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Cuadernos del Sur. Letras

versión impresa ISSN 1668-7426

Cuad.Sur, Let.  n.37 Bahía Blanca  2007

 

Barajar y dar de nuevo: el rol del intelectual en la revista Literatura y Sociedad

Emiliana Mercére*

Universidad Nacional de Mar del Plata.
* E-mail: mercere@copetel.com.ar, milimercere@hotmail.com

Resumen
En diciembre de 1965, Sergio Camarda y Ricardo Piglia publican el primer número de la revista Literatura y Sociedad. Allí, en la primera sección del sumario Piglia examina el recorrido de la izquierda tradicional (Partido Comunista y Partido Socialista), revisando fundamentalmente sus vínculos con la clase trabajadora y el peronismo; da cuenta del nacimiento de la Nueva Izquierda, a la que dice pertenecer; y subraya la urgencia de plantear un nuevo rol para el intelectual de izquierda. En la segunda sección, precisa los objetivos y el espacio de acción del intelectual en general y del crítico literario en particular y redefine los conceptos de cultura y literatura. Tanto en el análisis del papel del intelectual -tal como se concebía y ejercitaba previamente- como en la propuesta de uno nuevo se puede reconocer la presencia de Antonio Gramsci.

Palabras clave: Gramsci; Intelectual; Cultura y Literatura.

Abstract
In December, 1965 Sergio Camarda and Ricardo Piglia publish the first issue of the Literature and Society magazine. There, in the first section of the summary Piglia examines the traditional left-wing path (Communist Party and Socialist Party), going mainly through its links with the working class and the Peronism; he informs of the birth of the New Left, to which he claims to belong, and highlights the urge to propose a new role for the Left intellectual. In the second section, he determines the aims and the field of action of the intellectual in general and of the literary critic in particular and defines the concepts of culture and literature again. In the analysis of the role of the intellectual -such as it was conceived and practiced previously- as in the proposal of a new one the presence of Antonio Gramsci can be recognized.

Key words: Gramsci; Intellectual; Culture and literature.

Recibido: 30/04/07
Aceptado para su publicación: 07/07/07

Consideraciones iniciales

En el campo intelectual argentino de los años sesenta, puede detectarse la presencia de Antonio Gramsci en la revista Literatura y Sociedad, dirigida por Sergio Camarda y Ricardo Piglia. Resulta interesante rastrear, en particular, qué, cómo, por qué y para qué este último autor lee a Gramsci en el sumario del primer número de la publicación1. Para ello, trabajaremos sobre un juego complejo de representaciones y exploraremos allí los tópicos predominantes en torno a la problematización de la figura del intelectual en la constelación discursiva de la época. Como principio metodológico, importa destacar que, si bien no podemos prescindir del peso real de los acontecimientos, no llevamos a cabo un análisis histórico detallado sino que hacemos explícito nuestro interés por la construcción cultural del pasado desde la perspectiva de Piglia y su revista.

La elección de este corpus responde a la pertinencia de las publicaciones para la confección de una crónica de los intelectuales del período abordado. Tal como lo señala Silvia Sigal (1991), los periódicos y las revistas son "la base de operaciones de los primeros reordenamientos de la época" (128) y "delimitan un ámbito de disputas ceñido a la coyuntura"(129).

Pasado, presente, futuro

En Intelectuales y poder en la década del sesenta y Nuestros años sesentas, Silvia Sigal (1991) y Oscar Terán (1991), respectivamente, analizan de manera pormenorizada las características del campo cultural durante los sesenta, relevando su organización, las luchas por la legitimidad entre los distintos agentes y sectores, las polémicas por los espacios de acción y el rol del intelectual. Coinciden en señalar la aparición, tras el derrocamiento de Perón, de intelectuales definidos principalmente por el cuestionamiento de "su papel qua intelectuales en la sociedad y en la política" (Sigal, 1991:132) y por el planteo recurrente de inquietudes acerca de los vínculos entre el pueblo y el productor cultural, entre la izquierda y el peronismo, y entre el marxismo y el nacionalismo. Asimismo, en la caracterización histórica, económica, política y socio-cultural de la época, los autores ponen en juego parámetros explicativos similares: el reacomodamiento respecto del fenómeno peronista, luego de la autodenominada "Revolución Libertadora"; la "Operación Cardenal"; la "traición Frondizi"; la definición de la identidad de la clase obrera -las combinaciones inestables entre la "cuestión obrera" y la "cuestión peronista"-; las luchas anticolonialistas del Tercer Mundo (Indochina, Argelia, Vietnam, etc.) y la "teoría de la dependencia"; la proliferación de grupos político-culturales de la Nueva Izquierda, impulsados por la perspectiva del socialismo internacional -el conflicto chino-soviético, la autonomización del Partido Comunista Italiano, el XXII congreso del Partido Comunista Soviético, la República Popular china y luego la "Revolución cultural", la Revolución cubana-; la apropiación y resemantización de nuevos referentes ideológico-culturales -Fanon, Sartre, Mao, Guevara, pero también Lefebvre, Della Volpe, Goldmann, Lukács, Brecht, entre otros- y la progresiva politización del campo de la cultura.

En este marco epocal se inscribe el ensayo de Piglia. En efecto, varios de los hechos recién mencionados preceden cercanamente o son simultáneos al momento en que el autor escribe el sumario "Literatura y Sociedad". En este sentido, el texto es una crónica. Pero también, puesto que Piglia revisa críticamente el desenvolvimiento de la izquierda remontándose, para ello, a la década del cuarenta, y, asimismo, define objetivos a cumplir en el futuro, el texto realiza un análisis histórico y formula un programa de acción.

