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Cuadernos del Sur. Letras

versão impressa ISSN 1668-7426

Cuad.Sur, Let.  n.35-36 Bahía Blanca  2005

 

El "tercer estado" de los plebeyos como objeto de conocimiento en el imaginario de la élite intelectual. Argentina a fines del siglo XIX y principios del XX

Graciela Bosch

Universidad de Buenos Aires - FLACSO. E.mail: grabosch@datafull.com

Resumen
Algunas teorías de corte regeneracionista concebidas por la élite intelectual argentina de fines del siglo XIX y principios del XX pretendieron interpretar a los sectores populares en clave premoderna. El regeneracionismo presente en José Rodó, Miguel Cané y Manuel Gálvez está representado en una concepción rígida de la estratificación social.
En efecto, José Rodó consideró que el carácter cualitativo, implícito en el desarrollo espiritual de los hombres, y el cuantitativo de la democracia hacen incompatibles tales nociones, sin la tutela de las élites sobre las "multitudes".
Asimismo, Miguel Cané realizó una estricta separación y jerarquización entre las esferas de la producción material, por un lado; y la cultural y política, por otro. De este modo, concibió un programa de acceso del ciudadano a la cosa pública, merced a y con exclusión de los destinados al mundo del trabajo y la necesidad.
Por último, Manuel Gálvez se atribuyó a sí mismo la función mesiánica de despertar la conciencia popular, mediante un programa que reemplazara el sistema liberal, basado en la constitución del Estado, por otro fundante de una nacionalidad, cuya simiente debía ser buscada en el interior de los "rústicos y miserables" considerados sus portadores inconscientes.

Palabras clave: Regeneracionismo; "Tercer estado plebeyo"; Política tutelar.

Abstract
During the end of the XIX and beginning of the XXth century, some regenerationist oriented theories conceived by the argentine intellectual elite pretended an interpretation of the working class in a pre-modern key. The regenerationism found in José Rodo, Miguel Cané and Manuel Gálvez is represented by an unbending conception of social stratification.
To this effect, Jose Rodo has considered that the qualitative aspect, implicit in the spiritual evolution of mankind, and the quantitative aspect of democracy are incompatible, without the elite's tutelage over the "multitudes."
Following this line of thought, Miguel Cane made a rigid separation, creating a hierarchy amongst the sphere of material production on one hand, and a cultural-political sphere on the other hand. In this way, he conceived a program of citizen access to what is public, thanks to and excluding people destined to the world of work and necessity.
Finally, Manuel Galvez attributed to himself the messianic leadership towards the awakening of popular conscience, by means of a program destined to replace the liberal system, based on the State constitution, by another, for the foundation of a nationality whose roots should be searched amongst de "rustic and miserable" considered as their unconscious bearers.

Key words: Regenerationism; "Commoners' third estate"; Political tutelage.

1. Introducción

En Buenos Aires, entre la última década del siglo XIX y las primeras del XX, los sectores populares pasan a ser un objeto privilegiado de análisis de teorías provenientes de la élite intelectual, que se asume "desengañada" ante la misma realidad modernizada que promovió, pero frente a la cual se siente ajena. ¿Cuáles fueron los planes de algunos de los autores de estas visiones?, ¿qué percepción tenían de aquellos a quienes estos planes se dirigían?, ¿qué factores produjeron el "desencantamiento" del mundo? En el presente trabajo nos proponemos reflexionar sobre estas cuestiones. Así, indagaremos acerca del contexto en el cual la élite ilustrada se concibió a sí misma, frente a la sociedad, como el único sujeto con capacidad de objetivación. En tal sentido, se autoasignó la función de intérprete privilegiado de la realidad, con facultades para redistribuir los sentidos y valores (Dotti, 1999: 289).

El proyecto de nación imaginado por la élite en los 80, que se sustentaba en una población pasiva, que sería movilizada por la inmigración, dentro de un proceso tutelado ("dirigido y controlado") por la misma subjetividad que se autolegitimaba en su saber, poder y haber (Terán, 1999:280), fue puesto en cuestión por las generaciones que pasaron del 90 al Centenario. La imagen del mundo moderno parecía haberse consumado al costo de una exacerbación de los elementos constitutivos del proyecto originario. En efecto, la irrupción de las masas en el escenario nacional produjo la impugnación del modelo del progreso y la modernización sustentados en la inmigración, dado que un nuevo diagrama social no contemplado en las representaciones de los artífices del modelo agregó, a las minorías elegidas de la república restringida y las mayorías de la ampliada, los actores de "la mala vida" (Terán, 1986:50). Nos referimos a la población que excedió los planes que Alberdi trazara en las repúblicas y ocupó las orillas amenazadoras de la vida urbana. Encontramos parte de esa población en el Barrio de las Ranas, cuyos desperdicios alimentaron a dos mil personas, o en las casas abandonadas por las clases altas, al sur de la Plaza de Mayo, como refiere James Scobie (1977:165). También descubre Liernur (1993:205-9) a estos habitantes en las casillas precarias, de madera, al oeste de Plaza Constitución. Todos ellos separados (apenas), tanto por su condición social como por su reputación, de las poblaciones consideradas laboriosas de Barracas y Avellaneda. Algunos datos objetivos, como el mayor número de españoles e italianos involucrados en actos delictivos, apresuraron la asociación de la inmigración con el crimen. Pero esta asociación sólo pudo tener lugar porque los prejuicios raciales de la época ocultaron otros datos, también objetivos: la presencia de los italianos y españoles fue, asimismo, mayoritaria en la industria y el comercio, dado que, hacia 1914, más de la mitad de la población compartía el origen extranjero (Zimmermann, 1995:126-7).

