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Cuadernos del Sur. Letras

versão impressa ISSN 1668-7426

Cuad.Sur, Let.  n.37 Bahía Blanca  2007

 

Cientificismo, ocultismo y mística estética en la narrativa fantástica de entre siglos. El olvidado caso de Atilio Chiáppori

Soledad Quereilhac*

Universidad de Buenos Aires- Conicet.
* E-mail: solquerei@gmail.com

Resumen
Lejos de lo que hoy se conoce como ciencia ficción en su sentido formal, aunque muy atenta a la explotación literaria de los "misterios de la ciencia", una zona de la narrativa fantástica rioplatense de entre siglos se caracterizó por su trabajo con los discursos y prácticas vinculados al amplio espectro cientificista, donde confluían tanto las ciencias positivistas como aquellas inscriptas en el llamado ocultismo. Algunos relatos fantásticos incluidos en Borderland (1907) de Atilio Chiáppori, a los que, por sus tópicos y formas, agrupamos bajo el nombre de fantaciencia, representan un momento original y aún escasamente estudiado en la historia del fantástico en nuestro país; su trabajo con tópicos cientificistas, en cruce con el espiritismo y el ocultismo, le permitió armar historias claramente instaladas en una novedosa interpretación de lo "extraño" y lo "sobrenatural" en clave secular. El objetivo del presente trabajo es abordar la lectura de estos relatos en el marco de un problema histórico-cultural que los incluye: el de la heterogénea y laxa gravitación de "lo científico" en el imaginario colectivo de entre siglos.

Palabras clave: Chiáppori; Literatura fantástica; Ocultismo.

Abstract
This dissertation examines the development of fantastic literature in the Río de la Plata of beginnings of twentieth century, with emphasis on those short stories which topics and forms were related with discourses and practices of positive sciences and of occult sciences. The forgotten literature of the Argentinean writer Atilio Chiáppori represents one of the most interesting moments on the development of this type of fantastic narrative, due to his work with the "borderlands" of science and occultism and to his secular representation of the ideas of "mystery" and the "supernatural". The purpose of this dissertation is to analyze Chiáppori's short stories attending to what they inform about the strong but still unstable presence of sciences in the social imaginary.

Key words: Chiáppori; Fantastic literature; Occultism.

Recibido: 30/04/07
Aceptado para su publicación: 26/09/07

En uno de los escasos trabajos que han considerado críticamente la obra narrativa del escritor argentino Atilio Chiáppori (1880-1947), Sylvia Molloy apunta una de las razones que han llevado a su injusta devaluación como escritor "secundario" dentro del lote modernista: el carácter "no canonizable" de sus textos dentro de los imperativos de escuela, de la que formaban parte de manera no convencional (Molloy, 1998:530). Su resistencia a una cómoda clasificación dentro de los parámetros estéticos que la crítica y la historia de la literatura han identificado con la corriente modernista parece responder más a la excesiva homologación de toda una corriente con la obra de uno o dos escritores modelo (Rubén Darío, por supuesto, pero también Leopoldo Lugones), que a los rasgos propiamente característicos de las narraciones de Chiáppori, ciertamente indicadoras de la complejidad y heterogeneidad cultural del período finisecular, así como de la variedad textual que el modernismo albergó dentro de sí. Muy por el contrario, si se invierte la perspectiva, y si se atiende en primer lugar a los textos, se advierte que la literatura producida al amparo del modernismo aguarda aún numerosos reparos a los reduccionismos de escuela, sobre todo si se trata de aquella literatura que integra el primer capítulo de la narrativa fantástica en el Río de la Plata, capítulo que se extiende temporalmente desde el último tercio del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX.

Buena parte de los relatos incluidos en el primer libro de Atilio Chiáppori, Borderland (1907), así como algunos de la compilación posterior, La isla de las rosas rojas (1921) -ambos integrados en su mayoría por narraciones dadas a conocer en el diario La Nación durante la primera década del siglo- se inscriben dentro de la modalidad de lo fantástico y, curiosamente, trabajan sobre una determinada construcción de la dupla normal/anormal que se sirve de discursos y prácticas vinculados al amplio espectro "cientificista" de la cultura finisecular. Al igual que otros cultores del fantástico, que han merecido mayor reconocimiento en los mecanismos de la tradición selectiva, como Eduardo L. Holmberg, Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga, Chiáppori retoma en sus relatos fantásticos un cierto estado de la cuestión científica en torno a problemas o fenómenos aún no resueltos ni develados en su funcionamiento, naturaleza o leyes. En el caso particular de Chiáppori, quien dejó inconclusa la carrera de medicina luego de cursar el quinto año1, son los problemas de la psiquis, las enfermedades mentales y la hipotética existencia de "fuerzas" producidas por la mente humana (en el sentido literal del término) lo que ingresa a sus relatos como uno de los sustratos principales para la especulación fantástica. Lejos de lo que hoy se conoce como ciencia ficción en su sentido formal, aunque muy atento a la explotación literaria de los "misterios de la ciencia", el fantástico rioplatense de entre siglos se caracterizó por hacer ingresar los discursos y tópicos científicos de la mano de conceptos y metodologías de conocimiento ocultistas -como las pertenecientes a la teosofía y al espiritismo moderno-, y ello no tuvo su origen en una deliberada operación textual de mixtura por parte de los autores, sino más precisamente en las mismas mixturas, superposiciones y convivencias históricamente verificables de las disciplinas reconocidas hoy como científicas con las disciplinas identificadas con las ciencias ocultas, difundidas y practicadas no sólo desde las sociedades teosóficas y espiritistas que se fueron reproduciendo en el Río de la Plata a partir del último tercio del siglo XIX, sino también, principalmente en Europa y Estados Unidos, por numerosos científicos "materialistas" de renombre, como el naturalista Alfred Rusell Wallace y el químico William Crookes en Inglaterra, el astrónomo Camile Flammarion y el psiquiatra Charles Richet en Francia, el médico Cesare Lombroso en Italia, por nombrar sólo a unos pocos2.

La presencia y usos de estas matrices laxamente cientificistas -en correspondencia con los laxos límites de la cientificidad de ciertas disciplinas- es la que caracterizó a las mejores narraciones fantásticas del período, aquellas que captaron eficazmente los horizontes de incertidumbre, especulación y proyección que las ciencias abrieron en el imaginario finisecular, sobre todo gracias a la difusión que el variado espectro de temas científicos contaba en los diarios y revistas destinados al gran público, y que por lo tanto impactaban en los lectores de relatos, éstos también dados a conocer, generalmente, en medios de prensa antes que en libro.

