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Cuadernos del Sur. Letras

versión On-line ISSN 2362-2970

Cuad.Sur, Let.  n.32-33 Bahía Blanca  2003

 

La cárcel de la mente de H.A.Murena: fragmentos de una escritura en retirada.

Diego Poggiese

Universidad Nacional del Sur

Resumen
La cárcel de la mente, de Héctor álvarez Murena, es un reedición especial de algunos de los textos que el autor considera centrales en su obra. El eje de la compilación es el de intentar construir lo que llama una autobiografía intelectual, y para realizar ese proyecto ordena cronológicamente una serie de ensayos y los prologa con pequeños escritos que llama excursus, y que van constituyendo un texto que al mismo tiempo complementa esos ensayos y construyen un recorrido singular del devenir de un pensamiento. Presenta el recorrido desde un confortable estado de sujeción impuesto externa e internamente al desamparo de una mente emancipada que es conciente de su precariedad pero en la que puede efectivamente producirse el acontecimiento del conocer. En este libro la autobiografía es además (o principalmente) indagación acerca de las condiciones de posibilidad y los alcances del ensayo mismo.

Palabras claves: Ensayo; Murena; Autobiografía intelectual.

Abstract
The Prison of Mind, by Héctor álvarez Murena, is a special reissue of some of the texts the author considers essential in his work. The compilation centers on the intention to build what he calls an intellectual autobiography, and to carry on that project he arranges a series of essays chronologically and prologues them with short writings he calls excursus. These excursus not only build up a text, but also complement those essays and construct a unique thought development. He presents this development from a comfortable state of submission imposed externally and internally to the abandonment of a liberated mind which is conscious of its precariousness, but in which the consciousness of knowledge can be produced effectively. In this book, the autobiography is (mainly) an examination of the possibilities and the significance of the essay itself.

Keywords: Essay; Murena; Intellectual autobiography.

I
Pensamos para acabar con el pensar.
H. A MURENA
La cárcel de la mente

En literatura se aspira a trabajar con una obra, con un libro, con un acontecimiento que ponga de manifiesto en la escritura aquello irreductible a cualquier otra experiencia, discurso o saber para fulgurar aunque sea un instante en el que el mundo se ilumine de una manera singular. Todo ejercicio de lectura, de cartografía, de análisis de una obra tiene, al menos como horizonte, un objetivo de este tipo. Toda obra, a su vez, es pensable como el conjunto de imperativos vitales que se puede intentar reconstruir en una serie de restos análogos a los episodios de una vida. Quizás podríamos ver que una historia de vida se construye sobre los episodios que la memoria necesita conservar para darle sentido a la caótica acumulación de hechos y la multiplicidad de relaciones que la componen. La biografía necesita del olvido de lo insignificante y peligra con la repetición de episodios idénticos. Este conjunto de afirmaciones puede ser arbitrario y discutible. Sin embargo, entendemos que no es impertinente proponer que pensemos cada libro como un episodio singular y significativo que conducen a la creación retrospectiva de una cierta idea de obra de un escritor. En el caso de un ensayista como Murena, el recorrido vital de construcción de un conjunto de ideas parece estar alentado por un proyecto que parte de esta premisa. En diferentes lugares consigna apreciaciones en este sentido, tanto respecto de sí mismo como respecto de otros escritores. En este trabajo presentaremos uno de sus libros que se sostiene sobre este presupuesto: en 1971, Murena publica La cárcel de la mente con la idea de construir una autobiografía intelectual. Se trata de una recopilación de ensayos que ya había publicado en otros libros prologados con breves excursus que parecen tener la idea de dotar al conjunto de una idea de sistema. En los términos en los que pensamos desde un inicio, pensar el libro como un episodio significativo dentro de la historia de esa obra implica una serie de consideraciones, al menos en cuanto a lo que tiene que ver con este escritor en particular. La cárcel de la mente es una reedición singular, y al mismo tiempo una de las distintas reediciones que Murena publica en una década en la que su producción no se había detenido. Para ser más precisos, entre 1962 (Ensayos sobre subversión) y 1973 (La metáfora y lo sagrado) Murena no publica más que reediciones de ensayos ya publicados en otros libros, más allá de sus novelas y poesías. No piensa casi hasta el final de su existencia un libro de ensayos estructurado en torno a una idea1 como los que publica hasta principios de los sesenta. Esta insistencia y repetición anacrónica, que ignora o trasciende la contingencia temporal de los debates que atraviesan en esa década el campo del ensayo argentino, también puede leerse en términos de acontecimiento literario más que editorial. Las modulaciones sobre lo ya publicado se pliegan en juegos de múltiples espejos sobre el objeto de los ensayos, sobre los ensayos mismos, sobre el pensamiento que se piensa en la escritura, sobre el sujeto que ensaya. Murena habla de sus ensayos como episodios que tienen que ver con la historia de su pensamiento: pensar lo escrito es reconstruir la autobiografía. Pero también repite en la definición lo que ya había propuesto para pensar la condición del ser americano: la introducción de El pecado original de América se inicia desde esta premisa:

Las páginas de este libro componen una especie de autobiografía mental. Así las escribí, esto es, tratando de esclarecer la posición en que me hallaba en el mundo en que me toca vivir, y de saber también cómo gira este particular mundo (MURENA;1965:19)2

De este modo, en el arco que va de un libro a otro, se puede reconstruir una definición del ensayo. Pensamos en una de las tantas definiciones del género:

Defensas del ensayo como género apropiado para las ciencias sociales conocemos muchas. Algunas de ellas constituyen también grandes ensayos. Es lógico. Ese género muestra su validez hablando en primer lugar de sí mismo. Desde luego, ese "autismo" incomoda a los espíritus que juzgan que el conocimiento es un "lanzarse al exterior". Es precisamente en el ensayo donde lo que predomina es la actitud de volcarse hacia adentro: no escribir sobre ningún problema, si ese escribir no se constituye también en problema.

