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Cuadernos del Sur. Filosofía

versión impresa ISSN 1668-7434

Cuad. Sur, Filos.  n.35 Bahía Blanca  2006

 

Crítica a la modernidad en "El orden del discurso" de Michel Foucault

Flavio Borghi

Universidad Nacional de Córdoba. E.mail: fl_vo@yahoo.com.ar

Resumen
Michel Foucault, en su lección inaugural del Collège publicada con el título "El orden del discurso", condensa la sospecha sobre ciertos presupuestos fundamentales de la civilización occidental moderna ordenados en torno al sentido y práctica de su filosofía constituyente, y cuya herencia preeminente proviene en una de sus cumbres del pensamiento de Hegel.
El presente trabajo toma tal insumo como eje principal de reflexión en el ejercicio crítico de indagar por el carácter que presenta el sujeto de la modernidad, en la procura de, siguiendo al autor, no quedar presos en el reparo tranquilizador de un universo que no vislumbre, contemple y/o explicite las estrategias de poder que se materializan en el orden del discurso.

Palabras clave: Modernidad; Sujeto; Discurso.

Abstract
In his Collège's opening lecture published with the title "El orden del discurso", Michel Foucault approaches the suspicion about certain essential presuppositions of modern western civilization, articulated around the sense and practice of its constituing philosophy and whose remarkable heritage at its peak, comes from Hegel's thoughts.
This paper considers said source as the main topic for reflection on the critical exercise of investigating on the characteristic of the subject of modernity with the aim of, according to the author, not remaining confined to the quiet shelter of a universe that does not foresee, contemplate or explain the strategies of power that materialize in the order of the discourse.

Key words: Modernity; Subject; Discourse.

Introducción

Preguntarnos por quiénes somos, cómo y por qué estamos aquí no parecen, tal vez, las preguntas apropiadas para un trabajo sobre Michel Foucault. Pero también podríamos preguntarnos por el curso del proceso civilizatorio en el que estamos inmersos, y buscar una vinculación. La indagación nos conduce por senderos desconocidos, que quizás, desvanezcan toda esperanza de obtener una respuesta que nos satisfaga. Pero queremos saber la verdad de nuestra vida, de quiénes somos, y quizás, hacia dónde vamos, y entonces nos preguntamos. Y también queremos creer la respuesta que nuestro interrogar nos devuelve, del mismo modo que, día a día creemos en la identidad de la imagen que en el espejo se refleja, como si fuera un inexorable sino, al menos, mientras dura la ilusión, y hay palabras que con cierta firmeza nos nombran. Así pues, con las excusas del caso por el siguiente intento de reflexión con numerosas limitaciones, el camino por el cual me aventuraré, tiene como eje principal de indagación, nada menos que, aquello que llamamos modernidad, cuyo escenario nos constituye como sujetos de una particular manera, pero que no siempre es tan firme como nuestra voluntad lo deseara. La elección no resulta, pues, caprichosa, ya que Foucault nos convida de pleno, y en "El orden del discurso" hallamos un motivador sumamente propicio. En una muy amplia y general designación, la modernidad se nos presenta como aquella forma de mirar el mundo soberana, y también podríamos decir optimista, desde el pedestal de la razón. Una razón central, deseable, largamente construida sobre ciertos presupuestos y constitutiva en la historia de Occidente de un proyecto continuo de progreso, pero también, ahora en su crisis, profusamente cuestionada. De allí que, respecto al "orden del discurso", cabe comenzar por el final, por la explícita mención que Foucault hace de Hegel, a su persistencia, y también, al persistente intento de desprendimiento.

La Razón de Hegel

Hacia el final de El orden del discurso es donde Foucault tributa el recuerdo y deudas hacia uno de sus maestros: J. Hyppolite, y donde menciona cierto posicionamiento respecto a Hegel. Son esos párrafos finales los que nos conducen a introducirnos en una cierta clave de lectura de la obra de Foucault y donde podemos adivinar los caminos por los que le gusta transitar.

