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Cuadernos del Sur. Letras

versión impresa ISSN 1668-7426

Cuad.Sur, Let.  n.37 Bahía Blanca  2007

 

¿Tradutore-tradittore? El intelectual y la memoria ficcional de la nación

Jostic Sonia*

Universidad del Salvador.
* E-mail: sjostic@indicom.com.ar

Resumen
Aun admitiendo la visibilidad que la novela "etnográfica" (Sarlo) ha adquirido en el mapa literario local durante los últimos años, resulta asimismo notable la continuidad de una narrativa "de tema histórico" -en su registro más o menos comercial, según los casos-, en la que es posible detectar cierta tendencia a construir imaginarios de nación ("gastronómico", "geológico" y "arqueológico", de acuerdo con la clasificación de A. Smith). Se trata de propuestas intervenidas por categorías de subalternidad (Guha) que suelen aparecer vinculadas con una figura de eventual funcionamiento residual (Williams), a saber: la del indígena; y a cuyos autores cabría asignárseles el papel de intérpretes que Z. Bauman adjudica a los intelectuales postmodernos.
Sin embargo, no obstante la voluntad significativamente reivindicatoria que dicha producción literaria ofrece, la aplicación de una lente antropológica en la lectura contribuye a desmantelar visos provocativamente diversos, que se despliegan en otra dirección para poner al descubierto la persistencia y la eficacia de herencias decimonónicas en las que es posible identificar tanto la intervención de marcas racializantes (Briones) como la elaboración de representaciones arcaizantes.

Palabras clave: Ficción de tema histórico; Nación; Indígenas.

Abstract
Even admitting the visibility that "the ethnographic" novel (Sarlo) has acquired in the local literary map during the last years, the continuity of a narrative "of historical subject" is also remarkable -in its more or less commercial registry, according to the cases-, in which it is possible to detect certain tendency to construct imaginary of nation ("gastronomical", "geologic" and "archaeological", according to the classification of A. Smith). It is about proposals intervened by categories of subalternity (Guha) that usually appear linked to a figure of eventual residual working (Williams), that is to say: the one of the aborigines; and whose authors could be assigned the role of interpreters suggested by Z. Bauman when referring to the postmodern intellectuals.
Nevertheless, despite the significantly vindicative willingness that this literary production offers, the application of an anthropological lens in the reading contributes to dismantle provocatively diverse aspects, that unfold in another direction to reveal the persistence and the effectiveness of 19th. Century heritage in which it is possible to identify both the intervention of racemarks (Briones) and the elaboration of archaic representations.

Key words: Narrative "of historical subject"; Nation; Aborigines.

Recibido: 27/04/07
Aceptado para su publicación: 15/06/07

Si bien la novela "etnográfica" (Sarlo, 2006)1, visiblemente interesada en el registro del presente ácido que la fiesta neoliberal supo instalar, se posiciona visiblemente en el mapa contemporáneo de la producción literaria local, también es preciso admitir en el mismo la persistencia de la narrativa "de tema histórico"2, una de las variables más contundentes a lo largo de las últimas décadas. A partir de los hiatos abiertos en el discurso historiográfico que le sirven como marco de referencia, la ficción opera acentuando con énfasis su preocupación por incluir lo excluido, silenciado, olvidado y reprimido por y en nuestra historia (Pons, 1996). De este modo,

"Conquista, dominación y exterminio es una tríada temática que confiere a gran número de novelas históricas argentinas un sello común [...]; lo que emerge es una actitud crítica apoyada en diversos movimientos revisionistas, que reivindican al derrotado y al humillado [...]. El exterminio y, desde luego, quienes fueron objeto de él, es un concentrador y un atractivo para los novelistas." (Pons, 2000: 105)

Ahora bien, aunque las mayor parte de las veces tales voces "derrotadas" provienen de espacios involucrados (aun cuando sea de modo lateral) en la construcción de los programas del Estado-nación del Siglo XlX, por otra parte ha aparecido una serie de textos que se hace cargo de sujetos subalternos (Guha, 1997)3 determinados, unánimemente excluidos pero, en principio, recuperados aquí como capaces de constituir historia. En este sentido, los personajes indígenas de estas textualidades pueden ser pensados en tanto signo (potencialmente) peligroso debido a un posible funcionamiento residual; esto es: como material

"que ha sido formado efectivamente en el pasado, pero todavía se halla en actividad en el proceso cultural; no sólo -y a menudo ni eso- como elemento del pasado, sino como efectivo elemento del presente [...] (que) puede presentar una relación alternativa e incluso oposicional respecto de la cultura dominante." (Williams, 2000:144)4

Williams pone particular énfasis en la operatividad que tales remanentes disparan, ya no en su funcionamiento aislado (cuya recuperación puede resultar simplemente marginal), sino en sus conexiones y continuidades con la contemporaneidad5. Un aspecto a explorar en esta comunicación consistirá, entonces, en la revisión de las estrategias puestas en marcha desde la escritura ficcional y, más aún, la medida de los alcances de dichas producciones a la hora de escamotear corrosivamente posibles arcaizaciones, donde por arcaico se entiende lo plenamente reconocido "como un elemento del pasado para ser observado, para ser examinado o incluso ocasionalmente para ser conscientemente 'revivido' de un modo deliberadamente especializado" (Williams, 2000: 144). Es claro que todo proceso hegemónico corre riesgos en caso de permitir que ciertas experiencias y prácticas de carácter residual operen fuera de la tradición sancionada como legítima; en este sentido, buscará también contener lo que lo indígena tenga de emergente, es decir: de "nuevos significados y valores, nuevas prácticas, nuevas relaciones y tipos de relaciones que se crean continuamente" (Williams, 2000:145) para dar cuenta de y, muchas veces, poner en duda aquellos de sus aspectos arcaizados. Por tanto, la neutralización de tales incorporaciones veladas -por reinterpretación, disolución, proyección, inclusión y exclusión discriminada- constituirá el mayor desafío para las prácticas que procuran escapar del control de la "tradición selectiva". En relación con estas cuestiones, el caso literario que se postula aquí permite examinar la latencia sumamente activa del signo autoctonía indígena, dado que ésta había desaparecido casi por completo de la literatura argentina durante la segunda mitad del Siglo XX; sin embargo, se revela hoy como marca evidentemente muy poderosa y de difícil disolución: verdadero clivaje en el que el sentido se condensa y puede ser reformulado al punto de, en ocasiones, devenir metáfora a través de la cual son otros los postulados que se proyectan. Son, entre otros textos, representativos de este corpus : Ema, la cautiva (1981) y La liebre (1991) de César Aira; Fuegia (1991) de Eduardo Belgrano Rawson; Un piano en Bahía Desolación (1994) de Libertad Demitrópulos; La pasión de los nómades (1994) de María Rosa Lojo; La tierra del fuego (1998) de Sylvia Iparraguirre; La Historia (1999) de Martín Caparrós; En esa época (2001) de Sergio Bizzio; Inglaterra, una fábula (1999) y Los que llegamos más lejos (2002) de Leopoldo Brizuela; La lengua del malón (2003) de Guillermo Saccomanno; Correrías de un infiel (2005) de Osvaldo Baigorria; los dos volúmenes "románticos" de Andrea Bonelli correspondientes a las Indias blancas (ambos de 2005). Aparecida, según se desprende del rastreo previo, durante la década del ochenta para cobrar impulso durante la del noventa, e instalada de modo casi excluyente en la región pampeano-patagónica dada su condición de teatro político que durante el Siglo XlX6 escenificó las configuraciones de la nación, gran parte de esta producción ficcional ha sido vinculada con la construcción de nuevos mitos nacionales como respuesta a la "necesidad teóricamente abierta por el vacío cultural que los cambios de Estado habrían dejado" (Garramuño, 1997:19) en su transición democrática7. En suma, como zona discursiva alternativa (situada a un lado de la narrativa histórica "central"), esta narrativa puede pensarse como escritura que se inscribe en una tradición para buscar los límites desde los cuales fracturarla8 -cuestionando, en este gesto, al canon- y a su vez como espacio de reacción y de reflexión ante debates por modelos de país.

