SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número35-36Andrea Cecilia Menegotto, Morfología verbal del Río de La Plata, Mar del Plata, Finisterre Editores, 2005Sagasti, Luis, Los mares de la luna, Buenos Aires, Sudamericana, 2006 índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Cuadernos del Sur. Letras

versión impresa ISSN 1668-7426

Cuad.Sur, Let.  n.35-36 Bahía Blanca  2005

 

Halliwell, Stephen: The Aesthetics of Mimesis. Ancient Texts and Modern Problems, Princeton University Press, 2002

María del Carmen Cabrero

Universidad Nacional del Sur

Halliwell, Stephen: The Aesthetics of Mimesis. Ancient Texts and Modern Problems. Princeton, Princeton University Press, 2002, pp. 424.

Avatares de un concepto

Stephen Halliwell se ha transformado en una de las autoridades filológicas contemporáneas; en tiempos de estrechas especializaciones, se hizo conocer desde mediados de la década de 1980 por sus estudios sobre Aristóteles -fundamentalmente sobre la Poética- para, a partir de los años 1990, comenzar a publicar también estudios sobre Platón. Ahora retoma esas sólidas bases de saber y las articula a partir del concepto de mímesis, que desenvuelve desde sus orígenes; la elección de hacerlo desde un espacio analítico configurado recién en el siglo XVIII -el de la estética-, y el hecho de que la exposición llega -algo debilitada- hasta nuestros días suman nuevos atractivos a la lectura. Su objetivo en este nuevo trabajo es abordar los problemas de la mímesis en su relación con las teorías filosóficas y los modelos críticos; en este sentido y como abiertamente lo declara, la intención es muy diferente de la que alentaba la ya clásica obra de Auerbach, quien se orientó a la investigación de formas prácticas de aplicación de distintas interpretaciones del concepto de mímesis; tal como Halliwell aclara, "es un alivio -ni hace falta decirlo- no tener que competir con Auerbach".

El texto denota un largo trabajo de composición: tres partes de idéntico volumen -unas ciento diez páginas de abigarrada escritura, con erudito aparato de citas al pie-, y cada una de las partes divididas en cuatro capítulos; de estos doce capítulos, cinco han sido publicados con anterioridad en diversas publicaciones especializadas o en antologías. En todo caso, el lector no advierte cesuras ni esa característica autonomía de las partes que han sido originalmente pensadas como unidad: el texto fluye, acumula, va satisfaciendo los intereses del lector tanto como los que el propio Halliwell sabe suscitar. Con ser obra personal, la lista de agradecimientos es interminable, y el investigador geográficamente periférico no deja de asombrarse ante la enumeración de los lugares en los que el autor discutió sus hipótesis y las ensayó ante un público de pares: Bergen, Cambridge, Chicago, Edimburgo, Harvard, Helsinki, Leeds, Londres, Los Ángeles, Munich, Nottingham, Oslo, Oxford, París, Pittsburgh, Princeton, Providence, Reno, Riverside, Roma, Tübingen y Zurich. Conteniendo la envidia, es superador pasar sin más a la lectura, que es gratificante.

La primera parte del trabajo está dedicada a la idea de mímesis en Platón. Halliwell lo ubica como padre fundador de la concepción mimética, pero nos advierte acerca de lo complejo del acercamiento platónico y de los riesgos que afrontan quienes lo han simplificado en fórmulas, como aquella que supone que Platón rechazaba consistentemente el concepto: tanto en el Cratilo como en Leyes encuentra que lo aplica a un conjunto de situaciones muy diversas, relacionadas con la epistemología, la ética, la psicología, la política y la metafísica. Lo primero que señala es que Platón establece una relación general -representación primaria- entre la mente y una filosóficamente hipotética realidad mental independiente, así como una representación secundaria de la experiencia humana dependiente de la mente, en la que cabría la producción poética. En el primer caso, la diferenciación se basa en escurridizos criterios cualitativos -y por tanto no cuantificables o asibles matemáticamente- que giran en torno a la verdad y la falsedad: estaríamos ante una mímesis ideal; en el segundo, ante una mímesis de la corrección, que ha sido tomada por el todo dando lugar -según Halliwell- a "uno de los mitos supremos de la historia de la estética".

Un interés central para Platón está en la psicología de la mímesis; desde ella se basa su famosa crítica de la poesía contenida en La República; sin embargo, en esa misma obra también releva las formas en que actúa la poderosa simpatía que puede llevar a las audiencias de obras poéticas a emocionarse profundamente y "ser una persona en lugar de muchas". La técnica mimética produce en este caso identificación, que no siempre es negativa para Platón: sólo en algunos casos su condición de "romántico puritano" -según lo califica Halliwell- lo hace condenar los excesos de la imaginación. En realidad, el ámbito en el que Platón mejor desarrolla sus juicios sobre la mímesis es el de la tragedia, algo que al autor no le resulta extraño pues lo considera el pensador teórico de la antigüedad que mejor comprendió el concepto de lo trágico (dentro del cual incluía a Homero). Allí puede verse cómo una verdad más que humana -en el sentido de más que realista- puede dar sentido a todo el mundo y a toda la vida. Halliwell también rechaza las interpretaciones mecánicas del concepto de espejo platónico; ya en el Cratilo habría reconocido la complejidad con que el arte -en este caso pictórico y figurativo- podía hacerse cargo de reproducir la realidad, por lo que no pretende legislar en esas materias. La metáfora platónica del espejo es un símbolo ambiguo, y no puede tomárselo como una condena a la mímesis.

