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Cuadernos del Sur. Letras

versión On-line ISSN 2362-2970

Cuad.Sur, Let.  n.32-33 Bahía Blanca  2003

 

Los viajes de '80 y la figura irritante de rastaquouère

Silvana Gardié

Universidad Nacional del Sur

Resumen
El viaje a Europa en el 80 se resignifica a consecuencia de un desplazamiento de clase. Esta suerte de apertura auspiciado en principio, por el capital económico, permite que los nuevos ricos ,sin apellido y sin lugar en la esfera cultural, arriben al viejo al Viejo Mundo , atraídos principalmente por París. Frente a la nivelación económica, comienzan a acentuarse las diferencias simbólicas. Los gentlemen desde sus crónicas de viaje responden esta nivelación. Por un lado, convierten el viaje en una experiencia estética pura y por otro lado, presentan la figura de rastaquouère como el representante de esa barbarie sudamericana que ahora también llega a Europa a confundirse con la civilización.

Palabras claves: Literatura de viajes; S. XIX; Rastaquouère.

Abstract
The trip to Europe in the '80 themselves takes a new meaning by consequence of a displacement of class. This luck of opening sponsored in principle, by the capital economic one, permits that the new rich- without surname and without place in the cultural sphere-, they arrive to the Old World, attracted mainly by Paris. Facing the economic leveling, begin to be accentuated the symbolic differences. The gentlemen, from its chronicles of trip, respond to this leveling. On the one hand, convert the trip in a pure experience esthetics and by another, present the figure of the rastaquouére as the representative of that south american barbarism that now also arrives at Europe intending to be confused with the civilization.

Keywords: Trip; S. XIX; Rastaquouère.

Sarmiento ya lo advertía a mediados de siglo XIX: « El viaje escrito, a no ser en prosecusión de algún tema específico, o haciendo exploración de países poco conocidos es materia muy manoseada ya, para entretener la atención de los lectores» (Sarmiento, 1993: 3). Es justamente este género "manoseado" el elegido por los gentlemen escritores del 80. ¿Qué justifica la permanencia del género? Hacia 1880 encontramos una especie de inversión en la tradición del género viajes: ya no importa dónde se viaja ni por qué, sino quién lleva adelante ese viaje.

Trabajar con estos relatos implica en primera instancia preguntarse sobre el carácter mismo de estas empresas de escritura, sobre el interés y el valor mismo del recuerdo del viajero. En el ochenta las motivaciones obedecen a una urgencia por poner en primer plano lo particular de un sector social. El viaje a Europa 1 ya no es excepcional y ha dejado de ser privilegio de una minoría. Frente a la relativa democratización del viaje, los gentlemen viajeros responden construyendo una figura de sí mismos en continuo contrapunto con esos otros que ahora también viajan, esos otros sin apellido y sin lustre. En sus relatos ensayan estrategias que giran en torno a las desigualdades de capital simbólico, aquel que no parece tan fácil de democratizar y que asegura problemas de acceso para las mayorías. En este marco emerge la figura del rastaquoére.

Viñas ha señalado que el grupo que detenta la legitimidad literaria del 80 convierte a Europa en proyección y ratificación de las distancias sociales instaladas en América (Viñas, 1969: 279). En los textos de algunos viajeros de la década encontramos una serie de gestos que van desde la admiración de lo reconocido como propio y legítimo hasta la burla y la desaprobación de esos nuevos sujetos que "usurpan" un paisaje sentido hasta el momento como privativo.

El gentleman escritor como viajero experto

Señalamos anteriormente que en este período no es el viaje como experiencia lo más importante, sino quién viaja. Y basta recorrer algunos de estos textos para encontrar el énfasis de sus autores sobre su condición de viajeros patricios expertos que están en Europa "como en casa". La nueva distinción social entre patricios y nuevos ricos se traduce aquí en una diferenciación entre viajeros (avezados) y turistas (novatos), entre los verdaderos catadores de la cultura y los que no cuentan con suficiente formación. En otras palabras, frente a la relativa nivelación (económica) del acceso al viaje, surge la necesidad de acentuar las diferencias simbólicas.