Volcarse hacia adentro. Ocurre que el ensayismo es una pócima que une conocimiento y escritura, en la línea que recoge aquel aullido clásico, el conócete a ti mismo (GONZáLEZ;1990:29)

El proyecto es ambicioso: si bien el ensayo interpela al mundo con una mirada introspectiva, construir una retrospectiva histórica del pensamiento propio de manera que al ordenarse cuasi - sistemáticamente apueste a la perduración es de por sí excesivo. Hacerlo, a su vez, desde el anacronismo y la repetición de una compilación le resta posibilidades de éxito. Sostenerlo desde la afirmación que inicia el libro, que es la misma que inicia este trabajo, parece correr la tarea fuera de los límites de razonabilidad.

II

Todo el libro es una larga disquisición sobre las condiciones y posibilidades del conocimiento ensayístico. Quizás en este punto podamos encontrar un eje que otorgue el sentido unitario al libro y que al mismo tiempo lo ubique en perspectiva con la obra de Murena. La cita del inicio de trabajo no sólo ubica el tema sino también el tono y las dificultades: tiende a historizar un recorrido de ideas trabajando sobre su propia contradicción y aun los excursus colaboran en la retirada de los garantes de verdad de sus ensayos. No existe un metaensayo del ensayo (Cfr. GIORDANO;1991:110), aunque este ejercicio de Murena podría pensarse en términos que se acerquen a eso. "Pensamos para acabar con el pensar" cobra sentido en relación con la idea de trabajo del hombre de letras que Murena propone desde sus primeros ensayos en la década del cuarenta y que se multiplica en la relación con aquellos otros libros que no son ensayos3. El enunciado parece incompleto: pensamos para acabar con un determinado pensar que se propone como único y total, pensamos para encontrar un nuevo pensar luego de haber acabado con aquel que se satisface y legitima a sí mismo, ignorando incluso los imperativos éticos que le dieron origen. Desde la introducción de El pecado original de América la perspectiva del pensamiento que construye Murena se retira de una de las garantías que sostienen el conocimiento:

En sus versiones originales, la discrepancia de cada uno con los demás servirá para que al cabo el lector descubra los granos de duda cuya ausencia en una obra humana significa locura o tontería y que yo, peregrinamente, preferí expresar en un tono axiomático y mediante el ejercicio de contradicción conmigo mismo. (MURENA;1965:20)

El trabajo del "hombre de letras" se construye contradiciendo. Murena lo enuncia explícitamente en el Ensayos sobre subversión:

La subversión que constituye el tema común de estas páginas es el movimiento natural del espíritu en cumplimiento de su vida. Pues la esencia de la vida espiritual o humana es subversiva, revolucionaria: su religiosidad consiste en acceder sin cesar a barrer con lo muerto, a morir, para dar paso a lo vivo para renacer. La toma de conciencia y la ejecución de la dialéctica subversiva del espíritu forman la tarea específica del hombre de letras, la cultura. (MURENA;1962:10)

El hombre de letras, alentado por un espíritu de este tipo, no puede siquiera refugiarse en su conciencia de sujeto cognoscente, ni en ningún saber de base, ni en el funcionamiento transparente de una lengua comunicativa. Barrer con lo muerto implica poner en contradicción hasta los soportes propios. En este sentido se arma la compilación de La cárcel de la mente: precisando hacia dónde se orienta esta suerte de nihilismo, intentando al menos proponer las bases sobre las que se pueda fundar lo vivo. Esa figura del hombre de letras que configura Murena interroga al mundo en el mismo movimiento en el que se interpela a sí mismo, busca una verdad reveladora en ambos sentidos que explique la relación entre ambos. Es un artista, en la medida en que para Murena esto implica ser un "mediador entre este mundo y el Otro", su trabajo se construye en un impulso religioso, el arte es una "profesión de fe". Pensar es la colosal tarea de fundar un mundo sobre el mundo, plegarlo para dotarlo de significación viva. Este modelo de intelectual tiene como horizonte y fuerza el fracaso, en la medida en que reposar tras la posibilidad de una explicación del mundo trae consigo la conciencia de su finitud, aquello que el pensar no puede procesar: la muerte. Se asocia siempre a Murena con Benjamin, respecto del que debe ser pensado más en términos de concepto que cita y traducción. Despojando a este del componente materialista (de por sí muy sui generis), se pueden leer a trasluz las Tesis sobre la filosofía de la historia para sostener esta especie de pesimismo retrospectivo con aspiraciones de redención que plantean los textos de Murena. Una especie de débil fuerza mesiánica es la que impulsa la labor del intelectual a un más allá inalcanzable, a un horizonte incierto pero irrenunciable. Como el ángel de la historia benjaminiano contra un espejo, la figura del intelectual avanza de espaldas y contemplando con espanto, pero además, aunque girara sobre sí mismo siempre estaría avanzando de espaldas, ya que no puede enfrentar ese horizonte que intuye:

...el rito del pensar es una cosmofagia con la que se procura adueñarse de lo creado, purgarlo de ininteligibilidad, para que la criatura de la razón pueda expandir su vida.

El pensar, sin embargo tropieza en su tarea con un obstáculo insalvable: originado en la manifestación, encerrado en ella, no logra entender, digerir, el fin de la manifestación, la muerte. (MURENA;1971:9)

La separación entre este mundo y el otro que el artista vulnera y establece, al mismo tiempo, como mediador, está en un más allá de los límites del pensar instrumental, del lenguaje comunicativo, del sujeto razonante: es otra cosa, es un pensar otro. En ese sentido el pensamiento, para Murena, es una obligación ética y vital. Pero considera que en el Occidente moderno es concebido como una pura actividad de la razón, como un instrumento del progreso. Entiende que dicha actividad reposa sobre garantías más o menos perdurables en el tiempo, pero que en el momento de operar son valores sagrados y permiten la noción de avance (saberes que respalden su accionar, lenguaje transparente y dócil, idea de que el pensar vulnera la contingencia en la que se produce). Afirma que de alguna manera ese pensar se sostiene a partir de una idea de un sujeto cognoscente que puede ser configurado de distintos modos, pero que en cualquier caso se orienta hacia un exterior confiado en su capacidad de realizar con éxito esa cosmofagia. El límite del pensar es la muerte, y el hecho de no poder procesarla lo hace un accionar muerto: la vida se construye desde que se acepta la existencia de su opuesto. Por eso, Murena divide el concepto y propone una distinción entre el pensamiento y el espíritu4:

El fracaso del pensar ante su límite, la incapacidad de pensar la muerte, el conocimiento negativo sobre sí que entonces obtiene, puede conducirlo a que se deje paso al espíritu. Sólo el espíritu, unitivo merced a otro saber, se muestra capaz de comprender la reconciliación última, de aceptarla, para insuflar de tal suerte a la vida una plenitud con la que supera a la muerte porque la ha reconocido como su fuerza esencial. Así el pensar se cumple cuando concluye por eclipsarse para permitir la visión de espíritu. (MURENA;1971:9,10)

La distinción establece un horizonte nuevo, el pensar debe orientarse hacia una disolución entre sujeto y cosmos de la que ambos resurjan cada vez modificados. La mediación entre este mundo y el otro es una acontecimiento instantáneo, el pensar se funda cada vez, su posibilidad de fulgurar es irrepetible e imposible de aplicar y trasladar

Tales los mecanismos siempre implícitos en toda criatura que se echa a pensar, a ensayar su pensamiento. Ese es el ideal al que se tiende, aun en el más fortuito y trivial de los casos, aun cuando se ignore. Esos también, los obstáculos, las exigencias, las servidumbres. (MURENA;1971:10)

Respecto de este horizonte, el pensamiento corre distintos riesgos. El primero de ellos es quedar entrampado en la malla de conocimientos heredados y adquiridos que anulan lo inefable y distintivo que porta cada ser humano. Es decir, que el pensar no sea más que un reflejo obediente de los sistemas de creencias sacralizados en la sociedad en la que se constituye. Este modo de proceder del hombre lo aliena de su condición de tal, lo homogeniza y sólo permite la repetición de esa doxa que pasa a través de seres indiferentes y mudos. Quienes reducen el pensar a esta mera actividad acumulativa y repetitiva:

...transcurrirán de la cuna a la tumba amordazados por convenciones políticas, éticas, estéticas, etcétera, casi muy inconvenientes, muy a menudo opuestas a la especial energía que es su persona. (MURENA;1971:10)

El segundo riesgo consiste en que el pensar pueda lograr una victoria, consiga que se produzca el acontecimiento y que de esa manera sobredimensione su potencial, se genere la idea de que el pensar es omnipotente, titánico.

...[el] pensar que, cegado por la victoria inicial, se instaura a sí mismo como absoluto y rechaza, niega todo lo que se somete a su tribunal. Ilusiones del intelecto, quimeras de la apariencia ultrasensata, capaces de mantener su encantamiento a lo largo de épocas y siglos, terminan por revelarse como las más corrosivas, pues, al no admitir el misterio, el dato irrecusable de que no podemos saber por qué nacimos ni a qué morimos, empobrecen, animalizan la vida humana con una soberbia de temible militancia. (MURENA;1971:10,11)

La precariedad del ser humano es condición fundante del pensar y ninguno de estos dos modos, el que se escuda tras las formas cristalizadas que se manifiestan a sí mismas impidiendo la posibilidad del acontecimiento, y el que se pretende omnipotente por haber develado una ínfima porción de lo inconmensurable, la contempla. "Pensamos para acabar con el pensar": el horizonte es la liberación de los falsos horizontes muertos para vivir la experiencia de un pensamiento siempre precario.

[La idea del recto uso de la mente es] Tener la buena fortuna de que el pensar se vea llevado a golpearse reiteradamente contra su límite de fracaso, conseguir que abra los ojos y mida toda su precariedad, sus impotencias (...) comenzar a librarse de ella [la mente] como prisión... (MURENA;1971:11)

Esta concepción del pensamiento que tiene como meta la constitución del espíritu resulta irreductible a sistemas, ideologías y dogmas. Habíamos hablado de un ambicioso proyecto de escritura, Murena pone en juego en este libro un ambicioso proyecto intelectual. Pero, además, exhibe algo que no había puesto nunca en juego: la obra no es una acumulación progresiva de logros, sino que es una lucha desesperante e imposible pero irrenunciable, que se construye en un conjunto de fracasos y retiradas.

Quien escribe estas palabras ha elegido los trabajos que siguen más bien no por su fortuito valor intrínseco sino en la medida en que parecían adecuados para mostrar el trayecto de un pensar en busca de su liberación. Ha calificado estas páginas de intento de autobiografía intelectual porque ofrecen las notas sintomáticas de la lucha de una criatura por lo común desconcertada ante el caos especialmente perturbador de los tiempos y los lugares que le fueron dados para vivir. Lucha no sin desesperación a causa del reconocimiento de la no verdad del saber aparente que procuraban hacerle aceptar. Lucha formada en gran parte por estancamientos y fracasos, cuyo balance final tal vez consista en señalar algunos de los senderos por los que no se puede seguir adelante, pero que, como figura del pensar que vacila y busca transformarse, acaso logre resultar de algún estímulo. (MURENA;1971:12)

III

Fracasos y retiradas. El conjunto de ensayos que reúne en el libro sigue un orden cronológico que parece al mismo tiempo orden lógico. Es decir, los ensayos siguen los años de publicación desde El pecado original de América hasta ensayos que en ese momento aún estaban inéditos en libro5. Pero al mismo tiempo, los nueve excursus que preceden a cada uno de ellos constituyen en conjunto un texto más: el camino de construcción de este pensar singular que pueda vulnerar el conjunto de limitaciones que definen el saber administrado e impotente. En este trabajo nos detendremos precisamente sobre estos pequeños textos que intentan dar orden a una obra. Una doble significación paradójica6 podría hacer que sea pensado como un nuevo ejercicio de contradicción consigo mismo.

Desde un punto de vista de ordenamiento de ideas, los excursus proponen un recorrido preciso. Los que parecen comentarios más o menos lateralmente relacionados con los ensayos que les siguen van construyendo, en realidad, un sendero de preguntas que tienden al encuentro de una idea que subyace a todo el libro, y que explica el título. Podemos leer allí cómo un pensamiento contempla su propia condición ilusoria y va despojándose de todas las falacias sobre las que se sostiene para reecontrarse en el último de los excursus con la real dimensión de su liberación. Seguimos el orden de las preguntas.

