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Cuadernos del Sur. Letras

versión On-line ISSN 2362-2970

Cuad.Sur, Let.  n.32-33 Bahía Blanca  2003

 

Vásquez, María Celia, Pastormerlo Sergio (comp.) Literatura argentina. Perspectivas de fin de siglo.
Eudeba, 2002

Sergio Raimondi

Universidad Nacional del Sur

Vázquez, María, Celia y Pastormerlo, Sergio (comp.), Literatura argentina: perspectivas de fin de siglo, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, pp. 608. ISBN 950-23-1211-2.

El volumen reúne una selección de los textos leídos en el X Congreso Nacional de Literatura Argentina llevado a cabo en la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca entre el 3 y el 5 de noviembre de 1999. La decisión de evitar la publicación generosa de unas Actas y de efectuar una mínima operación crítica frente a los trabajos tiende a favorecer la posibilidad de que el libro, como producto final de una serie de actividades que sin duda lo exceden, sea leído y utilizado. Contribuye al objetivo la confección de un índice que delimita zonas de atención y hace que algunos textos se vean favorecidos por su inclusión y yuxtaposición frente a otros que exhiben problemas críticos, teóricos o literarios similares. El armado del "Indice" responde en principio a un criterio de status o jerarquía dentro del ámbito académico que replica la organización habitual de un Congreso: a) "Conferencias" (a cargo de Nicolás Rosa, María Teresa Gramuglio y José Amícola); b) "Paneles" (de "Poesía", "Narrativa" y "Teoría e Historia Literaria", donde se combinan las voces de poetas y narradores como Daniel Freidemberg, Tamara Kamenzain o Tununa Mercado con las de críticos como Jorge Panesi, Miguel Dalmaroni o Fabricio Forastelli); y c) "Ponencias", sección que se apropia de más de 400 páginas y en la cual la tarea de los compiladores se acentúa al punto de requerir de un nuevo índice dentro del "Indice", conformado esta vez, ya en la base de la pirámide, por criterios diversos de periodización histórica, cuestiones genéricas y perspectivas mayores, alternados y hasta fusionados entre sí: "De Sarmiento a Lugones", "En torno a las vanguardias de los Años '20", "Ensayo y Nación", "Literatura / Política", "Entre géneros", "Voz, letra, poesía", "Novela contemporánea" y "Crítica, historia literaria y canon". Como se ve, se extiende hasta antes del último apartado (la crítica de la crítica pensada como margen figurado y literal), una fuerte impronta cronológica que, al modo de una improbable reedición actualizada de Viñas, iría esta vez "de Sarmiento a Caparrós".

Más allá del esforzado orden, es inverosímil que nadie, salvo quienes se dedicaron a la compilación y quienes se propongan la tarea de reseñarlo, lean el volumen en su numerosa totalidad. Para dar cuenta del remanente de problemas que quedan luego del efecto de la percepción global, convino violentar tanto los criterios teóricos de organización de las "Ponencias" como los prácticos de organización por jerarquías, e instalar el libro todo, en la fascinación por el desplazamiento que sobre la fecha de edición se advierte entre el copywrite, la ficha bibliográfica y el pie de edición (pasaje conflictivo entre diciembre de 2000 y enero de 2001), bajo la consigna "Literatura / Política". De hecho, la sola figura de Caparrós, mencionada en un trabajo (de María Sonderéguer) por La Voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina (1966-1973), publicada en 1997, y en otro (de Paola Piacenza) por su novela La historia, publicada al año siguiente, leídos los textos en un caso como ocasión para "recordar sobre qué particulares concepciones del bien se fundaron las acciones políticas" y "volver a debatir acerca de lo justo o de lo injusto" (p. 360) y en otro para concluir "la pavada es la dimensión del juego que trama largas historias para que el todo se vuelva nada" (p. 553), reúne ejemplarmente distintas coordenadas o, mejor, distintos problemas que la relación entre "literatura" y "política" enfrenta en este muestreo polifónico de, como dicen los compiladores, "las tendencias, perspectivas y modulaciones críticas de la literatura argentina en el fin de siglo" (p. 5).