El sumario empieza con las siguientes palabras:

En Argentina, en 1965, los intelectuales de izquierda somos inofensivos. Dispersos, cada tanto enfrentados en disputas retóricas, dulcemente encariñados con nuestras "capillas", ejercemos una cuidadosa inoperancia. Demostramos, sí, una admirable buena voluntad: firmamos manifiestos, viajamos a los países socialistas, nuestros libros son valientes.

Padecemos la justificada indiferencia de la única clase a la que confiamos nuestra liberación. Están allí, ajenos como los bosques. Sabemos de sus luchas, a veces nos sorprende el vértigo de una manifestación: el estallido de los gases, tiros, el estruendo de los caballos y los golpes. Es inútil que intentemos correr y mezclarnos: nos sentimos extraños, nuestros gritos suenan falsos, huecos. [...]

Unidos al mundo burgués por nuestras costumbres y a la clase obrera por nuestra ideología, no pertenecemos verdaderamente ni a uno ni a otra. Nadie puede afirmar que nuestra situación es cómoda: suspendidos en el vacío, la Historia, indiferente y obstinada, parece continuar sin nosotros.

[...] Enfrente, la burguesía es un muro opaco: ellos habitan un país que les pertenece (1; la cursiva es nuestra)2.

El texto pone en escena el debate sobre la posición y la función social del intelectual. Se arma a partir de dos marcas pronominales fuertes: nosotros/ellos. Nosotros remite a los intelectuales de izquierda. Ellos envía a dos grupos antagónicos: la clase obrera y el mundo burgués. El conflicto entre el productor cultural y el proletariado se representa, precisamente, en la imposibilidad de fusionarlos en el pronombre nosotros y enfrentarlos a ellos, los burgueses.

En los sesenta, la recepción de la obra gramsciana en la Argentina agudiza el cuestionamiento sobre la relación entre el intelectual y los trabajadores3. Al descubrir que uno de los motivos más relevantes del fracaso en la construcción de la voluntad nacional-popular es el divorcio entre los intelectuales y el proletariado, Gramsci considera primordial el análisis de los modos y los espacios en que se han ido formando los distintos tipos de intelectuales italianos. Similar inquietud manifiesta Piglia al plantear la necesidad de rastrear y criticar el rol desempeñado por los dirigentes de la izquierda tradicional, focalizando particularmente en la cuestión de sus vínculos con las masas peronistas. Sostiene que la fractura entre el proletariado y los dirigentes de izquierda se produce en la década del cuarenta y está motivada, desde su perspectiva, por la incapacidad de los intelectuales para juzgar los acontecimientos locales. Señala que la izquierda argentina, acostumbrada a tomar como modelo a la clase obrera europea, interpreta al "cabecita negra" como lumpen-proletariat y el peronismo como nazi-fascismo. Según Piglia, esta sobreimpresión de categorías extranjeras sobre fenómenos locales lleva a los partidos Comunista y Socialista, junto con una fracción de la Unión Cívica Radical y el Partido Demócrata Progresista, a constituir la Unión Democrática y a enfrentarse a la fórmula "Perón-Quijano". El autor caracteriza a la U.D. como una "reacción defensiva de los grupos tradicionales, preocupados por los cambios que hacían peligrar su hegemonía, y de las capas medias aterradas por la subversión de 'los valores tradicionales de la democracia' que significaba el peronismo" (2). Por su participación en la U.D., Piglia acusa a la izquierda de reformista, antiperonista y no-nacional. Le adjudica cometer, diez años después, en 1955, el mismo error teórico -explicar lo nacional a partir de conceptos foráneos- y político -asociarse a los sectores antiperonistas y no plantear para el proletariado "un camino independiente entre la derecha gorila y la burguesía peronista"(4). Da como ejemplo de lo que considera una actitud incorrecta por parte de la izquierda el periódico Propósitos dirigido por Leónidas Barletta, que viva la irrupción de la autoproclamada "Revolución Libertadora".

Ahora bien, la generación de los intelectuales de los sesenta, según el autor, no acepta la caracterización vehiculizada por el sector liberal y la izquierda ortodoxa del movimiento peronista como "fenómeno exógeno", "estado de locura pasajero", "demagogia populista". En este sentido, se comprende la influencia de la obra gramsciana, en tanto que la categoría de lo nacional-popular posibilita, desde la óptica de ciertos sectores de la Nueva Izquierda, una reinterpretación del peronismo y una analogía con la cuestión italiana:

si el fascismo no era, como creía Croce, una enfermedad intelectual y moral, sino 'un nuevo sistema de organización de las fuerzas políticas y sociales en torno de un estado de nuevo tipo', entonces se tornaba verosímil y estimulante traducir esta evaluación más compleja de un hecho histórico crucial para el análisis del propio fenómeno peronista (Terán, 1991:103-104).