En efecto, entre las numerosas notas que hemos relevado en los diarios La Prensa y La Nación entre 1880 y 1910, y en el semanario ilustrado Caras y Caretas, desde su primer número en 1898 hasta 19103, observamos que la difusión de las novedades científicas no siempre seguía una línea de recorte demasiado estricta en torno a lo que se consideraba plausible de contemplar dentro ese campo. En consonancia con el carácter experimental y en progresivo desarrollo de múltiples disciplinas, algunas de las cuales, en el transcurso del siglo siguiente, se consolidarían como científicas, y otras, finalmente descartadas (como la frenología), o marginadas a la superchería (como la psicología paranormal o espiritismo moderno), la prensa se hacía eco de los laxos límites que "lo científico" poseía para la época. Así, a lo largo del período relevado, notas referentes a la fotografía estelar, a los usos industriales de la electricidad, al estudio de la bacteriología, o a los viajes exploratorios a diferentes regiones del país, convivían, con apenas tímidos reparos respecto de su veracidad, con notas sobre el magnetismo animal, sobre la posible comprobación empírica de los fenómenos mediúmnicos, hipnóticos y telequinéticos, o sobre los diferentes temas de las ciencias ocultas, a los que La Nación, por ejemplo, dedicó extensos reportes por vía de su trascripción de los textos que el escritor Jules Bois publicaba en el diario parisino Le Matin4. A su vez, estas noticias que alternaban entre temas de la ciencia positiva y temas del ocultismo, se completaban con la publicación de historias breves sobre "casos raros", cuya "rareza" radicaba, a veces, en la supuesta naturaleza de los hechos mismos (bichos-vampiro, duraznos colosales, predicción onírica de sucesos, etc.), pero otras muchas veces, en el tono con que eran presentados por el redactor. En La Prensa, por ejemplo, abundan durante las dos últimas décadas del siglo XIX, numerosas historias breves presentadas con la retórica de lo misterioso, de lo insólito, de lo que aún no está sujeto a leyes formulables, y era frecuente la presencia de comentarios del tipo "un misterio más para la ciencia" o "un desafío para los científicos" al cerrar las notas5. De modo que a nivel de los medios de prensa -y por ende, en el horizonte de sus lectores- los temas vinculados a la laxa categoría de "lo científico" y sus aledaños gozaban de notable protagonismo, lo que contribuyó, sin dudas, a incentivar las variables que fueron conformando un imaginario colectivo sobre la ciencia, y en contigüidad, las bases para una imaginación científica, es decir, la irrupción de nuevos elementos compartidos colectivamente, aunque no en términos eruditos, desde los cuales construir ficciones sociales, fantasías pesadillescas y expectativas imaginativas6.

Entre este voluminoso corpus de notas, hallamos una titulada "Fin de siglo místico" que sintetiza esta particular inestabilidad de los objetos y métodos de las ciencias finiseculares, así como el paulatino avance de preocupaciones espiritualistas enmarcadas según un enfoque cientificista. Publicada en el diario La Prensa el 1° de julio de 1896, un enigmático redactor que firma "E. L." traza el balance del paulatino avance del ocultismo en los terrenos de la ciencia:

Ya no se trata de brujas que explotan el terror que su aspecto macilante inspira a los crédulos, vendiendo ungüentos y amuletos. Los brujos de hoy día son hombres de ciencia, aristócratas de la más alta alcurnia, académicos, escritores de talento, diplomáticos y militares de alta graduación. Estos son los hombres que propagan las ideas más extrañas, sosteniendo la realidad de cosas que hasta ahora apenas podían dar tema para un cuento de vieja. [...]
En efecto no se puede hojear hoy una revista, una publicación cualquiera europea ó americana, de aquellas que reflejan fielmente el espíritu predominante del momento, sin tropezar con el relato de una aparición sobrenatural, de algún fenómeno incompatible con las leyes elementales de la Naturaleza. Las ciencias llamadas ocultas, el teosofismo, la nigromancia, el espiritismo, ocupan hoy un lugar señalado en el mundo de las ideas, y no pueden, por consiguiente pasar inadvertidos, se imponen a la conciencia pública por el terreno que están ganando y por la clase de hombres que se dedican a su cultivo. [...].
¿En qué terminará todo esto? La alquimia fue la precursora de la química, la astrología de la astronomía. Hay que esperar pues que ocultismo sea también el precursor de una ciencia ignorada hoy y destinada abrir nuevos horizontes al espíritu humano, encauzándolo en un rumbo que, tal vez, lo llevará a la más alta perfección y a verdadero destino.

En estos fragmentos no sólo es posible hallar un ilustrativo panorama sobre los nuevos "brujos" y sobre el paradójico "misticismo cientificista" del siglo XIX, sino que además, en el párrafo final, notamos que el redactor apuesta por el carácter precursor del ocultismo de una posible nueva ciencia, sentencia que no por ser hipotética o proyectiva, deja de demostrar el margen de posibilidad que existía en la época para este tipo de sentencias. Hablar de tópicos y de discursos cientificistas en los años de entre siglos, entonces, implica necesariamente considerar que prácticas como la hipnosis y el magnetismo curativo (una variante de la hipnosis, aunque a nivel de los "fluidos" del cuerpo), la sesiones espiritistas con mediums o el estudio de la mediumnidad por parte de numerosos científicos7, las hipótesis formuladas en torno a la telequinesis y la telepatía, así como sobre distintos tipos de "materializaciones" de entidades a simple vista impalpables o invisibles (ya se tratara de espíritus, de ectoplasma o de luz astral), no quedaban necesariamente fuera de las pertinencias científicas, por más que, en algunas oportunidades, su sola mención despertara furiosas polémicas en el debate tanto académico como periodístico. Tener en cuenta la heterogeneidad intrínseca que la categoría de "lo científico" poseía en la época, y desarmar la escolar identificación de toda práctica científica finisecular con el positivismo (también llamado "materialismo" en esos años), permite comprender con mayor claridad las razones del surgimiento y consolidación del género fantástico de tópico científico en el Río de la Plata, así como su eficaz operatividad en su interpretación literaria de "los misterios de la ciencia" como problema cultural.

Esta primera literatura fantástica, a la que llamaremos con el nombre de fantaciencia8, fue la responsable de expresar literariamente, con su uso en préstamo de discursos y tópicos científicos y pseudo científicos, un horizonte de percepción social frente al nuevo e incierto campo del saber que se abría con la investigación y con la experimentación. El misterio, el asombro y -aunque suene paradójico- lo sobrenatural parecían habitar más en el campo de los saberes científicos secularizados que en los tradicionales terrenos del mito, lo fantasmagórico o lo mágico. La promesa que albergaban teósofos, espiritistas y científicos interesados en lo paranormal, esto es, que el espíritu o las "fuerzas materiales de la mente" podrían ser estudiadas, medidas y explicadas científicamente, no sólo constituía material de difusión periodística constante, sino que representó una de las más interesantes utopías cientificistas, surgida, curiosamente, de agrupaciones de corte espiritualista que no pudieron sustraerse, empero, de la voluntad de legitimar científicamente sus creencias y convicciones9.