Para seguir con el ejemplo, convendría advertir sobre la diversa densidad que informa a "historia" en los dos títulos citados (si no ya la dubitativa oscilación en el título de la novela: La historia en todo el trabajo de Piacenza y La Historia en la bibliografía final del trabajo y el "Indice"), ya que escenifica uno de los problemas metodológicos y teóricos más constantes de todo el volumen, aquel de los modos de pensar la vinculación entre los textos y los diversos corpus de textos con la historia general: hay trabajos dedicados específicamente a la cuestión, como "Pasiones de la historia" de Jorge Panesi, quien, a propósito de Historia social de la literatura argentina, volumen dirigido por David Viñas y publicado en 1989, e Historia crítica de la literatura argentina, dirigido por Noé Jitrik y publicado en 1999, lee genealógica y hasta familiarmente la lucha por una historia de la literatura pensada desde la historia mayor (Viñas subtitula "Yrigoyen, entre Borges y Arlt") o desde una "historia 'interna' cuyo objeto guarda relativa independencia respecto de los otros discursos". Dos frases del propio Panesi lo muestran como deudor de una lucha en la que, sin embargo, no se fija ni en uno y otro lado (notando más las interrupciones que la unicidad indivisible de cada propuesta) para trocar fervor fraticida en fervorosa elegancia: tanto cuando historiza y dice con Sarlo "en la crítica argentina la pasión por la historia nace de Contorno" (p. 130) como cuando da la vuelta y afirma "a la crítica argentina la pasión por la historia le viene de la literatura" (p. 131). María Celia Vázquez en "Historias de la literatura" focaliza la atención sobre el proyecto de Jitrik y los dos volúmenes publicados (al citado por Panesi de 1999, "La irrupción de la crítica", añade el de 2000, "La narración gana la partida") acordando básicamente con el modo "ni determinista ni academicista" de analizar la relación entre literatura y sociedad y rescatando un trabajo de Martín Cohan en el que se plantea el acercamiento de la literatura al discurso histórico no como construcción de una representación más inmediata sino como forma de acentuar la mediación con lo real. Su afirmación acerca de que la Historia heterogénea de Jitrik es menos una "descripción" que una "narración" (p. 562), debería ser leída como advertencia de que no sólo hay una historia de los "fenómenos sociales y históricos" y una historia interna y formalista de la evolución literaria, sino también una historia de las herramientas y las perspectivas críticas.

La pregunta se precisa instrumentalmente en el trabajo de María Teresa Gramuglio sobre "La literatura en los años treinta y la aparición de Sur". Por un lado, está la distinción del problema de encontrar formas de periodización específicas a la serie literaria; por otro, hay el sólido cuestionamiento al "mecanismo que traslada rectamente las evaluaciones de la esfera política a la literaria" (p. 29) con la mostración efectiva de un movimiento complejo de autores, revistas y editoriales de la época que permite revisar el lugar común de "década infame", detectar "las tentaciones" de un escritor nacionalista como Gálvez y dar un giro a la habitual etiqueta de "literatura de evasión" aplicada a los textos de Borges, Silvina Ocampo y Bioy Casares. De aquí a la afirmación de "A mayor tensión sociohistórica, menor linealidad narrativa" (p. 377), rubricada por Marcelo Erckhardt en "Breve historia del cuerpo (literario) argentino", hay un trecho irreductible pero nada directo, porque sería ciego adscribir el planteo de Erckhardt, sostenido por un eje a la vez temático y operativo montado en su mixtura del concepto de cuerpo y texto, a una visión de la literatura sólo determinada históricamente. La distancia entre un planteo y otro en la pregunta política de la relación entre literatura e historia es ya la distancia que se extiende entre dos modos de entender la propia práctica: se trata del pasaje de una versión filológica de la misma (entendida no exactamente desde la Academia de la que se fue Nietzsche sino desde el Gramsci que dice "la filología es la expresión metodológica de lo importante que es comprobar y precisar los hechos particulares" en Notas críticas sobre un intento de 'Ensayo popular de sociología', y cruzada por el formalismo y Bourdieu) a una versión metafórica, en la que el lenguaje deja de ser cuestión a atender sólo en el objeto e invade ostensiblemente el propio discurso.