El 16 de septiembre de 1955 marca, según Piglia, el inicio de una nueva relación entre la intelectualidad y el pueblo. Si bien la autodenominada "Libertadora" es vitoreada por ciertos sectores de la cultura de izquierda, otras fracciones progresistas del campo intelectual manifiestan una clara oposición. Es el caso del grupo Contorno, el primero en cuestionar el rol del intelectual. Los "parricidas" -como los denominó Rodríguez Monegal (1956)- provocan una doble fractura: en el orden literario, denuncian la cultura liberal hegemonizada por el suplemento literario de La Nación y la revista Sur, y se enfrentan a la generación "paseísta" y al realismo canónico; en el político, polemizan tanto con el liberalismo antiperonista como con el Partido Comunista, que hacia mediados de los años cincuenta sigue ejerciendo una considerable influencia en el ámbito cultural (Sigal, 1991). Sin definirse como pro-peronistas, nos dice Piglia, los miembros de Contorno critican a los liberales por la proscripción del peronismo. éste es el momento en que los "núcleos intelectuales dejan de enfrentar a la clase obrera e intentan [...] 'dirigirla'" (4).

Según Terán (1991) y Sigal (1991), el programa político de Frondizi y los primeros meses de su gobierno significan para los intelectuales progresistas la definición de un nuevo rol: la participación activa en el Estado y en la esfera institucionalizada de la política. Pero el apoyo de los intelectuales al integracionismo frondizista dura poco: el gobierno proclama el decreto 9.764/58, estableciendo el Plan Conintes, que concede a las Fuerzas Armadas la dirección total en la lucha "antiterrorista" y las autoriza a reprimir huelgas. En 1959, se emite el decreto 4.965, "Disposiciones provisorias de defensa contra el comunismo". Frondizi es responsable también de la política petrolera (privatización de la YPF y la DINIE) y del intento de privatización de la educación universitaria. Asimismo, en el '59 se produce la Revolución Cubana, vivida por los intelectuales de izquierda como "la revolución en castellano"4. El triunfo del movimiento dirigido por Castro y la necesidad de una explicación de lo sucedido con Arturo Frondizi más compleja que la idea de la "traición" obliga "a vastos sectores de las capas medias intelectuales a reconsiderar la historia nacional a la luz de la lucha de clases, a poner a prueba su propia ideología. [...] Aparece, entonces, lo que se ha dado en llamar neo-izquierda" (Piglia, 1965:5).

Piglia describe la Nueva Izquierda como una nueva generación "definida por el peronismo" y cohesionada principalmente por una "actitud política": se caracteriza por su vínculo con el marxismo y su intento de separarse de la tradición liberal y de vincularse con el proletariado para que sea éste "quien decida el camino político libre de las opciones burguesas" (5). Desde la perspectiva del autor, la Nueva Izquierda desmantela la hegemonía del Partido Comunista y el Partido Socialista sobre el marxismo, liquida la división entre éste y el trotskismo en torno a la concepción de la estrategia revolucionaria y, ante todo, subraya "la necesidad del camino nacional para el marxismo en la Argentina"(5). "Los errores, los aciertos, las contradicciones de éste proceso", sostiene el autor, "son historia presente"(5) y luego destaca la necesidad de un análisis que aborde el rompimiento del Partido Socialista, las expulsiones del Partido Comunista, el surgimiento de Vanguardia Revolucionaria y del Socialismo de Vanguardia, las relaciones de la izquierda "con una clase obrera más peronista que revolucionaria"(6). Al proponer este análisis, Piglia determina los objetivos de la publicación y comienza a delinear el rol y el espacio de la praxis del intelectual:

Ese análisis es [...] el punto de partida para definir una estrategia que respete la especificidad de nuestra realidad, el momento nacional en la lucha por la liberación; y que descubra en cada nivel específico de acción (sindical, ideológico, político) la táctica concreta para efectivizar una política, para construir la vanguardia, para abominar de nuestra ineficacia.

El final de este artículo y los futuros números de la LITERATURA Y SOCIEDAD quieren ser un aporte para la discusión de estas cuestiones en el nivel específico de la lucha cultural. (6)

Funciones del intelectual en la lucha cultural

En la segunda parte del sumario, titulada "Falsa conciencia y cultura nacional", el autor especifica el rol del intelectual en general y del crítico literario en particular, definiendo para ello qué entiende por cultura y literatura. Pregunta y responde:
[...] ¿De qué modo encontrar, como intelectuales, esa actividad revolucionaria?
¿Cuál es el límite de efectividad de un intelectual de izquierda en la Argentina?
Sí. Negamos la facilidad de justificar una estática separación, una fractura entre política y cultura que permita recluirse en un (ilusorio) campo específico; estamos prevenidos contra la tendencia de subordinar cronológicamente la definición de la problemática cultural a las soluciones políticas sin atender a las mediaciones, pero ¿a qué nivel encontrar la efectividad política del trabajo intelectual?
La lucha cultural, se ha dicho, es lucha política. Lucha de una clase por conseguir su hegemonía sobre las demás en todos los aspectos de la vida social. Y si una clase es algo más que una mecánica relación con la producción, si la conciencia es un factor primordial en la existencia activa de una clase social, se comprende la importancia revolucionaria de la lucha ideológica: enfrentar a la ideología dominante en cada nivel de la totalidad concreta (el arte, la educación, el derecho). (8 y 9)

En el planteo del problema y su respuesta tentativa, se observa la presencia del filósofo y dirigente comunista italiano. En el contexto en que escribe Piglia, Gramsci aparece como uno de los pocos pensadores marxistas que le otorga a la cultura y, por ende, a los intelectuales una función primordial en la construcción de una hegemonía. Esta noción junto con las de sociedad civil y sociedad política forman una constelación conceptual que atraviesa su obra. Según Gramsci, en Occidente, el Estado se articula en dos ejes. Por un lado, la sociedad política, que es el gobierno de los funcionarios y que usualmente se denomina "estado", junto a los conceptos de coacción o dominio. Por otro, la sociedad civil, que podría denominarse Estado-ético y que implica la hegemonía o dirección político-cultural de una clase o grupo sobre la totalidad de la sociedad. La hegemonía opera a través de la prensa, la radio, la escuela, la iglesia, el sindicato. Tales medios e instituciones hacen circular la concepción de mundo de la clase dominante, inculcándola como natural y no como producto de las relaciones de fuerza, del conflicto histórico entre valores, saberes, éticas, tradiciones de los diversos grupos (Gramsci, 1981: 272). Así y todo, la dirección ideológica-cultural nunca es completa y, aunque tienda a ser totalizadora e incluso aparente serlo, en el espacio socio-cultural hay intersticios -o, en todo caso hay que provocarlos- a partir de los cuales podría comenzar a gestarse una nueva.

