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Cuadernos del Sur. Filosofía

versión On-line ISSN 2362-2989

Cuad. Sur, Filos.  no.39 Bahía Blanca  2010

 

El sentimiento de lo sublime y el abismo de lo indeterminado en la estética de Kant

Romina Conti*

* Universidad Nacional de Mar del Plata. Universidad Nacional de Lanús - CONICET. Correo electrónico: rominaconti98@hotmail.com

Resumen
El trabajo aborda la problemática de lo sublime dentro de la totalidad del sistema kantiano y con especial referencia a su estética. Se intenta comprobar la hipótesis de que la concepción kantiana de lo sublime implica el reconocimiento de que la unidad misma de las facultades humanas descansa en lo indeterminado. Para esto se parte de una reconstrucción mínima de la estética kantiana y su papel en la totalidad del sistema de Kant, para analizar luego en detalle el sentimiento de lo sublime en ese escenario y algunas de las más destacadas contribuciones al problema desde los aportes de la filosofía contemporánea.

Palabras clave: Sistema Kantiano; Juicio Estético; Sentimiento de lo Sublime.

Abstract
This paper tackles the problem of the sublime within Kant's complete system and especially with reference to his aesthetics. We try to prove that Kant's conception of the sublime implies the recognition that the unity of human faculties rests on the indeterminate. In order to prove that we depart from the reconstruction of Kant's aesthetics and its role in his complete system, and then we analize in detail the sentiment of the sublime in that context, and some of the main contributions to the problem from the contemporary philosophy.

Key words: Kant's System; Aesthetic Judgment; Sentiment of the Sublime.

Fecha de recepción: 14 de Junio de 2010
Aceptado para su publicación: 01 de Febrero de 2012

Introducción

La Estética kantiana ha sido considerada, históricamente, como aquella que inaugura el camino autónomo de la disciplina dentro del universo filosófico. Aun así, es necesario recordar que la preocupación por la belleza, el arte y los sentimientos que ambos despiertan se remonta mucho más atrás. Diferentes aspectos de lo que -a partir de la modernidad- se considera ora estética, ora filosofía del arte, están extensamente problematizados en los diálogos platónicos y en los tratados poéticos de Aristóteles y de Cicerón. Más tarde en las ideas de belleza de Giordano Bruno y de Campanella, en Vico y, desde luego, entrando ya en el período de gestación de la estética de Kant, en las obras de Ashley Cooper (Conde de Shafstesbury), de Burke o de Baumgarten, por mencionar solo algunos de los nombres más difundidos1.

Pese a tener antecedentes teóricos tan remotos, el surgimiento de la Estética propiamente dicha se sitúa entre los siglos XVII y XVIII, coincidiendo con el nacimiento del subjetivismo moderno, y embanderado con el giro de la Ilustración que permitiría abandonar el intrincado campo de la mitología-religión-metafísica para adentrarse en el claro y distinto jardín de la reflexión crítica. Invirtiendo lo ocurrido durante la antigüedad, en la filosofía moderna "el pensamiento crítico es lo principal y la metafísica el episodio" (Croce, 1993:105).

En este contexto, la Crítica del Juicio de Kant marca el punto capital en el que los historiadores de la Estética ven los lineamientos de esta disciplina que reflexiona sobre la dimensión estética del hombre, independientemente2 de su esfera gnoseológica, ética o antropológica. En esta última Crítica, Kant atiende al sentimiento sin supeditarlo de modo alguno a la lógica o a la moral. En diciembre de 1787, Kant le escribe a Reinhold anunciándole su reconocimiento de "tres partes de la filosofía, cada una de las cuáles tienen sus principios a priori"3, tres años más tarde vería la luz la Crítica del Juicio y Kant pasaría a la historia como el fundador de la estética como disciplina filosófica independiente.

Con todo, no hay que perder de vista que la estética de Kant "se labra en terreno de mediación trascendental" (Ravera, 1998:9), lo que nos obliga a considerar no solamente su significancia en la historia de la Estética, sino en el seno mismo del sistema kantiano.

Ya en la Primera Introducción4 a la Crítica del Juicio, Kant situaba la obra en medio de sus análisis sobre la facultad cognoscitiva (Crítica de la Razón Pura) y sobre la facultad apetitiva (Crítica de la Razón Práctica), poniendo de relieve el papel de eslabón central que sería resaltado luego infinitas veces. Así, aunque tercera en el orden cronológico, la Crítica del Juicio es segunda en el orden sistemático de la filosofía kantiana y carga con la tarea de salvar el abismo que había quedado planteado entre entendimiento y razón, naturaleza y libertad, fenómeno y noúmeno. Aunque esta función mediadora sea un importante rasgo en la propuesta de la Tercera Crítica, no es el único que debería ubicarla en la lista de lecturas urgentes. Sumado a esto, no hay que perder de vista el hecho de que dicha obra está escrita luego de las críticas anteriores, de lo que con razón puede esperarse encontrar en ella "unas claves decisivas de la filosofía trascendental, desde las cuales la trayectoria y el sentido de esta aparecen bajo una distinta luz" (Oyarzún, 1991:8).