Agreguemos, por último, que no era sólo en la prensa informativa donde los cruces entre ciencia y ocultismo alcanzaban difusión pública. En La Quincena. Revista de letras (1893-1900), dirigida por Guillermo Stock y Emilio Berisso, donde las firmas de Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Carlos Monsalve, Emilio Becher, entre otros, aparecían como responsables de ensayos, relatos o poemas, encontramos también la presencia de un integrante de las filas del positivismo como Víctor Mercante, conviviendo con la firma de Cosme Mariño, presidente de la sociedad espiritista Constancia desde 1882 hasta 1924 (la institución espiritista de mayor desarrollo y continuidad en el país, junto con la platense La Fraternidad), y con la de Felipe Senillosa, rico hacendado miembro de la Sociedad Rural y pionero camarada de Mariño en la prédica espiritista10. Esta convivencia de firmas y temas tan variados indica que los escritores modernistas estaban muy lejos de permanecer exclusivamente atrapados entre ninfas, cisnes y paraísos encantados, y muy cerca, empero, de imbuirse de la multiplicidad de saberes de su tiempo, así como -en el caso de los autores de fantaciencia- de aprovechar esos saberes como motivos disparadores de sus fantasías literarias.

Las narraciones fantásticas de Atilio Chiáppori son sensibles a este estado de cosas. En ellas es posible hallar un complejo entramado de discursos e imágenes que reenvían a múltiples zonas de la cultura de entre siglos: nociones médico-psiquiátricas y -contiguas a ellas- teorías ocultistas sobre la mente, el cuerpo y sus insospechadas propiedades; la estética decadentista, volcada principalmente hacia la construcción de lo femenino y de las relaciones amorosas; el gusto por lo extraño, por lo fantástico, por lo "oscuro", como forma de experiencia estética, y la obsesión por la locura como reverso de la experiencia racional del mundo; la estetización de los estados de voluptuosidad sensible y de ciertos paisajes locales (el Tigre, Luján, las quintas bonaerenses), conviviendo con la apelación a la terminología científica sobre patologías hereditarias y desequilibrios mentales; finalmente, la representación -dentro de la literatura misma- de la figura del escritor y de sus vínculos con la penosa actividad creativa, en el marco de un campo literario joven y aún en formación.

No casualmente, su primer libro de cuentos se llamó Borderland, tierra de frontera o de confín en su traducción literal, aunque su significado más potente se encuentra en lo que refiere oblicuamente: la tierra limítrofe entre la razón y la locura, entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo positivista y lo ocultista, entre la materia y el espíritu11. Los cuentos del libro se instalan justo allí donde el territorio del límite parece permitir los cruces o los solapamientos entre los términos de la dicotomía, esto es, la esporádica confusión de uno con otro. Se trata de un nombre clave no sólo para agrupar sus propios relatos, sino como posible rótulo que encabece también el gran corpus de relatos de fantaciencia escritos en las décadas de entre siglos, surgidos de la pluma de Holmberg, Olivera, Monsalve, Lugones, Quiroga, Bunge, entre otros; todos relatos situados en la tierra de frontera entre la ensoñación y la pesadilla cientificista. Cabe señalar, por otra parte, que Chiáppori se vio obligado a aclarar, en la primera página de su libro, que a pesar de que el título Borderland se superpusiera con el de una reciente publicación del famoso espiritista inglés William Stead, él no hubiera podido descartarlo y elegir otro mejor para agrupar las historias limítrofes de sus personajes; si se tiene en cuenta, además, que el nombre también pertenecía a la revista espiritista dirigida por Stead12, veremos que esta idea de lo fronterizo o, en otro sentido, de lo que se vislumbra "más allá" de la frontera, estaba muy presente tanto en el ocultismo como en el lenguaje de estos primeros relatos fantásticos de tópicos cientificistas. El objeto al que ambos atendían -aunque, claro está, desde la especificidad de cada práctica cultural- eran aquellos fenómenos que todavía habitaban en el terreno de lo inexplicable o de lo sobrenatural, pero a los que se quería traer, de algún modo, hacia el terreno de lo posible y lo natural. Dónde establecer la frontera, dónde marcar el límite entre realidad y sugestión, entre ciencia y superchería, es el interrogante con el que juega Chiáppori para lograr el efecto perturbador de sus narraciones.

Dos cuentos de Borderland alcanzan el más elaborado trabajo sobre las fronteras de los saberes de entre siglos: "El daño" y "Un libro imposible". Si bien quizás no se trate de los relatos de mayor valor estético (es "La corbata azul", sin dudas, el que mejor tolera una lectura actual), ellos se inscriben dentro de la modalidad de lo fantástico y concentran el nudo de su efecto inquietante en episodios habilitados por las nuevas investigaciones pseudo-científicas: la hipnosis, en un caso, y la mediumnidad, en el otro. Habitados por personajes relacionados familiar y socialmente entre sí con los otros personajes de casi todos los cuentos de Chiáppori y los de su única novela, La eterna angustia (1908), sus respectivas historias surgen de una misma situación de enunciación: el narrador, un joven que forma parte del grupo de personajes masculinos que egresó del colegio El Salvador (algunos de los cuales se inclinaron luego por la medicina), le relata a una mujer llamada "La Interlocutora" todas las historias que integran Borderland. El vínculo que une al narrador con la interlocutora aparece narrado en La eterna angustia, donde se relata también la vida desgraciada de la joven y las razones de su reclusión casi absoluta en la quinta Las Glicinas, escenario de la enunciación narrativa de Borderland.

En "Un libro imposible", asistimos a la particular experimentación psicológica que el joven escritor aún inédito, Augusto Caro, realizó consigo mismo y con su mujer, para alcanzar experiencias espirituales únicas y casi extraterrenas, destinadas a conformar el material para una gran novela. El tópico de la "joven promesa" literaria que busca su gran obra y nunca la encuentra, tan recurrido por la pluma de los jóvenes modernistas (y acaso también hallable en la realidad, si pensamos en Emilio Becher), aparece aquí unido a una experiencia de viaje estético-psicológico radical, a una búsqueda artística que cruza la frontera de la realidad material y se embarca por los oscuros terrenos del espiritismo. En "El daño", por su parte, nos encontramos con la historia de Irene Caro, hermana del protagonista del relato anterior, que se desarrolla dos años después de lo ocurrido en "Un libro imposible". Irene es una joven hemofílica que está a punto de casarse con un doctor, Pablo Beraud, también egresado del colegio El Salvador, y amigo del narrador y de Augusto. Días antes de la boda, la aparición de una antigua amante de Pablo, la moderna y femme fatale Flora Nist, pone en peligro la vida de Irene, ya que Nist aplica en ella una curiosa técnica que combina los usos ocultistas de la hipnosis con la típica figura de la superstición popular: el "daño" o "ligamiento" de personas en manos de una bruja.