El primer excursus propone una pregunta, la que da origen a esta la reflexión es precisamente la pregunta por el origen. Es de orden metafísico, situada en la vigente problemática del ser americano:

¿Por qué nací aquí? ¿Qué es este lugar? ¿Qué es América?: tales las preguntas primordiales que la mente no puede dejar de plantearse. Se trata naturalmente de dos fundamentales preguntas metafísicas que han asediado al hombre desde que existe: ¿Por qué nací? ¿Qué es el mundo? En América vuelven a brotar con urgencia porque el hombre en busca de su identidad ante un mundo en bruto se siente puesto en cuestión en forma radical. (MURENA;1971:13)

La pregunta se encuadra en términos de una geografía mística, lo que suponemos que corre de eje las preguntas de orden materialista, político, historiográfico y sociológico. Se trata de la preocupación por una suerte de energía que irradia cada lugar en una conjunción histórica y metahistórica de hombre tierra y divinidad. Cada lugar del mundo tiene que constituir ese eje y América es hasta el momento, un mundo en bruto, sin fundar.

Por constituir - ateniéndonos al dictamen oficial de Occidente - una de las tierras más jóvenes en sentido histórico, América presenta su irradiación geográfica casi sin mitigar, en bruto, con su desnudo carácter de fatalidad. Mundo no nominado por el hombre en forma certera, mundo vuelto adverso por nominaciones falaces, que en lugar de ganarlo para la vida lo encubren, la criatura encuentra allí subrayada peligrosamente la precariedad de su existir, que necesita del ámbito que lo rodea como nutrición imprescindible. (MURENA;1971:13)

La preocupación por la precariedad del pensamiento surge desde el momento en que el sujeto reconoce esta misma condición en su existir. Debería ser, para Murena, un antídoto contra el titanismo del pensar, se podría leer como el descubrimiento de los límites que planteamos anteriormente. La medida del universo contrapesa las aspiraciones del pensar desbocado de ambición y pretensiones.

Esa pregunta que abisma al sujeto frente a la inconmensurabilidad de un universo y dimensiona con mayor crudeza el alcance de su pensar lo enfrenta con la otra tentación del pensar desesperado: "La experiencia americana, sin embargo, demuestra ser apenas tolerable para quienes deben sobrellevarla" (MURENA;1971:41). Ese es el planteo del segundo excursus. Como especie que ve amenazada su supervivencia, el hombre americano elabora estrategias que le permitan eludir el horror que no quiere percibir.

[Hay un código negativo que mutila y deforma las vidas bajo amenaza de extinción] encubierto por mil disfraces variables de sociedad en sociedad, irreconocible en muchas de sus transformaciones, a veces incluso con apariencia positiva en algunos de sus aspectos, ese código vital es no obstante siempre el mismo: delata la incapacidad de tales hombres de afrontar en forma veraz la cruda realidad que los circunda. (MURENA;1971:41)

La percepción del límite insoportable convoca la aparición de los sistemas que cubran esos huecos. Es decir, para Murena el hombre americano traslada respuestas ajenas a preguntas que no se atreve a enfrentar, ya que es necesario asumirse en esa condición de desposesión necesaria para que se produzca el asombro previo al conocer. El hombre americano cree poseer respuestas más o menos ajustadas a estas preguntas, imponiendo las que conocía desde su condición de europeo, pero olvida que esas son explicaciones que se habían construido durante siglos desde la aceptación de la nada inicial, como quien comienza a conocer el mundo fundándolo en el ejercicio de un nombrar creador7. De esta manera en América:

...surge (...) un sistema cuyo objeto consiste en encubrir la realidad que se vive, en disimularla, en procurar olvidarla mediante la desmedida apología o el desprecio suicida respecto a lo dado. Dicho sistema cultural, verdadero pacto tácito e inconsciente del mundo intelectual, respaldado por conservadores quiméricos, no sólo contribuye a que la existencia se empobrezca, sino que con sus juegos torna cada día más remotas las posibilidades espirituales. (MURENA;1971:41)

Los ensayos que publica en la primera parte de El pecado original de América recuperan la voz de los que se sustraen a este tipo de explicaciones yendo hacia un menos sistemático de explicación como gesto fundador. Si "[el hecho de encubrir suicidamente la realidad] acontece porque el hombre, por pavor y por vergüenza, no se atreve a aceptar el dato inicial que dice que la criatura americana es una desposeída"(MURENA;1971:42), las figuras que rescatan esos primeros ensayos se hacen cargo de la desposesión. Así se entiende la idea del parricidio histórico - cultural que plantea en relación con la obra de Poe; la revulsión de las garantías de la erudición vacía con la que se pretende construir el saber en América que lee en Martínez Estrada; el acto de barrer con un lenguaje utilitario y muerto que deber ser refundado "a golpes de martillo" que propone para la lectura de Arlt; la pugna contra el silencio del mundo que se resiste a ese lenguaje que piensa para Florencio Sánchez y la retirada silenciosa hacia una comunión con el mundo natural que señala en Quiroga. América se había presentado como una posibilidad cierta de liberar de los encorsetamientos que cristalizaban la mente. Sin embargo, la superposición arbitraria y forzosa de sistema culturales trasladados que cubrieran ese vacío que era necesario aceptar para construir un conocimiento cierto desde el estupor frente a un mundo desbordante, del que estas voces convocadas eran ejemplo claro, se constituía en una nueva barrera a superar. Este segundo paso en la construcción del espíritu partía del hecho de "tomar conciencia de la mendacidad de esa particular cultura, atravesarla para ver y procurar aceptar la situación originaria." (MURENA;1971:42)

El tercer excursus presenta el modo de trabajar dialéctico de Murena. La idea anterior se revierte en su opuesta que también es rebatida.

[aun cuando se lograra emancipar de esos sistemas impostados] si no quería condenarse a la frustración del provincianismo, la mente americana habría de encontrarse con que a la sazón tales mundos se hallaban tan afectados por las crisis de una enfermedad que, de presuntos guías y maestros benéficos por los que habían sido tenidos, habían pasado a constituirse en modelos e influencias temibles. (MURENA;1971:63)

Murena lee el agotamiento de esos sistemas en Occidente, más allá de la inadecuación de su traslado automático a América. La cristalización inmovilizante del pensamiento es un mal global y se ve reflejado en dos caras (también trabaja dialécticamente en este sentido) de una misma moneda: caos y nihilismo, la in-diferencia relativista y la homogeneización violenta de la mente son sus manifestaciones.