Foucault confiesa su intento de infidelidad al logos hegeliano en todo lo hasta allí dicho sobre el discurso1, y también, a su muy posible derrota en cualquier intento de desprendimiento. Tal vez Hegel "...nos espera, inmóvil, (...) en otra parte" (Foucault, 1987: 59). Pero la referencia es a propósito de la práctica de Hyppolite de buscar una confrontación permanente de la experiencia moderna contra el pensamiento hegeliano, "un enfrentamiento en el que no se estaba nunca seguro de que la filosofía saliese vencedora", pero que pretendía no quedarse en el ámbito de su "universo tranquilizador" (Foucault, 1987: 60). Esta incertidumbre o inquietud, ésta búsqueda, también se halla presente en los planteos de Foucault, cuyo riesgo se justifica contra aquella experiencia que se nos dibuja en ese universo tranquilizador al que hay que enfrentar de algún modo, tal vez, por un verdadero amor a la sabiduría, o la imperiosa necesidad de un reposo que nunca llega.

Remitirnos, pues, a la filosofía de Hegel es pensar en la totalidad, la consumación de La Historia. Es una filosofía de realización humana (la toma de conciencia de sí), luego de un largo devenir de estadios previos de desarrollo, de llegada a una meta (teleología), que tiene una dimensión histórica en la que nada se ha perdido, sino que todo ha contribuido para tal realización. Escribe Hegel: "La última filosofía constituye el resultado de todas las anteriores; nada se ha perdido: todos los principios se conservan. Esta Idea concreta es el resultado de los esfuerzos del espíritu (...), de su trabajo más serio por hacerse objetivo a sí mismo y por conocerse" (Löwith, 1974: 66). Es también una filosofía de religión, es decir, de re-unión de opuestos a través de la síntesis de la razón dialéctica. Pero, por sobre y entre todo, es la realización de la razón en la unidad de un sujeto que es universal.

Escribe Herbert Marcuse sobre el pensamiento de Hegel: "La razón es la verdadera forma de la realidad en la que todos los antagonismos de sujeto y objeto se integran para formar una unidad y una universalidad genuinas. La filosofía de Hegel es, por lo tanto, necesariamente, un sistema que clasifica todos los dominios del ser bajo la omnicomprensiva idea de razón" (Marcuse, 1997: 29).

En el sistema hegeliano aparecen articulados razón, sujeto, libertad, poder, verdad, historia, unidad y totalidad, en torno al centro de la consciencia de sí en la razón del sujeto. Un sujeto que adquiere la autoconciencia de sí mediante la razón filosófica, y ésta es la que lo hace libre porque le permite la constitución de una realidad acorde con su racionalidad: "...el entendimiento ha alcanzado la autoconciencia de su libertad, y se ha vuelto capaz de liberar a la naturaleza y a la sociedad. -Por eso- La realización de la razón no es un hecho sino una tarea" (Marcuse, 1997: 31).

Es decir, el uso de su razón permite al hombre romper con un orden natural establecido e impuesto, y comenzar la instauración de un orden racional. Así, la razón penetra los objetos y los constituye racionalmente, superando las oposiciones. "Lo real es lo racional", dice Hegel, donde el sujeto realiza su ser y ejercita su libertad: la razón culmina en la libertad que es la existencia misma del sujeto2, y su finalidad.

La adquisición de esta autoconciencia de sí, en el desarrollo de los años, es el cumplimiento de su propósito de existencia en la consumación de la historia, el telos de la historia, en la realización del espíritu (Geitz): el proceso histórico de progreso racional mediante el cual la humanidad adapta libremente el mundo a sus potencialidades3. Las marcas del sueño moderno, de las que resulta tan difícil desprenderse.

Empero, después de la filosofía hegeliana, y en contraste, se producen los desplazamientos, fracturas, las sombras del sueño por las que Hyppolite junto a otros prefiere adentrarse para presionar los límites y no quedarse al abrigo de ese universo tranquilizador. Según Foucault, Hyppolite lo hace a través de: "Marx con las cuestiones de la historia. Fichte con el problema del comienzo absoluto de la filosofía. Bergson con el tema del contacto con la no-filosofía. Kierkegaard con el problema de la repetición y la verdad. Husserl con el tema de la filosofía como tarea infinita ligada a la historia de nuestra racionalidad" (Foucault, 1987: 62) Es decir, todo un arsenal de sospecha que se despliega sobre la tan clara autoconciencia de la filosofía hegeliana, sobre el poder y el saber del sujeto, y sobre el sujeto mismo en su autonomía constitutiva, y sobre los presupuestos fuertes de la modernidad, sostenidos en el progreso, la razón, la libertad, y en una teleología de la historia.