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Dado que la potencia de la hegemonía no es pura dominación ni exclusión absoluta sino que opera envolviéndonos en un movimiento centrífugo mediante la construcción de una autoidentificación efectiva con las versiones selectivas del pasado, son previsibles negociaciones flexibles entre la "tolerancia" ante la presencia de prácticas, significados, clases, géneros y razas, por una parte9, y el estricto control que mantiene estas posiciones siempre en los márgenes, por otra. Es claro que la autoctonía se ve comprometida en tales maleabilidades en la medida en que, por ejemplo, el ingreso (aunque sea marginal) de lo indígena en la escena ficcional despunta con cierta visibilidad, es cierto, pero lo hace sólo a través de intermediarios: escritores (blancos) que se instalan, cada uno a su (y de diferentes) manera(s), en una zona escrituraria en la que no deja, sin embargo, de resonar (escandalosamente) el silencio y la ausencia del otro -en sí, por sí mismo- como instancia productora de sentido10. En esta dirección, los escritores se posicionarían en el rol que Zygmunt Bauman le ha atribuido al intelectual postmoderno, a saber: el del intérprete, "especialista [...] en traducción entre tradiciones culturales", debido a que "la comunicación a través de las tradiciones se convierte en el gran problema de nuestro tiempo", signado éste como está por la improbabilidad "de un consenso a escala mundial sobre cosmovisiones y valores" (Bauman, 1997:203). De acuerdo con el autor, tras haber perdido su autoridad legisladora moderna, los intelectuales han asumido hoy por hoy la autoridad de la lectura y de la palabra "civilizada", sin diferenciar sino aceptando universos de sentido de procedencia diversa, que deben ser interpretados "para beneficio de quienes no pertenecen a la comunidad que está detrás de ellos" (Bauman, 1997:277). A partir de las formulaciones previas, se trataría, pues, de una reflexividad intervenida por intelectuales blancos habilitados para leer y transmitir los nudos de significado de extracción cultural indígena con el objetivo de que cierto auditorio blanco -una vez más, punto de partida y de llegada- acceda a dichas complejidades. Todos ellos constituyen, además, fenómenos de una dinámica acorde con (y contextualizada en) una cultura que ha abandonado (también) su carga legitimadora y, emancipada del control estatal, ostenta hoy "un nuevo papel integrador" que -a través del mercado como coartada cohesiva- se ha deslizado de esferas sistémicas a sociales: "la cultura se convirtió en una mercancía comercializable" (Bauman, 1997:226). Es en este punto donde conviene no olvidar el modo en el que hoy, a diferencia de lo que ocurría hace un tiempo, el exotismo ha devenido valor; de allí que saltar por sobre la seducción que el carisma hoy fetichizable (arcaizable) de lo indígena se constituya en un desafío en el marco de las lecturas ejecutadas por estos intelectuales.

Se explorararán a continuación algunos gestos que atraviesan el modo en el que tales interpretaciones se procesan en el interior de una narrativa, según se ha señalado, atenta a los proyectos de nación. A través de la lectura de un corpus integrado por En esa época, Los que llegamos más lejos y La lengua del malón se examinarán las posibilidades mismas de la traducción, más allá de las efectividades y los alcances operacionales.

En esa época se refiere a la brutal historia del enfrentamiento entre soldados e indios durante la "Campaña del desierto", pero a través de trazos extrañamente sesgados: la excavación de la "zanja de Alsina"11, descomunal "Muralla China invertida" que proyectara este moderado para lidiar con los indios previamente a la opción definitiva por la "solución final" y fulminantemente exterminadora del general Roca, constituye la ocasión del hallazgo de un plato volador enterrado. Los soldados interactúan con los habitantes de la nave, dos extraños niños traslúcidos -únicos sobrevivientes de un naufragio alienígena ocurrido hace millones de años-, a quienes aquellos comienzan a enseñar los rudimentos del idioma. Mientras tanto, se efectiviza el ataque de un malón que perdona la vida sólo a unos pocos y toma como prisioneros tanto a los contados soldados como a esos "chicos" que, interpretados por el indio Toriano como "una señal que nos envía Dios en la derrota para que no perdamos la fe en la huida", ostentan la fascinante capacidad de la levitación. Acosados por las huestes de Roca tras el cambio de rumbo en las resoluciones políticas que desde Buenos Aires han decidido desatar el genocidio nativo, los indios deciden tirar de la nave con sus caballos en un épico viaje hasta el Río Colorado para (cercados ya por el ejército) usarla en su retirada. Finalmente, también en el espacio son encontrados por el destino y mueren, todos ellos, tras una -por cierto- elocuentemente provocativa "agonía serena y sin lamentos, llena de debilidad".

La novela de Bizzio confronta, pues, varias "ignorancias ciclópeas", al decir del propio autor en ocasión de una entrevista: la de los militares y la de los indios, completamente ignorantes de la noción de vida extraterrestre; la de dos seres extraterrestres que nacieron enterrados y que a su vez no tienen la noción de un "afuera". Y a través de esta coartada ficcional lleva la cuestión de las representaciones del otro hasta su extremo, en la medida en que lo que instala es la alteridad de la especie.