De lo expuesto se desprende que en el desarrollo de este texto kantiano confluyen gran cantidad de aportes no solo a la Estética como disciplina filosófica, sino también al sistema del idealismo trascendental y a la filosofía en su conjunto. Aportes que, justamente por su riqueza, no están exentos de críticas ni discusiones.

La presente reflexión se guía por las sospechas de que el "episodio metafísico" en la propuesta kantiana podría tener más implicancias de las que hasta ahora se le han concedido, de que ciertas ideas de esta tercera/segunda Crítica no solo reúnen, sino también cuestionan algunas certezas de los trabajos anteriores, y de que la independencia de la estética no es, en sentido estricto, la característica más relevante de la propuesta kantiana.

Estas dudas son generadas desde uno de los núcleos de la Crítica del Juicio: el del concepto de lo sublime, que será abordado en estas páginas en la convicción de que en él se encuentra uno de los puntos claves de la filosofía kantiana. En tal sentido, se partirá de un análisis de las características generales del sentimiento estético, para pasar luego a la reconstrucción de la tensión en la que lo sublime se inserta en la experiencia del hombre y el modo en que se vincula con el problema de las facultades. Para esto último, se tendrán en cuenta algunas de las más sobresalientes interpretaciones contemporáneas. Con respecto al último problema, se intentará sostener la hipótesis de que la concepción kantiana de lo sublime implica el reconocimiento de que la unidad misma de las facultades humanas descansa en lo indeterminado, caracterizado como un noúmeno en sentido positivo.

Sentimiento y juicio estético

En la Introducción a la Crítica del Juicio (CJ), Kant sostiene que las facultades del alma son tres, irreductibles a una fuente común: la facultad del conocimiento, el sentimiento de placer y displacer y la facultad de desear. Mientras que la facultad de conocimiento tiene sus principios a priori en el entendimiento puro y la facultad de desear los tiene en la razón, el sentimiento de placer y displacer tiene sus principios a priori en el juicio.

A diferencia de lo que ocurre en el juicio de conocimiento (determinante), el juicio estético -al que se liga el sentimiento de placer-, no posee una ley a la que pueda subsumir aquellos fenómenos particulares que son objeto de su juicio y promover así un concepto. La primera gran distinción de la Estética kantiana consiste en esto: el juicio estético no va de lo general a lo particular, sino que debe ascender de lo particular a lo general y esto lo convierte en un juicio reflexionante. Para llevar a cabo esta tarea de ascender de lo particular a lo general, se hace necesario un principio que le permita fundar la unidad de todos los principios empíricos bajo otros principios que -sin dejar de ser empíricos- los abarquen a un nivel más alto. De este modo, el juicio reflexionante se da a sí mismo, como si fuera una ley, el principio trascendental que consiste en pensar el orden de las leyes particulares como si fuera el producto de una inteligencia que lo tiene como objetivo. De este modo, "la facultad de juzgar hace a priori de la técnica de la naturaleza el principio de su reflexión (...), solamente para poder reflexionar con arreglo a su propia ley subjetiva" (Kant, 1991:37).

La finalidad que se le atribuye al mundo de esta manera, no procede de ningún imperativo necesario y es meramente formal, sirve para pensar los fenómenos particulares como contenidos en un orden. Esta finalidad que se supone en el orden de la naturaleza y del arte es, por tanto, un concepto a priori del juicio reflexionante, un principio trascendental del juicio.

Debido a que, según Kant, la obtención de todo propósito está asociada al sentimiento de placer, este "descubrimiento" de un orden en la naturaleza empírica, que presupone la facultad de juzgar reflexionante, da origen a un sentimiento de placer que es conocido a priori. Es la comprobación de que hay un orden, que parece el cumplimiento de un fin propuesto, lo que nos causa un sentimiento de placer que no se origina en datos empíricos sino en la representación de un principio a priori que -como tal- debe admitirse como experimentado por todo ser racional. La compleja vinculación entre el sentimiento de placer y la facultad de juzgar se evidencia en la contemplación estética: lo que representa la belleza de un objeto no es otra cosa que la relación subjetiva con el sujeto, la finalidad misma, esta idea de que algo tiene su origen en un propósito, es subjetiva. No se trata de un dato cognoscible del objeto sino de un criterio con el que considerarlo.