"La extrema irregularidad de la experiencia" abre a una interrogación repetitiva y a la vez renovada, que rompe con toda progresión lineal, con toda consumación de la filosofía en el concepto racional, puesto que requiere una vuelta permanente, no sobre sí misma, sino, sobre precisamente lo que todavía no es. Entonces, ¿dónde está su comienzo? y ¿dónde está su consumación?4. "(...) si la filosofía debe comenzar como discurso absoluto, ¿qué es la historia y qué es ese comienzo que comienza con ese individuo singular, en una sociedad, en una clase social y en medio de luchas?" (Foucault, 1987: 62).

Nos preguntamos quiénes somos y hacia dónde vamos, si es que vamos hacia algún lado. En Hegel se anuncian ciertas respuestas. Empero, de cierta filosofía posterior emergen cuestiones que empiezan a prolongar sus sombras sobre esas certidumbres. Y Foucault, deudor de su maestro, no pretende menos.

La locura de Foucault

Foucault realiza un planteo que no solo trastoca el logos hegeliano sino que también opera como una profunda crítica a la constitución de la modernidad, una ruptura amenazante sobre el sueño de la vigilia de la razón. Y por supuesto, como no podía ser de otra manera, quien atente contra la razón debe estar loco. Unidad versus dispersión, parecen ser aquellas fuerzas antagonistas que emergen en el seno de lo moderno, y en el que el control racional adquiere su máxima relevancia. Dice Foucault en la introducción de "La arqueología del saber":

"Si la historia del pensamiento pudiese seguir siendo el lugar de las continuidades ininterrumpidas, si estableciera sin cesar encadenamientos que ningún análisis pudiera deshacer sin abstracción, si urdiera en torno de cuanto los hombres dicen y hacen oscuras síntesis que se le anticiparan, lo prepararan y lo condujeran indefinidamente hacia su futuro, esa historia sería para la soberanía de la conciencia un abrigo privilegiado. La historia continua es el correlato indispensable de la función fundadora del sujeto" (Foucault, 1991: 20).

He aquí la enunciación del abrigo privilegiado de una razón en la cual Foucault no quiere cobijarse. En su perspectiva no caben continuidades ininterrumpidas, ni oscuras síntesis de un proyecto a futuro, así como tampoco la soberanía de una conciencia capaz de realizarlas, ni mucho menos, la instancia de un sujeto fundador. Es decir, no necesariamente todos los principios se conservan accesibles a una misma razón inalterable dentro de una lineal continuidad que contribuya a llegar a donde estamos. Muy por el contrario, su mirada trastoca esa lógica y presenta una nueva dimensión de la historia y de la constitución del sujeto mediante el vínculo que establece entre las nociones de acontecimiento y discurso. Los acontecimientos se producen por la irrupción de algo irreductible a un origen, principio o previsión. En tanto que los discursos no son documentos a interpretar, contenedores de significados ocultos que haya que sacar a la luz, sino que son como monumentos en la historia, que en función de ciertas reglas, internas y externas a ellos mismos, constituyen e instituyen prácticas5. Foucault sitúa entonces la existencia del discurso en el orden del acontecimiento.

Desde esta perspectiva, tratar "los discursos como series regulares y distintas de acontecimientos", le permite a Foucault introducir "en la misma raíz del pensamiento, el azar, la discontinuidad, y la materialidad" (Foucault, 1987: 49) como estatutos filosóficos para considerar dentro de la trama de la historia y los discursos. Materialidad, en tanto que los discursos son incorpóreos pero producen ciertamente efectos constitutivos en las prácticas y ocupan un sitio en la historia. Discontinuidad, en tanto "cesuras que rompen el instante y dispersan al sujeto en una pluralidad de posibles posiciones y funciones" a adoptar. Y azar, porque entre las regularidades discursivas y los elementos que las constituyen no es posible establecer "vínculos de causalidad mecánica o de necesidad ideal" (Foucault, 1987: 48). Así, estos conceptos provocan rupturas en los presupuestos del pensamiento moderno, de origen, causalidad y continuidad lineal hacia una teleología. Y de este modo se introduce un desplazamiento que resulta más que provocador para la razón del sujeto moderno: la ruptura de su centralidad como sujeto consciente de sí.