Por razones complejas, por el agotamiento de creencias milenarias, la sociedad occidental y, por su intermedio, la entera sociedad del mundo yacían entregadas sea al caos, sea al nihilismo. (MURENA;1971:63)

Ambos son resultado del pensar titánico. Es interesante la perspectiva de Murena: lee la sudamerización de Occidente y del mundo en este fenómeno (y no una suerte de excusa autocomplaciente de que la falla está en un mundo cuya naturaleza es inevitable). Las dos categorías son fruto del pensar que cree irreflexivamente en su omnipotencia, y en ambos casos podríamos ver el reverso de las imposibilidades y desposesiones que había leído antes para los pensadores americanos (Poe y Martínez Estrada son los elegidos como ejemplo en los ensayos que recupera). La propuesta de Murena se centra en un hombre que vaya más allá de la negatividad que ambas formas del pensar muerto concretan: hay aquí una marca muy fuerte de uno de los pensadores que están presentes en toda la obra de Murena: Nietzsche. La idea de revertir esta negatividad a partir de un ultranihilismo, recupera la idea de nihilismo activo del pensador alemán para pensar en la posibilidad de fundación de un pensamiento vivo a partir de esta negatividad crítica que no pretende la esterilidad de la mente sino todo lo contrario:

Sin embargo, el hecho de haber llegado a tomar clara conciencia de la negatividad generalizada de la sociedad en que le había tocado vivir habría de revelarse a la larga como para la mente como capaz de purgarla incluso de esa ilusión surgida del desfallecimiento. (MURENA;1971:64)

El cuarto excursus sostiene como idea principal la necesidad de desprenderse de otro elemento que restringe el surgimiento de este modelo de pensamiento. Si hasta ahora había trabajado sobre una idea general de un pensamiento autosatisfecho y sobredimensionado, ahora comienza a determinar algunas de las trabas que impiden la constitución de uno nuevo. Para ello, la mente debe pagar el costo de desprenderse de las garantías ideológicas y políticas que sostenían el anterior modo de pensar:

El temple ultranihilista, la conciencia iluminada respecto de la negatividad general de la sociedad contemporánea y la decisión de procurar marchar por ella como sobre el filo de una espada se volvieron imprescindibles. (MURENA;1971:125)

Murena trabaja la idea de ideología política en relación de las dos dominantes (estamos hablando de inicios de los '70), y dice que son elementos negativos para la mente, pero no necesariamente los más poderosos. La negatividad que encuentra cuando habla de las ideologías políticas pasa por el hecho de que las ve como las continuadoras de los gestos inmovilizantes y extremos de las grandes religiones institucionalizadas.

Ideologías políticas, sin embargo, llevadas a actitudes extremas. No de aquellas que tiñen la vida de un individuo pero le permiten cumplirla en relativa plenitud: ideologías de celo feroz, de las que exigen esa adhesión ilimitada que significa irreparables deformaciones para la criatura. (MURENA;1971:125)

Las ideologías políticas que trabajan de este modo sobre el espíritu americano, no para ser elementos que impulsaran la generación de las preguntas necesarias para poder construir este mundo siempre en postergado nacimiento, sino como sistema de respuestas ya dado, nuevas formas de verdades reveladas que no sólo se anticipaban a la pregunta sino que además se convertían en parámetro de sanción.

[respecto de la mente americana] bastaba considerar [su historia] para comprobar que a lo largo de casi toda ella una política de este tipo, total y desesperada, había lastimado y vuelto imposible el desarrollo intelectual.
...quien no quería sumarse a las filas de las ideologías combatientes debía mostrar, a riesgo de que se enconase más el coro que ya lo hostigaba, que tales ideologías, bajo sus pretensiones de ser el verdadero pensamiento, lo que perseguían era acabar con todo pensar, puesto que sólo se impondrían tras haber logrado el conformismo, la sumisión de la mente. (MURENA;1971:125,126)

El ejemplo de un modelo de pensamiento que pudiera esquivar el ruido vacío del conformismo intelectual es, para Murena, el espíritu socrático, tanto en relación con su irreductibilidad como por el alto costo social que implica.

En el quinto excursus Murena va más allá de la distinción entre formas de vida y las ideologías políticas. La lectura procura ampliar el campo de visión, y en ese sentido, encuentra que las ideologías no tenían peso frente al verdadero sistema de sumisión: la tecnocracia.

Las ideologías contendientes estaban emparentadas entre sí por constituir pasos progresivamente extremados de un iluminismo con el que la razón luchaba por instaurarse a sí mismo como lo razonable supremo, tribunal último de los asuntos humanos. Pero la tecnocracia representaba la raíz y la culminación de esas ideologías. Raíz porque en la tecnocracia se manifestaba en estado puro la inhumana tendencia titánica de querer alterar la creación, que, aunque era también el motor de tales ideologías, quedaba en ellas disimulaba por vagos disfraces humanistas. Culminación porque, por un lado, eran las ideologías las que habían hecho posible el advenimiento de la tecnocracia y porque, por otro, con el encumbramiento de ésta, ante la que ahora debían inclinarse, no podían perdurar más que en forma nominal, decorativa. (MURENA;1971:159)

La tecnocracia se había adueñado del mundo y la sociedad de modo tal que se había vuelto pura exterioridad, por lo que la mente debía aceptar su derrota. Pero esa derrota era la condición necesaria para que se pudiera constituir el espíritu. Murena recurre a una figura que señala el momento en que una religión (el cristianismo) aún se mantenía como un impulso vital de religación del hombre con el mundo y con la divinidad.