A través de la exasperación del anacronismo12, de la yuxtaposición de una trama delirante -de argumento marcadamente bizarro- con un discurso narrativo mesurado, el diseño escriturario de En esa época instala la noción de conflicto en una suerte de atemporalidad en la que podría leerse (de particularísimo modo -volveré sobre este punto) el ensayo de las "continuidades" que, de acuerdo con Raymond Williams, articulan un pasado de formaciones y un presente de (re)activaciones. La novela politiza frecuentemente el concepto de cultura (nacional) al disparar -desafiante- contra lo "alto" de lo dramático y jerarquizar las posibilidades irreverentes de lo hilarante; al cruzar lenguajes-estéticas-géneros13 disímiles y, en cierto modo, recíprocamente excluyentes. El efecto de extrañamiento encarado por el texto se basa en la presentación heterodoxa de un tema muy transitado en la literatura nacional, y es tal el desparpajo con el que la narración se distancia que en este gesto dejaría al descubierto su concepción de la nación en términos formales, como "un 'relato' que recitar, un 'discurso' que interpretar y un 'texto' que deconstruir" (Smith, 2000:190).

Al describir la "teoría gastronómica" de la nación, Anthony Smith se refiere a la concepción de ésta como "un artefacto compuesto ensamblado con una rica variedad de fuentes culturales", es decir: un conglomerado selectivo y, en definitiva, artificioso, dada su condición de síntesis de elementos de muy diversa procedencia. La estandarización de la historia, la creación de una literatura canónica, la música, ... constituyen -explica Smith- mecanismos que elaboraron una imagen de la nación para los compatriotas y para los extranjeros y, al hacerlo, "han forjado la propia nación." Ahora bien, en tanto escenifica el espacio nacional como cargado de heterogeneidades virulentas en coexistencia, En esa época parece orientarse a promover una versión de la nación en la que ésta aparece como un dislocado cóctel de ingredientes a través del cual se explotan hiperbólicamente las posibilidades que participan en la representación de aquélla como relato. Pero, más preocupada por desarticular que por articular las operaciones narrativas del imaginario, la novela desactiva toda coherencia para, en cambio, exacerbar tensiones inverosímiles. Y en ello consiste su manera de dejar al descubierto la naturaleza (étnica y racialmente) compleja y estratificada de una nación en la que los procesamientos encaminados a encumbrar una etnicidad ficticia (Balibar, 1991), inhibidora de lo diverso, resultaron de una irrefutable eficacia. En efecto, En esa época arremete exagerada, paródica y corrosivamente sobre los costurones que la invención de la tradición (Hobsbawm, 1983) ha impuesto en la trama nacional.

Por otra parte, sin embargo (y según se ha señalado más arriba), si bien es cierto que la atemporalidad atraviesa el relato negándose así a cerrar el conflicto, también lo es que la hipertrofia del delirio termina atentando en alguna medida contra la contundencia de las posibles conexiones entre pasado y presente. En este sentido, el "residuo" indígena parece ingresar en una especie de limbo adireccional desde el que no acierta a enlazarse "clara y activamente" (al decir de Williams) con líneas del presente; y cuando esto sucede, "cualquier recuperación puede resultar simplemente marginal." En rigor, fuera de las provocaciones a nivel discursivo, en el texto se perfilan ciertas (habituales) derivaciones de la figura del indígena hacia el pasado14: la novela se sitúa a fines del siglo XIX (considérese en este sentido el deíctico del título) y concluye con la (doble) muerte de indios y de mestizos: tanto en el cielo -asfixiados por la estrechez de una nave que sólo dilató lo ineludible- como en la tierra -donde Roca, no pudiendo "volver a Buenos Aires sin haber matado un solo indio", asesina al mestizo15 deforme a quien "no [...] vio como un monstruo sino como a un comprimido simbólico de la barbarie que debía aniquilar"-. Cabe preguntarse, por tanto, a propósito de las cancelaciones en que incurre(n) esta(s) textualidad(es) al reproducir el "remanente" indígena casi exclusivamente en el momento de su extinción, silenciando así su condición contemporánea.

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Los que llegamos más lejos elige situarse en un muy distinto lugar: un sitio de explícita reivindicación. Rematando la colección de (cinco) relatos que integran la textualidad, Brizuela declara en el "Cuaderno de bitácora": "Respecto de los pueblos indígenas reales mi única intención ha sido señalar su silencio en nuestros libros, en nuestra cultura y en nuestra vida política, en nuestra vida toda" (Brizuela, 2002: 303).

Los relatos se vuelven hacia fines del siglo XlX y principios del XX en busca de historias locales y regionales, recuerdos, datos provenientes de investigaciones antropológicas y etnográficas, fotografías..., todos ellos materiales que componen libremente el aparato narrativo. Los textos procesan asimismo modos enunciativos de procedencia pretérita; en este respecto, Florencia Garramuño ha sostenido que en términos generales la producción ficcional histórica reciente "problematiza[...] ese pasado por el mismo gesto de reescritura con el cual construye[...] reinterpretaciones de esos textos anteriores" y que, por ello, la repetición no supone aquí un mero acto de memoria de textos originales o la ocasión de una cita estética sino el "retorno a un momento de la tradición nacional que funciona como espacio de legitimación cultural" (Garramuño, 1997:14-15) y de crítica de las representaciones que formulaban esos textos. Los que llegamos más lejos trabaja con los géneros previos a la aparición de la novela nacional16 y articula así una textualidad que difícilmente se inscribe en la categoría de "cuento" (tradicional); se trata de un gesto de rescate en el que es posible leer una réplica y un desplazamiento fundacional desde el espacio discursivo. El relato más convencionalmente construido como cuento quizá sea "Revelación", en el que, sin embargo, desde su polisémico título se tematiza la práctica fotográfica, a la que, en rigor, es posible transferir la categoría genérica: "Revelación" recorta el género documental (por oposición al artístico), el cual remite -y así ha funcionado especialmente en el siglo XlX en relación con los indígenas- a una praxis que pone la visión al servicio del poder (el estado, la ciencia) y en la que representar constituye una "acción concreta sobre el sujeto tendiente a comprenderlo y dominarlo" (Penhos, 1995:109).

