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Cuadernos del Sur. Letras

versión impresa ISSN 1668-7426

Cuad.Sur, Let.  n.37 Bahía Blanca  2007

 

Félix Weinberg, Esteban Echeverría. Ideólogo de la segunda revolución. Buenos Aires, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, 2006, pp. 367.
Alejandra Larea y Martín Kohan (comps.), Las brújulas del extraviado. Para una lectura integral de Esteban Echeverría, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2006, pp. 336.

Rosalía Baltar

Universidad Nacional de Mar del Plata

Recibido: 30/04/07
Aceptado para su publicación: 15/05/07

Dos estudios sobre Esteben Echeverría

2006. Año fructífero en términos de producción historiográfica y crítica para el examen del siglo XIX. La vida y obra de Esteban Echeverría ha constituido uno de los núcleos dominantes de estas miradas y en la presente reseña damos cuenta de dos publicaciones que, por la diversidad de enfoque y la calidad de ambas se complementan y aportan de manera sustancial y productiva al conocimiento de nuestro primer poeta romántico.

Esteban Echeverría, ideólogo de la segunda revolución, de Félix Weinberg es una biografía sustentada en el análisis y exhibición de las ideas que se forjaron a través de ese recorrido vital. En un impecable orden cronológico, Weinberg ofrece a cada paso ideas nuevas sobre el autor de La cautiva, dándonos a conocer detalles concretos y documentados de la vida, así como conceptos y conclusiones que apenas, quizás y a veces, hemos entrevisto. El aporte fundamental de esta biografía es la figura echeverriana que emerge de ella: una imagen compleja y polifacética, un Echeverría que no sólo es el escritor romántico en el sentido ya cristalizado en el que la historia de la literatura argentina lo ha colocado sino un hombre cuya dolorosa carnadura supo abrir, orientar, conducir ideas y problemáticas que hoy son aportes para la historia, la literatura, la reflexión crítica y la proyección de la nación. El texto cuenta con un apéndice de fragmentos inéditos, de enorme valor para el investigador y aun para el curioso y de textos poco conocidos que permiten completar las incompletas -hasta ahora, diríamos- Obras completas del ilustre amigo de Echeverría, el Dr. Juan María Gutiérrez. Completa los apéndices una recopilación de la crítica contemporánea de los textos del poeta donde cobra gran visibilidad la formación del campo de la cultura rioplatense y la centralidad de aquel. Demás está decir lo imprescindible que se vuelve entonces esta biografía para quien aspire a estudiar con seriedad la producción de Echeverría.

La construcción de una biografía a partir del documento histórico reconoce el sustrato metodológico de carácter disciplinar del autor. Sin embargo, el recorrido vital con base en la búsqueda documental remite, en este caso, a algo acaso más valioso todavía para los lectores: asistimos al encuentro con la sensibilidad del historiador para capturar ese pasado extinto y posibilita el acercamiento a una época y a un hombre, al que casi tocamos con la mano. Los capítulos finales de este libro hacen de Weinberg un pequeño gran Cervantes: ambos escriben una vida a partir de documentos -un artificio retórico en el caso del segundo; una exhaustiva búsqueda de años en archivos para Weinberg- y ambos, ante la hora suprema de la muerte de sus respectivos personajes hacen sentir el peso de su emoción por esos hombres dolidos y solitarios que han procurado recrear. En estos capítulos la escritura de Weinberg, justa y medida de continuo, se permite la metáfora que expresa hasta la crueldad una realidad pasada e inasible para los ojos contemporáneos:

Dolores y hambre, hambre y dolores regían su vida, 'esa vida que voy consumiendo... esa vida que se me va'. A lo largo de años estuvo aguardando la muerte, que al fin se fue transmutando en su compañera (por lo menos desde 1832, como lo dejó escrito en un poema), con la que él llegó a conversar día a día como con una amiga más. No sabemos si fue él o su compañera la que dijo que 'lo que llamamos la muerte no es más que una transformación de la vida'. Y alguien respondió: 'Qué importa que sea la nada si se acaba de sufrir" (266).

Incluso en este momento, en el que Félix Weinberg se conduele del destino de su personaje, el historiador procura mostrar el archivo documental y hacer palpables los rasgos del poeta en la exhibición de sus propias palabras: "El domingo 19 de enero de 1851, al anochecer, en la hora de los tristes corazones, para decirlo con un verso suyo, expiró Esteban Echeverría. Sufrido de mil sufrimientos, ésa fue la última estación de su agonía. Tenía solamente cuarenta y cinco años de edad" (267).