En el proyecto político de reemplazar la hegemonía burguesa e instalar una contrahegemonía de la clase obrera, Gramsci le otorga a la cultura un lugar fundamental, porque es allí donde el hombre -la clase- adquiere conciencia de su lugar en la estructura económica y, por lo tanto, de la posibilidad de producir un cambio. La tarea revolucionaria de construir una contrahegemonía tiene como condición necesaria, aunque no suficiente, analizar las manifestaciones culturales de la clase dominante y, fundamentalmente, investigar las contradicciones, heterogeneidades de la concepción de mundo y del discurso de los grupos dominados. Si "los intelectuales operan especialmente en la sociedad civil" (1981:272), en las instancias materiales y simbólicas formadas por y formadoras de la cultura, entonces es primordial examinar su rol. Para el armado de una hegemonía alternativa, no sólo es fundamental que el obrero adquiera una conciencia crítica de clase sino que el intelectual reconozca su función como productor. Esto es, el intelectual tiene que reflexionar sobre su posición en el modo de producción cultural, su rol como fuerza productiva y las relaciones de producción en las que está inmerso. En este sentido, Gramsci afirma que muchos intelectuales pueden no reconocer que trabajan para una burguesía al considerar sus obras desvinculadas de las condiciones sociales y económicas, pero aún más problemático es el caso de los intelectuales de izquierda que reproducen la ideología burguesa al repetir procedimientos y mecanismos de una cultura hegemónica no propia.

Veamos, ahora, cómo la preocupación gramsciana acerca de las maneras de desmantelar una hegemonía y construir otra, sobre la función y posición del intelectual en la sociedad, sus vínculos con la clase trabajadora, deja marcas en el enfoque de Piglia. En el apartado "Las resistencias de la realidad", para desarmar el sentido común de la clase obrera argentina y volverla crítica y consciente de su rol, el autor desarticula las maneras en que la burguesía se vuelve hegemónica naturalizando su visión de mundo: denuncia el modo en que, a través de distintos medios, aquélla impone "pautas de conducta, valores, sentimiento, [...] introduce en la conciencia de la clase obrera una concepción de mundo deformada que favorece sus intereses" (7)5. Según Piglia, la clase dominante implementa varias estrategias para imponer su ideología. Por un lado, con el objetivo de "ocultar la lucha de clases", "atomiza la sociedad en células aisladas, incomunicables" (6), pregona que el fracaso o el éxito dependen del individuo puesto que "se trata de la Naturaleza Humana"(6). Por otro, edifica un orden humano, constriñéndolo a la "solidez de las leyes naturales": los roles de cada individuo -de cada clase- están dados de antemano y no pueden ser modificados. Por último, la burguesía disimula "una situación ilegal de hecho, utilizando la legalidad del derecho" (7) y ocultando las diferencias de clase bajo las formalidades de la democracia burguesa: el obrero se transforma en ciudadano y, como tal, debe respetar las Leyes, la Constitución, el Parlamento.

En "El colonialismo y sus metáforas", Piglia continúa socavando la representación de mundo de la clase dominante mediante la dicotomía nación / imperio. La "teoría de la dependencia" deja huellas claras: el escritor abre las dos partes del sumario citando a Franz Fanon y define la Argentina como un país colonial, sometido sucesivamente a dos metrópolis, Inglaterra y Estados Unidos. Ataca a los intelectuales por su incapacidad de entender la propia realidad, nacida de la estructura de pensamiento "europeizante", no "nacional-popular". De esta manera, intenta desmentir las imágenes de la Argentina producidas por intereses oligárquicos y extranjerizantes, denunciando a los productores culturales por su subordinación a los parámetros metropolitanos:

Cuando no conseguimos los originales, construimos los sustitutos según el modelo. La literatura puede servir de ejemplo: el público celebra y consagra a un escritor en la medida que regrese de Europa consagrado, traducido. Para triunfar inobjetablemente es necesario escribir pensando en Europa. Conquistarla. Ser como un europeo. (7)

En estas palabras resuena la lectura que Agosti hace de Gramsci:

Y si en el caso italiano la lucha a favor de la nueva cultura reclamaba, como punto de partida, un proceso simultáneo de desprovincialización y de nacionalización, ¿qué no debiéramos decir en el caso argentino, con una literatura que ha vivido siempre en éxtasis provinciano, atenta al menor palpitar de la prestigiosa metrópoli lejana? [...] Pero esa literatura debe arrancar de lo que el país es y no de lo que idealmente quisiéramos que fuese, de sus tradiciones populares, de sus sentimientos, aun de sus atrasos, y no simplemente de aquellos prestigiosos modelos (1986:13 y 14).

