanguardia intelectual latinoamericana, tanto en su vertiente marxista como en la nacionalista democrática.

En el horizonte intelectual del continente tomó cuerpo la idea de que en México se fraguaba un proyecto de transformación social, y por tanto se abrían espacios para discutir, comparar y sobre todo imaginar una América Latina distinta. El objetivo de este trabajo se ubica en esta dirección, proponernos seguir las huellas de la presencia mexicana en el pensamiento de Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, con el afán de rastrear tanto la naturaleza de sus aproximaciones, como los contornos temáticos y las acciones políticas derivadas sus particulares acercamientos a la experiencia mexicana.

La Revolución Mexicana es nuestra Revolución

La recepción de la Revolución Mexicana en Perú fue realizada desde la práctica política de un núcleo de jóvenes intelectuales que, en su condición de líderes universitarios, consiguieron articular un movimiento político con aspiraciones continentales que a la postre, incidió en el rumbo de la política en aquella nación. En tal sentido, México se significa como un lugar de referencia en la reflexión teórica, pero también como un territorio donde se desenvolvió parte del accionar político.

Hacia 1923, Augusto Leguía encaminaba su gobierno hacia una dictadura. La universidad era el foco opositor por excelencia y buena parte de los profesores disidentes fueron despojados de sus cátedras, al tiempo que un combativo movimiento estudiantil fue reprimido con violencia. La Federación de Estudiantes de Perú, liderada por Víctor Raúl Haya de la Torre1 había conseguido articular sus demandas con la de sectores obreros de la capital y el interior del país. Las propuestas de "democracia universitaria" que lideraron los estudiantes argentinos en 1918, alcanzaron a los universitarios peruanos, pero éstos pudieron trascender los reclamos puramente gremiales para iniciar la conformación de un espacio donde gestar propuestas políticas de cuño antimperialista, antioligárquico y antilatifundista. En este horizonte, la lucha contra el poder de la Iglesia y del ejército resultaron emblemáticas en tanto pilares de un orden conservador cuyo final se deseaba. De esta forma, mientras la agitación recorría el país, a instancias de las autoridades universitarias, Leguía fue proclamado "Maestro de la Juventud". La respuesta no se hizo esperar, el estudiantado otorgó el mismo nombramiento al mexicano José Vasconcelos.2

Nada de esto resulta extraño. Las acciones de Vasconcelos al frente de la universidad mexicana, sus apelaciones transgrediendo fórmulas protocolarias y un discurso que depositó en los jóvenes la jefatura de un programa llamado a democratizar las sociedades iberoamericanas, no pudieron sino despertar las más firmes adhesiones en aquella generación de universitarios peruanos.

No es de sorprender entonces que cuando en octubre de 1923, Haya de la Torre fue apresado y posteriormente desterrado a Panamá, Vasconcelos hiciera gestiones para su traslado a México,3 y una vez en este país le extendió una oferta de empleo. "Voy a México -escribió desde Panamá- invitado por los estudiantes, por el maestro Vasconcelos y por todo lo que hay de libre y de revolucionario en esa gran tierra de libertad"4. "Hayita" como lo llamaba Vasconcelos, se incorporó a su oficina convirtiéndose, por una corta temporada, en su secretario particular. El futuro fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) recibió un nombramiento como maestro, colaboró en los proyectos editoriales de la Secretaría de Educación Pública, recorrió el país junto a Vasconcelos, y en su nombre, en alguna oportunidad pronunció más de un discurso.

En efecto, Haya de la Torre pudo confrontar las ideas e imágenes que tenía de México con una realidad que parecía transformarse por obra de un gobierno que decía encarnar los reclamos populares. Y es que, para aquel peruano perseguido los discursos y las obras del presidente Obregón y el candidato Calles, confirmaban su arribo a un paraíso revolucionario. "Los agraristas son la mejor gente de México", le había dicho Vasconcelos, y el líder estudiantil pudo comprobarlo cuando asistió a un homenaje a Emiliano Zapata.

Zapata -aunque parezca insólito afirmarlo- es una de las más altas figuras de la Revolución Mexicana, y a la vez una de las menos conocidas en el exterior. Es el adelantado del socialismo, o hablando con más precisión, del comunismo agrario mexicano5.

La resignificación del pasado indígena rondaba en la mente de los estudiantes peruanos. Se pensaba en rescatar al indio y convertirlo en un sujeto activo del cambio revolucionario, en tanto portador de prácticas culturales y económicas que facilitarían la construcción de un nuevo orden social. Haya de la Torre fue testigo de la apropiación que el régimen mexicano hizo del zapatismo, y en tal sentido este hecho no hacía más que confirmar la validez de propuestas que hasta entonces no eran más que intuiciones:

A la hora de los discursos Calles declara que él será el continuador de la obra revolucionaria de Zapata. 'La tierra para el campesino", dice Calles, antiguo maestro de escuela, general de la Revolución [...]. Su palabra va encendida de incitaciones. 'No aceptaré intrigas del capital nacional o extranjero", exclama. Y una tempestad de aplausos le saluda [...]. Los campesinos son los autores de la Revolución y deben seguir hasta cumplirla. Hay vítores a Rusia y a la América proletaria6.