La relación "Literatura / Política" se define entonces no sólo a partir de la consideración de la historia sino de la propia práctica en su vinculación a la concepción del lenguaje crítico. Y en principio habría que decir que la auspiciosa y minuciosa afirmación de los compiladores en la nota introductoria, donde se declara que la diversidad de las presentaciones del Congreso y por lo tanto del libro van "desde el registro académico que la crítica universitaria sabe llevar como una culpa y una distinción hasta el tono sellado por la experiencia literaria de los poetas y narradores" (p. 5), se queda corta. No más llegar a la página cuarenta y pico, habiendo leído las presentaciones de Nicolás Rosa ("Crítica de la razón crítica") y la citada Gramuglio, el lector se preguntará sin duda qué es eso del "registro académico", si tendrá que ver con "Noé atiende al Ideal del Yo, yo al Superyó" (p. 18) o con "se han invocado algunas lexicalizaciones recurrentes en los títulos de obras representativas" (p. 29); en fin, si bien el volumen ofrece un tono similar sostenido por la repetición de una jerga con variaciones, también cabe o debería caber notar que en ocasiones ofrece -aunque tibia y no abiertamente declarada-- la percepción del registro como zona de disputa. Así, no sólo el problema de la historia ("la caída de la representación artística es coalescente con la caída de la representación política", p. 13, o "el misterio de lo literario... es radicalmente histórico", p. 16), sino el del lenguaje de la crítica (y su visión de la responsabilidad del sujeto) deberán tenerse presentes cuando Rosa enfatiza: "La crítica actual es crítica serena, aceptable y conforme a sus propios postulados. La crítica a la que aspiramos es inconfortable y desasosegada" (p. 12).

Pero la relación política de la crítica con su lenguaje debe ser pensada al menos en dos direcciones. Se comprueba a veces la aplicación a los textos de categorías no filtradas o puestas en cuestión por los mismos textos, tal como en la lectura que hace Carlos Gazzera de Argirópolis utilizando el modelo de la comunicación de Mattelart (pp. 173-186), donde hay una traducción de A a B en la que importa más la correspondencia exacta que la fisura. Así, la cuestión del registro académico se podría leer como una disputa que habría que extender a la intención de instaurar un posible lugar de lectura periférica o de recrear modelos de lectura desde el corpus o la coyuntura local (y no casera, como cuando Ana María Zubieta, en su trabajo sobre el libro de Rotker, Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina, de 1999, dice "el reconocimiento de que si no hay muchos nuevos, lindos [sic] o grandes relatos", p. 167): tras esas intenciones están tanto el Viñas que no cometerá la herejía de hablar de "campo intelectual" como el "anarquismo" (oh, deleuziano y criollo) más contemporáneo de Ludmer. Parecería formar parte del asunto, como valor agregado, la elección del objeto, así cuando Omar Chauvié refiere la "nacionalización de los conceptos críticos" efectuada por la práctica poética de Leónidas Lamborghini (p. 468), Blanca Liliana Fenoy se esfuerza por hacer que Deleuze, Lacan y Derrida lean profusamente la figura de Eva en la literatura (pp. 337-354) o Martín Cohan, con un extremado oído hacia las erres de Gardel y el otro hacia ese "Wellapon" pronunciado tan "de acá" por Luca Prodan (y otro más, por qué no, hacia los trabajos sobre el rock nacional de Monteleone), amplía y apremia la cuestión para hablar de la identidad desde lo "ambivalente, plural, contradictorio" (pp. 477-483).

