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Cuadernos del Sur. Letras

versión impresa ISSN 1668-7426

Cuad.Sur, Let.  n.37 Bahía Blanca  2007

 

Rafael Ruiz Moscatelli: La furia y la nada, Santiago, Editorial Cuarto Propio, 2006, pp. 234.

Gilda Waldman M.

Universidad Autónoma de México

Recibido: 30/04/07
Aceptado para su publicación: 15/05/07

A más de treinta años del golpe de Estado de 1973 en Chile, podría afirmarse que actualmente casi todas las generaciones actuales del país están marcadas por el legado de los acontecimientos ocurridos durante las últimas tres décadas: el gobierno de la Unidad Popular, el golpe militar, la dictadura y la transición democrática. Ciertamente, en septiembre de 1973 se fracturó la historia pública del país, quebrándose asimismo el sistema de simbólico cultural que había dado su sentido a la sociedad chilena, y destruyendo los mitos en los que Chile basaba su identidad: la solidez y estabilidad de su democracia, su pacífica racionalidad, la sobriedad y cultura de un país en el que (supuestamente) el ejército no intervenía en política, etc. Sin duda, el inicio de la transición en 1990 permitió la restauración de prácticas, valores e instituciones democráticas, aunque es innegable la existencia de poderes fácticos cuya enorme fuerza política debilita los sistemas de representación institucional. Pero, más grave aún, Chile carga aun con un gran tema pendiente, que ni siquiera el regreso a la democracia ha resuelto de manera cabal: el de la violación de los derechos humanos durante el período dictatorial. A pesar de los esfuerzos de los gobiernos democráticos para esclarecer la naturaleza de los crímenes cometidos por el régimen militar, la justicia y el castigo se han desplazado a un espacio meramente simbólico, eximiendo de responsabilidad penal a los principales actores de la violencia dictatorial.

Es cierto que investigaciones históricas y sociológicas han explicado las causas que llevaron al quiebre de la democracia y a la violación masiva de los derechos humanos De igual modo, una enorme profusión de investigaciones periodísticas, testimonios o autobiografías han dado cuenta de las acciones represivas. Pero ha sido la textualidad narrativa la gran depositaria de la memoria, al explorar la historia residual de las figuras postergadas y rehabilitar la palabra como espacio de fuerzas divergentes y plurales. Una nueva narrativa chilena, compuesta por una amplia diversidad de escritores (tanto en temáticas como en estilos y géneros narrativos) que vivieron sus años formativos durante la dictadura, renovó desde fines de la década de los '80 la literatura nacional en un país conocido esencialmente por sus poetas, siendo bien recibida por la crítica especializada y suscitando el interés del público lector chileno. Esta "narrativa de los '80" (como es conocida, entre otras denominaciones), entre la que se cuenta autores como Carlos Franz, Gonzalo Contreras, Jaime Collyer, Gregory Cohen, Arturo Fontaine, Pía Barros, entre otros, dio voz colectiva a una generación dislocada del horizonte referencial del pasado y de su continuidad institucional, para la cual el Chile anterior a 1973 era un país lejano y casi ajeno cuya historia había sido sustraída colectivamente y que se reordenaba en base al silencio y al terror. Sus grandes personajes literarios eran huérfanos carentes de genealogías o memoria, que no solo han perdido ilusiones, sino que han nacido sin ellas; enraizados biográficamente en los años de aprendizaje del terror dictatorial, son seres precarios, habitantes de un exilio interior sobreviven en un descampado urbano asfixiante, en el cual sus anhelos se han petrificado, transitando desencantados en medio de una realidad gris y decaída, y convertidos en algo distinto a lo que soñaron ser. Expulsados del Paraíso sin haber estado nunca allí, estos personajes han vivido el crepúsculo de las ideologías. Resentidos por la derrota de las utopías, envejecen prematuramente en un territorio desértico, sin poderse situar en el centro del mundo, del amor o la política. Tampoco pueden estar ni del lado del bien ni del mal pues sus sistemas valorativos se han colapsado. Pertenecen dolorosamente a un país al mismo tiempo presente y ausente, y obedecen a un sistema político cuya autoridad emana de la fuerza física, la represión y el miedo. Hacia atrás carecen de memoria; hacia el futuro, de imaginación. La nueva narrativa chilena recrea, así, personajes traslapados, sin continuidad entre el pasado y el presente y que, como máscaras, juegan infinitos ritos de suplantación, construyendo su vida como un simulacro en el trazado ambiguo de la realidad.