¿A qué conclusiones podía arribar un perseguido latinoamericano después de asistir a este acto?, ¿qué otra imagen podía rescatar de los centenares de campesinos "con su gran sombrero de paja, su traje blanco y su fusil en la espalda"? El líder peruano infiere que la Revolución en México había acabado con el ejército tradicional, "el galón símbolo de la traición y la intriga ya no existe. El valor, la decisión, son los únicos títulos militares. Un campesino llega a ser general, como Zapata, vale decir general de la revolución campesina. Un general en México, no es pues una momia con plumaje"7.

La Revolución en México era toda una experiencia, porque además se hacía de cara a un vecino que pocas simpatías despertaba en el resto del continente. En tal sentido la actitud de México era valorada como un desafío frente a Estados Unidos, esa "máquina siniestra del capitalismo opresor que avanza tentacularmente sobre nosotros"8.

Rodeado de intelectuales y artistas convencidos de las bondades de la Revolución, aquella residencia mexicana dejó una huella indeleble en la trayectoria del joven Haya de la Torre, tanto por las vinculaciones y recomendaciones personales que facilitaron su accionar en otras latitudes; como en la dimensión continental y el perfil antimperialista de un programa de acción, cuyos puntos esenciales hizo públicos en México, poco antes de abandonar el país para dirigirse a Europa. En efecto, en mayo de 1924, ante un grupo de estudiantes mexicanos, explicitó los puntos programáticos de una nueva organización: el APRA. "No sólo queremos a nuestra América unida sino a nuestra América justa. Sabemos bien que nuestro destino como raza y como grupo social, no puede fraccionarse: formamos un gran pueblo, significamos un gran problema, construimos una vasta esperanza."9

En la segunda mitad de los años veinte, parecía agotarse la matriz temática que había permitido que distintas posiciones políticas en América Latina confluyeran bajo banderas comunes de corte antimperialistas, antilatifundistas y antioligárquicas. En buena medida la ortodoxia de la III Internacional bloqueó la reflexión teórica, la dureza de un marxismo de cuño centroeuropeo que, en sucesivos congresos terminó condenando a Latinoamérica a la agenda de la "cuestión colonial", fracturó y sectarizó el pensamiento de lo que hasta entonces emergía como la fracción más avanzada de la intelectualidad pequeño burguesa en América Latina. En ese panorama, sobresalieron las voces heterodoxas de Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, voces que a pesar de sus diferencias, se significan como un esfuerzo por pensar la nación desde un horizonte que contemplaba tanto las particularidades de sus pueblos, como la imprescindible y definitiva necesidad de emanciparlos.10

La ruptura de Haya de la Torre con la Comintern en 1927, definió teóricamente al APRA, marcando su rumbo inmediato. Contra la ortodoxia comunista, Haya sintetizó un plan de acción tendiente a la consecución de un socialismo de corte hispanoamericano. Sus observaciones fundadas en la escasa densidad histórica del capitalismo en Latinoamérica, lo llevaron a invertir la formula leninista sosteniendo que el capital imperialista en América Latina se significaba como el estadio inicial del desarrollo capitalista. Contrario sensu del diagnóstico de la III Internacional, el tránsito al socialismo se percibía como una tarea de largo plazo, debido al débil desarrollo de los sectores proletarios del campo y la ciudad que pudieran conducir un proceso revolucionario. En tal sentido, Haya de la Torre propugnaba la necesidad de constituir un frente único de trabajadores manuales e intelectuales capaz de liderar la lucha contra el imperialismo, y como parte de ella, planteó la tesis de la necesaria la construcción de un "estado antimperialista" como peldaño preparatorio al socialismo continental.

Haya tenía en mente las experiencias revolucionarias de Rusia, China y México. Con los teóricos bolcheviques confrontó ideas y conceptos en torno al significado y validez de las tesis marxistas en general y en particular sobre la Nueva Política Económica en la Rusia leninista; del caso chino y de la empresa anticolonial del Kuomintang rescató la estrategia frentista; pero lo que realmente guió su propuesta fue el principio de una acción autónoma de los pueblos latinoamericanos en la lucha contra el imperialismo, y es aquí donde la apelación a México cobró un dimensión cualitativamente distinta:

Ninguna experiencia histórica, en verdad, más cercana y más aprovechable para los indoamericanos, que las que nos ofrece México. En mi concepto, la Revolución Mexicana es Nuestra Revolución , es nuestro más fecundo campo de ensayo renovador.11

Años antes, en una carta escrita desde Londres al líder universitario argentino Gabriel del Mazo, el fundador del APRA pensaba en México como la mayor muestra de las potencialidades revolucionarias de los pueblos hispanoamericanos, y del ejemplo mexicano extraía la convicción de precisar un plan de acción que sirviera de guía a la acción revolucionaria:

En México nosotros encontramos una revolución espontánea, sin programa apenas, una revolución de instinto, sin ciencia. México habría llegado a cumplir una misión para América Latina, quizá tan grande como la de Rusia para el mundo, si su revolución hubiera obedecido a un programa. Pero la Revolución Mexicana no ha tenido teóricos ni líderes. Nada hay organizado científicamente. Es una sucesión maravillosa de improvisaciones, de tanteos, de tropezones, salvada por la fuerza popular, por el instinto enérgico y casi indómito del campesino revolucionario. Por eso es más admirable la Revolución Mexicana, porque ha sido hecha por hombres ignorantes 12.