Divergentes en sus temáticas, ambos relatos nos interesan, empero, por el elemento significativo que comparten, además de su adscripción a la fantaciencia: la figura del experimentador ocultista, trasmutada en un caso en un escritor con ambiciones espiritualistas, y en el otro, en una mujer erudita, sensual y despechada, hija de un científico naturalista y aprendiz de un médico. Figura estelar de gran parte de los relatos de fantaciencia de Las fuerzas extrañas (1906), dados a conocer por Lugones desde 1898 en revistas y diarios, la figura del científico que opera en los márgenes de las academias oficiales y que se siente compelido a investigar las leyes que rigen los fenómenos aparentemente sobrenaturales, existía mucho antes en la realidad histórica que en la literatura fantástica, aunque ésta haya sido la responsable de resemantizar su lugar en el imaginario social. Figuras como De Rochas, Papús (pseudónimo del Dr. Encausse), Dr. Pascal, Aksakof, Crookes, Richet, Lombroso, Morselli o Porro, muchos de ellos directores de academias o centros científicos prestigiosos, eran a su vez investigadores del espiritismo y de los fenómenos paranormales; sus trabajos e informes circulaban asiduamente tanto en la prensa abierta como en los centenares de revistas espiritistas y teosóficas que se distribuían por Europa, América del Norte y del Sur, incluida la Argentina13. Así como cierta literatura de la década del veinte incorporó la figura del "inventor" popular (principalmente las obras de Roberto Arlt y una zona de las de Horacio Quiroga14), en los relatos de fantaciencia resultó clave la figura del experimentador que va más allá de los preceptos materialistas para adentrarse "científicamente" en los terrenos del espíritu. En el caso particular de Chiáppori, ese modelo social le ofreció la posibilidad de desarrollar personajes que cruzaban las fronteras del naturalismo, en su doble acepción epistemológica y literaria, y que se adentraron en experiencias de mística esteticista ("Un libro imposible") o de ocultismo criminal ("El daño"), para las que se requería un particular saber esotérico, esto es, un saber secreto en el que el sujeto debía iniciarse, ya sea por guía de un maestro o por voluntariosa introspección, control de su mente y autodidactismo. Tanto en el caso de Augusto, como en el de Flora, ese recorrido de iniciación se realiza gracias a las lecturas científicas y ocultistas a las que tenían acceso, signo inequívoco -en el plano extraliterario- de la amplia circulación de este tipo de bibliografía "de frontera" entre los lectores instruidos de Buenos Aires. En efecto, un rasgo que se repite en casi todos los relatos de fantaciencia -desde Holmberg hasta Quiroga, pasando por Lugones y por Chiáppori- es la exhibición, dentro de la trama, de los libros, autores y teorías que trazaban el puente entre las prácticas experimentales fantásticas de la ficción y la realidad histórica del Buenos Aires contemporáneo; en algunos casos, esas referencias se mezclaban con otras apócrifas, pero en definitiva lo que importa es esta estrategia de verosimilización del relato, que apunta en la dirección opuesta a la del fantástico del siglo XX avanzado: ofrecer explicaciones pseudo-científicas de los fenómenos anormales, dado que -según el estado de cosas reseñado anteriormente- resultaba mucho más perturbador en la época afirmar la cabal existencia del fantasma que apenas sugerirla.

Nos interesa, entonces, recalar en los usos y trasformaciones que Chiáppori realiza de esta figura del experimentador ocultista, en función de lo que ello le ofrece como instancia estructurante de su ficción fantástica. En primer lugar, la existencia de un experimentador se adapta con facilidad al formato del "caso" extraordinario, especie textual mixturada entre el caso clínico y el caso curioso del periodismo, focalizado en las acciones de un sujeto particular. En segundo lugar, la presencia de este sujeto permite aunar en una única figura los saberes científicos y los ocultistas, es decir, toda la legitimidad del conocimiento secular y racional, sumada a la pericia casi "hechicera" sobre fuerzas y cuerpos desconocidos. Por último, el uso creativo de esta figura le permite a Chiáppori dar forma a personajes novedosos dentro de la literatura de la época: una parodia truculenta de la joven promesa de escritor, y -como ha estudiado lúcidamente Molloy- una versión "local de la 'mujer nueva', atlética, independiente, culta y bisexual" (Molloy, 1998:532), a lo que nosotros agregamos: síntesis de la figura tradicionalmente masculina del científico con la de la bruja o la hechicera de la superstición popular.

Una bruja moderna: Flora Nist en "El daño"

La primera frase que abre "El daño" es casi un pronóstico: "se va a lastimar", le advierte el doctor Pablo Beraud a su prometida, Irene Caro, enferma de hemofilia. Primera novedad en el clásico tópico decadentista de la mujer enferma, la hemofilia viene a reemplazar a la harto recurrida tisis, rodeada ahora de mayor terminología médica. No se trata tanto de insinuar la palidez y languidez de una joven virgen como atributos de su belleza (algo en lo que, de todos modos, incurre Chiáppori en reiteradas ocasiones), sino sobre todo de hacer uso de esta enfermedad como engranaje clave del suceso fantástico que se presenta al final15. Notemos, además, que las enfermedades hereditarias (como la hemofilia, pero también, según los prejuicios de época, los desórdenes nerviosos, la locura o el alcoholismo) funcionan en Chiáppori como un elemento cohesivo de su sistema de personajes: los hermanos Caro -afectados de hemofilia y de locura, respectivamente- son hijos de un libertino y nietos de un bebedor, quienes "dilapidaron" la "plenitud emotiva" de su descendencia (Borderland, 2616); el protagonista de "La corbata azul", Máximo Lerma, heredó los "paroxismos angustiosos" de su madre, bajo "la forma de la hiperestesia"(101); mientras que Saúl, personaje de "El pensamiento oculto", posee un "cerebro atribulado", cuyos signos premonitores lo "condenaban ya a la demencia precoz"(119).

La hemofilia sirve en "El daño" para estructurar un doble conflicto: los remordimientos ético-profesionales de Pablo Beraud ante la inminencia de su enlace, de claro corte eugenista ("-'Sin excepción, debe prohibirse el matrimonio a los hemofílicos'-llevábalo grabado en la retina y como una marca de fuego en la mente", 172) y la posibilidad de venganza de Flora Nist, quien decide desquitar su despecho operando un "daño" en el cuerpo de la hemofílica, y camuflar su acción detrás de una aparente muerte natural.

¿Cómo logra Flora sus objetivos? Recurriendo a lo que en principio se nombra como "sus diletantismos de hipnotizadora" o "sus caprichosas alquimias de boudoir" (183). Se dice de Flora que, "educada con todas las libertades masculinas, poseía una cultura superior", dado que la biblioteca de su padre, un prestigioso naturalista, "no tenía secretos para ella"(185). Especie de Ligeia de principios de siglo XX (Chiáppori menciona a Poe en algunos de sus cuentos), era aficionada a la química, leía obras de generalizaciones médicas -especialmente las relacionadas a la patología mental- y se sentía atraída por las prácticas de la hipnosis y la sugestión. Esta zona heterogénea de las lecturas de Flora se completa con su casual lectura, al momento de enterarse del compromiso entre Pablo e Irene, de una monografía médica titulada "El daño", escrita por el Dr. Biercold, cuya publicación le costó a su autor la pérdida de su cátedra en la Facultad de Medicina. La razón de este escándalo radicó en una inadmisible convivencia dentro su investigación: hechos inexplicables, pero empíricamente comprobados. Señalemos que el contrasentido no es casual; se trata prácticamente del lema con que, desde las filas del ocultismo, se luchaba por un reconocimiento científico de los fenómenos paranormales estudiados. Una frase reiteradamente citada por los espiritistas de Buenos Aires, perteneciente al pionero William Crookes, rezaba: "si no es posible, es sin embargo"17. Por lo tanto, con la monografía del Dr. Biercold, el relato introduce su hipótesis de fantaciencia: tomando las teorías de la sugestión hipnótica con orientación ocultista, aquellas que no sólo afirmaban la posibilidad de imponerle acciones al hipnotizado, sino también de generarle daños en su cuerpo aún mucho tiempo después de la sesión, el fronterizo doctor postula que si se toma como paciente a un hemofílico y si se realiza sobre su cuerpo un leve corte, se puede lograr que comience a sangrar a la hora y lugar indicados, y provocarle así una muerte de apariencia espontánea.