En la segunda parte, Halliwell aborda la concepción aristotélica de la mímesis; es materia más conocida, pero no libre de controversias. En principio, estaríamos ante una visión "sustancialmente diferente de la de Platón", pero no por ello circunscripta a la imitación de la naturaleza (una idea que sólo debiera tenerse en cuenta para ciertos aspectos técnicos) sino que más bien procede por analogía con los procesos productivos naturales. Para Aristóteles, en la idea del parecido está un concepto de la mímesis artística asociado constructivamente al reconocimiento, de por sí complejo ya que incluye una comprensión emocional. Habría, pues, un doble aspecto, una dualidad que se manifiesta en la tensión creativa que reconoce la Poética, y que rechaza toda caracterización de Aristóteles como un formalista o moralista en su visión esencial del proceso de la creación artística.

Tanto en la Retórica como en la Política, Halliwell señala que Aristóteles percibe al arte como experiencia del conocimiento: un acto de reconocer, comprender y, hasta cierto punto, aprender. En este sentido, la poesía nos hablaría más de valores más universales que, por ejemplo, la historia; no debiera entenderse esta valoración como una moral completamente desarrollada, expuesta con intenciones didácticas. Cercana a esta idea está la de la piedad -del efecto de provocar piedad-, que Aristóteles desarrolla principalmente en relación con la función de las representaciones teatrales; radicalmente opuesta a la concepción platónica, la piedad sería con el tiempo la "bestia negra" de Nietzsche, en este aspecto muy influyente. Halliwell sostiene que para Aristóteles la piedad no es un vano sentimentalismo sino parte indispensable de una respuesta -acumulativa e integrada- de la representación mimética, capaz de hacer inteligible la experiencia humana.

En el último capítulo de esta segunda parte, el autor pone a Aristóteles en diálogo con el epicúreo Filodemo; el contraste es a propósito de los límites de las teorías miméticas del arte que se ponen en evidencia en la música (aunque la mayoría de los teóricos antiguos la consideraran también arte mimética, concepción que llegó hasta el Renacimiento y recién cedió a partir del siglo XVIII). Mientras que Aristóteles encuentra que la música tiene raíces en la natural afinidad humana hacia el ritmo y la melodía -y por lo tanto sujeta a alguna forma de mimesis-, para Filodemo era sonido puro, de base irracional, lo que de últimas llevaría -en la interpretación de Halliwell- a perder el sentido por el cual cierta combinación de sonidos se transforman en música para sus oyentes (y antes que para ellos, para sus productores).

La tercera parte del libro acompaña al concepto de mímesis a partir de los principales momentos posclásicos: el helenismo y el neoplatonismo, con alguna excursión hacia la contemporaneidad. El concepto siempre subsiste, pero se amplía el abanico de interpretaciones, como la de las grandes escuelas de los estoicos y los epicúreos. Los estoicos ven en la mímesis un medio de presentar verdades instructivas sobre la vida; los epicúreos tienden, como en otras materias, a subestimar toda teorización sobre la producción de belleza. Con el helenismo el concepto de mímesis se amplía hasta incluir aspectos de la retórica y hasta de la historiografía; Dionisio de Halicarnaso manipula la mímesis para usos retóricos, y Plutarco da el paso sustancial de hacer del pseûdos no un sinónimo de falsedad sino de ficción; a partir de sus especulaciones es fácilmente posible distinguir el recurrente contraste entre dos modelos de mímesis: el de la "simulación del mundo" y el del "reflejo del mundo". En cambio, en el mundo jerárquico de Plotino, la mímesis es parámetro de ubicación, basada en la distinción dualista entre cuerpo y alma; para Proclo, a su vez, sirve para diferenciar lo inspirado de lo didáctico.

Tras del neoplatonismo se pierden los modelos miméticos; no es mucho lo que nos aporta Halliwell de lo que sucede a partir del Renacimiento, pero señala algunos clisés desdeñables: que la mímesis se hubiera reducido a modelo universal durante el neoclacisismo bajo la fórmula de "imitar la naturaleza", que los románticos hubieran abrogado totalmente dicha concepción, que a partir del siglo XIX nos hubiésemos distanciado -¿liberado?- totalmente del concepto de mímesis. Sin duda, el lector quisiera más ejemplos y mayor profundidad en los abordajes del arte de nuestro tiempo. La sensación es que mucha de la crítica -literaria, por ejemplo- se ha valido de incongruentes simplificaciones acerca de las nociones clásicas de mímesis; de algún modo, el temor es a tener que leer todo de nuevo. Probablemente no sea tan dramático; en todo caso, el imponente trabajo de Stephen Halliwell impone matices de indispensable rigor: no hay que tomar el nombre de la mímesis en vano.

recibido: 23/03/06
aceptado para su publicación: 20/05/06