En principio, el viaje del gentleman es una cuestión de linaje, un signo de distinción aristocrática que -como todo título de nobleza- encuentra su mejor fundamento en la antigüedad. El gentleman se distingue por haber viajado antes, pero también porque sus padres viajaron. Cané no omitirá antecedentes: «Mi padre viajó todo el mediodía de la Francia y la Italia entera en una pequeña caleta» (Cané, 1904:26). Las familias de los viajeros gentlemen han estado en Europa mucho antes que cualquiera. López también reflexiona: « En aquellos viajes interminables en que el viento, el siempre caprichoso elemento, era la única fuerza con que contaban los viajeros... ¡Cuánto debieron sufrir nuestros padres!» López, 1915: 78).

El itinerario de nuestros viajeros se acota al teatro, la ópera, el museo y las Cámaras: son los espacios donde se sienten «a gusto». La calle -el tumulto del gentío- resulta muchas veces insoportable. Cané dice, llegando a París, que lo esperan sus queridos museos: «mis queridos amigos, que me esperan dulce y pacientemente y que, para recibimos, toman la sonrisa de la Joconda, se envuelven en los tules de la Concepción, odespojándose de sus ropas, ostentan las carnes deslumbrantes de Rubens» (Cané, 1904: 27). En París, Cané visita la Cámara de Diputados, el Louvre y el Luxemburgo. El 14 de julio lo encuentra por descuido en mitad de los festejos callejeros. Allí, en mitad de la muchedumbre, se lamenta:

Imposible caminar. Regreso, y paso a paso, consigo tomar la línea de los bulevares. La misma animación, el mismo gentío, con más bullicio, porque los cafés han extendido sus mesas hasta el medio de la calle. La Marsellesa atruena el aire. ¡Adiós, mi pasión por ese canto de guerra palpitante de entusiasmo, símbolo de la más profunda sacudida de] rebaño humano! ¡Me persigue, me aturde, me penetra, me desespera! (Cané, 1904:34)

Ese canto de guerra palpitante de entusiasmo que antes colmaba de pasión a un patricio como Cané pierde todo valor al popularizarse. Frente a la disolución de viejas distinciones, aparece la necesidad imperiosa de encontrar otras nuevas que las reemplacen.

En su estadía en Londres, también circunscribe los paseos a la ópera, la Cámara de los Comunes y el British Museum. En estos espacios está a gusto. Siente «una comodidad incomparable» cuando, tras una función teatral y desde el foyer, ve desfilar a «esa aristocracia que es sinónimo de suprema distinción, de belleza y de cultura» (Cané, 1904: 40).

Nuestros viajeros, como letrados y hombres de cultura, dejan constantemente testimonios de su disposición estética y, como árbitros del gusto, se ocupan de estipular los requisitos que deben cumplirse a la hora de visitar un museo, vestirse o alimentarse. Tales exigencias no sólo involucran la posesión de un nivel determinado de instrucción, un gusto elegante sino también de tiempo de ocio.

El ocio, la posibilidad de recorrer paseos y museos lentamente también constituye un rasgo distintivo entre los viajeros y los turistas recién llegados. El viajero experto reconoce, repasa. Los recién llegados, en cambio, están apremiados por la necesidad de aprovechar absolutamente la inversión del viaje: verlo y probarlo todo en el menor tiempo posible. Su propio secretario, el joven García Mérou, en su primer viaje a Europa « Tiene la obsesión de París; le parece que lo van a sacar de donde está, que va a llegar tarde, que es mentira...» (Cané, 1904: 23).

En sus funciones de árbitros culturales, nuestros patricios señalan aciertos y marcan infracciones. Cané, asumiendo un rol pedagógico, no deja de dar instrucciones precisas sobre cómo manejarse en un museo:

Al Louvre, al Luxemburgo; un día el mármol, otro el color, un día a la Grecia, otro al Renacimiento, otro a nuestro siglo soberbio. Pero, lentamente, mis amigos; no como un condenado, que empieza con «La Balsa de la Medusa» y acaba con los «Monjes « y sale del museo con la retina fatigada, sin saber a punto fijo si el Españoleto pintaba Vírgenes; Murillo batallas; Rafael, paisajes, o Miguel ángel, pastorales.