En otro orden, el ya mencionado artículo de Anthony Smith también hace referencia a la nación desde una perspectiva ahora diferente de la "gastronómica"; se trata de

la idea de nación como depósito del tiempo, como una estructura estratificada o en capas de experiencias sociales, políticas y culturales establecidas por generaciones sucesivas de una comunidad identificable. Desde este punto de vista, la situación contemporánea de la nación se explica como el resultado, la precipitación de las experiencias y las expresiones pasadas de todos sus miembros. Para esta perspectiva 'geológica', el pasado étnico explica el presente nacional (Smith, 2000:194-195).

Smith se muestra evidentemente más optimista ante esta "teoría" que ante el constructo gastronómico; sin embargo, manifiesta su escepticismo en relación con la versión radicalizada de aquélla -que califica como "perennialista"-, ya que de este modo la nación supondría "una esencia inmutable [...] bajo formas diferentes". En este sentido, sostiene: "Aunque podemos detectar algunos elementos de continuidad, las revoluciones de la modernidad han creado una brecha [...]"(198). Y Los que llegamos más lejos admite una clave de lectura en función de estas formulaciones.

"La historia" narra la anagnorisis de hermanos (indios) que habían sido separados durante la "cacería" en la que unos fusileros asesinaron a sus padres. El niño se pierde entre una manada de lobos y la niña es asistida por ancianos durante su trance agónico. Ya reestablecida, comienzan a circular noticias acerca de una jauría entre la que ha sido descubierto el "niño lobo", cuyo encuentro con su hermana se propicia. Enfrentados, los indios se miden hasta que el niño ataca y la niña ofrece su cuello. Muerta, "un sutilísimo olor a carroña pas[a] por debajo de la puerta [del cuarto de Nipau] y le hinch[a] el hocico y por primera vez no si[e]nt[e] hambre sino una inconcebible desesperación" que impulsa su huida.

"El placer de la cautiva" narra el acecho de Rosario por Namuncurá a lo largo del "desierto". En ocasión de la travesía a la muchacha le es revelada la táctica de persecución indígena que ella, además, comprende, adopta y maneja. A lo largo del relato las miradas de los personajes se posan, cada una, en el cuerpo del otro hasta configurar un "duelo erótico" que concluye con la unión de los amantes y la clásica remoción de las plantas de los pies con que se afianzaba el cautiverio. La ascendencia de la protagonista es mencionada muy fugazmente pero adquiere irrefutable prominencia: Rosario es portadora de sangre indígena a partir de una tatarabuela. Sólo de este modo parecería posible, entonces, concebir lo extra-ordinario de la historia: debido al poder de una sangre tan poderosa que, distanciándose de la blanca (de memoria cultural fácilmente corrompible), induce determinadas actuaciones aún después de cuatro generaciones.

En "Revelación", la fotografía de una india opera como coartada que activa una suerte de viaje al pasado por parte del fotógrafo (mestizo) que debe revelar el archivo del campamento del cacique Namuncurá, semanas después de la rendición de éste. Una vez más, es la memoria de la sangre la que activa lazos que permiten identificar, por ejemplo, "una lengua que nunca [se] record[ó] y ahora s[e sabe] que [se] h[a] aprendido" (Brizuela, 2002:230). La lengua17 como capital cultural es transmitida, pues, a través de una sangre que siempre se rebela exitosamente contra los intentos de sofocación.

"Luna roja" participa del apunte, el informe, la nota del naturalista o del antropólogo: hábitos y costumbres, ceremonias, mitos y creencias, fenotipia, lengua, exterminio de los indios fueguinos (que con particular énfasis recorta la figura del foguista) son reproducidos fragmentariamente en el interior del relato. Un mecanismo frecuente consiste en la polifónica inclusión de contrapuntos argumentativos en los que se debaten hipótesis propuestas por diferentes estudiosos: en ellos es posible advertir desmarcaciones que neutralizan la concepción racialmente alterizante de la categoría indígena18; sin embargo, narrativamente la sangre aborigen sigue funcionando como reservorio de marcas indelebles19.

"Pequeño Pie de Piedra" abre la biografía (novelada) de Ceferino para disparar la narración colectiva de la derrota indígena: se trata, pues, de una biografía de la extinción. En tanto narración de blanqueamiento (Briones, 2002) que exhibe la imposición de silencios deliberados sobre las invocaciones de la sangre, este relato se propone a contrapelo de la lógica que atraviesa Los que llegamos más lejos. Sin embargo, sigue siendo posible identificar en él la operatividad activa de lo racial en niveles de enunciación más profundos (como el hecho de que el -comparativamente extenso- relato nunca categoriza a Ceferino como "mestizo" y sí -siempre- como "indio"). Lo notable en "Pequeño Pie de Piedra" es que construye ciertas series (que no aparecen en el resto de los textos) cuando los ecos de la aniquilación indígena rebotan narrativamente más allá del desierto y su interpretación logra agitar a los fantasmas de Treblinka, de los obreros anarquistas fusilados en las estancias del Sur o de la colonia psiquiátrica Open Door, o cuando se profiere una declaración tan provocativa como la de que "Perón era indio, y reencarnación de Calfucurá" (Brizuela, 2002:207). Aun así, tales conexiones de la autoctonía indígena en tanto "residuo" se reducen a momentos, jirones, viñetas dentro de la economía del texto; momentos que no alcanzarían a armarse sistemáticamente. En este sentido, por sobre los ademanes de "emergencia" parecen prevalecer arcaizaciones nutridas de ciertos topoi (Anscombre-Ducrot, 1996)20 racializantes (como el del peso de la sangre), reproductores de hegemonía. Dadas las cosas así, podría identificarse en Los que llegamos más lejos cierta tendencia a incurrir en articulaciones geológicamente perennialistas.

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Tras haber reflexionado críticamente en relación con visiones gastronómicas y (no tanto) con las geológicas de la nación, Smith se concentra en el rol del "nacionalista como arqueólogo". En la medida en que, por un lado, el propósito de la arqueología consiste en la reconstrucción de una era o una civilización pasadas y en su relación con períodos posteriores (incluido el presente), pudiendo a partir de ello deducir las posibilidades de futuros desarrollos; y dado que, por otro lado, la disciplina se ocupa de continuidades, pero sin minimizar discontinuidades y dislocaciones, Smith discrimina la triple modulación involucrada en las intervenciones del nacionalista: el redescubrimiento, la reinterpretación y la regeneración de la comunidad. En efecto, la labor reinterpretativa debe sopesar las fuentes y tamizar las tradiciones que el redescubrimiento de la "etnohistoria" comunitaria había propiciado; luego, dichos materiales resultarán regenerados en virtud de la movilización (presente) de emociones colectivas y de la activación de las energías nacionales. Es, finalmente, en este punto donde resulta localizable La lengua del malón en tanto enrevesada malla de sentidos que, anclada en el presente, abandona el matiz jerarquizador que parece (únicamente) dable en virtud de representaciones fosilizadas del aborigen (como las propuestas por Los que llegamos más lejos) para arrojar otras piezas -y otros juegos- sobre el tablero.