Se trataba entonces de sistematizar un cuerpo teórico que volviera posible adaptar las propuestas de un marxismo centroeuropeo a la experiencia latinoamericana, y como parte de ella, México señalaba el límite entre lo posible y de lo deseable. Pero ¿cuáles eran las enseñanzas mexicanas que servían para validar el programa aprista? En primer lugar la necesaria dimensión continental de la lucha antimperialista. Enfrentar al imperialismo, era parte de una estrategia que incluía nacionalizar la riqueza y desfeudalizar la sociedad para así poner en marcha, en un mismo movimiento, una herramienta que defendiera la soberanía nacional e implantara la justicia social. Sin embargo, hacer frente al imperialismo no podía ser obra de naciones aisladas:

[...] No hay que olvidar que México en su lucha revolucionaria por su independencia económica fue hasta donde pudo ir solo. Ningún país aislado de Indoamérica podría haber ido más lejos. Esa es la primera lección que nos ofrece la Revolución Mexicana. Sus limitaciones y sus derrotas son características de un pueblo que lucha aisladamente por liberarse del imperialismo y de sus aliados internos, bajo la presión del poder formidable y próximo de su gran enemigo.13

La "inmadurez" de capitalismo latinoamericano obligaba a pensar en una estrategia revolucionaria distinta a la rusa. Allí, señalaba Haya de la Torre, la transición al socialismo se verificaba a través de un "capitalismo de Estado" cuya manifestación política era una dictadura proletaria derivada del peso específico que había alcanzado la clase obrera rusa. Para América Latina y con base en "la gran experiencia histórica de la Revolución Mexicana", Haya de la Torre sostendrá la tesis de un "Estado antimperialista" 14. "Nosotros no hemos llegado a la madurez burguesa de un sistema industrial que permita a nuestra clase proletaria en formación asumir exclusivamente la dictadura de nuestros destinos"; en tal sentido, sin trabajadores libres de ataduras feudales y sin un proletariado industrial moderno, "necesitamos de la alianza con las clases medias para la lucha contra el imperialismo que en nuestros países es luchar de emancipación nacional" 15. Y en este proceso, después de la toma del poder, la construcción de un Estado fuerte devendría en una necesidad ineludible, solo desde allí se podría reestructurar la producción y la circulación con base en un programa de nacionalizaciones que permitiera echar a andar un amplio sistema cooperativo. En la conducción de este proceso ubicaba al APRA, organización que garantizaría la hegemonía obrera y campesina. Y en este punto

También la Revolución Mexicana nos ofrece experiencia valiosa. La falta de una organización científica y económica del Estado, la falta de una estructura integral del aparato político revolucionario, consecuencia del carácter instintivo e improgramado del movimiento, ha producido la preponderancia de la clase media en el México post-revolucionario. Ideológica, política y económicamente la Revolución Mexicana, en la práctica no ha utilizado a las clases medias sino que éstas han utilizado en gran parte la revolución. [...] La experiencia de México en este caso nos está señalando por negación, que en la organización estricta y científica del Estado antimperialista, queda prevista cualquier desviación posible de las clases medias fuera de su interesante y circunscrito rol 16.

Destruir las bases de la feudalidad terrateniente y poner límites al poder imperialista, controlando y decidiendo las características de la inversión extranjera, constituía la razón de ser de la nueva estatidad. México marcaba el rumbo, pero esta experiencia se hallaba limitada por la ausencia de una dirección política partidaria capaz de corregir la orientación pequeño burguesa que había asumido el proceso.