El desplazamiento desde la complacencia hacia la impugnación con respecto a la propia representación, operado por la élite, contó, entre sus motivos recurrentes, la disolución de las viejas costumbres y el establecimiento de un igualitarismo democrático (Terán, 2004:14), cuya recepción según el modelo de Tocqueville, a través de Renan y Taine, interpreta el carácter igualitario de la sociedad como movimiento incompleto y próximo a pervertirse, si no logra conciliarse con el correlato político de la virtud. Así, dado que la búsqueda de igualdad social es insaciable, corre el peligro de convertirse, sin la tutela de la élite dirigente, en desenfreno materialista (Botana, 1984, 156-59). Esta sociedad "excesivamente materialista" inaugura una crítica que, en términos de Terán, "contribuirá a la conformación de una cuadrícula moralista de larga duración en la cultura argentina" (Terán, 1986:11). Contra la representación de una ciudad calificada de "fenicia", se contrapone una concepción aristocrática de la vida, representada en una visión nostálgica del pasado y las virtudes perdidas, elaborada por aquellos que temían perder un lugar que suponían preestablecido en un sistema rígido de posiciones. El optimismo de las élites dirigentes, que veían extenderse al infinito el progreso económico, acompañado del desarrollo de las facultades intelectuales y morales, es reemplazado por un sentimiento de "desencanto". Pero ese "desencanto" también puede leerse como malestar frente a una nueva sociedad que, con mayores habilidades frente a los desafíos que los nuevos tiempos presentaban, terminará desplazándolas.

El campo intelectual se hace eco de estas impugnaciones aun cuando encontramos a un grupo que intenta hacerse un lugar fuera del aparato estatal. La emergencia de este campo provoca un corte entre el período que correlaciona la literatura con la política, y el que busca un espacio propio, disociado del Estado, si bien una parte de sus miembros fluctúa entre ambos mundos. Ramos denomina "exilio de la pólis" (Ramos, 1989:73) a esta separación con respecto al poder, en el que el intelectual renuncia a identificarse con un mundo que, sin embargo, contribuyó a construir. Vemos, así, a un elenco intelectual que busca su justificación, su ubicación en el contexto institucional y social, ejerciendo la crítica sobre el mismo contexto. Este frente está formado, en su mayor parte, por literatos, médicos y abogados, con activa participación académica y, los que están más estrechamente vinculados con los 80, también pública.

2. Tres ejemplos regeneracionistas

Al respecto, nos interesa especialmente una posición que atraviesa el escenario crítico, en concordancia con el escenario político: la visión regeneracionista que, atemorizada ante las consecuencias que la extensión de la ciudadanía a la sociedad civil podría presentar, pretende, a toda costa, la reinstauración de un sistema ya deteriorado (Botana, 1994: v). Para Ángel Rama se trata de una corriente que revaloriza el hispanismo, y lleva implícitos el mito de la raza y el renacimiento del alma nacional. Para Ángel Rama, el regeneracionismo utiliza los recursos del pasado en beneficio de sus intereses presentes, porque si la nueva sociedad constituía una amenaza, la exaltación de un pasado definitivamente ido, con características opuestas, parece ser una apuesta sin riesgos para la permanencia de los viejos privilegios y valores. En ese aspecto revelaron "una sana, provinciana e ingenua costumbre" que resultó de la interiorización de la tradición cultural heredada (Rama, 1985:89). Esta visión no se da en forma pura, sin mezcla, sino, por el contrario, plagada, en cada uno de sus actores, de contradicciones, marchas y contramarchas.

Presentaremos las visiones de Miguel Cané, José Rodó y Manuel Gálvez como figuras representativas de la variante, porque consideramos que comparten una perspectiva premoderna de la estratificación social. Si bien los estados o estamentos fueron parte del feudalismo medieval, también existieron en otras civilizaciones tradicionales. Y, en el caso que nos ocupa, en el imaginario de algunos miembros de la élite. Así, las teorías elaboradas por algunos de estos intelectuales parecen instalar una fragmentación social en la que están presentes diferentes obligaciones y derechos, según el estrato que se habite, reemplazando la característica de "adquirida", de la moderna clase social, por la de privilegios "recibidos" por nacimiento; así como las desigualdades son percibidas en el marco de las relaciones personales de deber u obligación, como entre señor y siervo. En efecto, poseedores de una visión paternalista y vertical, algunos intelectuales diagramarán un espacio de poder en el cual los sectores populares ocuparán el lugar rígido del "tercer estado" de los plebeyos.

a. José Rodó y el derecho político tutelar.