En efecto, en el texto "Concepto de 'nacional-popular'", Gramsci define lo que entiende por "nacional" y "popular" de la siguiente manera:

En muchas lenguas, `nacional' y `popular' son sinónimos o casi. [...] En Italia, el término `nacional' tiene un significado muy restringido ideológicamente y en ningún caso coincide con 'popular', porque en este país los intelectuales están alejados del pueblo, es decir, de la 'nación', y en cambio se encuentran ligados a una tradición de casta que no ha sido rota nunca por un fuerte movimiento político nacional o popular desde abajo. [...] El término `nacional' en Italia está ligado a la tradición libresca, de allí la facilidad tonta y en el fondo peligrosa de llamar `antinacional' a quien no tenga esta concepción arqueológica y apolillada de los intereses del país" (1986:125).

De ello resulta que en "Italia la cultura no ha sido jamás un hecho nacional, sino de carácter 'cosmopolita'" (1986:102) y esto tiene como causa fundamental el universalismo o cosmopolitismo de sus intelectuales. En Los intelectuales y la organización de la cultura (1997), Gramsci aborda la constitución de las diversas categorías de intelectuales italianos y para ello retrocede hasta la antigüedad romana, recorriendo diferentes etapas históricas. En el Imperio Romano, los médicos, los maestros de las artes liberales, los filósofos, muchos de ellos libertos griegos u orientales, se definen principalmente por responder a las exigencias del emperador que gobierna6. El cosmopolitismo se mantiene durante el período de los reinos romano-germánicos y tiene su mayor alcance con el establecimiento de la organización cristiano-papal. La iglesia cristiana, legitimada como religión oficial por Teodorico (gobierno 379-399 d.C.), va ampliando, con el paso del tiempo, su radio de influencia, tanto en el campo político como, y de manera fundamental, en la cultura. Es precisamente en el aparato eclesiástico donde mejor se observa el universalismo. Los intelectuales eclesiásticos forman una casta europea que reúne técnicos, especialistas, dirigentes, artistas, que no responden a un criterio de agrupación nacional7, regional, social, sino al hecho de encontrarse bajo la autoridad papal. En los comienzos de la modernidad, Cristóbal Colón, perteneciente por origen a uno de los tantos estados italianos, se desempeña para la corte castellana8. Este recorrido histórico le permite a Gramsci mostrar que el cosmopolitismo, eje de continuidad en la formación de los intelectuales, continúa operando, en las primeras décadas del siglo XX, como uno de los motivos de la inexistencia de una concepción de mundo nacional-popular en Italia.

El intelectual cosmopolita es la primera manifestación de la categoría de intelectual tradicional, productor de cultura que perteneciendo por origen a un determinado grupo (social, económico, cultural) puede cumplir funciones para otro. En Inglaterra, ejemplifica Gramsci, a partir de la Revolución Industrial, la clase económico-social dominante es la burguesía industrial, que forma intelectuales orgánicos, "surgidos en el mismo terreno industrial con el grupo económico" (1997:22). No obstante, éstos sólo tienen peso en la esfera económica; por eso, en lo que concierne a la dirección cultural y al dominio gubernamental, la clase burguesa debe recurrir a intelectuales de un grupo social preexistente, la aristocracia latifundista. De esta manera, individuos de la aristocracia son asimilados como intelectuales tradicionales de la burguesía. Otro caso analizado por Gramsci y estrechamente relacionado con nuestro trabajo es el de los educadores que, creyendo ser independientes, reproducen una concepción de mundo de una clase dominante a la que no pertenecen, sin ser conscientes de ello. Por este motivo, Gramsci afirma reiteradas veces que cualquier intelectual, orgánico o tradicional, nunca es autónomo sino que depende de y trabaja para los intereses de un determinado grupo, cualquiera sea. Estos productores de cultura son incapaces de representar artísticamente la concepción de mundo popular porque "no conocen ni sienten sus necesidades y aspiraciones" y, en consecuencia, la clase subalterna "sufre la hegemonía intelectual y moral de los intelectuales extranjeros". (1986:126) Gramsci denuncia que "el elemento intelectual nativo es más extranjero que los extranjeros frente al pueblo-nación" (126) y se preocupa por diseñar estrategias para la constitución de una cultura popular-nacional.

Comentadas las reflexiones gramscianas, retomemos "Literatura y Sociedad" para observar allí cómo Piglia detecta la cuestión de la hegemonía extranjera condensada en el modelo de la traducción, en el "ser como europeo" (7). El autor entiende que la dependencia cultural es un terreno tan estratégico como la dependencia económica y, por ello, reclama la necesidad de criticar y suplantar el conjunto de la producción simbólica de la Argentina, de

[...] construir, a partir de lo concreto, una verdadera cultura nacional que no se subordine a la búsqueda tendenciosa de antecedentes extirpados de la tradición burguesa, sino que se realice con y contra el pasado nacional asumido en totalidad como estructura presente que debe ser reconsiderado en la práctica del enfrentamiento con la cultura dominante, explicado y comprendido desde el presente en una dialéctica que echa las bases de la conciencia nacional. (9)

Desde la perspectiva de Piglia, se vuelve necesario desmitificar el sentido común implantado por la burguesía que opera eficazmente tanto en la clase obrera (el mito del ciudadano) como en el sector intelectual (el mito de la autonomía). También se torna imprescindible conocer las experiencias, prácticas, símbolos, gustos, tradiciones de las masas trabajadoras. Esto es, superar la falsa conciencia que tiende a "reproducir la realidad no como es, sino como tendría que ser" (9) y analizar el piso de la cultura, ya que, una política revolucionaria comienza realmente cuando la concepción de mundo puede ser sistematizada para desnudar sus contradicciones, posibilitando, de esta manera, la construcción de un discurso contrahegemónico.