Efectivamente, son ésas las indicaciones que sigue Flora para con su víctima. Pero antes de revisar el desenlace, reparemos en una de las zonas más argumentativas del relato, cuya función es claramente enmarcar el hecho fantástico en explícita clave de fantaciencia, esto es, recubrir previamente al hecho final con la explicación científico-ocultista que viene a confirmar el carácter posible del episodio narrado en la ficción. Las secuencias expositivo-argumentativas como la que veremos a continuación -de presencia habitual en casi todos los relatos de este tipo- están muy lejos de buscar el desencanto o la revelación de enigmas, boicoteando con ello el efecto perturbador propio del fantástico. Muy por el contrario, según los parámetros culturales de época, como se dijo, dar cuenta de la posibilidad empírica de ciertos fenómenos, e incorporar paródicamente el discurso de la explicación científica dentro de la ficción, potenciaba aún más en el lector el efecto desestabilizador de creencias, ya que se trataba de un lector en asiduo contacto con la difusión periodística del heterogéneo e inestable mundo de las ciencias finiseculares18. En un mundo donde reinaban las incertezas entre lo verdadero y lo fraudulento, nada más efectivo que explicar científicamente la naturaleza del fenómeno tomado como "sobrenatural".

Ahora bien, la secuencia argumentativa a la que nos referimos comienza cuando el narrador expone las deducciones de Biercold:

[S]i por autosugestión y, previos ciertos actos más o menos decorativos, puede producirse a una persona débil una lesión mortal, ¿con qué fundamento se ha reído la ciencia de las supersticiones populares y, muy principalmente, del 'daño' o 'aojo', por [los] cual se atribuía a algunos seres un poder nocivo sobre los demás? [...] ¿Y qué otra cosa son los fenómenos de la exteriorización de la sensibilidad, por los cuales Luys y Rochas consiguieron sensibilizar pequeñas estatuas y placas fotográficas, hasta hacerlas adquirir una idéntica función sensorial a la del sujeto con cuyo fluido quedaran vivificadas? (Ch. 187)

Lo que se busca aquí es un razonamiento doble: por un lado, sostener que mucho de lo catalogado como brujería o superstición popular puede tener su valor de verdad y su apoyatura científica, y en este caso, es el Dr. Biercold -un novedoso médico-brujo secular- quien ha puesto sus investigaciones al servicio de esta afirmación. Por otro, al unir el descubrimiento de Biercold (una forma científica de "daño") con los experimentos de De Rochas, se enmarca la monografía de ficción dentro del corpus de monografías efectivamente circulantes en la prensa o en libro por la Buenos Aires real. Al respecto, llama la atención encontrar una idéntica asociación entre "daño" e hipnosis (concretamente el practicado por de Rochas) en un libro de la época que compendió la extensa tradición de supersticiones en el Río de la Plata. Escrito por el español Daniel Granada y publicado en 1896, el libro reseñaba el avance de ciertas investigaciones científicas por la senda de la antigua superchería; en el apartado "el daño" se expone que:

A favor de repetidas experiencias en personas hipnotizadas, [de Rochas] se ha propuesto demostrar y reproducir científicamente la supuesta acción a la distancia que antaño presumían ejercer (y aún al presente hay quien lo presuma) aquellos hechiceros que, por medio de las figuras de cera representativas de la persona que recibe su influencia, se ocupaban de martirizarla. Para ello se vale de Rochas de lo que llama exteriorización de la sensibilidad [...] El experimentador hace poner al paciente en un estado hipnótico de cierto grado de intensidad, a favor del cual le es posible conseguir que se dilate fuera del cuerpo su sensibilidad [...]
La extradilatación de la sensibilidad y su incorporación a una materia adaptable que la absorba convenientemente, así puede servir para martirizar a una persona, como para proporcionarle goces y aliviar o curar sus dolencias. [...]
Las observaciones de Rochás pudieran igualmente aplicarse a muchas de las formas de daño que usa el vulgo en Río de la Plata. (Granada, (1896) 1947:343)

Al tanto o no de esta publicación, Chiáppori realiza una homologación parecida entre ciencia y hechizo, al poner en boca de Biercold las anteriores preguntas. Evidentemente, esta coincidencia no sólo ilustra cuan atento a los horizontes de misterio e intriga de su tiempo estuvo Chiáppori en la concepción de su ficción fantástica, sino que también autoriza a una conjetura aún más global sobre el importante grado de especulación fantástica que existía en ciertos ámbitos científicos o pseudo-científicos. Coincidencias como éstas ponen en jaque el grado de fantasía e invención que debe atribuirse a ese corpus de relatos de entre siglos que hoy leemos alejados de todo vínculo con el realismo.

Con todo, al menos es claro que la secuencia argumentativa referida más arriba asienta las coordenadas de posibilidad para la hechicería científico-ocultista que practica la sensual Flora Nist. A nivel textual, cumple la función de reforzar la verosimilitud interna del suceso, al tiempo que, gracias a sus marcas de nombres propios, conceptos y teorías, establece los nexos con la realidad histórica extra-textual.

Ahora bien, al descubrir Flora las técnicas de hipnosis de la monografía, decide citar a Irene en su casa, hacerla caer en el sueño hipnótico y -en una escena de sugerente lesbianismo- le susurra "muy cerca, como si la estuviese besando", su mandato, cuyo contenido no se explicita completamente en el relato, sino sólo el lugar y fecha en que deberá producirse aquello que le ordena: el momento será la noche de bodas, y el lugar, el lecho nupcial. Lo cierto es que el espectáculo que se desencadena ese día es trágico; Irene muere desangrada en la cama, dejando abierto un enigma que en realidad no es tal: Pablo Beraud se aleja aullando su culpa, mientras que los médicos dicen no ver otra cosa que "muerte natural" por desangramiento. Pero el lector intuye que, mediante el daño, pudo haber existido una desfloración previa en manos de Flora (no es casual su nombre), cuya consecuencia trágica sólo fue pospuesta por la hipnosis para armar la perfecta escena del crimen. La pregunta de la interlocutora: "¿Fue por la antigua cicatriz que se desangró la pobre Irene?"19 es evadida con un recurso al pudor: "No, Señora, ningún médico se atrevió a mencionar el sitio de la herida"(193).