La lengua del malón no habla, en rigor, (sólo) sobre los indígenas. Antes bien: habla sobre el peronismo, y es desde allí -sesgadamente y recuperando instancias fundacionales de la nación- desde donde encara una mirada revulsiva. Por tanto, la escritura no sólo no propone sino que rechaza tenazmente un recorte "exclusivo" y aislado de lo "residual" y se ocupa de hacerlo funcionar sostenidamente en el interior de un sistema de conexiones. En rigor, La lengua tampoco se detiene en "cualquier" peronismo sino en el más turbulento: el que se extiende entre la muerte de Eva y el bombardeo de la Plaza de Mayo. Habla sobre las postrimerías: sobre el momento en el que la violencia revolucionaria y la efervescencia partidista incuban una de las atmósferas más densas de la historia argentina. En la voz del profesor Gómez, narrador protagónico de la novela de Saccomanno, se superponen palabras, historias, registros y percepciones ajenas, privadas y siempre múltiples, en lo que deviene un texto huidizo: resistente a la domesticación, a pesar de la presencia de un único "filtro" discursivo21. En efecto, La lengua se "abre" en implosiones narrativas que se revelan, en definitiva, acordes con la dispersión consecuente de la violencia. En este sentido, además de la suya propia (la de un profesor de literatura, traductor, homosexual, peronista, "cabecita negra", ambiguamente fascinado -en un comienzo- por los intelectuales del grupo literario Sur y por los morochos populistas), Gómez narra la historia de amor entre su amiga Lía, periodista de izquierda y judía, y Delia, pituca "belleza criolla" casada con un capitán de marina (personaje legible, por tanto, como una especie de "imagen de la República"), quien clandestinamente ha escrito La lengua del malón: el periplo de una mujer, esposa de un capitán de fortín, que prefiere no sólo el cautiverio de un capitanejo indio al de su esposo sino que, más belicosa y provocativamente aún, es capaz de imponer -ella- el cautiverio al representante de la barbarie. En un verdadero hojaldre de transgresiones, la escritura acompaña los trazos delineados por los outsiders22 con una exploración de géneros periféricos (la novela erótica, lo gauchesco, el melodrama, el folletín); también, con la reposición de la condición híbrida23 y al mismo tiempo escurridiza de las textualidades fundacionales24.

La nación aparece convocada, pues, en clave erótica, y en este punto no habría demasiada distancia entre lo que ofrecen La lengua, por un lado, y "El placer de la cautiva" de Los que llegamos más lejos, por otro. Ambos textos patean el tablero de la tradición literaria argentina al escenificar (exhibicionistamente) lo que nadie se había atrevido a mencionar: la asimetría no tolerada de las relaciones interraciales, que puede aceptar literariamente el vínculo entre el hombre blanco y la mujer india, pero nunca el de la mujer blanca y el hombre indio (Ramos, 1997)25. Al respecto, puede pensarse que los racializantes topoi también circulan aquí, en la novela de Saccomanno, en plena actividad: ¿qué pluma sino la de la sangre "impura" puede atreverse a jugar tan insolentemente con la polisemia erótica de la "zanja" cavada por la cristiandad?, ¿a tensar tan desaforadamente las mezclas? Y sería que Delia, la autora, es, en fin, ella misma una mezcla; sí: Delia es "cabecita", es "morocha", aun cuando la oligarquía tuerza eufemísticamente esa inscripción en la de "belleza criolla"26. Tales consideraciones adquieren una resonancia significativa cuando se las piensa trabadas en una encrucijada que cruza cuestiones de raza con cuestiones de clase. Porque el texto explota la (habitual) superposición de ambas membresías: ¿qué otra cosa sucede, sino, cuando se sostiene que "un ejemplar obrero y criollo [...] bien podría haber sido el símbolo del héroe justicialista"?, ¿que "En [Eva] lo rubio es tintura. Y se nota. Porque en ese gesto del teñido, prevalece la guarangada como deschave del simulacro huinca [que] Se vuelve caricatura del modelo estético de la aristocracia"?, ¿que "Que un descendiente de indios27 vistiera el uniforme del ejército conquistador del desierto, era un aviso de su poder demoníaco para infiltrarse y corromper una sociedad que, hasta entonces, era occidental y cristiana"?, ¿que bajo la lupa de "esa mujer", Victoria Ocampo, el contralmirante de modales ceremoniosos (pero con antepasados quechuas) era, sí, "un cabecita converso", pero "no era [-jamás podría serlo-] uno de los nuestros"? Lo que hacen tales adscripciones es dejar al descubierto el modo en el que actúa la lógica del amague de etnicización28 que, en un momento u otro, choca indefectiblemente contra un techo de racialización29, autorizando blanqueamientos sólo hasta un lugar en el que las marcas todavía resulten (un poco) visibles.

Pero Delia salta por sobre las estigmatizaciones al esgrimir la escritura como una herramienta con la que "traiciona" a su clase. Más aún, redescubrir, reinterpretar y (quizá sobretodo) regenerar el tópico de la cautiva desde la historia negada, para frustrar el "rescate rubio", "para que su heroína no cumpla con los atributos de la cautiva gimiente", mártir y pura, no significa aquí distanciarse sólo de la mujer gorila sino también de la justicialista: "Colaboradora indispensable del desarrollo industrial [ya que] su vientre es una fábrica de obreritos". Y a partir de este punto la lectura conduce hacia e impone ciertos reacomodamientos que promueven una revisión delicada de la figura del outsider que se construye en La lengua del malón: transgresor, sí, pero desde la elección de un "tercer espacio" (el "in-between" de la cultura; Bhabha, 2003), cuyos goznes horadan fisuras a través de las cuales se vuelve posible escaparle al hecho de tener que "[...] estar de un lado o del otro de la antinomia aunque [se] hubiera elegido una tercera posición" (Saccomanno, 2003:207). En este sentido, que Gómez y Lía proyecten editar una revista propia por no coincidir "ni con el populismo ni con la visión extranjerizante de Victoria", que en las tolderías D "se recort[e] tanto de las demás cautivas como de las indias", que en la belleza "andrógina" de Eva se "articul[en] el maniquí rubio y el resentimiento de arrabal", etc., etc., constituyen -todas ellas- manifestaciones de un modo triangulado de pensar que es, en definitiva, el que le permite a Saccomanno no ocultar las contradicciones del peronismo debajo de la alfombra30 sin incurrir por ello en giros gorilas ("Podía justificarle todo al régimen, menos eso. Ningún argumento podía legitimar la tortura. Y el régimen torturaba. No sólo a los militantes de izquierda. [...] la tortura ponía punto final a toda defensa que yo pudiera hacer del peronismo"; Saccomanno, 2003:65-66). Por todo esto, el "tercer espacio" deviene, también aquí y una vez más, un lugar de transgresión mucho más corrosivo que el de simple oposición.