Dulce, suavemente: ¿Te gusta un cuadro? Nadie te apura; gozarás más confundiendo voluptuosamente tus ojos en sus líneas y color, que en la frenética y bulliciosa carrera que te impone el guía de una sala a otra. El catálogo en la mano, pero cerrado; camina lentamente por el centro de los salones; de pronto una cara angélica te sonríe. La miras despacio; tiene cabellos de oro y cuyo perfume parece sentirse; los ojos, claros y profundos, dejan ver en el fondo los latidos tranquilos de un alma armoniosa. Sí te retiene, quédate; piensa en el autor, en el estado de su espíritu cuando pintó esa figura celeste, en el ideal flotante de su época, y luego, vuelve los ojos a lo íntimo de tu propio ser, anima los recuerdos tímidos que al amparo de una vaga semejanza asoman sus cabecitas y temiendo ser inoportunos, no se yerguen por entero. Luego, olvídate del cuadro, del arte, y mientras la mirada se pasea inconscientemente por la tela, cruza los mares, remonta el tiempo, da rienda suelta a la fantasía, sueña con la riqueza, la gloria o el poder, siente en tus labios la vibración del último beso, habla con fantasmas. Sólo así puede producir la pintura la sensación profunda de la música; sólo así, las líneas esculturales, ondeando en la gravitación inimitable de las formas humanas, en el esbozo de un cuello de mujer, en las curvas purísimas y entre los griegos, castas, del seno, en los hombros contorneados de una virgen de mármol o en el vigor armónico de un efebo; sólo así, da la piedra el placer del ritmo y la melodía (Cané, 1904: p.28).

En la mirada de los gentlemen, Europa recibe una nueva diferenciación: allí cohabita lo mejor y lo peor de la modernidad. Ya no es Europa en su totalidad la sacralizada, sino sólo una parte, un recorte específico del Viejo Mundo. Para López, en París, hay dos ciudades:

La ribera izquierda del Sena me atrae con encantos irresistibles. Aquí vive todo el París digno de ser amado, el París del viejo Nisard, el París del alegre y epicúreo Gautier ... ; no ese París que es ruso, inglés, español y hasta alemán, no ese París estúpido que brinca grotescamente en Mabille, o que se extasía ante el necio desborde del vicio en la escena de Folies Bergers (López, 1915: 146).

Se trata de una nueva distinción de espacios y prácticas. Un recorte hecho por los viajeros patricios en su carácter de verdaderos letrados y hombres de cultura que no se dejan engañar por espectáculos destinados a turistas sin clase ni formación.

La figura del rastaquouère

El viaje se resignifica a consecuencia de un desplazamiento de clase. Pero esta nueva accesibilidad del viaje responde también a una razón más obvia. En 1851 Alberdi publicó Tobías o la cárcel a la vela, un libro enteramente dedicado a protestar contra los rigores sufridos durante un viaje de regreso desde Europa a su país. Hacia el ochenta, los patricios ya no viajan en los antiguos barcos a vela que conocieron sus padres, pero tropiezan con otras molestias, y estas nuevas incomodidades son de índole social. Las penurias del viaje se deben, ahora, a la convivencia obligada, una vez a bordo, con viajeros pertenecientes a los más heterogéneos estratos sociales.

El rastaquoere-tal como lo llaman sus compatriotas a imitación de los propios franceses- recibe la desaprobación y el desprecio de los gentlemen, al tiempo que es víctima del engaño y la usura de comerciantes, modistos, botones, asistentes y traductores en su estadía europea. Las crónicas de viaje son un espacio más en esa serie de agresiones contra el intruso.

El rastaquouère adquiere un status de tipo social en la literatura de viaje. ¿Qué es un rastaquouère? Según los periodistas franceses: «Un tipo de color moreno subido, facha estrafalaria, vestir aparatoso y grotesco, de talante finchado, andar de pavoneo -especie de crisólito viviente-, por lo chillón de su atavío y por el brillo de los diamantes de que se le suponía cubierto desde la cabeza a los pies» (del Solar, 1890: VII).