Figura femenina impensable para los relatos fantásticos de Lugones20, de una sensualidad explícita en el relato, Flora Nist sortea el repetido y pasivo lugar de mediadora (médium) que se reserva a las mujeres en el ocultismo, para asumir el activo lugar del sabio que ve más allá de las fronteras de la medicina y de las academias. Si la mayoría de los experimentadores de Lugones encuentran un fatal destino por causa de sus experimentos, en "El daño" de Chiáppori la experimentadora sale airosa de sus pruebas y logra triunfar por sobre la "pálida", "antigua" y "santa" prometida de su amante. Sólo en otro relato, "El último vals"21, la femme fatale encontrará la muerte.

En "El daño", entonces, el corazón del efecto de fantaciencia radica en la interacción entre secuencia explicativa-argumentativa sobre la posibilidad científica del daño, y el éxito del experimento, que incluye tanto el asesinato como su encubrimiento. La venganza de Flora es completa: la joven y virgen hemofílica muere, mientras que su antiguo amante termina loco de culpa, "gesticulando en un sanatorio". Sólo el narrador, conocedor de la existencia del ocultismo científico, puede comunicar a los lectores la verdadera y tenebrosa versión de los hechos.

Búsqueda estética y trasmigración espiritista en "Un libro imposible"

Existen, a nuestro entender, al menos dos ejes de lectura en "Un libro imposible", el relato más místico del volumen: aquel que se centra en la construcción paródica y algo burlona de la figura del "escritor promesa" obsesionado por su inminente obra maestra, que ocupa la primera parte del relato; y otro eje atento a la dimensión sobrenatural de la historia, dentro de la cual Chiáppori hace confluir la búsqueda estética con la experiencia espiritista. Habría, por decirlo de algún modo, un "mas acá" y un "más allá" en los tópicos del relato, y es lo concerniente a la dimensión fantástica lo que nos interesa revisar.

"Un libro imposible" narra los posibles, para contar así con un infinito material narrativo. Especie de versión reaparición del joven Augusto Caro, luego de seis años de paradero desconocido. Reinstalado en su quinta de Luján, debatiéndose en las fronteras entre la locura y la razón, Augusto Caro relata a su amigo la bizarra experimentación espiritual en la que se embarcó, buscando convertirse en el primer autor que no sólo inventara sus personajes, sino que antes pudiera "ser" ellos, encarnar todas las personalidades y estados de ánimo espiritista del escritor naturalista, tan interesado como éste en adquirir pleno conocimiento de su referente, Augusto Caro se termina convirtiendo en experimentador y en médium al mismo tiempo; ayudado por los efectos del haschis, siente suprimirse "el vínculo de cohesión de la personalidad", y su ser se disemina "hasta en las cosas inertes", "como si una fuerza extraña venciera la cohesión molecular de un sólido" y se desvaneciera "lo mismo que un gas que se expande"(66;67). Nueva variante ficcional de la figura del experimentador ocultista (fusionado ahora a la del médium), Chiáppori busca en su relato ligar al arte con un cruce de frontera hacia el más allá. Pero la obra de arte no se concreta nunca, ya que el desvío espiritista desencadena un suceso trágico: Augusto invita a su mujer, Ana María, a encarnar ella también a otras mujeres y estados de ánimo femeninos, hasta que cuando le pide que recree la sensación de ser asesinada por él mismo, Ana María efectivamente muere y desde entonces su fantasmal presencia acosa al fallido escritor.

Chiáppori no es el primero en intentar esta unión entre arte y ocultismo en la literatura argentina. Ya Holmberg en "El ruiseñor y el artista" (1876) presentaba la historia de un pintor cuyos pinceles comienzan a moverse por acción del espíritu de su hermana muerta, gracias a lo cual logra captar la imagen sublime de un ruiseñor modulando las notas de su último canto; Lugones, por su parte, en "La metamúsica" (1898), también exponía la búsqueda de un joven pianista de "los colores de la música", apoyándose en la ley de la analogía de la doctrina teosófica. Comparado con los anteriores, aunque esté enmarcado por un buen manejo del suspenso y por paulatinas marcas de lo extraño (puertas que golpean, aires gélidos, luces que se apagan), el largo relato de Chiáppori peca, sin embargo, de una irreprimida tendencia al exceso, al patetismo y a cierta incoherencia, sobre todo en el discurso del personaje de Augusto22. Con todo, es posible hallar en él algunos usos interesantes del imaginario del ocultismo; en primer lugar, la exhibición de la biblioteca de Augusto: libros de Poe, Hoffman, Baudelaire, D'Annunzio, Jules Bois, Maeterlink y Verlaine, en un ala; y en la otra, el espectro de las ciencias ocultas: Crookes, Kardec, De Rochas, Papus, Ribot, etc. Nuevamente, el saber adquirido en los libros -en este caso, literarios y ocultistas- es el que permite la experimentación del personaje central, al tiempo que estos nombres, cual deícticos, reenvían al marco histórico del cual surge esta ficción. La propia naturaleza de la experimentación de Augusto es resultado de la mixtura de estas dos alas de su biblioteca, una mixtura cuasi alquímica que apunta a obtener la síntesis de ambos linajes. Por otro lado, observamos que la farragosa exposición de Augusto está construida, a su vez, según un libre uso de tópicos y argumentos espiritistas, a saber: la explicación, por analogía con la técnica, de ciertos fenómenos del espíritu ("en esta acción de un espíritu sobre otro, hay una especie de impresión fotográfica"(71)); la construcción del fantasma de Ana María con los mismos elementos descriptos por Charles Richet y otros experimentadores que estudiaban las "materializaciones" de espíritus ("era como una espuma de seda o como una llama blanca"(81)23); la apelación a la telepatía ("una especie de comunicación intercerebral"(88)), etc. Sin alcanzar la claridad y funcionalidad argumentativa de "El daño", estas señales insertan la exposición de Augusto en una retórica reconocible en la época, es decir, despejan la apariencia de desvarío místico y anclan el suceso en un marco referencial contemporáneo, legitimando así la posibilidad de semejante viaje espiritual. Notemos, además, que el elemento que termina de reforzar la efectiva plausibilidad de los sucesos es la propia presencia del narrador como testigo: hacia el final, él también ve, con toda claridad, a ese "copo de espuma" o "llama blanca" emanando de la túnica de encajes, que avanza hacia Augusto hasta presuntamente asesinarlo. La mirada incrédula, que atribuía la insanía mental a su amigo, termina testificando la "materialización" del espíritu.