Dice Foucault que:

"El problema es a la vez distinguir los acontecimientos, diferenciar las redes y los niveles a que pertenecen, y reconstruir los hilos que los unen y los hacen engendrarse unos a otros. (...) La historicidad que nos lastra y que nos determina es belicosa; no es lenguaraz. Relación de poder y no relación de sentido. La historia... es inteligible... pero según la inteligibilidad de sus luchas, las estrategias y las tácticas".

Y en el centro de ellas

"Ni la dialéctica (como lógica de la contradicción), ni la semiótica (como estructura de la comunicación pueden dar cuenta de lo que es la inteligibilidad intrínseca de los enfrentamientos. Frente a esta inteligibilidad, la dialéctica es un modo de esquivar la realidad siempre azarosa y abierta, plegándola al esqueleto hegeliano; y la semiología es un modo de esquivar su carácter violento, sangriento, mortal, plegándola a la forma apaciguada y platónica del lenguaje y el diálogo" (Foucault, 1998: 133-134).

Mientras que una lógica hegeliana esquiva el azar de la realidad y la semiótica pretende el acceso al sentido bajo la posibilidad del diálogo y el lenguaje, ninguna logra dar cuenta de la trama constituyente en la dinámica beligerante de los acontecimientos. La razón moderna se desvanece en una cualidad que no es ni conciliadora ni develadora. Ni posibilidad de síntesis, ni de recuperación de significados ocultos caben para inteligir las luchas, tácticas y estrategias discursivas en el despliegue de las relaciones de poder. Y en ese despliegue de luchas, estrategias, y tácticas, el sujeto se diluye en la intemperie de un juego de fuerzas que lo trasciende como individuo, porque en la constitución de las tramas y relaciones discursivas, el sujeto mismo resulta periférico, disperso y contingente. Continúa Foucault:

"Hay que desembarazarse del sujeto constituyente, desembarazarse del sujeto mismo, es decir, llegar a un análisis que puede dar cuenta de la constitución misma del sujeto en una trama histórica. Es lo que yo llamaría genealogía, es decir, una forma de historia que dé cuenta de la constitución de saberes, discursos, dominios de objetos, etc., sin que deba referirse a un sujeto que sea trascendente con relación al campo de sucesos o cuya entidad vacía recorra todo el curso de la Historia" (Foucault, 1998: 135-136).

Y quizás aquí aparezca manifestada la locura de Foucault, porque ¿Qué es el proyecto moderno sin la soberanía de la conciencia racional del sujeto, sin su unidad identificatoria, sin su capacidad fundadora? ¿No es acaso natural considerar un loco al que desde el otro lado de la razón denuncia el sueño de la vigilia de la modernidad en la centralidad del sujeto? La mirada de Foucault opera un -¿drástico, radical, definitivo?- descentramiento de la soberanía del sujeto, después de Nietzsche, Marx, Freud, entre otros, en sus respectivas áreas, esta vez, en "el engranaje" constituyente del sentido de nuestras existencias, sociedades, culturas, e historias: el ejercicio de las tácticas y las estrategias de poder en el orden del discurso.

El orden del poder

Según Foucault el discurso se halla vinculado con el deseo y el poder: el discurso es objeto del deseo por ser el poder: "El discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse" (Foucault, 1987: 12). Empero cuyo deseo y posesión solo produce inquietud: el discurso a la vez que innegable en su materialidad pronunciada o escrita, manifiesta una "existencia transitoria destinada sin duda a desaparecer... según una duración que no nos pertenece" (Foucault, 1987: 11). No nos pertenece.

Así, el discurso aparece en su existencia al mismo tiempo como presente y ausente, a la vez que como trascendente a la individualidad de los sujetos. Por lo cual, la posibilidad de su existencia no deja de resultar inquietante a la soberanía racional del sujeto, por su materialidad cotidianamente palpable y al mismo tiempo inasible. De ahí la necesidad de la institución de un orden que nos tranquilice, de un cobijo de seguridad a nuestra conciencia. Por lo que Foucault enuncia su hipótesis del siguiente modo: "...en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada, y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por objeto conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad" (Foucault, 1987: 11). Procedimientos de conjuro de lo que nos somete, constituye e instituye, dominio de lo impredecible, esquive de lo que no se puede negar: procedimientos paliativos de lo inexorable.