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Interpretar y traducir, activar y dirimir la comunicación entre comunidades de sentido diversas es, según Bauman, el cometido de los intelectuales posmodernos. Un lugar, el suyo, bastante próximo al del negociador y al del árbitro: un "tercer" lugar, entonces. Por tanto, ha sido y sigue siendo en el borde, el umbral,... la frontera donde, asimiladora o agonísticamente, se procesa y se unge el reconocimiento de la diferencia. Antiguos reparos siempre pendientes permanecen, sin embargo, abiertos: "La mejor de las interpretaciones debe todavía encontrar su camino de vuelta a aquellos cuyo entendimiento pretende valorar. ¿La aceptarán? ¿Será la garantía intelectual de validez suficiente para hacerlos aceptar?" Y lo afirmativo de las respuestas parece, en el caso explorado, estar muy lejos. Casi en el origen de esta discusión quedaban expuestas ya las dudas en relación con la eficacia y los alcances que las representaciones del otro ensayadas últimamente en el terreno literario están en condiciones de ofrecer, cuando es precisamente ese otro quien se encuentra ausente.

No obstante, sí se revela aquí un perfil de la labor interpretativa a la que Bauman no se ha referido: la de la interpretación, ya no del otro, sino de sí. Extraños31 para nosotros mismos, es en el interior de la mismidad donde los intelectuales deben practicar sus interpretaciones. La ficción no está, en efecto, traduciendo al otro ni para el otro; antes bien, somos nosotros mismos objeto de interpretación y es con nosotros mismos que se debe arbitrar. Con vistas a ello las propuestas son variadas y múltiples: gastronómicas, geológicas, arqueológicas y más, seguramente. Pero lo que en cualquier caso parece postularse como significativo y funcional es la habilidad del intelectual para posicionarse en (y traducir desde) espacios en ocasiones un tanto "incómodos": limítrofes e intermedios; en fin: transgresores. Una de las posibilidades de la transgresión es la de romper estructuras de plano, gesto en el que muchos elementos son "barridos", pero del que, casi inevitablemente, algunos escapan para acertar una recolocación. Más lúcida parece ser, en cambio, la transgresión a partir de la desestabilización estructural proveniente de la triangulación, pues ésta genera no sólo una mirada extrañada sino la alternativa de una interpretación inusual.