La lucha cultura: literatura y crítica literaria

Dadas sus condiciones precarias de vida, Gramsci no alcanza a desarrollar de modo sistemático una teoría estética marxista; no obstante, las notas compiladas en Literatura y vida nacional presentan de manera clara la problemática de la crítica del arte y trazan algunas soluciones metodológicas. En su intento de fundar una crítica del arte materialista, esboza métodos opuestos a los empleados por los críticos románticos, impresionistas, normativistas y positivistas quienes, a partir de un enfoque sociológico mecanicista, se detienen en el contenido y leen allí, de manera directa, empiricista -pero no empírica-, el contexto político-social. Por el contrario, considera el arte como una práctica inserta en una formación económico-social pero el vínculo entre ésta y aquél no es inmediato ni determinista, sino que hay diversas mediaciones. Observemos el carácter plenamente social e historicista que su enfoque atribuye a las prácticas artísticas al afirmar que "Si no se puede pensar al individuo fuera de la sociedad y, por consiguiente, si no se puede pensar ningún individuo que no esté históricamente determinado, es evidente que todo individuo, también el artista, y toda actividad suya, no puede ser pensada fuera de la sociedad, de una sociedad determinada" (1986: 83). Oponiéndose a la sociología positivista, Gramsci sostiene que esos condicionamientos sociales deben rastrearse en el funcionamiento singular de cada producto artístico; deben desmitificarse las representaciones ideológicas desde su interior mismo. Por tanto, es fundamental combinar el conocimiento histórico con el estrictamente estético. Y, en este sentido, afirma:

Dos escritores pueden representar (expresar) el mismo momento histórico-social, siendo uno artista y el otro un simple pintor de brocha gorda. Agotar la cuestión limitándose a describir lo que representan o expresan socialmente ambos escritores, es decir, resumiendo más o menos bien las características de un determinado momento histórico-social, significa no rozar siquiera el problema artístico. Todo esto puede ser útil y necesario, y lo es efectivamente, pero en otro campo: en el de la crítica política, de la crítica de las costumbres, en la lucha por destruir y superar ciertas corrientes de sentimientos y creencias, ciertas actitudes hacia la vida y el mundo. No es crítica e historia del arte y no puede ser presentada como tal, so pena de confusionismo, retroceso o estancamiento de los conceptos científicos, es decir, no lograr la obtención de los fines inherentes a la lucha cultural. (1986:22)

Y, más adelante, define la crítica literaria propia de la filosofía de la praxis, de la siguiente manera:

Ella debe fusionar [...] la lucha por una nueva cultura, es decir por un nuevo humanismo, la crítica de las costumbres, sentimientos y concepciones del mundo, con la crítica estética o puramente artística (1986:23 y 24).

Gramsci muestra el rol primordial de la cultura en la construcción de hegemonías y contrahegemonías, y en las guerras de posiciones en la sociedad civil. Por eso, no resulta extraño que, en las palabras citadas, el propio autor destaque el sintagma lucha cultural. En su programa, el sujeto revolucionario se enfrenta con la cultura de la vieja sociedad e intenta formar una nueva. Pero, en esta lucha, a veces las urgencias propagandísticas llevan a los políticos a considerar la producción artística sólo desde el punto de vista de los contenidos, a elegir obras estéticamente mediocres sólo porque sus ideas parecen progresistas. Pero... ¿la tendencia política es condición suficiente para definir un arte que contribuya a la revolución del proletariado?, ¿un intelectual se acerca a los obreros solamente porque en sus obras hable de ellos? En la propuesta gramsciana, no basta que un artista afirme una postura ideológica afín a la causa obrera ni que el arte apele a contenidos "comprometidos" para poseer una función revolucionaria. Más aún, Gramsci denuncia aquellas obras proclamadas de izquierda que son asimiladas, consumidas, difundidas y neutralizadas por el sistema, sin modificar la conciencia de los receptores. Rechaza, entonces, una concepción centrada exclusivamente en lo contenidista por considerarla políticamente ineficaz y estéticamente improductiva. Los nuevos temas exigen -o deberían exigir- formas nuevas que se valgan de la evolución de los medios técnicos, y una tendencia ideológica progresista exige una técnica progresista. El filósofo marxista confía en las nuevas fuerzas creadoras del socialismo y desconfía por completo de un arte creado de manera artificial y presionado políticamente para expresar un nuevo contenido. Por este motivo, la confusión de aquellos intelectuales que, creyendo practicar una crítica artística, sólo realizan una crítica política detiene el avance del conocimiento científico, perjudicando, en consecuencia, el desarrollo de la lucha cultural. En la caracterización gramsciana de la crítica del arte, el verbo fusionar repone la interacción dialéctica entre la crítica estética y la crítica política, y el concepto de lucha cultural reconstituye la unidad del programa de acción simbólica-material con la lucha política en general.