"Gobernar es poblar, asimilando, en primer término; educando y seleccionando, después." (Rodó, [1900] 1993: 53)

El uruguayo Rodó, que tuvo una vigorosa recepción en los círculos porteños, así como en toda Hispanoamérica, tomará como objeto de su crítica a una sociedad que es percibida como excesivamente materialista. Su regeneracionismo se revela como búsqueda de identidad positiva que es correlativa a la búsqueda de una legitimidad también positiva: Ariel, en lo que refiere al poder político, lo avala. Pretendiendo colocarse a distancia del clima político y económico de la época, Rodó enuncia su concepción del mundo, que dará lugar al arielismo. Los adeptos vernáculos a este movimiento subrayan su importancia. En la exposición de sus propósitos, Rodó define su intención regeneracionista: "(hay que) incorporar las fuerzas vivas del pasado a la obra del futuro" (Rodó, [1900] 1993: 20).

Pero, el regeneracionismo se pondrá en evidencia, sobre todo, en la crítica a la "democracia realmente existente", ya que adhiere a su idea, pero deplora su actualización. Siguiendo a Renan y a Taine, Rodó considera antitéticos el cultivo del espíritu y el desarrollo de la democracia, cuya realización parece estar destinada, como vimos más arriba, a la persecución del bienestar material (Rodó, [1900]1993:50). Más precisamente, es a la noción de igualdad, que subyace en su concepto, a la que eleva sus críticas más duras. La extensión cuantitativa del poder político, para el autor, va en desmedro de la calidad. Por ende, intenta construir un concepto de democracia en el cual se verifique una igualdad formal que nunca pueda producirse en acto, para la multitud, sin la tutela de un "espíritu superior". La democracia necesita, por tanto, la "rectificación de una activa autoridad moral que la depure y encauce sus tendencias" (Rodó, [1900]1993:51). El problema de la igualdad, enfatiza Rodó, consiste en la eliminación de las jerarquías. Acepta que las jerarquías premodernas son "imperativas e infundadas" (Rodó, [1900]1993:51) y propone su reemplazo por el dominio de la moral y de la razón de las cuales, como intelectual, se siente poseedor legítimo. De este modo, contrariando el principio hobbesiano "auctoritas, non veritas facit legem" toca el costado irracional de una autoridad que sólo se legitimaba en la existencia de los dominados y se apropia del relevo político (Habermas, 1986: 59-66). En tal sentido, la subordinación al orden establecido, caídos los poderes que vinculan por la fuerza de su trascendencia, será lograda por medios más eficaces si se apoya en la moral y la razón como formas legitimantes. Así, los poseedores de la moral y razón ocuparán, con pleno derecho, el lugar del Príncipe, porque son expresión de una superioridad instalada, por un lado, como la verdad triunfante sobre la fuerza1 y, por otro, como la calidad moral del espíritu, por encima de la multitud materialista y vulgarizada. La función que el grupo intelectual se autoasigna enfatiza la intención regeneracionista premoderna, disimulada discursivamente. Esta es: "encauzar el torrente humano con medios que ofrece la solidez secular de la estructura social" (Rodó, [1900] 1993: 52). Vemos así que la modernidad aceptada para el traspaso del poder a nuevos agentes es negada, hacia abajo, para aquellos sobre los que recae dicho poder. La sólida estructura social secular que Rodó imagina se ilustra con los objetivos que propugna para la educación popular: "inculcar la idea de las subordinaciones necesarias, la noción de las superioridades verdaderas" (Rodó, [1900]1993:61).