Por otro, la cuestión ya de un "estilo" dentro de la crítica está marcada por relaciones de poder. Rosa señala desde el púlpito a sus colegas con el dedo para poner en duda o mostrar la contradicción de los postulados de lo que considera un "nuevo formalismo" en la crítica, pero su posicionamiento es en definitiva más fuerte cuando se olvida artísticamente del tema y se dedica a trazar una breve reseña de la historia crítica argentina como un relato familiar pasible de ser escrito en primera persona y que transforma las menciones anteriores a sus colegas en una suerte de "reto". De ese "reto" al de José Amícola en torno a la valoración que de lo camp hacen Alberto Giordano y Graciela Speranza en sus tesis doctorales sobre Puig -marcando en particular que hay en este una preocupación por "iluminar racionalmente" al lector que excede la estrategia atribuíble a aquella sensibilidad--, cuando habla de "aceptar un reto dentro del debate de la crítica literaria argentina con un gesto caballeresco para demostrar que la polémica es posible en el mundo colegiado universitario" (p. 47), hay más que unas pocas páginas, y la distancia en definitiva es cómica y no tan cómicamente adscribible a la pervivencia del paradigma sarmientino. Y habría que hacer la distinción de que en Rosa la primera persona remite menos a un estatuto biográfico a lo Viñas que a una densidad ficcional construida por insistencia y saber francés. En este marco mayor de lucha asimétrica, entonces, cabría leer la inquietud de Mario Ortiz por los contactos entre "los lenguajes de literatura y de la crítica" y sus constantes alusiones al Rosa de "la bella Letra", que culmina con la afirmación de la "propia e intransferible especificidad" de la crítica y de su objeto (p. 585).

Rosa responde al inicio mismo del volumen: "yo veo, poco a poco, el deslucimiento que va cobrando la idea, esa idea que enseñamos en las facultades, de lo específico de lo literario de la literatura" (p. 17). Al problema de la historia y el lenguaje crítico, entonces, se le suma el de la especificidad. Con respecto a este último punto, convendrá tener en cuenta la presencia acechante de Josefina Ludmer por los rincones y no tanto y las dos posturas frente a su último y en ese entonces recién aparecido El cuerpo del delito. Un manual para ver qué ha pasado desde entonces y qué pasará. María Lidia Fassi festeja "una repolitización de la práctica crítica" destacando lo que considera una operación de inversión (el pasaje del movimiento "importador" al "exportador" de su crítica, ligado a su sistema de traducciones) y su apertura de "la literatura" a "la cultura" citando, por ejemplo, "la ficción es más amplia que la literatura y el corpus es un objeto más amplio que la obra literaria" (p. 396). Por su lado, Miguel Dalmaroni pone el optimismo "anarquista" en cuestión al desmontar, luego de instalar el libro en la problemática teórica de las relaciones entre literatura y Estado, las tesis de Lloyd y Thomas (Culture and the State, 1998) utilizadas por Ludmer (la literatura, el arte y la cultura modernos surgen para formar sujetos del Estado, desplazando el conflicto social a los debates culturales + reposición de la categoría de Althusser de "aparatos ideológicos de Estado" + crítica de la teoría williamsiana de las relaciones entre literatura y sociedad) y verificar que, si bien su aplicación a la literatura argentina entre 1880 y la primera década del XX es evidentemente factible -la coalición cultural es la coalición estatal--, su extensión a toda la literatura argentina hasta 1960 se muestra por lo menos "extremadamente definida o rotunda" (p. 142). En esta discusión se podrían leer tanto la vinculación entre literatura y Estado liberal que hace Carlos Pérez Rasetti en su más que documentado trabajo sobre las fantasías científicas de Holmberg y su concepto de ficción ("El texto... [en referencia a Olimpio Pitango de Monalia] construye un país ficcional no desde la razón, sino desde la locura. Es ficcional pero no ficticio: revela los procedimientos discursivos e ideológicos de una voluntad política histórica que fundó en la ciencia positivista la necesidad de manipular a la sociedad", p. 221), como el concepto de verdad que sostiene el trabajo de Adriana Bocchino sobre Walsh y su prensa clandestina ("todo lo dicho por el gobierno de facto debe leerse exactamente al revés... Walsh hizo de Ancla o Cadena Informativa órganos de difusión de la verdad de los hechos en el marco de la resistencia", p. 367). Es cierto que el problema de la especificidad no sólo opera en cuanto a la relación mediada o no frente al Estado sino en relación a la disolución o indeterminación genérica que permite traer a cuento tanto la prensa satírica del XIX y la indagación de Claudia Roman sobre las posibilidades de lectura de la caricatura, como las crónicas de Roberto Arlt y Juan Gelman (que Norma Crotti sitúa "en el lenguaje") o, desde otro sesgo, la mención al uso ficcional de lo periodístico en Plata quemada de Piglia. En todos estos casos las herramientas metodológicas y las preguntas teóricas se muestran como punto de partida.