Hacia 1928, en México radicaba un núcleo de peruanos formado por dirigentes universitarios que en distintos momentos fueron expulsados por Leguía. Con ellos Haya de la Torre constituyó una célula aprista 17 que durante un breve período publicó la revista Indoamérica . Una intensa actividad desplegaron estos dirigentes en un año particularmente agitado, la realización de la Sexta Conferencia Panamericana en La Habana contrastaba con la gesta de Sandino en Nicaragua, a una y otra dedicaron largos comunicados 18. Alentado por la experiencia nicaragüense, Haya de la Torre se dirigió a sus partidarios en Perú para proponer una estrategia insurreccional que condujera al derrocamiento de Leguía. En el llamado "Plan México" indicó la necesidad de fundar un partido de alcance nacional pero adherido al APRA, cuya misión sería aplicar sus propuestas a la realidad peruana 19. No resulta difícil advertir la matriz mexicana en este Plan: "devolución de la tierra al pueblo peruano, entregándola a quien la trabaja, renovación del sistema de producción de la tierra, reivindicación económica, política e intelectual de las clases obreras, educación laica de la escuela hasta la universidad, etc. El "Plan México" nunca se llevó a cabo, su formulación desató una crisis profunda donde se discutió tanto si el APRA debería seguir siendo un frente o transformarse en un partido, como el difuso contenido socialista de la propuesta. Haya de la Torre y Mariátegui, este último en aquel entonces la cabeza más visible del aprismo en el Perú, se enfrascaron en una controversia que fracturó el pensamiento de izquierda y sus proyecciones en el campo de la política peruana y latinoamericana. Los "mariateguistas" abandonaron el APRA para adscribirse con singulares críticas a los principios de la III Internacional, y Haya de la Torre terminó dando un vuelco radical a sus posturas al regresar a Perú en 1931 y fundar el Partido Aprista Peruano.

El campo de una experiencia revolucionaria

En la producción intelectual de Mariátegui, el tema mexicano estuvo presente en una serie de escritos periodísticos sobre escenas del acontecer político, así como en una secuencia de notas críticas en torno a la literatura y a novedades editoriales de México. Si se valoran estos texto en relación al conjunto de su obra, el espacio dedicado a México resulta insignificante; sin embargo, merece destacarse la agudeza y la audacia en ciertos acercamientos, así como la certeza, como lo fue para toda una generación de intelectuales latinoamericanos, de que "México es hoy, mas que nunca, el campo de una experiencia revolucionaria" 20.

En estos textos, sobre todo en los de naturaleza política, es posible establecer dos momentos, uno que corre entre 1924 y 1928, y el que lo hace desde 1929 hasta su muerte un año más tarde. Esta cronología se corresponde de manera análoga a la propia evolución del pensamiento y la militancia del fundador de la revista Amauta . El primer periodo, el de mayor producción teórica, cristalizada en sus Siete ensayos sobre la realidad peruana (1928), y en su participación política en la propuesta frentista del APRA; y el segundo momento inaugurado con el deslinde de posiciones respecto a Haya de la Torre, la consecuente fundación del Partido Socialista Peruano y desde allí la siempre polémica relación con la III internacional a partir de diferencias sustanciales en torno a una estrategia revolucionaria para el Perú 21.

Hacia 1924 para este peruano recién llegado de Europa, América Latina en general y México en particular eran objeto de lecturas que remiten directamente a las matrices espiritualistas del magisterio vasconceliano y al latinoamericanismo del último Ingenieros. La vigencia de los postulados morales de las jornadas universitarias y el juvenilismo de una generación reclamando ocupar espacios políticos y culturales, trasuntan el optimismo con que Mariátegui valora el futuro del continente a partir de los sucesos mexicanos:

Actualmente el pensamiento de Vasconcelos e Ingenieros tiene una repercusión continental. Vasconcelos e Ingenieros son los maestros de una entera generación de nuestra América. [...] Nuestro tiempo, finalmente ha creado una comunicación más viva y más extensa: la que ha establecido entre las juventudes hispano-americanas la emoción revolucionaria. [...] con la Revolución Mexicana, con su suerte, con su ideario, con sus hombres, se sienten solidarios todos los hombres nuevos de América 22.

Sin embargo, su mirada hacia América Latina estuvo lejos del proclamar el triunfo y la definitiva realización de un nuevo proyecto civilizatorio capaz de reemplazar el modelo europeo que, desde una mirada spengleriana, se encontraban agonizando:

La fe de América en su porvenir no necesita alimentarse de una artificiosa y retórica exageración de su presente. Está bien que América se crea predestinada a ser el hogar de la futura civilización. Esta bien que diga "Por mi raza hablará el espíritu". Está bien que se considere elegida para enseñar al mundo una verdad nueva. Pero no se suponga que en vísperas de reemplazar a Europa [...] La civilización occidental se encuentra en crisis, no está, como absurdamente se dice, agotada y exterminada 23.

En los distintos artículos escritos entre 1924 y 1928 no disimuló su simpatía por el gobierno que encabezaba Obregón. En tal sentido, sus aproximaciones se realizaron desde el mirador de un aprismo particularmente inclinado por la causa mexicana. En su primer artículo, "México y la Revolución", de enero de 1924, esbozó una síntesis de la revolución de 1910. Se trata de un material didáctico que recorría la historia reciente de México leída desde la perspectiva de las fuerzas constitucionalistas al mando de Venustiano Carranza. Estuvieron ausentes los liderazgos de Emiliano Zapata y Francisco Villa. Mariátegui, muy intuitivamente sostuvo que correspondió al constitucionalismo bosquejar un programa para una Revolución que se inició sin tenerlo.