En el mismo sentido, observamos que Rodó da un tratamiento diferenciado a la teoría spenciariana, según ella se acomode a los objetivos tutelares de la élite que oficia de hermeneuta autolegitimado de la realidad. Si bien Rodó considera que la concepción de Spencer es un instrumento válido para ser aplicado para la justificación de la estratificación social, relativiza no obstante su eficacia para el acceso de la élite a la cultura. Con respecto a la sanción de la igualdad, Rodó dice: "Toda igualdad de condiciones es en el orden de las sociedades, como toda homogeneidad en el de la Naturaleza, un equilibrio inestable" (Rodó, [1900]1993: 51). En términos de Spencer, como el proceso de evolución, merced a una progresiva diferenciación de la materia, pasa de un estado de dispersión de los elementos a la especificación de los mismos en un todo, es decir, de un estado homogéneo a otro heterogéneo; del mismo modo, la vida social evoluciona a través de la diferenciación de lo antes disperso y confuso (Spencer, 1888: 33 y 133). Siendo el fin último de la evolución la máxima diferenciación y la mayor concentración, la estratificación social es un signo de madurez. En este contexto de ideas, lo numérico, expresado en las mayorías indiferenciadas presentes en el voto popular, está en las antípodas de lo que Rodó puede concebir como un sistema democrático civilizado2. Observamos que en el mismo sistema de Spencer, que la cita nos permite proyectar sobre Rodó, hay una contradicción que podríamos considerar como tensión no resuelta. En efecto, por un lado, el progreso social queda en manos de la espontaneidad y la libertad de los sujetos sin agentes que lo determinen; por otro, en cambio, esta construcción teórica está fundada en un determinismo emanado de la necesidad del progreso universal. Este problema nos conduce a un dilema, que se traduce en la tensión entre libertad y necesidad, provocada por la reducción naturalista del mundo moral/político. En este caso, si la heterogeneidad es el grado más alto alcanzado en el proceso evolutivo, ¿puede estar fundada en la necesidad, cuyo efecto es la homogeneización de la realidad? Y a la inversa, ¿puede la necesidad, ámbito de lo descriptivo-neutral, extenderse al campo valorativo de las acciones políticas? (Dotti, 1990:57). La posición de un núcleo duro de determinismo que provoca la tensión será relativizada por Rodó en lo que respecta a la separación de los campos del saber. De este modo, afirma Rodó que la tendencia a la heterogeneidad derivada de la ley de la evolución pone en peligro la cultura universalista3 y preconiza la formación de "espíritus estrechos". En tal sentido, citando a Comte, compara el destino culturalmente parcializado del intelectual con las consecuencias negativas que, sobre la vida del obrero, trajo la división del trabajo. "En uno y otro caso, el efecto moral es inspirar una desastrosa indiferencia por el aspecto general de los intereses de la humanidad" (Rodó, [1900] 1993:25), concluye. Sin embargo, en oposición a su adhesión al estricto determinismo que tornaba indefectible el tránsito hacia una rígida fragmentación social, Rodó propone, en este caso, flexibilizar la perspectiva y "salvar una razonable participación de todos en ciertas ideas y sentimientos fundamentales" (Rodó, [1900] 1993: 26). Advertimos que el determinismo de Rodó sólo rige para los sectores populares, herederos de la necesidad. El reino de la libertad, en cambio, es el privilegio de la élite.

Al respecto, teniendo en cuenta la división que, desde la política oficial, se operó sobre la nación en constitución -la república restringida, como arena de la libertad política, y la república ampliada, como terreno de las necesidades individuales, dentro de la sociedad civil- creemos que la calurosa acogida del arielismo por el campo intelectual porteño reforzó los límites marcados por la política oficial. La posición de Rodó se fortaleció moralmente al establecerse con independencia de cualquier posición política particular, pero atravesándolas todas. En el mismo sentido, para Sarlo y Altamirano (1983:102-5), la nueva función que el intelectual se asignará a sí mismo será la de intermediar entre la sociedad y los titulares del poder político oficial, a través de la afirmación del derecho tutelar de la élite. De este modo, los valores regeneracionistas puestos en juego devuelven a sus herederos la posesión de las tradiciones perdidas y, en el reparto de la herencia, el intelectual aparece como abogado defensor de los verdaderos titulares. Si el espacio de la élite dirigente es político, el defensor no puede desentenderse del medio en el cual se dirime la cuestión. En términos de Real de Azúa: "ninguna de las bellezas del poder les era indiferente" (Real de Azúa, 1986: xviii). Es que la independencia relativa con respecto al poder del campo intelectual que tiene a Rodó como faro, le impone el límite de su condición de existencia. Es decir que, si el Estado es acreedor de las garantías públicas que la crítica requiere para su desarrollo (libertad de expresión, de reunión, ausencia de censura, etc.), la esfera de producción cultural es su deudor (Koselleck, 1988:65). El grupo de Rodó honrará sus deudas autoasignándose la custodia moral de la multitud. En la distribución de los sentidos y valores, el intelectual será el operador privilegiado.

b. tutela social de la élite.

"No mandéis a vuestros hijos a esta Facultad [de Filosofía y Letras] (...) porque éste es un huerto cerrado, de atmósfera especial (...) intolerable para los que no vienen a él por espontánea atracción."
Cané, [1901]1917: 47/48)

Miguel Cané, que asume una posición más apegada al proyecto del 80 en lo que respecta a la unión entre la acción pública y la cultura literaria, asigna un lugar específico a los sectores populares, rígidamente diferenciado del espacio promovido para la élite ilustrada. En ese sentido, la visión admonitoria con respecto a la sociedad materialista no significó un obstáculo para el goce de la modernización, siempre que los titulares del poder pudieran desentenderse de su producción y conservación, controlando a aquellos destinados a la reproducción de la vida material, segregada de la cultural. La estricta separación y la jerarquización que realiza con respecto a los ámbitos científico y laboral es ilustrativa de su vocación tutelar regeneracionista. En efecto, refiriéndose al carácter de la ciencia y a los estudios propios de la Facultad de Filosofía y Letras, en el discurso pronunciado en el acto de transmisión del decanato, en 1904, Cané predica el "carácter científico y general" de los mismos. "Científicos" - nos aclara- "por su método y tendencias, generales por su altura y objetivo" (Cané, [1904]1917: 21/2). Observemos el carácter regeneracionista de la perspectiva que Cané utiliza para diferenciarse del positivismo de su época. Así, dice: "...la ciencia debe ser la región intangible, en la que sólo viven las verdades y las leyes comprobadas" (Cané, [1904]1917:32).