El fantasma de la enfermedad en Echeverría puede retomarse en la lectura del artículo que abre la compilación de Martín Kohan y Alejandra Laera. Allí, Graciela Batticuore lee la enfermedad y la queja por el cuerpo no ya como un componente vital sino como uno de los procedimientos constructivos de la imagen de escritor romántico que Echeverría arma a lo largo de sus cartas, intervenciones y ficciones: este "corazón frágil (acaso por ser demasiado sensible)"(16-7) persiste en imaginar a su dueño como el poeta romántico. Este rasgo se une a otros para indagar en la formación de una autoría asociada con la propiedad de lo escrito, con la aguda conciencia de capital simbólico de la escritura y la necesidad de hacerse en una retribución concreta -gloria, fama, honor y dinero.

De alguna manera, el pasaje de la enfermedad como dato empírico (Weinberg) a la enfermedad como atributo que construye la autoría romántica (Batticuore) metaforiza la diversidad de enfoque de ambos textos. En Las brújulas del extraviado, críticos e historiadores convocados procuran hacer consciente el carácter de lectura que esencialmente tiene aproximarse a la figura del poeta. Lectura que será múltiple al ser expresada en distintos materiales dentro de este marco general. Ya sea que se aborde un texto en particular (Kohan y la lectura de El matadero, por ejemplo), las distintas figuraciones del escritor (Batticuore o Larea, entre otros), la lucha por un espacio en el campo cultural en ciernes (Fontana y Román, Wasserman), el proceso de construcción de la obra y la vida en la mirada de época de cada crítica (Soledad Quereilhac) o la escenificación de un Echeverría en retratos y daguerrotipos (Laura Malossetti Costa), allí emerge un Esteban Echeverría observado, recuperado, atacado desde diversos flancos y en un prisma, multifacético. Como señala el subtítulo, la multiplicidad de perspectivas apuntaría a una lectura integral de Echeverría, aunque la conclusión final es más bien contraria a tal apetencia: leemos un clásico que se renueva según se lo continúe persiguiendo y anhelado y que se ha abierto -se ha despanzurrado- frente a los lectores.

Esteban Echeverría es, en Las brújulas... un nuevo clásico en el sentido de que el conjunto de estudios demuele la imagen monolítica construida por la tradición mitrista y ampliamente devaluada por la práctica escolar; al mismo tiempo, se trata de una operatoria que pacta con la ambición de inmortalidad del poeta y contribuye, otra vez, a la construcción de su monumento y a diferir, diríamos con Borges o con Sartre, el momento de la auténtica muerte, el olvido. Al demoler la mirada apologética de la tradición, los críticos e historiadores vuelven sobre las palabras que hacen a la corporización de una poética. En los "Afectos íntimos", recuerda Jorge Monteleone en su intervención, Echeverría habla de poner en papel los "pedazos del corazón" (43); el crítico encuentra en ese corazón la metonimia, para el poeta, de todas sus afecciones. Y en verdad, el corazón y el cuerpo de Echeverría, del joven unitario, del programa estético que lee Jorge Myers, de la letra de los mártires (Ansolabehere), del cuerpo del Manual (Bentivegna), y, por supuesto, de la pasión del desierto lleno (Rodríguez), abre y cierra este libro que vaporiza un ideal y nos devuelve un cuerpo resignificado. Elijo como síntesis de este doble mecanismo la paradoja del fiel daguerrotipo borrado -pero conservado- y el retrato literario -de ejecución posmortem por el pintor francés Charton- que analiza Laura Malossetti Costa en el último artículo del libro. El sujeto estrábico, doliente y feroz que alguna vez pudo visualizarse en el daguerrotipo anónimo para el que posara el poeta en 1949, un año antes de su muerte, es un fantasma en la conservación material; y, sin embargo, ese mismo sujeto se vuelve piel, color, ilusión de volumen en un retrato que copia del natural pero sin modelo -el hombre no sólo ha muerto: ha desaparecido de la tierra de los nombres y no se conoce el preciso lugar de la sepultura. Allí, el retratista imprime lo perdurable de esa vida: la literatura, sus libros, las ideas.

Dos libros en los que podemos encontrarnos con Echeverría, con el autor de La cautiva y El matadero, con el pensador, pero también con facetas del campo cultural y académico actual.