Notas
1 Una línea ficcional cuya condición "etnográfica" se tensa con procedimientos corrosivos del material documental. En efecto, en el artículo al que hago referencia, Sarlo se detiene en la producción de autores como Fogwill y Aira, cuyas "miradas documentales" del presente eligen, sin embargo, incurrir en "torsiones desrealizadoras" que, de algún modo, también se incluirían en el procesamiento "hiperbólico" que sostiene la narrativa de Washington Cucurto. Por mi parte, querría añadir a un corpus recortado sobre el criterio de la ficción, otro un tanto más fronterizo: encabalgado entre el periodismo y el non fiction, donde lo documental se posiciona en un lugar diverso. Me refiero, por ejemplo, a Los pibes del fondo. Delincuencia urbana. Diez historias de Patricia Rojas (2000), Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vidas de pibes chorros de Cristian Alarcón (2003), Cartoneros. Recuperadores de desechos y causas perdidas, de Eduardo Anguita (2003).
2 Al optar por esta nomenclatura, me apropio del "atajo" clasificatorio propuesto, desde el terreno de la plástica, por Roberto Amigo (1994). Amigo prefiere desechar el término "pintura de historia" y hablar mas bien de "pintura de tema histórico", dado que la primera categoría hace referencia "al patrón de las grandes máquinas pictóricas europeas" -a las que, según el autor, las pinturas rioplatenses del Siglo XIX responden en escaso número- mientras que la segunda resulta más abarcativa y permite ampliar el análisis e incorporar géneros como la pintura militar o de crónica de sucesos contemporáneos. En cuanto al terreno específicamente literario, la archiconocida, engorrosa y objeto de infructuosos debates categoría "histórica" de la novela supone la injerencia de límites que pueden ser discutibles a propósito de su relación con el material histórico; al respecto, María Cristina Pons (1996) piensa el género con ciertos los márgenes de laxitud que pueden resultar operativos. La presente comunicación trabaja, entonces, a partir del criterio "amplio" del tratamiento histórico por parte de una ficción habitada en ocasiones sólo de modo lateral por datos, hechos y/o personajes históricamente localizables; es decir: se trata de una narrativa en la que es posible, incluso cuando socava deliberadamente los tics programáticos del género, leer de algún modo la historia.
3 En tanto "atributo general de subordinación [...] ya sea que esté expresado en términos de clase, casta, edad, género, ocupación o en cualquier otra forma" (Guha, 1997:23), donde una de las categorías habilitadas por la enumeración abierta corresponde, indudablemente, a la de raza.
4 María Cristina Pons piensa, incluso, la novela de género histórico en sí misma como "una forma de expresión esporádica y residual, propia del siglo XlX, [que] pas[a] a ser desde fines de los años setenta una forma cultural casi dominante." (Pons, 2000: 98; el subrayado es mío).
5 Al respecto, son paradigmáticas las tesis desplegadas por David Viñas en Indios, ejército y frontera, una de las cuales, por ejemplo, sostiene que la Argentina moderna se fundó sobre un acto represivo: la matanza de indios de 1879. Con una perspectiva histórica donde el pasado ilumina el presente y lo resignifica, Viñas revela las correspondencias que existen entre distintas situaciones históricas en que la clase dominante decidió la eliminación de quienes no entraban en su proyecto político. Al sostener que los indios son los desaparecidos del siglo XIX, Viñas enuncia su objetivo ideológico y actualiza un programa narrativo: leer lo elidido en la historia "oficial", es decir: la versión de los "vencidos", para interpretar -en confrontación con la historia- un presente de dictadura y muerte.
6 Las novelas que escenifican la región norteña resultan proporcionalmente opacadas: Eisejuaz (1971) de Sara Gallardo; Karaí, el héroe. Mitopopeya de un zafio que fue en busca de la Tierra Sin Mal (1988) de Adolfo Colombres; Intangible (1990) de Laura Nicastro, por ejemplo. Otro corpus es el que puede armarse en torno del momento del descubrimiento y la conquista, en el que sitúo, por ejemplo: la trilogía de Abel Posse: Daimón (1978), Los perros del Paraíso (1983) y El largo atardecer del caminante (1992); El entenado (1983) de Juan José Saer; Señales del cielo (1994) de María Angélica Scotti; Isaac Halevy, rey de los judíos (1997) de Elio Brailovsky; En nombre de Dios (1997) de Patricia Sagastizábal.
7 En rigor, Garramuño trabaja con un corpus novelístico más amplio (argentino-uruguayo-brasileño) integrado por textos que se ocupan de los momentos correspondientes al descubrimiento de América y al de la formación del Estado-nación.
8 De hecho (y en otro orden), es constante la apuesta a los géneros periféricos o las torsiones practicadas sobre géneros más tradicionales.
9 "Ciertas actividades o posiciones pueden ser incorporadas para proteger mejor los intereses subyacentes por medio de concesión e innovación" (Pollock, 2002:39).
10 John Beverley recupera las consideraciones de Guha a propósito de la subalternidad en tanto categoría definida por la negación debido a su "carencia de poder de (auto)representación" (2004:55). De este modo, en la medida en que el dominio de la alfabetización y la escritura es propiedad de la clase dominante, el saber académico no sólo resulta implicado y reproduce la construcción social de la subalternidad sino que, además, está de algún modo condenado a ese fracaso representacional: "Asumir como conmensurables el proyecto de representar al subalterno desde la academia y el proyecto de auto-representación del subalterno mismo es, simplemente, eso: una asunción" (68). Las discusiones de Gayatri Spivak (1988), aunque con matices distintos, circulan por carriles próximos a éstos; en el escenario local, cabe confrontar con las nueve proposiciones desarrolladas por Pablo Alabarces (2004) a propósito de lo popular, la primera de las cuales indica que "hablar de lo popular es usar siempre una lengua intelectual" (27).
11 "Zanja" que la novela menciona por primera vez como "fosa", con todas las connotaciones fúnebres que la polisemia del término contiene.
12 Mecanismo que -además de provocar la colisión de universos conceptuales cronológicamente excluyentes- trabaja con, por ejemplo, fricciones en las que lo pretérito de un escenario histórico se topa con personajes que se expresan con un lenguaje actual y coloquial: "Nada. Ando boludeando un poco" es la respuesta del indio manso que se acerca a los excavadores al comienzo de la novela ("obvio", "los indios andaban asustados, hipersensibles", son otros casos).
13 Resulta interesante, en este caso, el ademán de búsqueda de una ciencia ficción nacional, con identidad propia y alejada de los hegemónicos modelos norteamericanos; nutrida, en cambio, de elementos de la historia o de la cotidianeidad argentinas.
14 Tal es el gesto de la ficción ya no sólo en el caso de los grupos extinguidos sino también de los sobrevivientes en la actualidad. Ello está lejos de ser inocuo si se lo piensa como acto de clausura de debates en este respecto: los pasados (convenientemente) exhumados se vuelven materia blanda, flexible, trabajable en manos de un "saber ligado al poder que lo autoriza" (De Certeau, 1999) y que suele modelar eficaces pasteurizaciones. En efecto, es posible relacionar la derivación pretérita con lo que podría considerarse un "pentálogo del perfecto museísta" en virtud del cual Michel de Certeau analiza los mecanismos de edulcoración fraguadas en torno de lo popular, a saber: 1) la folklorización surgida de la idea de "cultura como patrimonio" en asociación con "lo natural, lo verdadero, lo ingenuo, lo inocente, lo espontáneo" como requisitos permeables a "las virtudes primitivas de la tierra"; 2) la exotización ligada a un distanciamiento en el que la mirada extrañada efectúa aproximaciones que la proximidad neutralizaría ("la emoción nace de la distancia"); 3) la mitificación derivada de una exégesis (salvacionista) que conecta lo popular con la llamada "pureza original", de la que se desprenden la metáfora del "pueblo como niño" (justificadora de paternalismos tendientes a preservar esa condición virginal) y, en otro orden, la remisión a la cuestión de los "orígenes perdidos" (en tanto figura que sustituye eufemísticamente el acto de supresión ejercido originalmente); 4) la reducción operada a partir de la intervención de la ciencia, siempre pronta a "confiscar tesoros" por medio de la clasificación y del coleccionismo ("[...] es el momento en el que una cultura ya no tiene los medios para defenderse cuando aparecen el etnólogo o el arqueólogo"); 5) y sobretodo el silenciamiento derivado