Si bien nada conocemos sobre la eventual participación de Chiáppori en círculos espiritistas o teosóficos, sí sabemos que uno de sus más cercanos amigos y colegas, Emilio Becher, fue colaborador regular de la revista espiritista Constancia entre 1898 y 1903, y sub-secretario de redacción a partir de 190024. Ahijado de Cosme Mariño, el presidente de la sociedad, Becher abandona luego la doctrina aduciendo "motivos de conciencia", aunque, según afirma décadas más tarde su otro amigo, Ricardo Rojas, incursionó luego en la teosofía25. Becher fue el responsable de escribir la elogiosa reseña de Borderland en La Nación (26 de noviembre de 1907), donde demostraba, sutilmente, conocer las doctrinas espiritistas inspiradoras de "Un libro imposible". Resulta sumamente tentador imaginar la sombra de Emilio Becher detrás de Augusto Caro, ese escritor espiritista fracasado que no pasó de publicar apenas "una serie de artículos", aunque -claro está- no hay forma de corroborarlo. Lo que sí se torna claro es que ya sea por el círculo de amistades y camaradas, ya sea por sus heterogéneas lecturas, Chiáppori poseía conocimiento del ocultismo y no dejó de aprovecharlo para su cultivo del fantástico. Señalemos, asimismo, que la teosofía contaba ya entre sus filas, desde 1898, con una figura de prestigio: Leopoldo Lugones, secretario general de la sociedad (Rama "Luz" de Buenos Aires) y asiduo colaborador de la revista Philadelphia (1898-1902)26. Modelo admirado por muchos narradores apenas más jóvenes, como Chiáppori, los usos literarios del ocultismo por parte de Lugones marcaron, sin duda, un camino certero para la consolidación del género.

También es importante señalar que mientras tópicos como los de "El daño" eran asiduamente tratados en diarios y revistas tanto especializadas como de información general, el nexo entre arte y ocultismo tenía una vacante en el discurso periodístico. Fue una zona de la literatura fantástica la encargada de trazar el nexo, así como de trasladar hipótesis ocultistas al terreno de la creación artística. Sin embargo, acaso por el constante riesgo de alegoría, o de caer en la recreación figurada, este tópico no fue el que mejor se prestó a la transmisión de un "efecto" perturbador o desestabilizante como el que hallamos en aquellos relatos que trabajan sobre el cruce entre ciencia materialista y ciencia oculta. Los problemas diegéticos de "Un libro imposible" son, acaso, la mejor prueba de ello.

Existe otro tópico de frontera al que Chiáppori otorgó notable tratamiento: el pasaje entre razón y locura, tratado de un modo no fantástico; hábil en el seguimiento narrativo de la mutación de ánimos y razonamientos, algunos relatos de Borderland recuerdan lo que Horacio Quiroga ya ensayaba en esos años y que, en las décadas siguientes, manejaría con notable maestría. Queda vacante el abordaje crítico de esta zona de la producción de Chiáppori desde una mirada actual. Por el momento señalemos, a manera de cierre, que la olvidada obra de Chiáppori representa el tipo de literatura que, a un siglo de distancia, aún invita a nuevas lecturas sobre la cultura finisecular, siempre que la crítica esté dispuesta a renovar sus preguntas. El estudio de esta forma particular del fantástico que llamamos fantaciencia encuentra en Chiáppori una de sus estaciones obligadas.