El carácter de "intangibilidad" que le atribuye a la ciencia nos permite pensar que el autor está más cerca de la epistéme griega que de la ciencia experimental moderna. El espíritu clásico aparece como invocación teórica puesta en oposición a lo moderno, y lo moderno está directamente relacionado con el utilitarismo, ámbito saturado por "la fuerza y el egoísmo", que el autor recusa para su círculo inmediato intelectual pero acepta para las orillas. Así, en el discurso pronunciado en el acto de colación de grados en la Facultad de Filosofía y Letras, en 1901, considera un mal inevitable de toda sociedad nueva el desarrollo de aptitudes vinculadas a la competencia y a la lucha por la vida; al tiempo que promueve la "cultura intensiva del espíritu" para los que, "por obra de espontánea selección", integrarán una "pequeña falange indispensable a toda vida nacional" (Cané, [1901]1917: 47-8). Habilidades para los afanes de la vida y aptitudes para la adquisición de la ciudadanía son los fines que, según nuestro autor, se proponen desde los nuevos planes de enseñanza (Cané, [1901] 1917:46). También parecen ser los del proyecto de Miguel Cané, pero separados. En tal sentido, describirá, en un registro premoderno, un proceso que será, a la vez, epistemológico y sociopolítico. En efecto, si los estudios universitarios, como lugar de "generalizaciones fecundas" (Cané, [1904], 1917: 25), facilitarán el camino a la pólis, en cambio, la particularidad de las disciplinas específicas llevará a la lucha por la vida y la obediencia. Esta fusión de los dos órdenes -el del saber y el del poder- reproduce la noción de armonía clásica, a la que apela Cané. El lugar fundamental que el autor asigna a lo universal, desde el punto de vista epistemológico, revela la visión holística de la preeminencia del todo, es decir, la existencia de un proceso finalístico a cuyo cumplimiento concurren las diversas partes y, desde el punto de vista sociopolítico, representa un proceso según un orden formado por distintos estadios jerárquicos, donde los superiores involucran y superan a los inferiores. De este modo, los conocimientos parciales se verán coronados por la filosofía, "resultante general de la infinita investigación particular" (Cané, [1901], 1917: 40), así como la comunidad de la pólis, último eslabón de la cadena social, requerirá un sistema de estratificaciones fijas, como eslabones intermedios. Para tal fin, los destinados a la vida económica desarrollarán sus "músculos, puños y apetitos" (Cané, [1901], 1917: 46), mientras que los que aspiran a participar en el ejercicio ciudadano cultivarán el espíritu. La forma como Cané explica la distancia entre las ciudades y la universidad, en Estados Unidos, nos resultará ilustrativa al respecto:

Esos centros de educación (...) se levantan lejos de las ciclópeas agrupaciones donde el impetuoso genio de la raza concentra su acción y su poder. Las vibraciones del alma nacional llegan a ellos depuradas de todo elemento espurio, e incitan los cerebros (...) tras el ideal incomparable de mantener a la patria, en todos los rumbos del espíritu y en todas las fases de la actividad humana, a altura insuperable (Cané, [1901], 1917: 50).

El modo de alcanzar la ciudadanía, esto es, merced a y con exclusión de los destinados a la vida económica, reproduce la concepción clásica del acceso del hombre libre a la cosa pública; reproducción que es afín a la concepción de un mundo de jerarquías predeterminadas, de dependencias de las partes entre sí y con el todo. Observamos cómo las nociones de "república restringida" y "república ampliada" del proyecto de Alberdi son fijadas en un modelo que recurre a lo clásico. Para tal fin, Cané zanja de un salto la brecha entre las fórmulas prescriptiva y operativa, interpretando la primera, sin mediaciones, en términos activos. La justificación que da Cané a este modelo procura perpetuar la separación 4.

c. Manuel Gálvez y la tutela cultural

"Nuestra fuerte y bella patria argentina vive, en estos momentos, una hora suprema: la hora en que sus mejores inteligencias y sus más sanos corazones reclaman la espiritualización de la conciencia nacional"
(Gálvez, 1913:9).

Las críticas al materialismo de la sociedad mercantilizada pretendieron cristalizar la cultura patricia en las visiones nostálgicas del pasado. Así, en "La inseguridad de la vida obrera", Gálvez criticará el trabajo en la modernidad, exaltando los valores medievales. Según el literato devenido sociólogo, "el trabajador de la Edad Media, bajo los reglamentos de las corporaciones (...) vivía una vida plácida y feliz (...). El régimen de libertad fue funesto para el trabajador [porque] en cuestiones sociales, la revolución francesa significa el atraso de un siglo" (Gálvez, 1912: 615).