del hecho de que lo popular sólo "hable" desde escenario ilustrado (¿acaso pensando alguna vez en un público que no lo sea?): "[...] al pueblo se lo ha despojado de la palabra para mejor domesticarlo. La idealización de lo 'popular' es tanto más fácil cuando se efectúa bajo la forma de un monólogo." Pero tal "desactivación" de la cultura popular está lejos de hacer de ella un material inerte; antes bien: es el estrecho vínculo construido -operaciones previamente descriptas mediante-- entre ella y la tradición lo que la (re)activa intensamente desde otros lugares que practican recortes, selecciones, reinterpretaciones, adaptaciones y -en absoluto inocentes- traducciones de materiales ofrecidos desde ese pasado que de muy peculiar modo se (re)inscriben en el presente. Tal es el proceso historizado por Peter Burke (1991) en su lectura del pueblo en tanto objeto "inventado" por los intelectuales de fines del siglo XVIII como respuesta a las, entre otras, necesidades político-ideológicas consecuentes del incipiente nacionalismo. A su vez, en una dirección próxima -aunque claramente diversa- Martín Barbero (1987) lee al pueblo como sujeto -y ya no como objeto- y desde allí objeta la legendarización en que incurre el Romanticismo al explotar el primitivismo, el folklorismo, la pureza, la autonomía: todas ellas originalidades populares que no hacen sino "congelar" el estereotipo y amarrarlo a un pasado que conspira contra la posibilidad de politizaciones en un sentido diferente del operado a través de la manipulación objetivante.
Finalmente y en otro orden, cabría confrontar la preterización dignificadora que interviene en la construcción ficcional de los indígenas con la situación de una figura de lógica social análoga, a saber: los "cabecitas negras". Mientras que aquellos han devenido objeto de cierta revalorización literaria (en parte promovida, como se ha señalado brevemente, por la posibilidad de aproximar su masacre a otras), en cambio: no han sido resignificada la descalificadora marcación de la actualísima "cultura popular", en cuya alterización se conjugan con suma estrechez marcaciones racializadoras con cuestiones de clase. En este sentido, la ficción ha incorporado últimamente el universo extraliterario de la cumbia, la bailanta, sus mitos, su oralidad y su "reviente" en textos como los de Washington Cucurto (seudónimo de Santiago Vega): Cosa de negros (2003), Las aventuras del Sr. Maíz (2005) y El curandero del amor (2006). Más allá de las posibles reservas que desde la cultura "alta" pudieran esbozarse, es indiscutible la visibilidad que esta escritura adquiere para la crítica académica, en cuyo gesto ponderatorio finalmente parecería ponerse de manifiesto cierto populismo sensible a lo provocador, lo sugestivo y lo novedoso del mundo de los otros.
15 Resulta interesante aquí el modo en el que se desliza una marca de racialización en virtud de la cual la categoría mestizo siempre se concibe como más cercana al componente indígena que al no indígena (Briones, 2002). Este punto reaparecerá más abajo.
16 Concretamente: se reflota sobretodo la crónica y la noticia, pero también la crónica de viajes en particular (en "El placer de la cautiva"), el informe-apunte del naturalista (en "Luna roja"), la biografía, el testimonio y la noticia (en "Pequeño Pie de Piedra. Una vida imaginaria de Ceferino Namuncurá en treinta y ocho testimonios"), la fábula y la leyenda (en "La historia"); asimismo, mitos y canciones tribales.
17 La lengua y la raza son, según Etienne Balibar (1991), las dos vías tendientes a producir una "etnicidad ficticia".
18 Procesos de desadscripción en virtud de los que la especie humana se concibe como licuada en un todo inclusivo y desjerarquizado: "Onas y yaganes, ¿no recordarían de pronto, con la certeza deslumbrada de quien se mira por primera vez en un espejo, a aquellos remotísimos ancestros comunes que según se dice alguna vez partieron de Asia huyendo de alguna otra Tormenta Madre y que siguiendo a las golondrinas habían llegado a Alaska y cruzando Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica hasta llegar aquí, sólo ansiosos salvar su fuego, sólo deseosos de encontrar la isla en donde ninguna tormenta lo arriesgara? (Brizuela, 2002:293-294).
19 "Porque la muchacha [ángela Loij], aún ahora que ya ha doblado y apilado los trescientos camisones, y vuelve a vaciar la plancha en el brasero, y lleva el brasero con unción bajo el manto del hogar, aún ahora Angelita vigila ansiosamente la perduración del fuego que ha guiado a tantísimas canoas, y tiembla pensando quién lo mantendrá si ya nadie navega y ya no habrá siquiera más ropa que planchar. Suyo es el temor de los foguistas [...]." (Brizuela, 2002:287) Y son esas marcas las que explican que sólo Lola Minkiyohl, "la última anciana sobreviviente", pueda adivinar lo que ángela teme: "algo que ninguno de los blancos podría imaginar nunca" porque se trata de un secreto al que se accede sólo a través de la sangre.
20 Para los autores, los topoi "son creencias presentadas como comunes a cierta colectividad de la que al menos forman parte el locutor y su alocutor; [...] de ahí que el topos tenga muchos puntos comunes con el presupuesto"; como consecuencia de ello, "el topos se presenta como general, en el sentido de que vale para una multitud de situaciones diferentes de la situación particular en la que el discurso lo utiliza" (Anscombre-Ducrot, 1996:218).
21 No es casual el modo en el que el narrador se hace cargo aquí de su discurso, diferente de lo que ocurría en los dos casos examinados previamente, donde la omnisciencia de la narración desarmaba -al menos en parte- ciertos compromisos con la historia.
22 Debe añadirse el caso del vínculo amoroso entre el profesor De Franco y Azucena, la "flor de piba" que fuera su alumna y luego entablara una relación sentimental con Lía; también, por ejemplo, el del personaje de la becaria Debra y su pareja Farah, una documentalista paquistaní, quienes han decidido tener un hijo por inseminación.
23 "Como los libros fundacionales de nuestra literatura, [La lengua del malón] se define por la dificultad de ceñirse a un género" (Saccomanno, 2003:89).
24 "La lengua del malón está construida con un lenguaje que no condesciende al lunfardo. El relato de Delia no recurre tampoco al criollismo de la escarapela y del mate" (Saccomanno, 2003:207). Al respecto, resulta asimismo sugestivo el carácter inconcluso del texto de Delia, dada su condición potencial: verdadera invitación a escribir literatura e historia a contrapelo, sin concesiones, desde el disenso y en procura de la reversión de los lugares comunes de la letra.
25 En este último caso, se considera que la mujer debería afrontar solitariamente la generación de mestizos.
26 Al autobiografiar su prehistoria, el personaje recorta la presencia del componente indígena en la figura de su abuela Milagro, a quien la indiada abandonara en la estancia de sus abuelos cuando fuera bebé y, ya mayor y aculturada, resultara embarazada por el "patrón".
27 Aristas de la genealogía que saben soliviantar más de un espíritu: la ascendencia tehuelche de Perón, la posible guaraní de San Martín, las facciones mulatas de Rivadavia, por ejemplo, han sido en varias oportunidades percibidas como amenazantes por la versión masculina-blanca-de clase media de la historia argentina.
28 Concebida ésta como: "metatérmino útil para circunscribir analíticamente aquellas formas de marcación que, basándose en 'divisiones en la cultura' en vez de 'en la naturaleza' contemplan la desmarcación/invisibilización y prevén o promueven la posibilidad general de pase u ósmosis entre categorizaciones sociales con distinto grado de inclusividad" (Briones, 2002).
29 Leída como: "metatérmino útil para circunscribir analíticamente aquellas formas sociales de marcación de alteridad que niegan conceptualmente la posibilidad de ósmosis a través de las fronteras sociales, y censuran en la práctica todo intento por borronear y traspasar tales fronteras. Esto es, marcaciones que descartan la opción de que la diferencia/marca se diluya completamente, ya sea por homogeneización cultural, en una comunidad política envolvente que -de manera simultánea aunque a menudo implícita- se racializa por contraste" (Briones: 2002).
30 Increpa Lía: "Me vas a negar que Perón está con los nazis, Gómez. Sabés la cantidad de carniceros a que dio asilo"; o bien: "Los negociados y los chanchullos del gobierno estaban a la orden del día", reconoce Gómez.
31 Remito a la polisemia que el término presenta en francés, donde étranger es al mismo tiempo "extraño" o "ajeno" y, además, "extranjero".

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