Luego Foucault se pregunta si acaso ciertos temas de la filosofía no surgieron para responder y también para reforzar ese juego de procedimientos que se ejercen para poner el discurso en orden6. Temas para responder, en tanto proporcionan "una verdad ideal como ley del discurso, (...) una racionalidad inmanente como principio de sus desarrollos", e incluso "una ética del conocimiento que no promete la verdad más que al deseo de la verdad misma y al solo poder de pensarla" (Foucault, 1987: 39). Y para reforzar los procedimientos de conjura, los temas que deniegan la realidad del discurso en general, como la reducción lo más posible del espacio entre el pensamiento y el habla al orden de los signos en los que se hace visible; la acción del sujeto fundador que, en un juego de escritura, recupera el sentido depositado en las cosas, y que "funda los horizontes de significaciones" al que luego siempre se volverá; la experiencia originaria de la lectura de las significaciones depositadas en el mundo, puesto que "las cosas murmuran ya un sentido que nuestro lenguaje no tiene más que hacer brotar"; y la mediación universal de "un logos que eleva las singularidades hasta el concepto y que permite a la conciencia inmediata desplegar... toda la racionalidad del mundo" (Foucault, 1987: 40). En definitiva, la ilusión de un sentido. Temas que son formas de elición de la realidad del discurso anulándolo en el orden de su materialidad, el orden significante. Lo que Foucault llama el imperio de la logofilia, el correlato directo del proyecto moderno que en la civilización occidental alcanza su mayor culto, en la procura permanente del conjuro del acontecimiento: controlar lo irreductible, limitar lo inmensurable.

"Todo pasa como si prohibiciones, barreras, umbrales, límites, se dispusieran de manera que se domine, al menos en parte, la gran proliferación del discurso, de manera que su riqueza se aligere de la parte más peligrosa y que su desorden se organice según figuras que esquivan lo más incontrolable... Hay sin duda en nuestra sociedad... una profunda logofilia, una especie de sordo temor contra esos acontecimientos, contra esa masa de cosas no dichas, contra la aparición de todos esos enunciados, contra todo lo que puede haber allí de violento, de discontinuo, de batallador, y también de desorden y de peligroso, contra ese gran murmullo incesante y desordenado del discurso" (Foucault, 1987: 42).

Procedimientos que intentan el conjuro del acontecimiento, el dominio del azar, la puesta en orden del discurso, en beneficio un universo tranquilizador para una razón incierta y maleable, en la mirada de los años.

Desde su mirada infiel a Hegel y la constitución del sujeto moderno, Foucault propone la toma de las decisiones que se erigen como su crítica metodológica a la modernidad: poner en duda nuestra voluntad de verdad, restituir al discurso su carácter de acontecimiento y levantar finalmente la soberanía del significante7. Es el intento, pero no hay ninguna garantía. Quizá Foucault esté loco, pero tal vez diga la verdad. O tal vez, en algún momento, agazapado en algún lugar, Hegel nos esté esperando. No obstante, mientras tanto continuamos indagando nuestros rumbos e imágenes devueltas en el espejo de nuestra interrogación, no serán ellos quienes lo sepan.

Notas

1 Foucault, Michel, El orden del discurso, Tusquest, Barcelona 1987, p. 58.
2 Cf. Marcuse, Herbert, Razón y Revolución, Altaya, Barcelona, 1997, p. 15.
3 Cf. Idem,p. 16.
4 Idem, pp. 60-62.
5 Foucault, Michel, La arqueología del saber, Siglo XXI, México, 1991, p. 233.
6 Idem, p. 38.
7 Foucault, Michel, El orden del discurso, Tusquest, barcelona, 1987, p. 43.

Bibliografía
1. Foucault, Michel, El orden del discurso, Tusquest, Barcelona 1987.
2. Foucault, Michel, La arqueología del saber, Siglo XXI, México 1991.
3. Foucault, Michel, Un diálogo sobre el poder, Altaya, Barcelona 1998.
4. Löwith, Karl, De Hegel a Nietzsche, Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1974.
5. Marcuse, Herbert, Razón y Revolución, Altaya, Barcelona 1997.

recibido: 03/10/05
aceptado para su publicación: 10/07/06