Para salvar los valores perdidos, considera a su generación de escritores como la intérprete privilegiada del pasado que marcará un hito, un punto de inflexión que juzgará el antes y el después: decidirá la tradición para todos los tiempos. Porque, dice Gálvez, "hemos sido los primeros en ver las cosas de nuestro país como son (...) hemos realizado obra argentina, verdaderamente argentina" (Gálvez, 1932: 69). Si la mirada revaloriza el pasado criollo desde un presente juvenil, también ese presente juvenil devendrá pasado deseable para el Gálvez maduro. En tal sentido, el autor afirma: "llevamos a los muchachos de ahora una ventaja". Pero también saldará las cuentas con su generación anterior. Su comentario: "ninguno de nosotros hubiera atribuido categoría literaria a bromas de colegiales", unido a este otro: "si fuimos insolentes con hombres de valer de la generación anterior -con Cané o con Mansilla- pronto reconocimos nuestro error" (Gálvez, 1932:70). La impugnación a la figura del autor de Juvenilia resulta obvia.

La función hermenéutica que Gálvez se autoasigna tendrá como objetivo encontrar un elemento aglutinador para una población efectivamente heterogénea, condensando los tópicos del nacionalismo cultural del Centenario (Gramuglio, 1999: 38) en tensión con la preocupación de gran parte de los sectores gobernantes por formar un Estado liberal. En tal sentido, décadas más tarde, en Este pueblo necesita …, se referirá en términos despectivos a las sucesivas clases políticas, incluidas las esferas más acomodadas, a las que acusa, qua grupos parasitarios "carentes de pasión", de sacrificar el interés común en beneficio propio y de entregar los recursos naturales al capital extranjero5. De este modo, si el concepto de nación, como afirma Max Weber, pertenece a la esfera de los valores y está en relación con los sentimientos de solidaridad que unen a grupos específicos contra otros (Linz y Stepan, 1996: 21), Gálvez tratará de encontrar los elementos aglutinantes para la formación de una identidad común en el interior de los sectores populares. Así, la tradición elegida por Gálvez, siguiendo un supuesto sentimiento común, tendrá su eje en el criollismo y en las guerras de independencia. Pero, en El solar de la raza remonta esta autoctonía al pasado español, eludiendo a los pobladores originarios y denegando cualquier otra fuente inmigratoria. Afirma Gálvez: "(...) es que nosotros, a pesar de las aparentes diferencias, somos en el fondo españoles (...) una forma especial de españoles" (Gálvez, 1913:16). Ahora bien, si consideramos que el nacionalismo cumple una función integradora de las masas (Dotti, 1999: 290), es evidente que gran parte de esa masa quedará afuera del programa de Gálvez. En efecto, el autor pretende rescatar el pasado mítico, que convierte a la España medieval en tradición privilegiada6 y a sus herederos en la inmigración aceptada7, contraponiéndolo a un presente visualizado como sórdido, ávido de riquezas y revestido de un materialismo escéptico cuyo origen es la Europa moderna8, específicamente Francia e Italia. En el mismo sentido, en "La inseguridad de la vida obrera" homologará el progreso con el conflicto, reuniendo en una misma problemática conceptos tan heterogéneos como "el desenvolvimiento de las vías de comunicación" con "la lucha de clases"9. Todo lo nuevo, sin distinción, se traduce en pérdida en relación con un pasado más auténtico que el intelectual debe rescatar (Gramuglio, 1999: 37 y 2001: 37/40).

La resemantización de la realidad es considerada "obra de evangelización", una "misión" que comenzará con la "observación de sí mismo", como movimiento que levantará el velo con que la vida superficial oculta un interior que permanece intacto. "Dejemos en libertad a nuestra subconsciencia, llevemos nuestra sensibilidad a flor de piel" (Gálvez, 1913: 31), dice el autor y, así, la misión asignada al hermeneuta se va determinando: se debe hacer explícito lo que está implícito pero oculto por el manto oscuro del materialismo, sacarlo "del fondo de la raza" (Gálvez, 1913: 20). El derecho exclusivo de objetivación que el intelectual se da a sí mismo lo facultará para devolver la autoctonía a los que, ignorantes de su posesión, son sus verdaderos dueños10. Este movimiento de anamnésis que el autor pretende provocar le permitirá afirmar la necesidad de imponer políticas sociales y culturales verticales con independencia de la voluntad de aquellos a quienes van dirigidas, seguramente aletargados por el espíritu de la época: "démosle cultura al obrero, démosle bienestar, aun que (sic) no lo quiera", enfatiza el escritor (Galvéz, 1912:626). Pero, cuando Gálvez intenta denotar al sujeto que, en forma inconsciente, es portador de la verdad, incurre en contradicciones. Porque si en El solar de la raza el inmigrante es aquel que siendo culpable del materialismo escéptico y sin otro propósito que enriquecerse ha vencido sobre el gaucho, encarnación de los antiguos valores espirituales (Gálvez, 1913: 10), en La sombra del convento, en cambio, lo describe como esforzado trabajador, artífice del futuro (Gálvez, [1917]1949: 895), tópico que reanudará en Este pueblo necesita …, donde resaltará el valor del inmigrante pionero, en desmedro de sus hijos argentinos11 (Gálvez, 1934: 32/33); y en "La inseguridad de la vida obrera" denuncia la baja calidad de vida del inmigrante como problema nacional y exhorta a "que vengan todos los hombres de buena voluntad. Pero seamos con ellos generosos y nobles" (Gálvez, 1912:626). Observamos que las disimilitudes en la percepción del objeto de su escrutinio pueden correlacionarse con los diferentes sujetos a quienes dirige sus discursos: a un público lector de novelas, cuya expansión está en relación con su recepción por la inmigración; a funcionarios de gobierno, ante quienes el escritor debe mostrar versación, también, como cientista social12; y a un círculo nacionalista en crecimiento13, al que retribuirá en consonancia con el desencantamiento de la Argentina de la política de puertas abiertas a la inmigración. Conjeturamos que su ambiguo retorno al elogio a la inmigración, en 1934, se debe a que su imagen resultará funcional como ilustración de las figuras de abnegación, austeridad, trabajo y sacrificio, discursivamente emblemáticas del nacionalismo de corte fascista que se encuentra en su fase activa14. De todos modos, ese inmigrante, como objeto del pasado, no representaría ya, para ese grupo, la amenaza que significó en el Centenario. A cada uno de estos sectores les entregó el programa adecuado. Más allá de sus diferencias temporales estos programas se identifican en la xenofobia15 y el antimaterialismo esteticista y aristocrático (Adolfo Prieto, 1988:134).