Sólo le quedaba empuñar por sí misma la derrota y, como si la hubiera padecido, bajar a la catacumba de lo no articulado, en la que, pese a parecer muerta, aún estaba viva. (MURENA;1971:159)

El sexto excursus tiene como idea central señalar el espacio en que la pelea por la liberación de la mente se vuelve más encarnizado. Murena plantea que la ciencia es el arquetipo del pensar titánico, tanto porque se propone como un sistema de saber cerrado, cuyo fin es modificar lo creado, como porque está sacralizado en grado extremo y gestual. No discute la ciencia en sí ni la ciencia aplicada o aplicable: su impugnación orienta sobre el objeto de sus preocupaciones, pensar el hombre.

El impacto de la ciencia en la esfera del pensar no utilitario es la actitud que lleva el nombre de sociología. La sociología ha acusado al pensar no utilitario de ser inútil. Y esa peligrosa tautología, que debía haber dejado impávido a tal pensar, sirvió, sin embargo para que éste de algún modo se eclipsase y abandonara el dominio de su campo a la nueva ciencia. Lo acontecido no era injusto en la medida que el pensar no utilitario hacía tiempo que se había dejado fascinar por el titanismo, se había vuelto vulnerable a las preguntas por la utilidad. (MURENA;1971:189)

El saber que no tenía como imperativo la utilidad había resignado el horizonte y daba lo mismo que se lo ocupara otro saber que fuera funcional a una tecnocracia y que encorsetara aquellos espacios en los que la mente podía emanciparse. Es decir, no se trataba de un ejercicio de la violencia sino de una derrota del pensamiento que ya estaba decidida antes de cualquier confrontación, y que además se solidificaba en la falsa imagen de que había sido un avance. De este pensar se despega, es lo muerto con lo que hay que barrer, es la mente que no puede construir nada, sino que nada más puede repetir y legitimar el estado de las cosas.

A partir de este punto empieza a elaborar la idea de la mente que puede llegar a liberarse de esa cárcel. En principio, y en relación con lo que plantea de la sociología como saber reproductor de lo muerto y cristalizado, propone una oposición de un pensamiento que se interrogue una vida que late sin perder de vista que esa condición es indispensable. Una mente que se desentiende de las pretensiones de desarrollarse hacia una perfección ilimitada, total y congelada: así como la vida "al aceptar ser lo que era, al aceptar el misterio que la envolvía desde su origen hasta el fin, (...) cobraba la invulnerable fuerza de la humildad, se aseguraba su máxima posibilidad de ser"(MURENA;1971:190), la mente debía construir(se) desde los mismos parámetros.

Existieron hombres que habían formulado ese secreto en términos de un pensar. Apenas diferenciable de la vida, a la que respeta como superior a él, este pensar es la antítesis del titánico, pues en vez de desencadenarse autónomamente buscando desgarrar un misterio así inalcanzable, pulsa sin descanso contra los límites del misterio hasta llegar a descubrir en esa legítima pugna que sus propias preguntas, que le van conformando la vida, son las únicas respuestas nutricias. (MURENA;1971:190)

Recupera este modo de pensar con el nombre de pensar tradicional, pero no como un pensar que sostiene (y se legitima en) la continuidad de tradiciones muertas, sino como un modo de oponerse al pensar administrado, previsible y totalitario.

Comparar el tipo de esclarecimiento que respecto a una situación cualquiera están en condiciones de ofrecer el pensar tradicional y la sociología, acaso conduzca a comprobar que incluso las nociones utilitarias que puede proporcionar el saber titánico son confusas y de escaso alcance y que la inutilidad de las nociones tradicionales reorienta la vida en forma preciosa. (MURENA;1971:190)

En correlación con esta idea, el séptimo excursus vuelve sobre la idea inicial de preguntar desde la condición de americano que contempla con estupor y sin garantías por su condición de ser. Resume lo que hasta ahora había sido un trabajo de expansión de búsqueda inicial diciendo que América, en la medida en que carga con aquel pecado de la innominación verdadera, se encuentra arrasada y en estado de permanente turbulencia. Vuelve a traer entonces lo que genera la primera pregunta de su reflexión inicial de cómo pensar América y propone dos modos de verla: "como obstáculo o como ambigua posibilidad"(MURENA;1971:201). Haber llevado el pensamiento a la desposesión de las ilusiones de verdad8 que le impedían acceder a una leve luz de verdad (lo que llama el pensar tradicional) le permite volver a enfrentarse con la pregunta por el origen para interrogarlo desde otra perspectiva. El recorrido desde la pregunta localizada que no se podía responder con sistemas universalizados, hacia la demolición de estos sistemas ideológicos, políticos y científicos, vuelve a fundar la necesidad del conocimiento. La mente reconoce sus limitaciones y se enfrenta desnuda y dispuesta con el misterio del mundo, que no necesariamente debe ser eliminado, sino que, por el contrario, debe ser pulsado con sensibilidad e inteligencia para que ambos (mente y mundo) puedan ser iluminados.

Principalmente quedarían de lado en forma definitiva consideraciones no desatinadas pero al cabo ingenuas: América, con ser única, es igual a todas las tierras. En el sentido de que por doquier están los elementos y obstáculos para construir el propio camino, es indiferente haber nacido aquí o allá, aunque no lo sean la medida en que cada camino es único, irrepetible. Para bien o para mal, cada criatura está librada sólo a las fuerzas que logre evocar en sí misma a lo largo de los esfuerzos por tornarse plenamente posible.
El misterio que implica el lugar del propio origen parecía quedar así situado para recibir los interrogantes más fértiles. (MURENA;1971:201)

El excursus que sigue orienta este modo de pensar hacia el terreno intersticial entre arte y ciencia que tradicionalmente se le adjudica al ensayo. Conocer es "mediar entre un mundo y otro (el de la divinidad)", pero también es ese el imperativo del arte. Desde Ensayos sobre subversión en adelante, hasta La metáfora y lo sagrado (libro en el que esta idea se vuelve eje central), Murena plantea esta idea para el arte, para el hombre de letras: aquí redirecciona el imperativo hacia un modo del conocer diferente.

Polarizado por lo absoluto, existe sólo en lo relativo. Otros quehaceres pueden desentenderse del Cielo o de la Tierra: el arte debe mediar ambos principios, igual que el hombre. Pensar el arte es pensar el hombre. (MURENA;1971:233)

El arte se presenta como conocimiento posible de un misterio que pide ser abordado en su condición de tal. La mente que aspira liberarse tanto de las sujeciones externas y heredadas que impone la cultura, como de la totalidad inmovilizante de un pensar que cree en su propia omnipotencia, debe aspirar a conocer entregándose al misterio para vivir y mantener la condición vital de aquello que interpela.