Volviendo a Piglia, éste considera que inscribirse en lo real, superar la falsa conciencia, es la tarea específica de los intelectuales de la Nueva Izquierda y sostiene que "publicar una revista literaria supone asumir una responsabilidad: resolver esta problemática también en la literatura" (9). Resulta pertinente, entonces, relevar cómo define la literatura y cómo caracteriza las funciones de la crítica literaria:

[Hay que entender] a la literatura como un elemento más en el proceso de desmitificación y toma de conciencia. Como una de las más sintéticas y elaboradas formas de la conciencia nacional. Un modo de significar (y no de reflejar), de iluminar la realidad a través de una praxis específica, que tiene estructuras propias, que no tolera intervención exterior.
[...] Porque si con la literatura descubrimos la realidad, la literatura es -ella también- una realidad. Una realidad irreductible que solicita un análisis inmanente, comprensivo, que atienda, especialmente a la coherencia de su estructuración interna; que revele las mediaciones específicas entre esas estructuras y la concepción de mundo del autor, entre estilo e ideología, sin confundir los planos, sin mezclar los niveles. (9 y 10)

Hay que destacar el concepto de mediación como herramienta teórica fundamental de la crítica literaria. En este sentido, un producto cultural no refleja mecánicamente una realidad empírica sino su representación en la ideología que se realiza en el discurso. Por eso, la materialidad de un texto está condicionada por una ideología y, a su vez, trabaja sobre ella. Y, entre la ideología general y la autoral también se producen mediaciones. Se apunta así a una crítica literaria materialista pero funcional, que analiza el contexto histórico inscripto en la palabra y no desde la exterioridad. Se trata de una crítica alejada tanto del formalismo como de las interpretaciones contenidistas.

Es interesante subrayar la polémica entorno a estas cuestiones que Piglia establece tanto con la burguesía como con la izquierda ortodoxa. En efecto, al resaltar la necesidad de una crítica literaria que no confunda "los planos", está atacando a representantes de los dos sectores. Por un lado, la derecha que no puede ignorar la escritura formalmente valiosa de ciertos escritores de izquierda, los transforma, enmarcando sus explicaciones en la psicología: el caso de Roberto Arlt caracterizado como "alguien medio chiflado" o como "un desesperado"(10). Por otro, la izquierda desecha "estéticamente" a los artistas políticamente reaccionarios, siendo Borges el escritor más devaluado (10). Desde la perspectiva de Piglia, el artista de izquierda no debe dejar de lado los medios productivos más avanzados porque pertenezcan a la clase dominante. Por el contrario, debe tomar esas técnicas, apropiárselas y refuncionalizarlas, ejercer sobre ellas otra orientación. Este es el primer paso para ganar posiciones estratégicas en la lucha contra la burguesía. El autor se enfrenta a estas definiciones de la literatura y de la crítica, de la siguiente manera:

Por un lado se ahoga la literatura en el espesor de lo inmediato, por el otro se la esteriliza hasta convertirla en un objeto decorativo. En los dos casos se la traiciona.
Unos, porque a la manera de los Predicadores confían demasiado en el poder que tienen las palabras sobre la realidad.
Los otros las creen superiores a los hombres, un objeto sagrado, y necesitan suspenderlas en el vacío para no contaminarlas.
Un panfleto o un rito, se quiere hacer de la literatura otra cosa. Incrustándola en lo inmediato, lanzándola a la estratósfera: siempre terminan por mistificarla. (10-11)

El enfoque de Piglia se opone a la concepción de la literatura -y, por extensión, de toda la producción simbólica-cultural- que se propone como aristocratizante, que impone la sacralidad del arte y del artista, que pretende estar más allá de las pugnas ideológicas, o que establece una relación causal, unidireccional, entre lo real-social y lo ideológico cultural, reflejando las tensiones sociales como un suplemento simbólico-expresivo. Frente a la visión desmaterializada de la cultura que mantiene la derecha, Piglia entiende que es un proceso social-material y, respondiendo a la interpretación mecanicista de la izquierda, sostiene que la cultura no representa los conflictos clasistas como si éstos fuesen un referente preconstituido que la obra debe reflejar de modo pasivo. Por el contrario, las prácticas artístico-culturales desmantelan y replantean activamente las tensiones y antagonismos sociales a través de mecanismos lingüísticos que operan en la discursividad social. Distanciándose tanto de la perspectiva de la clase dominante como de la de los partidos de izquierda tradicionales, afirma que:

Para nosotros, la literatura es otra cosa: no queremos hundirla en lo inmediato, pero tampoco queremos otorgarle poderes mágicos. No es con la literatura (únicamente) como vamos a transformar el mundo. Vamos a cambiarlo también con ella. [...] Escribir es, en un sentido, un acto político. Pero recetar una literatura popular, una literatura social, querer imponer un determinado contenido es plantear una preceptiva.
[...] Es luchando por una nueva cultura y no violentando los "contenidos" o alienando a la literatura en la inmediatez de lo político como podemos responder a la realidad de nuestro tiempo.
Y en esa lucha por una conciencia activa de lo real, será precisamente nuestra literatura la que se enriquecerá. No desde afuera, con el fantasma de una preceptiva, sino con la aparición de un nuevo mundo moral, de una nueva relación entre los hombres. (11)

El enunciado "No es con la literatura (únicamente) como vamos a transformar el mundo" se corresponde plenamente con la cita de Marx con que Piglia cierra la primera página del sumario: "El mundo no corre ningún peligro sino se arremete contra él con otras armas que no sean los libros". En este punto aparece uno de los rasgos definitorios de la izquierda de los años sesenta: la convicción de la necesidad de una estrategia revolucionaria como herramienta para la modificación de una formación económico-social. Sin embargo, es importante destacar que, al igual que Gramsci, Piglia sostiene que el rol del intelectual no debe ser obliterado por la figura del militante político sino que hay que desarrollar estrategias concretas para cada nivel de lucha -sindical, ideológico, político, cultural-respetando su particularidad.