3. Conclusión

En lo anterior, presentamos algunas teorías de corte regeneracionista concebidas por la élite intelectual argentina de fines del siglo XIX y principios del XX, que pretendieron interpretar a los actores populares. El regeneracionismo presente en José Rodó, Miguel Cané y Manuel Gálvez está representado en la concepción premoderna de la estratificación social. El paternalismo vertical que los miembros de este grupo desgranan sobre los sectores populares unifica estas perspectivas.

José Rodó critica a la sociedad modernizada "materialista", reivindicando los viejos valores patriarcales y señalando que la nueva sociedad surgida de la inmigración dotó de agentes, aunque no en todos los casos de beneficiarios, a la modernización que denuncia. En tal sentido, considera que el carácter cualitativo implícito en el desarrollo espiritual de los hombres es incompatible con el cuantitativo de la democracia. Sin embargo, para salvar esta vía, imagina un tipo de sistema político basado en jerarquías, formalmente democrático, que asegure la tutela de la élite sobre las "multitudes". El tratamiento discursivo diferenciado de categorías similares, según refieran a los sectores populares o a las élites, nos conduce a pensar que su aceptación de un espacio formal democrático se debe al lugar privilegiado al que este sistema le permite acceder, debido el desplazamiento del poder premoderno. En efecto, los detentadores de la razón y la moral serán los nuevos agentes políticos u oficiarán como sus mediadores con respecto a la sociedad.

Miguel Cané, en cambio, critica el proceso de construcción de la modernización, pero no sus resultados. En tal sentido, realiza una rígida separación y jerarquización entre las esferas de la producción material, por un lado, y la cultural y política, por otro. De este modo, vimos que Cané concibió un programa premoderno de acceso del hombre libre a la cosa pública, merced a y con exclusión de los destinados al mundo del trabajo y la necesidad.

Finalmente, Manuel Gálvez se consideró a sí mismo el hermeneuta de una realidad que, no obstante haber sido concebida por la misma élite a la que pertenecía, frente a su consumación, respondió impugnándola. Acusada de ser excesivamente materialista, Gálvez pretendió transformar su sociedad reemplazando el sistema liberal, basado en la constitución del Estado, por otro fundante de una nacionalidad. Como el concepto de nación está relacionado con sentimientos de solidaridad que unen y otorgan identidad social, Gálvez tratará de encontrar los elementos aglutinantes para la formación de una identidad común en el interior de los "rústicos y los miserables" (Sarlo y Altamirano, 1983: 104) que son sus portadores ignorantes. De este modo, el autor se constituye en el artífice de una anamnésis cuya función mesiánica consiste en despertar y liberar a los sectores populares, paradójicamente, por medio de un programa aristocratizante.