El último excursus es el más breve. Si hasta el anterior el tono mde aserción dominaba todo el enunciado, este último tiene como marca la expresión de deseo que suena imposible de cumplir.

Si la mente llegara a palpar sus límites, si percibiendo el círculo de misterio que rodea a toda criatura se empeñase no en negarlo sino en propiciárselo mediante una entrega activa, ésta se convertiría en singular alimento. (MURENA;1971:255)

Si sucediera eso, que es una especie de resumen apretado y preciso del recorrido que hasta aquí fue construyendo, la mente podría enfrentarse con la realidad en toda su dimensión, sin que se asfixiaran los restos de vida que sostienen a ambos. La vida sería aún la vida y la mente empezaría a ser mente de verdad.

La mente podría (...) descubrir que (...) todo entona la misma lección: la vida es un abismo que se atraviesa aleteando mediante la fe por los aires del misterio.
Si llegara a experimentar esto, la mente acaso pudiera empezar a librarse de sus propios lazos: empezar a ser mente de verdad. (MURENA;1971:255)

IV

En Ensayos sobre subversión Murena elabora una figura del intelectual que manifiesta en el cuerpo esta precariedad. Apenas sobrelleva el cruce entre la percepción de esta condición, su inadecuación social y lo desmesurado de la exigencia de un pensar concebido de este modo.

No obstante, en caso de que nos aventuremos a preguntarle por qué tiembla entonces y se llena de rubor, es posible que se ponga aún más nervioso y nos inquiera a su vez con aire de hartazgo si por añadidura se pretende de él que esté tranquilo. ¿Qué hemos hecho? Impresiona como si se hallara al borde de perder el domino de sí. (MURENA;1962:17)

En La cárcel de la mente puede verse una progresión desde los primeros ensayos que parece una dialéctica negativa que tiende a no resolverse en una síntesis final. Sin embargo, Murena escribe desde una voluntad de encontrar esa resolución que finalmente queda en un nivel de abstracción que se disuelve en el aire. Como el hombre de letras de "La subversión necesaria", como el aire denuncialista que entusiasmaba a Masotta y que luego lo dejaba con las manos vacías, cuando la autobiografía encuentra la posibilidad de enunciar un pensar que se libere de las sujeciones que lo limitan y cristalizan, los excursus conducen a un espacio de difícil resolución.

...estos inofensivos literatos son los conspiradores más peligrosos y tenaces con que la sociedad se haya enfrentado nunca. Porque no quieren poder, no quieren riquezas, no quieren placer, no quieren reformas sociales: inclusive esa fama tras la cual se los ve correr se les revela como insatisfactoria cuando la alcanzan, se les cae de las manos. Ceden, por supuesto, a esas seducciones durante un instante, durante toda la vida acaso: pero se liberan o perecen emponzoñados por un sentimiento de traición. (MURENA;1962:24)

En Murena es difícil distinguir la retirada hacia el silencio como persecución solitaria de un absoluto trascendente, como la pulsación del lenguaje hacia su propio límite, donde ya no puede hablar, como la desilusión por la inconmensurabilidad del proyecto o como alguna suerte de concesión a lo instituido. Vemos que piensa que el pensamiento es una obligación ética, y quizás en ese sentido los parámetros que construye como condición de posibilidad sean intransferibles, y quizás por eso el acontecimiento de un conocer real sea también intransferible e inaplicable. En Ensayos sobre subversión Murena decía que los hombres de letras eran "perdigueros del absoluto": La cárcel de la mente pone de manifiesto este horizonte. La elaboración teórica de un camino de aprendizaje se disuelve en un espacio aéreo inalcanzable, y conduce nuevamente hacia el silencio de lo que no tiene receptor. O bien puede que señale que el intelectual encontró el verdadero conocimiento. En este último caso se enfrenta con su propia muerte. Murena, a lo largo de su obra, construyó un muro de silencios hablando con quien no le iba a responder, respondiendo lo que nadie se preguntaba, hablando una lengua que cada vez se volvía más introvertida, retirándose cada vez más camino a la confluencia de los dos silencios que mencionamos.

V

En el principio del libro Murena dice que existen dos momentos propicios para que la mente pueda ser de verdad: la aurora y el ocaso de una época. Nuevamente vemos asomar la voz de Nietzsche:

...esta práctica sana de la mente encuentra estaciones en particular propicias: son los períodos de aurora y ocaso de las grandes épocas. En las primeras porque, entregado como se halla entonces el hombre a una comunión más intensa con la totalidad de lo creado, contenido por el estupor que lo posee, su intelecto no sueña aún con las aventuras prometeicas que habrán de arrastrarlo luego del extravío. En las segundas porque a la desilusión radical de haber experimentado los infinitos fracasos de las utopías de la razón viene a sumarse el progresivo resquebrajamiento y derrumbe de las estructuras intelectuales, que permite a los hombres de las postrimerías una vislumbre de la realidad desnuda, libre de los esquemas que la ocultan, y los intima así a modificar su actitud mortalmente enfermiza.(MURENA;1971:11)

Probablemente sea interesante volver a encontrar referencias de las lecturas de Murena. En cierta forma, podemos recuperar lo que dice Pezzoni:

El crítico compone la biografía de la literatura, que es su autobiografía. Historia de sus modos de acceso, cartografía de los rumbos que lo llevan a encontrar/producir el sentido. Revelar y ser revelado. Desplegar el juego de las creencias, las convicciones, los modos de percibir. Ser en y por el texto. (PEZZONI;1986:7)