Otra cuestión del par "Literatura / Política" sería la de la academia como institución legitimadora y sus limitaciones, y en este caso viene bien Rosa otra vez, ahora en función interrogativa: "¿formular una crítica a partir de la teorización deleuziana de literatura menor, en proyectos pertenecientes a la academia? ¿Las literaturas menores pueden soportarse en el discurso universitario repositorio de las 'literaturas mayores'?" (p. 12). La sospecha es rica, pero en Rosa parecería estar demasiado ligada a sus disputas personales, y lo más interesante en todo caso sería ver si el hecho de que Puig, causa de su inquietud, siga dominando la escena contesta su pregunta o, por el contrario, la afirma validándola. Puig se exhibe en un marco de trabajos con citas entre sí y operaciones sofisticadas que trenzan inclusive la cuestión de género en la distinción entre genre y gender con la impronta de Amícola, historia a la europea de "la novela de aprendizaje" que de pronto se corta para tramar gothic novel y producción local (José Luis de Diego, pp. 487-496). En su constancia a lo largo de todo el volumen hasta se torna difícil no leer ciertos pasajes del trabajo de José Javier Maristany sobre las "estrategias de legitimación de la voz femenina" de Carlota Garrido de la Peña, autora del libro de texto escolar Corazón argentino, ya no sólo con la maestra de Sarlo en mente sino con una hipotética de Puig. Puig ya no es Puig sino, tal como escribe Julia Romero en lo que sabemos es un encuentro de "Literatura argentina", "el escritor argentino Manuel Puig" (p. 506). Están también Saer ("Que no digan que el comentario / acicala, ni que la condecoración, / seguida de fajos, vuelve, después de lustros pálidos, / reales. La gracia estaba en cabalgar...", "No tocar", El arte de narrar), Piglia, Rivera, el ya mencionado Caparrós y Laiseca. También Aira, como un fantasma de la construcción, anda por todos lados, "presa de las políticas y las literaturas menores" según Rosa, tras la figura de Copi citada por Amícola y otra vez en oposición a Puig, tras (aventuro: está o debería estarlo), las lecturas de Holmberg, tras la lectura que hace Judith Podlubne de la poética de un Borges menos erudito que caprichosamente infantil (pp. 263-172) y finalmente en el trabajo en el que Diego Poggiese lee su cortocircuito con Piglia desde ese "borde" que serían las lecturas de los escritores, en torno a la voluntad diversa de cada uno por apropiarse de la figura de Arlt desde sus propias concepciones de la literatura. Hay sin duda un destello irrepetible en la lectura, pero habría que ver si es, por más intransitividad que se ponga en juego, "inútilmente necesario" (p. 569).