Dos años más tarde, volvió al tema mexicano en un texto sobre el conflicto religioso. De nueva cuenta, adhirió a la visión oficial ubicando la insurrección cristera de 1926 como la representante de intereses reaccionarios dispuestos a jaquear la gestión del presidente Calles. Sin embargo, esta interpretación no le impidió tomar distancia de la administración callista. Mariátegui estaba al tanto de las críticas y de las luchas que los militantes del Partido Comunista mexicano libraron en el interior de las organizaciones obreras controladas desde el gobierno, "en vez de acelerar el proceso de la Revolución Mexicana, como se esperaba de parte de muchos, el gobierno de Calles lo ha contenido y lo ha sofrenado." Por ello, el régimen se había visto enajenado del apoyo de un sector "del proletariado y de varios intelectuales de izquierda", circunstancias que aprovechó la reacción católica para presionar por la derogación de un ordenamiento constitucional que limitaba el poder de la Iglesia. Mariátegui, incluso llegó a afirmar que "el rigor de algunas disposiciones, verbi gratia , la que prohíbe el uso del hábito religioso fuera de los templos es, sin duda, excesivo", pero estimó que se trataba de medidas de emergencia, ante una necesidad política de garantizar el programa de la Revolución en el terreno de la educación y el culto 24.

La óptica con que el peruano observó la realidad mundial alcanzó también a México. Se mostraba convencido del ocaso de la civilización burguesa y de las formas asumidas por su representación política en el Estado liberal. En clave soreliana sostuvo que el derrumbe de orden burgués mucho se debió a la falta de un mito, de una esperanza, de una fe capaz de conducir y construir un nuevo futuro." La burguesía no tiene ya mito alguno, escribe en 1925, el proletariado tiene un mito: la revolución social [...] la fuerza de los revolucionarios [...] está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual, es la fuerza del mito" 25. El caso de México, donde un Estado levantaba las banderas del laicismo en contra de las exigencias del clero, "no tiene ya el mismo sentido que en los Estados burgueses". Mariátegui parecía convencido de que "las formas políticas y sociales vigentes en México no representan una estación del liberalismo sino del socialismo, porque cuando el proceso de la Revolución Mexicana se haya cumplido plenamente, el Estado mexicano no se llamará neutral y laico sino socialista" 26.

En 1926 fundó Amauta, y la revista no tardó en convocar a buena parte de la vanguardia política y artística del continente. Durante un par de años la publicación lo era también de los apristas comandados por Haya de la Torre. Desde los primeros números, México estuvo presente a través de textos que remitieron José Vasconcelos, Diego Rivera, Jesús Silva Herzog y Tina Modotti, entre otros. Estas nuevas fuentes de información, con seguridad ensancharon el horizonte de Mariátegui en sus aproximaciones al tema mexicano. En octubre de 1927 publicó un breve artículo pasando revista a las nuevas asonadas militares que buscaban detener la candidatura de Álvaro Obregón en su intento por volver a ocupar la presidencia. De nueva cuenta, se trataba de fuerzas reaccionarias que atentaban contra "el contenido social del programa revolucionario" y en consonancia con el aprismo sostenía que las principales fuerzas populares del bloque que sostiene el gobierno de Calles "habían elegido al hombre más capacitado para continuar siendo fiel al destino histórico que marcaba la Revolución" 27.

En 1928, el asesinato de Obregón siendo ya presidente electo, cierra un ciclo en la historia de México. Con tintes apologéticos, Mariátegui dedicó todo un artículo a revisar la obra del caudillo:

Obregón robusteció el Estado surgido de la Revolución, precisando y asegurando su solidaridad con las más extensas y activas capas sociales. El Estado, con su gobierno, se proclamó y se sintió órgano del pueblo, de modo de que su suerte y su gestión dejaban de depender del prestigio personal de un caudillo, para vincularse estrechamente con los intereses y los sentimientos de las masas. [...] Obregón no era ciertamente un ideólogo, pero en su fuerte brazo de soldado de la Revolución podía apoyarse aún el trabajo de definición y experimentación de una ideología [...]. Su suerte agranda su figura en la historia de la Revolución Mexicana [...] asesinado por un fanático [...] concluye su vida heroica y revolucionaria, [quedando] definitivamente incorporado en la epopeya de su pueblo, con los mismos timbres que Madero, Zapata y Carrillo Puerto 28.