Notas

1 "Desde el momento en que haya realizado la democracia su obra de negación con el allanamiento de las superioridades injustas (...) su gloria consistirá en suscitar, por eficaces estímulos, en su seno, la revelación y el dominio de las verdaderas superioridades humanas" (cursiva en el original) (Rodó [1900]1993:51/2).
2 Dice Rodó: " (...) al instituir nuestra democracia (...) el predominio innoble del número, [debe cuidarse] de mantener muy en alto la noción de las legítimas superioridades humanas, y de hacer de la autoridad vinculada al voto popular, no la expresión del sofisma de la igualdad absoluta" (Rodó, [1900] 1993: 53).
3 "Quiere, en efecto, la ley de la evolución, manifestándose en la sociedad como en la naturaleza por una creciente tendencia a la heterogeneidad, que, a medida que la cultura general de las sociedades avanza, se limite correlativamente la extensión de las aptitudes individuales y haya de ceñirse el campo de acción de cada uno a una especialidad más restringida" (Rodó, [1900] 1993: 24).
4 Al respecto, Oscar Terán dice: "(...) el proyecto de facultad de filosofía y letras que imaginó permite replicar la representación de una sociedad escindida entre habitantes laboriosos, prácticos e instruidos en una especialización científica, por un lado, y por el otro, un sector letrado, dotado de la máxima espiritualidad y universalidad" ( Terán, O., 2000:75).
5 Dice Gálvez: "Hablan de la Patria los políticos y los gobernantes. Y la absoluta mayoría de ellos se ha pasado la vida encanallando al pueblo (…) ¿Son patriotas los que, desde hace años, vienen entregando el país al capitalismo extranjero? (…) Hablan de la Patria los adinerados. Y ¿qué han hecho por la Patria? (…) Aquí los ricos son patriotas de la boca para adentro. Aquí los ricos no han hecho casi nada." (Gálvez, 1934: 22/23)
6 "España es el país donde más se ha vivido en Dios, para Dios" (Gálvez, 1913:26)
7 Dice Gálvez: "Solo la española puede no sernos perjudicial, pues ésta, lejos de descaracterizarnos, nos ayudará a afirmar nuestra índole americana y argentina" (Gálvez, 1913:18)
8 "El escepticismo materialista de ahora es cosa nueva pues ha aparecido con la actual fiebre de riqueza y, con ésta, ha venido de Europa" (Gálvez, 1913:10)
9 "(...) la competencia, el desenvolvimiento de las vías de comunicación, los inventos, la lucha de clases contribuyen más o menos indirectamente a armar de inestabilidad la vida del actual asalariado" (Gálvez, 1912: 615)
10 Al respecto, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo dicen: "el escritor tiene capacidad (...) para captar verdades estéticas, morales y sociales, hacerlas accesible al pensamiento y la sensibilidad de los demás hombres y devolverlas, reveladas, a aquellos que pueden ser sus portadores ignorantes" (Altamirano-Sarlo, 1983:105)
11 Las contradicciones no sólo aparecen entre distintos textos, sino también dentro de uno mismo. Así, mientras que en un capítulo de Este pueblo necesita … afirma: "millares de extranjeros venidos de Italia, de España (…) habían hecho fortuna a costa de largos trabajos y penosos sacrificios. Pero sus hijos argentinos, que ignoraban ese heroísmo, al sentirse con el dinero que no habían contribuido a ganar, lo utilizaron para sus vulgares placeres" (Gálvez, 1934: 32-33); en otro, dice: "Yo espero mucho, sobre todo, de los hijos de los italianos. El italiano que venía a este país cuando era presidente el general Roca procedía de un ambiente mediocrizado por la política demoliberal (…) Pero el italiano de hoy es un hombre nuevo. Es austero, es idealista, es un hombre de orden" (Gálvez, 1934: 52) ¿Aplicará sobre sí mismo, Gálvez, los atributos con que presenta a su personaje-alter ego Gabriel Quiroga, quien dice: "ningún ser superior cree la misma cosa un día entero" (Gálvez, [1910], 2001: 65) … ni veinte páginas después?
12 En contradicción con el Gálvez sociólogo, el Gálvez literato revela su desprecio ante el conocimiento especializado, a favor del diletantismo: "Las gentes vulgares, los espíritus pedantes, los profesionales de ciertas pseudociencias a la moda (…) exhiben su saber como el tendero sus paños (…) El diletantismo hace amable a las ciencias y excluye la petulancia de los dómines especialistas (Gálvez, [1910], 2001: 72)
13 Dicen Altamirano y Sarlo: "El solar de la raza (...) tuvo una tirada de cuatro mil ejemplares, que parecen haberse vendido con mucha rapidez" (Altamirano y Sarlo, 1983:89-90). El número es sugestivo si lo comparamos con la edición de El diario de Gabriel Quiroga, de quinientos ejemplares o La maestra normal, de dos mil.
14 En "Posibilidades del fascismo en la Argentina", apéndice de Este pueblo necesita …, Gálvez da cuenta de un número elevado de organizaciones juveniles de corte nacionalista, con distintas aproximaciones al fenómeno fascista. Afirma el autor: "En Buenos Aires existe un fascismo latente y un tanto disimulado, que cada día crece en importancia. Creo (…) que el número de los fascistas llega a 50.000 (…) Hoy por hoy, enorme número de católicos, entre los jóvenes, son fascistas (…) No estarían completos estos comentarios si no dijese una palabra sobre el fascismo argentino de Córdoba (…) Se trata de un movimiento muy serio, y, tal vez, de gran porvenir" (Gálvez, 1934: 123-25)
15 "Nada serio se hará por vía parlamentaria (…) ni se modificaría la ley de inmigración en el sentido de no permitir la entrada al país de gentes que pertenecen a razas que nos descaracterizan, reduciendo nuestra condición de pueblo latino y católico" (Gálvez, 1934: 96).

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recibido: 16/06/06
aceptado para su publicación: 09/08/06