¿Por qué nuestros gentlemen se ocupan de él? De hecho, lo que conocemos de la rastacuería se debe a las páginas que este personaje ha convocado en las crónicas, Tanto Lucio López como Alberto del Solar en Rastaquouère, ilusiones y desengaños sudamericanos en París, (publicado en Buenos Aires en 1890) se ocupan de este tipo social. López define su capítulo dedicado a Don Polidoro, «ese retrato de muchos», como un ataque directo a los arribistas: «Estas páginas no han tenido por objeto hacer una pintura para reír. Es un ataque franco a los que, viejos o jóvenes, «sin idea fija ni propósito preconcebido, caen un buen día en Europa y pretenden conocer las grandes capitales porque han rodado al acaso por ellas, como una bola, por cierto espacio de tiempo» (López, 1915: 361).

Por su parte, del Solar explicita en la introducción a su novela una doble intención: atacar a los fantasiosos periodistas franceses que, «con espíritu maligno, analizan las costumbres sudamericanas como bárbaras, crueles y hasta canibalescas» y además, corregirlos respecto de quiénes son en realidad los americanos del sur. En su exposición, del Solar reconoce la primacía de Francia por sobre otras naciones europeas, respecto de su cultura, poder y privilegio. No obstante subraya que, «Tampoco ninguna que ignore más cuanto a los otros pueblos se refiere «(del Solar, 1890: VII).

Ubicado en un lugar ambiguo, el autor admite la sanción francesa pero reclamando distinciones: no todo viajero sudamericano es un rastaquouère. La novela adopta en su relato esa perspectiva desdeñosa de los europeos frente a esta figura.

Afirma, en consecuencia, que los rastaquouères son muestras averiadas de nuestra raza ... sujetos salidos de algún rincón cualquiera de América que se convierten en el Viejo Mundo, y por virtud de la expatriación, en pseudo-notabilidades de su tierra. Los rastaquouères de allá lo son también de por acá.

Don Polidoro -el personaje de López - es un estanciero recién llegado a París, es el arquetipo del rastaquouère. El capítulo comienza con una serie de degradaciones: «Don Polidoro ha sido vomitado en París» es un advenedizo limitado ya dentro de su propio idioma y cultura que en París no puede más que enmudecer: « habla el español, nada más que el español. Del francés sabe tres o cuatro palabras, poco extraordinarias por cierto: monsieur o mosiú madame, oui y no. He aquí todo su capital (López, 1915: 360). Otra vez es la lengua la que separa estados de cultura, civilización y barbarie.

Don Polidoro, diputado provincial y casi senador, llega a París con su familia y sirvientes. Allí sufre la abstinencia de toda conversación y se verá obligado a recurrir al salvador y primitivo idioma de las señas.

López lo define como un burgués cuya urgencia es gastar los 800 mil pesos , un burgués al que reconocen en los hoteles de París no por su nombre - una recaída en el anonimato-, sino por su número de habitación, un turista que asume la tarea de «Tragar museos y simular el encanto « (López, 1915: 360).

A diferencia de López, Alberto del Solar se ocupa de la figura de un recién llegado pero dedicándole toda una novela: Rastaquouère. Las trescientas treinta páginas de la novela denotan una clara intención por dar cuenta en detalle de la experiencia de un rastaquouère que «desea, con descomedidas ansias, recorrer el mundo, establecerse en Europa, darse a conocer allí: brillar, quizá, fuera de la patria, por aquello de que dentro de su propia tierra nadie es profeta» (del Solar, 1890: 14).

Sufriendo el rechazo de la alta sociedad de su país por carecer de distingos que acompañen una repentina fortuna, Don Cándido intenta a través del viaje lograr prestigio en «el gran mundo europeo» para regresar luego como un hombre de fama y apellido2. Un apellido «Por el cual, el hacendado se envanece y que según él, tiene origen en un antiguo marquesado español y cuyos títulos se propone descubrir en un recorrido minucioso por España» (del Solar, 1890: 17 ).

En la mirada de los gentlemen, el rastaquouère está limitado incluso para la flanería, pues no está preparado para moverse dentro de la vorágine del espacio urbano: «Los recién llegados se aturden; se extravían entre el laberinto de paseantes que se cruzan y atropellan en medio de un mundo de vendedores de periódicos u objetos de pacotilla »(el Solar, 1890: 46 ).

El rastaquouère se nos presenta como un sujeto imposibilitado casi para todo: la ciudad lo atropella, el idioma lo enmudece y el arte le provoca otros tantos aturdimientos. Lejos de cualquier experiencia estética, la única comodidad la encuentra en el consumo indiscriminado.