Notas
1 Egresado del Colegio del Salvador, Chiáppori ingresa a la Facultad de Ciencias Médicas en 1897 y cursa hasta el quinto año, inclinándose por la psiquiatría. Responsable de la crítica de arte de La Nación, y luego de La Prensa, es designado secretario y luego director del Museo Nacional de Bellas Artes; en 1911, funda y financia la primera revista de arte del país, Pallas. Su obra narrativa incluye Borderland, La eterna angustia y La isla de las rosas rojas; ha publicado, asimismo, libros de crítica de arte, así como sus Recuerdos de la vida literaria y artística (1944). Fue miembro fundador de la Academia Argentina de Letras y de la Academia Nacional de Bellas Artes.
2 Cfr. Arthur Conan Doyle. El espiritismo. Su historia, Buenos Aires, Schapire, s/f; Cosme Mariño, El espiritismo en la Argentina (1924), Buenos Aires, Constancia, 1963; Henry S. Olcott. Old diary leaves: the true story of the Theosophical Society, New York, Putnam, 1895 (1er tomo). Asimismo, los datos referentes al desarrollo de estas sociedades en el mundo y en Argentina, así como a la vinculación de científicos a sus actividades, aparecen mayormente desarrollados en las revistas espiritistas y teosóficas porteñas del período de entre siglos, sobre todo Constancia y Philadelphia.
3 En el marco de una investigación doctoral en curso sobre el surgimiento del relato de fantaciencia en la Argentina.
4 La trascripción de estos artículos en La Nación se realizó a lo largo del año 1901. Desde la revista espiritista Constancia se celebró la iniciativa con artículos como el siguiente: "Le Matin, importante órgano parisiense que se ha emancipado de los absurdos prejuicios que esclavizan a la mayoría de los diarios, ha dedicado, como se sabe, una sección especial, en que trata de Espiritismo, Teosofismo, Magnetismo, Psiquismo, etc., contribuyendo así a que el público se dé cuenta más exacta sobre el significado de estas palabras, tan calumniadas por la actual prensa de información. [...] Bien por Le Matin, que desearíamos ver imitado." En Constancia. Revista semanal sociológico-espiritista, Buenos Aires, Año XXIV, N° 752, 24 de noviembre de 1901.
5 De hecho, es en una nota de La Prensa donde aparece, bajo el título de "Un caso raro", una historia llamativamente similar al relato "El almohadón de pluma" de Horacio Quiroga, aunque en aquella oportunidad la historia se publicó como hecho efectivamente acontecido. (Cfr. La Prensa, el 7 de noviembre de 1880).
6 Beatriz Sarlo, en su libro La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina (1992) trabaja sobre el impacto cultural de la técnica "como instrumento de modernización económica y protagonista de cambios urbanos, pero también como núcleo que irradia configuraciones ideales de imágenes y desencadena procesos que tienen que ver tanto con construcciones imaginarias como con la adquisición de saberes probados." En la línea de este tipo de investigaciones, nos interesa rastrear un momento anterior al estudiado por Sarlo, donde creemos que no es sólo la "técnica", sino también los conceptos teóricos de ciertas disciplinas en paulatino desarrollo, divulgados y vulgarizados a través de los medios de prensa, los que estaban interviniendo durante el período de entre siglos en la construcción de un imaginario sobre "lo científico", sobre todo aquello concebido antes como "sobrenatural" y que paulatinamente iba ingresando a las novedosas leyes de lo natural.
7 Cfr. Arthur Conan Doyle, "Investigaciones colectivas sobre espiritismo" y "La Sociedad de Investigaciones Psíquicas", en: El espiritismo. Su historia, sus doctrinas, sus hechos, Buenos Aires, Schapire, s/f., pp. 149-159 y 185-193.
8 Si bien el término es empleado por otros autores, nosotros nos proponemos una redefinición y un uso novedoso del mismo, acorde con los rasgos textuales y temáticos de nuestro corpus narrativo.
9 En efecto, tanto la Sociedad Espiritista Constancia como la Rama porteña "Luz" de la Sociedad Teosófica, al igual que las innumerables ramas o sociedades de la misma índole existentes en Europa y Estados Unidos, manifestaban, a través de sus revistas, sostenido interés por diferentes disciplinas científicas y por los nuevos descubrimientos, así como por encontrar la práctica y la teoría adecuadas para explicar científicamente los fenómenos del espíritu.
10 Cfr. La Quincena. Revista de Letras, números publicados entre 1898 y 1900.
11 Martín Prieto observa al respecto: "Borderland es también la puesta en escena de esa tierra de frontera que era la literatura argentina de principios de siglo: positivista y espiritualista, cientificista y ocultista, realista y fantástica. En estos cruces, en estas confluencias, Chiáppori escribe los cuentos de Borderland" (Prieto, 1990: 44).
12 La revista llegaba a la Sociedad Constancia y algunos de sus artículos fueron reproducidos en el órgano local, previa traducción al castellano, como por ejemplo "Telefanía [sic] fotografiada", nota traducida de Borderland para Constancia, 30 de enero de 1898.
13 La revista espiritista Constancia y la teosófica Philadelphia, ambas de Buenos Aires, traducían especialmente para sus ediciones ensayos, artículos y fragmentos de libros pertenecientes a todos estos investigadores. Incluso, en el periódico socialista-revolucionario La montaña, dirigido por Leopoldo Lugones y José Ingenieros, aparece el artículo "La ciencia oficial y la facultad de ciencias herméticas", donde Ingenieros elogia las investigaciones que llevaban a cabo estos mismos experimentadores. (La Montaña, Año I, N° 11, 1° de septiembre de 1897).
14 Cfr. Beatriz Sarlo, "Inventores: tecnología y fabulación", en: La imaginación técnica. Op. cit., pp. 87-108.
15 Cabe señalar que la hemofilia es una enfermedad que afecta preferentemente a los varones, y no a las mujeres, quienes son en cambio sus transmisoras genéticas. También en este sentido la figura de una mujer hemofílica es ciertamente original.
16 De aquí en adelante, todas las citas pertenecientes a Borderland llevarán la indicación de página entre paréntesis.
17 Gabriel Delanne, "El espiritismo y la prensa", Constancia, 10 de abril de 1898.
18 Piénsese, si no, en el paradigmático caso de "El almohadón de plumas" de Horacio Quiroga. Leído desde la actualidad, la explicación final sobre el parásito de ave puede generar desencanto; sin embargo, dentro de los horizontes de lectura epocales, creemos que nada había más perturbador que trasmitirle al lector la posibilidad de que tales parásitos habitaran en los almohadones de pluma de cualquier casa del campo o la ciudad.
19 Al comienzo del relato, se refiere un accidente con una hebilla, que lastimó a la mujer en su mano.
20 Todos los experimentadores de Las fuerzas extrañas son hombres; las mujeres sólo ocupan el rol de mediums. Por su parte, en su ensayo Prometeo, un proscripto del sol (1910), para dar cuenta de la decadencia propia de la época, Lugones suele contraponer la armonía del pasado a una desintegración social del presente, sintetizada en los conceptos de "inmoralidad, anarquía y feminismo". La alteración de los roles de género tradicionales se condensan para Lugones en la horrorosa figura de la mujer "varonizada".
21 Incluido en La isla de las rosas rojas (1921).
22 De "Un libro imposible", Luis Emilio Soto apuntó: "Quizás tales experiencias metapsíquicas, que en Borderland apenas se insinúan, no pasan de ser curiosidades alrededor del misterio, tanteos de aficionado a ensayar al amparo de la ficción novelesca las revelaciones de Charles Richet." (Soto, 1959:328).
23 Los experimentos de Charles Richet tuvieron amplia repercusión en la prensa de Buenos Aires. Tanto José Ingenieros como Rubén Darío volcaron sus opiniones al respecto en el diario La Nación, durante febrero de 1906. El primero también le dedicó atención en su revista Archivos de criminología.
24 Cfr. Constancia, 18 de septiembre de 1898 y 26 de agosto de 1900, donde se anuncia en el ingreso de Becher y su nombramiento como sub-secretario. Con sólo diecisiete años, Becher fue incorporado a la redacción de Constancia y se ocupó, a lo largo de cinco años, de escribir los ensayos más polémicos sobre los vínculos del espiritismo con el cristianismo y con el socialismo.
25 Cfr. Ricardo Rojas (1938), "Evocación de Emilio Becher", en: Emilio Becher, Diálogo de las sombras y otras páginas, Buenos Aires, Instituto de Literatura Argentina, FFyL, UBA, pp. 27-29.
26 Cfr. "La conferencia de Leopoldo Lugones", Philadelphia, 7 de agosto de 1900, donde se indica su condición de secretario general. Lugones dio a conocer en el primer número de la revista su relato "La licantropía" (luego rebautizado "Un fenómeno inexplicable" en Las fuerzas extrañas); a lo largo de los años siguientes, publicó una serie de ensayos sobre ciencia, estética y filosofía desde una perspectiva teosófica.

Referencias bibliográficas
1. Chiáppori, Atilio (1986), Prosa narrativa, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras.
2. Chiáppori, Atilio [1907] (1921), Borderland, Buenos Aires, Patria.
3. Conan Doyle, Arthur, El espiritismo. Su historia, Buenos Aires, Schapire, s/f.
4. Constancia. Revista semanal sociológico-espiritista, Buenos Aires, años 1877-1910.
5. Granada, Daniel [1896] (1947), Reseña histórico-descriptiva de antiguas y modernas supersticiones del Río de la Plata, Buenos Aires, Kraft.
6. La Quincena. Revista de Letras. Buenos Aires, años 1898-1900.
7. Mariño, Cosme, El espiritismo en la Argentina (1924), Buenos Aires, Constancia, 1963.
8. Molloy, Sylvia (1998), "La violencia del género y la narrativa del exceso: notas sobre mujer y relato en dos novelas argentinas de principios de siglo", en: Revista Iberoamericana, Vol. LXIV, núms. 184-185, julio-diciembre, pp. 529-542.
9. Olcott, Henry S. (1985), Old diary leaves: the true story of the Theosophical Society, New York, Putnam, (1er tomo).
10. Philadelphia. Revista Mensual. órgano de la Rama Argentina "Luz" de la Sociedad Teosófica, Buenos Aires, años 1898-1902.
11. Prieto, Martín (1990), "Chiáppori, un escritor fracasado", en: Revista de lengua y literatura, Neuquén, año IV, N° 7, mayo, pp. 43-47.
12. Rojas, Ricardo (1938), "Evocación de Emilio Becher", en: Emilio Becher, Diálogo de las sombras, Buenos Aires, Instituto de Literatura Argentina, FFyL, UBA.
13. Sarlo, Beatriz (1992), La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina, Buenos Aires, Nueva Visión.
14. Soto, Luis Emilio (1959), "Esteticismo y esoterismo: Borderland", en: Arrieta, Rafael Alberto, Historia de la literatura argentina, Tomo IV, Buenos Aires, Peuser, pp. 320-23.