La crisis de 1928 condujo a una recomposición de las fuerzas políticas mexicanas, el programa revolucionario se detuvo ante el giro conservador de las administraciones de Pascual Ortiz Rubio (1928-1930) y Emilio Portes Gil (1930-1932). La organización obrera que había sido alentada y financiada desde los cenáculos del poder empezó a ser perseguida. La izquierda mexicana resintió los embates represivos tanto a nivel de sus líderes, algunos de ellos asesinados, como en las incipientes organizaciones sindicales que pusieron en marcha. Nada de ello fue ajeno al propio curso de una acción política que, en el marco de los dictados de la III Internacional, pasó a calificar de fascistas a sectores sociales que poco antes habían sido valorados como aliados naturales de obreros y campesinos. Pero en esa coyuntura Mariátegui se separó del APRA iniciando un tránsito heterodoxo hacia posiciones cercanas a la Comintern. La conjunción de estas circunstancias se hace evidente en un artículo escrito a principios de 1929, donde evaluaba como "imposible reconstituir el frente único que con Obregón a la cabeza había ganado las elecciones de 1928." Las contradicciones internas del "bloque gobernante" amenazó la política revolucionaria hasta que "las tendencias conservadoras, las fuerzas burguesas" consiguieron alzarse con la victoria. Roto el frente único policlasista, Mariátegui informaba que "las organizaciones revolucionarias de izquierda -en alusión al Partido Comunista Mexicano- trabajan ahora por una asamblea nacional obrera y campesina encaminada a crear un frente único revolucionario" 29.

En efecto, el flujo informativo dando cuenta de una política oficial poco dispuesta a negociar con la central sindical más poderosa del México, parecía coincidir con el diagnóstico que sobre la situación mexicana realizó el Secretariado Sudamericano de la III Internacional 30. Mariátegui procesó estas noticias para terminar suscribiendo las posturas del comunismo latinoamericano:

Durante los gobiernos de Obregón y Calles, la estabilización del régimen revolucionario había sido obtenida en virtud de un pacto tácito entre la pequeña burguesía insurgente y la organización obrera y campesina para colaborar en un terreno estrictamente reformista. [...] Bajo este régimen no sólo se habían desarrollado las fuerzas obreras, canalizadas en dirección reformista, sino también las fuerzas del capital y la burguesía. Las energías más inexpertas de la reacción se habían consumido en el intento de atacar la Revolución desde fuera. Las más sagaces operaban dentro de la Revolución, en espera de que sonase la hora de una acción termidoriana 31.

El asesinato de Obregón inauguraba el Termidor mexicano, y esta valoración obligó a Mariátegui a rectificar anteriores apreciaciones: "El Estado Mexicano no era, ni en la teoría ni en la práctica un Estado socialista. La Revolución había respetado los principios y las formas del capitalismo." El bloque revolucionario estaba fracturado y la pequeña burguesía y los caudillos militares terminaron por ceder a las influencias capitalistas. Ante ello, asumió la defensa del Partido Comunista de México (PCM) proclamando la necesidad de constituir un frente único proletario. 32 Defensa que vuelve a manifestarse cuando en 1929, el gobierno de Portes Gil desató una ofensiva represiva acusando falsamente a los comunistas de haber participado en una asonada militar que puso en entredicho la autoridad del gobierno central 33.

Las aproximaciones a México no fueron lineales, estos puntos de coincidencia en torno a la caracterización del proceso mexicano, fueron contrastados con diferencias notables respecto al PCM en el análisis de la coyuntura mexicana, sobre todo del proceso electoral de 1929. En aquella coyuntura, José Vasconcelos se lanzó a la campaña presidencial liderando un heterogéneo bloque opositor y apelando a la necesaria rectificación de un rumbo político que habían torcido los caudillos revolucionarios. Mariátegui conoció con bastante detalle la naturaleza de las fuerzas contendientes, y una notable intuición política lo distanció del giro ultraizquierdista de un PCM perseguido y encarcelado. En realidad, el análisis de la situación mexicana sirvió de pretexto para explicitar sus dudas en torno al sectarismo que se hacía evidente en la consigna de "clase contra clase" lanzada por la III Internacional. El director de Amauta , apostaba a la estabilización del orden político, -"estabilización liberal" escribió-, donde la acción del movimiento obrero pudiera encontrar mayores cauces para el desenvolvimiento de una estrategia revolucionaria. Y en esas circunstancias, la candidatura de José Vasconcelos -"a pesar de representar originariamente el sentimiento conservador de la disidencia intelectual"-, fue evaluada como la única opción política para una "Revolución Mexicana que se encuentra en su estadio de revolución democrático-burguesa." Frente al "fascismo" representado por la candidatura oficial de Pascual Ortiz Rubio, la propuesta vasconcelista había logrado apropiarse del sentimiento antimperialista, reavivado en el pueblo mexicano por la abdicación creciente al capitalismo yanqui.

A Mariátegui, la distancia que lo separaba de México no le impidió realizar entradas incisivas sobre el futuro de la Revolución, en realidad pensaba en las potencialidades revolucionarias de un ancho movimiento social, más allá de las expulsiones y el sectarismo partidario 34. Pero a finales de 1929, sus posturas eran ya minoritarias en el interior del Partido Socialista que había fundado, de hecho, semanas después de su muerte, aquella organización adoptaría el nombre de comunista, clausurando con ello la aventura heterodoxa, para dar lugar a la "normalización" de relaciones con la III Internacional bajo la dirección de Eudocio Ravines 35.