El rastaquouère compra guías y más guías, paga propinas y pregunta, observa pero no se admira ni filosofa .... al revés de lo que sucede con los viajeros superiores, Cándido no se entrega a la contemplación y al impresionalismo; no se deja subyugar un momento por encantos que no conoce ni comprende ... siempre lejos de la meditación , la fantasía y el pensamiento (del Solar, 1890: 266 ).

Existen, sin embargo, espacios y prácticas donde la exclusividad pertenece a la rastacuería: el mundo de «lo bajo»:

en Laborde el baile estaba en su esplendor, era aquella una feria de mujeres, diamantes, perlas, de telas y encajes ¡Cuánta gracia lasciva en esos cuerpos delgados y esculturales!..La música excita, todo hay allí menos franceses. Lo digo en honor a Francia. Rusos, ingleses, alemanes, italianos, españoles...veo a Don Polidoro del brazo de una damisela de carita chiffonée .... y a Blasito acompañado también de una señora de cara saturada y 'eras de carbón» (López,l 915: 360).

Una de las primeras inversiones de Don Cándido (el protagonista de Rastaquouère,) pocas semanas después de haber llegado a París, ha sido comprar una mansión destinada a servir de asilo a « mujeres de vida ligera».

Ese mundo de lo bajo, que también es París, y que Cambaceres define como «un mercado gigantesco de carne viva» (Cambaceres, 1984: 242) es el que subyuga y «tiene el poder fascinador del opio». En Música sentimental, Cambaceres presenta a Pablo como un joven rastaquouère: «¿Quién es? En globo, uno que va a liquidar sus capitales a ese mercado gigantesco de carne viva que se llama París. En detalle, un hombre nacido en Buenos Aires que ha heredado de sus padres veinte mil duros de rentas y de la suerte, un alma adocenado y un fisico atrayente» (Cambaceres, 1984: 95) que después de rodar terminará muriendo de sífilis en París.

Al igual que Pablo, Luciano, el hijo de Cándido en Rastaquouère, se encuentra bajo el dominio del reino de la ilusión:

Una ciudad única como París, única en su especie; con sus teatros, sus mujeres, sus lujos, sus orgías y sus indiscutibles encantos ha bastado para producir en su temperamento sensible emociones tales que ha podido menos que abandonarse desde luego a ellas, sacrificándoles todo: reflexión, conveniencia, salud, fortuna; dejándose resbalar por su peligrosa pendiente , sin ver que ella va a parar a un precipicio sin fondo: el del derroche y la insensibilidad moral (del Solar, 1 890: 5 8).

Luciano no morirá en París sino que «obligado por largo tiempo a llevar vida de anacoreta, metido entre cuatro paredes, víctima de dolencias fatales, inútil para la sociedad y para el hogar, expiará cruelmente, durante años enteros, sus desenfrenos y locuras de neurótico» (del Solar, 1890: 327)

A modo de conclusión

Nuestros gentlemen, en tanto convierten el viaje en una experiencia estética pura, construyen en sus relatos la figura del rastacuero como representante (no deseado) de esa barbarie que ahora también viaja al Viejo Mundo a confundirse con la civilización. Viñas identifica la década del ochenta como un período en el cual se acentúa la estetización del viaje europeo. Los motivos de este nuevo carácter del viaje residen en una coyuntura específica: el impacto inmigratorio en el Río de la Plata y la presencia en avance de una nueva clase social.

El viaje estético puede caracterizarse como una actitud no sólo de distanciamiento sino de huida por parte de nuestros patricios (Viñas, 1964: 54)

El rastaquouère resulta exasperante en tanto es reconocido como un síntoma más de una serie de cambios y desplazamientos. Los gentleman atacan al rastaquouère en tanto es un arribista, un recién llegado a la fortuna (que busca hacerse de un apellido a través de] dinero) y, a la vez, un recién llegado a Europa, un viajero flamante.

Entre otras muchas prácticas sentidas - hasta ese momento- como propias, el ochenta presenta para los gentleman un inminente fin de liderazgos. Esto queda testimoniado en distintos campos: el alejamiento de los cargos políticos y la conducción nacional, el desplazamiento en la esfera cultura], debido al incipiente pasaje del gentleman que escribe en su tiempo de ocio a la profesionalización del escritor y la pérdida de exclusividad en la práctica del viaje al centro cultural por excelencia que es Francia.