Volviendo a la nota introductoria y la ya citada mención a las diversas voces que informaron el encuentro "desde el registro académico que la crítica universitaria sabe llevar como una culpa y una distinción hasta el tono sellado por la experiencia literaria de los poetas y narradores", es difícil comprobar ese tono "sellado" (más allá de ser recalcado con el lacre inmenso elegido para la ilustración de tapa) en los poetas y narradores convocados al encuentro. Es decir, la operatividad crítica de los narradores citados por Poggiese contrasta ciertamente con las exposiciones de los paneles de autores, en las que se leen por ejemplo los lugares comunes de Alicia Genovese ("Búsqueda de un yo que escupa lo intragable como un adolescente en la cancha de fútbol", p. 73) o la relectura inmediata que de sus diarios de trabajo hace Héctor Tizón, y no estaría mal preguntarse hasta qué punto -aunque no como punto único-- las distintas pero igualmente intensas habilidades lectoras de tanto Piglia como Aira (y habría que incluir a Puig) no sostienen sus posicionamientos en el discurso de la academia. La idea de la alternancia de las voces entre críticos y "autores" es más que útil -escuchar a Raschella decir "la diferencia entre los estilos es la de la costumbre sintáctica"--, pero habrá que ver de qué modo es posible tensar la diferencia. Jorge Monteleone hace un esfuerzo por enmarcar los poemas y las participaciones de los poetas Genovese, Freidemberg, Kamenzain y Bellesi, pero su discurso, tal vez pensado más como presentación ocasional, no supera la glosa de los versos, aunque también habría que extender el asunto y sospechar que si "la narración ha ganado la partida" es porque la ha ganado también al generar un aparato crítico y teórico más eficaz que ya tiene larga historia. Más hay -y ya en el título-- en "Muchachos futboleros, chicas pop y chicas que se hacen las malitas" de Anahí Mallol sobre la "poesía de los 90", donde el sólo postulado "ahora que saben [i.e., los poetas] que lo privado es político..." da pesadez a sus citas livianas de las Sarah Key (pp. 455-462), y en el ya citado trabajo de Chauvié sobre L. Lamborghini cuando dice "cuando todos quieren escribir como se habla, él escribe lo escrito" (p. 464). La pregunta de Rosa por la posibilidad de una literatura menor en la academia podría ir dirigida de todos modos menos a Puig que a la poesía.

Se podrán venir entonces (o no) los poemas "con sus moños ondulados / su cabello floreado / sus vestidos apuntillados / sus tiernos ojos volados", se deberá venir la verdad exacta de los textos clandestinos de Walsh operando hacia atrás y adelante en la historia (del país y de la literatura), se podrá venir, como se ve que se viene (Panesi nota el trabajo de Cristófalo en la Historia de Jitrik como presión sobre el interdicto de Contorno y están el trabajo demasiado general de Laura Estrin y el de Silvia Loustalet y Eugenia Stracalli acerca de su función en la a su vez recuperación del esencialista Marechal en medio del interdicto de Sur), H. A. Murena. Y en la disimilitud de los objetos (estos son sólo tres ejemplos), habrá que vérselas con las cuestiones de los modos históricos de vinculación con la historia, del espesor del uso de la crítica de su lenguaje y la noción o no de estilo y las luchas internas de la academia, del concepto de especificidad y de la relación de fuerzas entre la institución y las marcas "menores" de los textos. Y no por separado, sino políticamente a la vez. Queda mencionar entonces, entre todo lo que queda y no queda mencionado (remanente, revisión, descuidos e ingente tamaño del objeto de la reseña y de la reseña en sí), la consideración de Fabricio Forastelli acerca de que "la reluctancia a incorporar el problema del valor como dimensión cultural y no meramente como dimensión objetiva es el núcleo de una tradición crítica en la Argentina" (p. 155). Queda la relectura que hace Geraldine Rogers de El Payador de Lugones: "un discurso puede 'formar' a las multitudes cuando él mismo está 'formado' por elementos que integran la experiencia cotidiana de aquellos a quienes se dirige" (p. 258). Queda la primera y sosegada persona de Giordano hablando como profesor del profesor Pezzoni y el uso adrede de "subversión" en su enfática mención a Borges como "ese sujeto textual que realiza un trabajo de subversión tal vez único dentro de la literatura argentina" (p. 160). Queda la utilización que Sergio Pastormerlo hace de Introducción a la poética de Paul Valéry para marcar la relación entre boedistas y martinfierristas como de "diferencia desigual" en lo simbólico, afirmar que la polémica Boedo-Florida, si pensado Boedo en la línea de la literatura popular que se abre con el Martín Fierro y los folletines de Gutiérrez, "deja de ser una anécdota trivial para marcar una discontinuidad profunda en la historia de la literatura argentina" (295) y señalar el gran problema de la persistencia del interés por las diferencias entre "buena" y "mala" literatura (296). Queda la otra pregunta de Rosa acerca de la ausencia de una crítica comparatística en nuestro país ("fenómeno político de las literaturas de los países periféricos"), que parece convocar a ese Jaime Rest de Mundos de la imaginación (1978) o El cuarto en el recoveco (1982) que supo alguna vez andar por acá.

recibido: 8 de junio de 2003
aceptado para su publicación: 27 de agosto de 2003