El trabajo podría reabrirse en algún otro sentido. Sin embargo, volvemos a la autobiografía por un detalle casual. Murena publica este libro como el fin del hiato de sus libros de ensayos, y luego de esto vendría un quiebre en su obra. Sus libros posteriores parecen ser una resignada aceptación de una condena al silencio que duraría más de dos décadas. Pensamos en los últimos que publicó en vida y en los que se publicaron después de su muerte. Encontramos entonces en La metáfora y lo sagrado el último intento de formalizar en un libro los desarrollos hacia los que se había volcado definitivamente su pensamiento (aunque estuvieran presentes desde el principio). Y de allí en adelante encontramos: una novela enteramente escrita en un lenguaje imposible (Folisofía), dos libros de poesía con títulos altisonantes que podemos leer también autorrefenciales (Relámpago de la duración; El águila que desaparece), un libro de poesía y ensayo en el que atribuye a un heterónimo unos poemas que después comenta (F.G. un bárbaro entre la belleza) y un libro en el que se compilan como ensayos unos diálogos radiales que mantuvo con Vogelmann (El secreto claro). Surge la tentación de hacer un recorrido del abandono como una profesión de fe de un intelectual por momentos intratable. La cárcel de la mente parece la decisión de un final que se da como un lento apagarse en silencio. Quizás el trabajo de recuperar un sistema de ideas ocultó que la configuración de ese sistema se realizaba en un escrito de melancólica belleza, el canto de cisne de quien se desespera en ser desrealizándose. Quizá la autobiografía fuera confesión, quizá la vida fuera más que vida.

Notas

1 Precisamente La metáfora y lo sagrado (1973)
2 Trabajamos con la segunda edición (1965), una década posterior a la primera (1954)
3 Los comentarios en relación con los poemas de Flavio Gómez en F.G. un bárbaro entre la belleza, (1973) configuran quizás de modo explícito la relación que podría establecerse entre los distintos libros (los ensayos y las novelas o las poesías) de Murena respecto de esta característica.
4 En tanto ensayo, el uso de los conceptos forma un sistema que sólo se puede pensar al interior del libro, y aún allí a veces es poco preciso. Más allá de esta distinción que parece clara en el prólogo, pensar, espíritu, mente a menudo se presentan como conceptos que se oponen y otras veces se intercambian, y en muchos casos Murena recurre a un segundo término (por ejemplo, el pensar titánico) que intente precisar un poco más el concepto. Una de las dificultades que se presentan a nuestro trabajo es la posibilidad de quedar entrampado en la circulación de estos conceptos.
5 índice de los ensayos publicados en el orden en que aparecen:
"Los parricidas" (El pecado Original de América,1954)
"La Lección de los Desposeídos" (El pecado Original de América,1954)
"El Ultranihilista" (Homo Atomicus, 1961)
"El estridor del conformismo" (Ensayos sobre subversión, 1962)
"El primado de lo cotidiano o algunos rasgos de la sociedad contemporánea" (El nombre secreto, 1969)
"México, la Sociología y el Pobre de Espíritu" (El nombre secreto, 1969)
"El Nombre Secreto" (El nombre secreto, 1969)
"El Arte como Mediador entre Este Mundo y el Otro" (I Valori Permanenti nel Devenire Storico,1969)
"Visiones de Babel" (inédito en libro hasta ese momento)
Es necesario destacar a su vez, que El nombre secreto era otra compilación de ensayos ya publicados en los tres libros anteriores a los que agregaba estos inéditos. La referencia no sólo nos es útil para el seguimiento cronológico de los ensayos, sino también para saber qué ensayo prologa cada uno de los excursus que son objeto de este trabajo.
6 La paradoja consiste en que en este libro construye la idea de quien constituye un pensar liberado de todas las sujeciones que le impiden ser (diluyéndose en una retirada de dichas sujeciones hacia una forma de saber ancestral) y la presentación de un recorrido que hace coincidir la serie de ensayos propios con el relato del éxito de un proyecto intelectual. Es como si el libro en el que pretende encontrar el espacio vivo, no cristalizado, de la mente se volviera a su vez un monumento.
7 Remitimos a un ensayo de Murena ("Sobre la naturaleza de verbo"), que publicó primero en Sur, que luego publica en la primera edición de El pecado original de América con una sugestiva nota aclaratoria y que muy curiosamente es el único ensayo que elimina en la reedición de 1965. La nota sostenía que había decidido dejar el ensayo a pesar de encontrar que podía no tener que ver con el desarrollo del libro pero que entendía que era importante introducir esos conceptos. De hecho, es fundamental esta conceptualización del lenguaje que Murena configura a partir algunos ensayos de Benjamin ("Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres", "La tarea del traductor"), para comprender gran parte de su obra, más allá de aquel primer libro.
8 Otra vez está Nietzsche presente en esta idea.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Murena, H.A., El pecado original de América Latina, Buenos Aires, Sur, 1954
2. Murena, H.A., El pecado original de América Latina, 2°Ed., Buenos Aires, Sudamericana, 1965.
3. Murena, H.A., Ensayos sobre subversión,
Buenos Aires, Sur, 1962.
4. Murena, H.A., El nombre secreto, Caracas, Monte ávila, 1969.
5. Murena, H.A., La cárcel de la mente, Buenos Aires, Emecé, 1971.
6. Murena, H.A., Relámpago de la duración, Buenos Aires, Losada, 1972.
7. Murena, H.A., F.G.: un bárbaro entre la belleza, Buenos Aires, Tiempo Nuevo, 1972.
8. Murena, H.A., La metáfora y lo sagrado, Buenos Aires, Tiempo Nuevo, 1973.
9. Murena, H.A., El águila que desaparece, Buenos Aires, Alfa Argentina, 1975.
10. Murena, H.A., El águila que desaparece, reedición Revista Nombres, N° 7, Abril - junio, 1996.
11. Murena, H.A., Folisofía. Caracas, Monte ávila, 1976.
12. Murena, H.A., Folisofía. reedic., Buenos Aires, Eudeba, 1998.
13. Murena, H.A., El secreto claro (diálogos con V.J.Vogelman), Buenos Aires, Fraterna, 1979.
14. González, Horacio, "Elogio del ensayo", en AA.VV. «Dossier: últimas funciones del ensayo», en Babel N°18, 1990:29.
15. Giordano, Alberto. Modos del ensayo, Rosario, Beatriz Viterbo, 1991.
16. Pezzoni, Enrique, El texto y sus voces, Buenos Aires, Sudamericana, 1986.

recibido: 31 de mayo de 2003
aceptado para su publicación: 25 de junio de 2003