Rafael Ruiz Moscatelli no pertenece a esta generación. Nacido en 1946, la suya es la generación nacida después de la Segunda Guerra Mundial: la que fue iconoclasta, fumó marihuana, bailó rock y escuchó a los Beatles. Fue la generación que protagonizó los acontecimientos más espectaculares de aquella década: la liberalización sexual y la radicalización política de los años 60, la creación de una nueva cultura juvenil, la valoración de la subjetividad, la expansión de una nueva sensibilidad que abría nuevos horizontes de liberación personal y social, y la voluntad de romper las ataduras del poder. Ruiz Moscatelli estudió Ingeniería en Concepción, se trasladó más tarde a Santiago a estudiar Filosofía, fue militante de grupos radicales de izquierda, y ya bajo la dictadura pinochetista vivió diez años en la clandestinidad y otros tres encarcelado. La furia y la nada, su tercer libro, sin ser una autobiografía ni un testimonio, es la historia de una generación de jóvenes chilenos que no sólo leía a los narradores latinoamericanos y a Sartre o Camus, se empapaba de la historia de los movimientos sociales europeos y de la literatura revolucionaria, enarbolaba los afiches de Freud, Marx, Marcuse, Fromm y el Che, trataba de entender la teoría de la dependencia, o participaba en asambleas y movilizaciones estudiantiles, sino que concibió la revolución como posibilidad de ser vivida, jugándose el todo por el todo a fin de cambiar profundamente la sociedad en que vivían creyendo en la vía al socialismo en libertad y por la vía institucional. Pero, al mismo tiempo, la novela es la historia de la generación que vio frustradas sus aspiraciones y que, tras el golpe militar, fue obligada al silencio y a la renuncia. Ubicada entre 1968 y 1975, sus protagonistas son dos militantes jóvenes que el 11 de septiembre de 1973 ven fracturado su mundo y destruidos sus sueños, al tiempo que se encuentran impotentes para reconstruirlos. Julio y Tomás le han apostado al socialismo revolucionario como una opción política y un acto de fe, pero la derrota de un ideal que quiso ser y no pudo los deja en la "nada" existencial: la resistencia es imposible, la vida se convierte en un desesperado huir en busca de escondites clandestinos mientras la furia desatada de la represión estrecha sus círculos, las interrogantes sobre las causas de la derrota sólo encuentran respuestas desoladoras, la frustración frente al fracaso no encuentra alivio, el dolor ante la violencia dictatorial se entreteje con el miedo, la urgencia por sobrevivir opaca la densidad de un futuro amenazado, y el silencio no permite darle la palabra a la posibilidad de la muerte. La furia y la nada es la historia de una generación derrotada contundentemente, que tiene que reconstruir su vida en el frío y la lejanía de un país ahora desconocido, que brutalmente pasará de los ideales revolucionarios de izquierda al imperio casi absoluto de los modelos culturales propios de la sociedad de mercado.

A más de treinta años del golpe militar, en Chile todavía duelen las heridas provocadas por la dictadura, y son muchos los temas todavía por explorar. Así, por ejemplo, hasta el momento, y a pesar de la emergencia de la nueva narrativa chilena nadie ha podido "narrar" a Pinochet. Ciertamente, hay novelas que lo han intentado descifrar, pero siempre desde una perspectiva lateral, sin penetrar en los claroscuros de un régimen militar cuya memoria todavía divide a los chilenos. Más allá del desafío literario que plantea acercarse a la figura de Pinochet, puede existir otra explicación: la dificultad de la sociedad chilena para enfrentar su propio rostro en el espejo de una historia que desmiente las tesis de democracia institucional, solidez política y "excepcionalidad" sobre las que se ha construido la identidad nacional. En este sentido, el golpe de Estado ocurrido en 1973 evidenció que el país no era todo lo "civilizado" que creía ser, ni tan democrático, ni tan ajeno a la brutalidad que asoló a otros países latinoamericanos. El crimen institucional iniciado con el golpe de Estado ha fracturado la memoria emblemática de la nación hasta un punto tal, que la literatura no ha podido hasta ahora convocar de manera cabal los tópicos que permitirían al país contemplarse en el espejo de la historia. La furia y la nada constituye, en este sentido, un aporte. Es la novela de la militancia y la derrota, un tema todavía no suficientemente explorado en la reconstrucción historiográfica y literaria de uno de los momentos existenciales claves en la historia chilena de los últimos 30 años.