Notas

1 El Anuario Bibliográfico de la República Argentina dirigido por Alberto Navarro Viola (1880-1888) nos aporta información sobre las publicaciones en tomo al tema viajes. Allí encontramos un gran número de textos que dan cuenta de expediciones, mayoritariamente de carácter militar y científico motivadas por el interés de incursionar en el interior del país, evaluar el estado de las fronteras, determinar las fuentes de riquezas naturales, la navegabilidad de los ríos y las características propias de los territorios prácticamente desconocidos hasta ese momento.
El viaje al interior del país recibe una atención particular en la década. Mientras que el viaje a Europa comporta una significación más bien social, el viaje exploratorio por la propia patria tiene otras connotaciones al estar enmarcado en el entusiasta proyecto político del '80.
2 El Anuario Bibliográfico de la República Argentina no omite registrar la aparición de textos sobre viajes europeos escritos por los propios rastaquouéres como Apuntes de Viqjes de Don José Portugués publicado en 1880 y Viajes a Europa publicado en 1882 de José Victoriano Cabral. Estos relatos reciben la desaprobación del propio director por presentar "inocentes impresiones obviedades y consejos desestimables de cómo recorrer el viejo continente.
En el Anuario, los rastaquouéres encuentran nuevos rechazos cuando deciden circular en el campo de la escritura cercana a lo autobiográfico. Así comenta Navarro Viola la aparición del texto de José Portugués :
«El libro contiene absurdos de todo jénero, tilingadas de todo tamaño, barbaridades sólo concebibles en personas que se dedican a visitar los mercados y fábricas de baldosas, van a las iglesias únicamente por oir misa, y tienen la franqueza de confesar que por la mañana en la estación tomaron boletos para Genéve en vez de Genes, esto, es para Ginebra en vez de tomarlos para Génova(octubre 27).
No quiero privar á los lectores del Anuario de algunos juicios y apreciaciones artísticas de tan notable tourists, que entresaco de su obra, con indicación de la fecha.
En Roma- Hemos visto hermosos cuadros y frescos-, la estatua de San Bruno es hermosa y dicen que Clemente XII dijo que si la orden no se lo prohibiese hablaría-, efectivamente no se puede dar una obra más hermosa.(diciembre 6.)
En Florencia- Esta ciudad es más digna de ser visitada por artistas que no por los que somos profanos en el arte; sin embargo no deja de tener cosas muy creativas, aun para los que no sabemos apreciar el arte sino por el gusto. Su magnífica Catedral ( por fuera ) parece una de las primeras maravillas del mundo. Estuvimos largo rato muy entusiasmados viendo aquel edificio no sólo por estar forrado de mármol de mil colores sino por el grandioso que es o aparenta (por fuera), pero pierde todo su mérito al verla por dentro, pues vimos no habrá Iglesia más pobre en el Orbe. No vimos siquiera un altar medio decente en que se pueda recoger el corazón humano-(enero 18). Salimos de Génova con dirección á Turin habiendo pasado por Alejandria, no pudiendo ver nada por estar nevando; muy distraído para don José por estar el campo cubierto de nieve (enero21).
Inútil decir que trascribo á la letra; y la cosa sigue en esa forma por Palestina, por Ejipto, por España, por Inglaterra... El autor da gracias á Dios "Por haber podido llegar a volver a pisar las sagradas y bien ponderadas tierras argentinas". Los habitantes de esas tierras deben también agradecer a Dios que ha conservado a Don José y sus secretarios para honor y prez de las letras».

Bibliografía
1. Cambaceres, Eugenio, Música sentimental, Madrid, Hispanoamérica,1984.
2. Cané, Miguel., En viaje, Buenos Aires, Biblioteca de la Nación, 1904,
3. Del Solar, Alberto, Rastaquouère, Buenos Aires, Lajouane, 1890.
4. López, Lucio, Recuerdos de viaje, Buenos Aires, La cultura argentina, 1915.
5. Sarmiento, Domingo F., Viajes, Madrid, Archivos, 1993.
6. Viñas, David, Literatura argentina y realidad política, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1964.

recibido: 30 de mayo de 2002
aceptado para su publicación: 27 de junio de 2002