Conclusiones

Recapitulemos: en el presente trabajo intentamos relevar la presencia de Antonio Gramsci en el editorial escrito por Piglia para el primer número de Literatura y Sociedad. En este sentido, logramos detectar que los conceptos gramscianos de hegemonía, nacional-popular, intelectual, crítico literario, lucha cultural, cultura y literatura le resultan operativos a Piglia para revisar la trayectoria de la izquierda tradicional, describir el surgimiento de la Nueva Izquierda y formular un nuevo rol para el intelectual en general y el crítico literario en particular. En principio, el concepto de hegemonía es usado con el objeto de mostrar cómo los partidos Socialista y Comunista, al interpretar el fenómeno peronista a través de un modelo de traducción no nacional, internalizan como propios idearios de la clase dominante. Asimismo, la exigencia primordial del intelectual de la Nueva Izquierda es inscribirse en la historia nacional a fin de construir una contrahegemonía. Esto implica tanto examinar críticamente el propio accionar como dejar de lado la imagen mitificada del proletario europeo para conocer las costumbres, los gustos, la ideología de la clase obrera peronista. En la misma dirección, la conformación de una nueva cultura y una nueva literatura supone no una mirada idealizadora que haga foco en los modelos extranjeros sino un trabajo a partir de las condiciones reales de la Argentina. Por último, en lo que refiere específicamente al rol de crítico literario, Piglia se opone a subordinar la lucha cultural a la partidaria y reivindica el carácter imprescindible de ambas. En otras palabras, la crítica literaria y la literatura sólo pueden aportar a una lucha cultural eficaz, que se integre a una estrategia revolucionaria general, si se las aborda desde su especificidad.

Notas
1 Piglia Ricardo, (1965), "Literatura y Sociedad (sumario)", en: Camarda Sergio y Piglia Ricardo (directores), Literatura y Sociedad, Buenos Aires, año I, número 1, pp. 1-12.
2 Cada vez que citemos el texto de Piglia, la letra cursiva corresponde a nuestra estrategia de balizamiento, mientras que la negrita es del original. La misma indicación deberá ser tenida en cuenta cuando se transcriban fragmentos de la propuesta gramsciana.
3 La fractura entre los intelectuales y la clase obrera es tempranamente denunciada por Héctor Agosti, director de Cuadernos de Cultura, quien, en 1961, prologando Literatura y vida nacional de Gramsci, sostiene: "No hay igualdad, no hay siquiera presentación simétrica de las cuestiones; pero su similitud es indudable, comenzando por el divorcio entre los intelectuales y el pueblo-nación que constituye uno de los datos típicos en el proceso social argentino" (1986:10). Según Aricó (1988), en los años cincuenta, fue Agosti quien se encargó de introducir y difundir el pensamiento gramsciano y el marxismo italiano en la Argentina, influyendo sobre muchos jóvenes del PC en Córdoba, como el propio Aricó o Portantiero. En abril de 1963, éstos comenzarían a publicar una revista trimestral titulada como las notas de los cuadernos de Gramsci, Pasado y Presente.
4 La expresión de David Viñas es citada por Beatriz Sarlo en "El campo intelectual: un espacio doblemente fracturado" (1988:97).
5 "En Argentina, dice Piglia, la burguesía es la única clase consciente: tiende a crear y a subordinar según sus intereses la conciencia personal de aquellos a quienes explota. Cultura de masas, public-relations: todos los medios son útiles para reproducir la visión del mundo necesaria para legalizar la explotación" (6). Sería interesante confrontar esta cita con los análisis empíricos de Gramsci acerca de la prensa, la radio, el cine y el sistema educativo como espacios de reproducción de una determinada concepción de mundo. Según el pensador italiano, el periodismo, por ejemplo, "es la expresión de un grupo que quiere, mediante diversas estrategias publicitarias, difundir una concepción integral del mundo" (1997:182).
6 En ese período, a tal punto tiene escaso interés la pertenencia del intelectual a un grupo ya existente que incluso cargos gubernamentales de altísima importancia son ejecutados por personas no latinas -es el caso del emperador sirio Heliogábalo.
7 Aquí nos remitimos a la idea de nación, históricamente anterior a los estados-nacionales.
8 En varios textos, Gramsci aborda en detalle la conformación de los intelectuales italianos desde el Imperio Romano hasta los años treinta. A fin de respetar la extensión de este artículo, indicamos solo algunos ejemplos.

Referencias bibliográficas
1. Aricó, José (1988), La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Puntosur.
2. Gramsci, Antonio (1981), Antología, Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán. México, Siglo XXI.
3. Gramsci, Antonio (1986), Literatura y vida nacional, México, Juan Pablos Editor. Prólogo de Héctor Agosti.
4. Gramsci, Antonio (1997), Los intelectuales y la organización de la cultura, Buenos Aires, Nueva Visión.
5. Rodríguez Monegal, Enrique (1956), El juicio de los parricidas: La nueva generación y sus maestros, Buenos Aires, Deucalión.
6. Sarlo Beatriz (1988), "El campo intelectual: un espacio doblemente fracturado", en: Sosnowski Saúl (comp.), Represión y reconstrucción de una cultura: el caso argentino, Buenos Aires, Eudeba.
7. Sigal Silvia (1991), Intelectuales y poder en la década del sesenta, Buenos Aires, Puntosur.
8. Terán Oscar (1991), Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual en la Argentina 1956-1966, Buenos Aires, Puntosur.