Mariátegui murió el 16 de abril de 1930, dos semanas antes había publicado su último artículo sobre México. Allí deslindó posiciones respecto a los acercamientos que los apristas hacían de la Revolución Mexicana y que por cierto él mismo había compartido un par de años antes. Sin nombrar a Haya de la Torre, una parte del texto estuvo dedicado al fundador del APRA:

México hizo concebir a apologistas apresurados y excesivos la esperanza tácita de que su revolución proporcionaría a la América Latina el patrón y el método de una revolución socialista regida por factores exclusivamente latinoamericanos. Los hechos se han encargado de dar al traste con esta esperanza tropical y mesiánica. Ningún circunspecto se arriesgaría hoy a suscribir la hipótesis de que los caudillos y planes de la Revolución Mexicana conduzcan al pueblo azteca al socialismo 36.

La experiencia mexicana le sirvió para confrontar ideas en torno a la construcción de un nuevo orden, y la matriz marxista en su reflexión pudo encontrar validación en aquella revolución. El mayor mérito de Mariátegui fue su esfuerzo por traducir la experiencia teórica e histórica de Europa a las coordenadas de América Latina, en tanto esfuerzo inacabado, en muchos aspectos la traducción fue textual, mientras que en otros, la sutileza de sus análisis consiguió matizar un pensamiento marxista que adolecía de una falta de originalidad en sus aproximaciones a la realidad latinoamericana.

Y en efecto, tanto para Mariátegui como para Haya de la Torre, México fue un referente de insoslayable presencia, al punto que sus reflexiones no hacen más que confirmar las ideas que, en 1922, José ingenieros presentó ante la intelectualidad latinoamericana, exhortándola a dirigir la mirada hacia un país, que por obra de una revolución se había convertido en un "vasto laboratorio social" de donde era posible extraer muchas de sus enseñanzas para nuestro propio desenvolvimiento futuro" 37.

La explosión social mexicana de 1910 no estuvo precedida ni apoyada en teorías políticas que dieran soporte a planes, programas y proclamas. Se trató de un auténtico levantamiento popular en busca de una vida mejor sin que se supiera exactamente en qué consistía ni con qué medios alcanzarla. En realidad, la Revolución Mexicana fue pensada durante los años veinte por un sector de intelectuales mexicanos que salió al encuentro de propuestas teóricas y doctrinales en muchos casos compartidas por los miembros de la Generación de la Reforma universitaria en América Latina.

La Revolución nunca pretendió servir de modelo, simplemente la experiencia revolucionaria proyectó la voluntad trasformadora de una generación de mexicanos interesados en fundar una sociedad más justa. No hubo cuerpo doctrinal que exportar, tan solo una intensa búsqueda por hallar soluciones a problemas nacionales. Estas circunstancias fueron las que hicieron atractiva la Revolución Mexicana en los ambientes de la izquierda latinoamericana en la década del veinte.

México sirvió de ejemplo para una práctica política que reivindicaba un programa socialista cuya realización dependía de las peculiaridades del desarrollo histórico de las naciones latinoamericanas. En este sentido, las reflexiones en torno a México exhiben un esfuerzo por definir parámetros de autoctonía en la construcción de una estrategia revolucionaria, circunstancia que debe ubicarse en un panorama dominado por la ortodoxia de la III Internacional, y en donde la "ejemplaridad" de México dotaba de mayor visibilidad a los problemas derivados de la "cuestión nacional" en el espacio continental.

Una variedad de temas se ventilaron a la luz de la Revolución Mexicana, entre otros, la naturaleza de la organización estatal, la definición de una política de alianzas, los ejes de una propuesta antimperialista en salvaguarda del interés nacional, así como el reparto agrario y las singularidades de la organización obrera y campesina. En este sentido, México durante la década del veinte, hizo las veces de espejo, que devolvió imágenes donde podían reconocerse tanto los problemas como los anhelos de una transformación social pensada a escala nacional y continental.

Notas:

1 Acerca del pensamiento y acción de Haya de la Torre en los años fundacionales del APRA, véase: Cossío del Pomar, Felipe, Víctor Raúl. Biografía de Haya de la Torre , México, Ed. Cultura, 1961; Sánchez, Luis A., Víctor Raúl Haya de la Torre o el político , Santiago de Chile, Ed. Ercilla, 1934; y; Pike, Frederick, The politics of the miraculous: Haya de la Torre and the spiritualist tradition, Lincoln, University of Nebraska Press, 1986.
2 Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México (AHDSREM, exp. 21-5-124, s.f.
3 Archivo General de la Nación, México, Grupo Documental Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. (AGNM-GDAOPEC) , exp. 121-E-P- 18, f. 2945.
4 "Declaración después del destierro" en Renovación , Buenos Aires, diciembre de 1923, p. 4.
5 Haya de la Torre, Víctor Raúl, "Emiliano Zapata, apóstol y mártir del agrarismo mexicano" en Obras Completas , Lima, Librería-Editorial Juan Mejía Baca, vol. 1, 1977, p. 35.
6 Ibidem , p. 37.
7 Ibidem , pp. 38.
8 Haya de la Torre, Víctor Raúl, "A los estudiantes y obreros de Panamá", en Ibidem , p.41.
9 Citado por Cossío del Pomar, Felipe o p. cit., pp.225. Sobre los orígenes del APRA y su proyección en América Latina, véase Taracena Arturo; "El APRA, Haya de la Torre y la crisis del liberalismo guatemalteco en 1928-1929;" Tisoc Lindley, Hilda, "De los orígenes del APRA en Cuba"; y Melgar Bao, Ricardo, "Militancia aprista en el Caribe: la sección cubana" en Cuadernos Americanos . México. Año VII, Nº 37, Enero-Febrero, 1993.
10 Respecto a las coordenadas del primer marxismo latinoamericano, véase Aricó, José, Marx y América Latina , México, Ed. Alianza, 1980; y Las hipótesis de Justo, Escritos sobre el socialismo en América Latina , Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1999, y Melgar Bao, Ricardo, "La recepción del orientalismo antimperialista en América Latina: 1924-1929" en Cuadernos Americanos , N° 109, México, UNAM, 2005 y "Mariátegui y el marxismo latinoamericano. Itinerario de un descubrimiento", México s.f., mimeo.
11 Haya de la Torre, Víctor Raúl. El antimperialismo y el APRA , Santiago de Chile, Ed. Ercilla, 1936, p. 82
12 Haya de la Torre, Víctor Raúl, "Carta a un estudiante argentino" en Obras Completas , o p. cit., vol.1, pp. 84-85.
13 Haya de la Torre, Víctor Raúl, El Antimperialismo y el APRA, op. cit. pp. 83-84
14 Ibidem, p. 145.
15 Ibidem , pp. 147-149.
16 Ibidem , pp. 153-154.
17 Véase: Melgar Bao, Ricardo, "Redes del exilio aprista en México (1923-1924): una aproximación" en México, país refugio. La experiencia de los exilios en el siglo XX , (Pablo Yankelevich Coord.), México, INAH- Plaza y Valdés, 2002; y Redes e imaginario del exilio en México y América Latina. 1934-1940 , Buenos Aires, Ediciones Libros en Red, 2003.
18 Un detenido seguimiento de estos materiales para el año de 1928, puede realizarse consultando Repertorio Americano , Semanario de Cultura Hispánica, Costa Rica.
19 Haya de la Torre, Víctor Raúl, "El Plan México" en Obras Completas, op. cit., vol. 2, p. 285.
20 Mariátegui, José Carlos, "Portes Gil contra la CROM" en Obras Completas , Lima, Ed. Amauta, 1971, vol.12, p. 59.
21 Al respecto, véase Aricó, José, et. al ., Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano , México, Siglo XXI Eds., Cuadernos de Pasado y Presente, 1978; París, Robert, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui , Siglo XXI Eds., Cuadernos de Pasado y Presente, 1981, y Terán, Oscar, Discutir Mariátegui , México, UAP, 1985.
22 Mariátegui, José Carlos, "La Unidad de la América Indoespañola" en o p. cit., p. 17.
23 Mariátegui, José Carlos, "¿Existe un pensamiento hispano-americano" en op. cit., p. 23.
24 Mariátegui, José Carlos, "La reacción en México" en o p. cit., pp. 44.
25 Mariátegui, José Carlos, "El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy" en Obras Completas , vol. 5, op. cit, p. 22.
26 Mariátegui, José Carlos, "La reacción en México" en o p. cit., vol.12, pp. 45-46.
27 Mariátegui, José Carlos, "La guerra civil en México" en o p. cit., vol. 12, pp. 48-49.
28 Mariátegui, José Carlos, "Obregón y la Revolución Mexicana" en Ibidem , p. 51.
29 Mariátegui, José Carlos, "la lucha eleccionaria en México" en Ibidem, pp. 52-55
30 Véase, entre otros el artículo "La situación mejicana" en Correspondencia Sudamericana , Buenos Aires, 15 de Nov. de 1928, pp. 5-6.
31 Mariátegui, José Carlos, "Portes Gil contra la CROM" en o p. cit., vol. 12, pp. 56-57.
32 Ibidem , p. 58.
33 Véase: Mariátegui, José Carlos, "Orígenes y perspectivas de la insurrección mexicana" y "la reacción en México" en Ibidem , pp. 59-63
34 Mariátegui, José Carlos, "La lucha eleccionaria en México", en op. cit., pp. 64-66
35 Véase: Flores Galindo, Alberto, La agonía de Mariátegui. La polémica con la Comintern , Lima, CEPD, 1980, pp. 108-110.
36 Mariátegui, José Carlos, "Al margen del nuevo curso de la política mexicana" en o p.cit., vol. 12, pp. 66-67.
37 Ingenieros, José, "Por la Unión Latinoamericana" en Revista de Filosofía, Buenos Aires, Nº VI, Año VIII, 1922. p. 440.

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recibido: 03/03/05
aceptado para su publicación: 12/10/05