La definición que Kant ofrece del juicio estético determina básicamente que es aquel juicio cuyo predicado no puede ser jamás conocimiento. En esta clase de juicios, una sensación oficia como fundamento de determinación. De esto se desprende que ese fundamento de determinación del juicio estético es el sentimiento de placer y displacer, ya que se trata de un sentimiento meramente subjetivo, mientras que todas las sensaciones restantes pueden ser empleadas para el conocimiento. A diferencia de las categorías de espacio y tiempo, también subjetivas, el sentimiento de placer o displacer no puede llegar nunca a formar parte de conocimiento alguno.

Ahora bien, el placer derivado de la reflexión sobre la forma de las cosas -ya sea de la naturaleza o del arte- no designa únicamente una conformidad a fin de los objetos en relación con la facultad de juzgar reflexionante en el sujeto, conforme al concepto de naturaleza, sino también, a la inversa, del sujeto en vista de los objetos, según su forma, e incluso su informidad, con arreglo al concepto de libertad; y por este medio ocurre que el juicio estético no solo es referido, como juicio de gusto, a lo bello, sino también, en cuanto originado en un sentimiento del espíritu, a lo sublime ( Kant, 1991:102).

Esto justifica que la Crítica de la facultad de juzgar estética5 se divida en dos análisis principales: el de lo bello y el de lo sublime. En ambos casos se trata de sentimientos estéticos que se enmarcan en los tipos de juicios descriptos más arriba. Sin embargo, como veremos más adelante, el sentimiento de lo sublime parece sustraerse a cualquier clasificación de las que hasta aquí se han presentado. No es la intención de este trabajo dar una descripción completa de la caracterización kantiana de los juicios sobre la belleza, pero aún así, son necesarias algunas mínimas notas tendientes a posibilitar la visión del contraste que opera entre el sentimiento de lo bello y el de lo sublime.

Kant sostiene que el gusto es la facultad de discernir lo bello a través de un juicio y que es necesario definir los caracteres principales de los que consta el juicio: cualidad, cantidad, relación y modalidad. El primer libro de la CJ, la Analítica de lo bello, está destinado a esta definición. Del análisis allí comprendido se desprenden las características kantianas de lo bello que han despertado polémica durante siglos: "lo bello es cierto placer desinteresado que los objetos representados suscitan en el sujeto"6, tiene la pretensión "de valer universalmente; lo que ocurre, por otra parte, sin concepto", "implica una finalidad inmanente" y es reconocido "como materia de una satisfacción necesaria"7, esto último recurriendo al concepto de sentido común.

Lo cierto es que el juicio de gusto, que versa sobre lo bello, se sustenta sobre un libre juego entre dos de las facultades humanas, hasta ahora abocadas al conocimiento, la imaginación y el entendimiento. La validez general del juicio de gusto se funda en la armonía entendimiento -imaginación que surge de ese juego libre y que puede experimentar todo ser racional-. La imaginación no desborda en formas sin sentido sino que, gracias al entendimiento, configura algo que el juicio puede calificar, que posee un sentido "como si" obedeciera a algún propósito.

A diferencia de este tipo de juicios, aquellos que pertenecen a lo sublime no expresan un acuerdo entre entendimiento e imaginación, sino entre imaginación y razón. Deleuze sostiene, acertadamente, que esta armonía de lo sublime es extremadamente paradójica. Se avanzará sobre esto en el apartado siguiente.

Lo sublime y el abismo de lo indeterminado

Antecedentes

A decir verdad, es necesario recordar que Kant se ocupa ya de la distinción entre lo bello y lo sublime en un texto de su etapa pre-crítica: las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, que se publican en 1763. Este breve texto es un ensayo que aborda lo que Kant considera las fuentes psicológicas, y también etnológicas, que generan los sentimientos mencionados y no constituye ninguna teoría sistemática al respecto. Aún así, se encuentran en medio de estas apreciaciones que se enuncian como una suerte de inventario de cosas bellas y cosas sublimes, algunas ideas que esbozan lo que luego podría ser desarrollado en la Crítica del Juicio.

Según el propio Kant, las Observaciones pretenden tratar la emoción sensible: "este delicado sentimiento (...) es principalmente de dos clases: el sentimiento de lo sublime y el de lo bello. La emoción es en ambos agradable pero de muy diferente modo" (Kant, 1997:134). Lo sublime produce agrado pero unido a terror, mientras que lo agradable en lo bello es "alegre y sonriente". Así, la noche es sublime mientras el día es bello, la inteligencia es sublime y el ingenio bello, la cortesía es bella, la benevolencia sublime, y siguen los ejemplos. Como puede observarse aún en una lectura desatenta, Estética y Ética están estrechamente vinculadas en este tratado, aunque es probable que esta relación no se abandone en profundidad en la CJ.

Lo que, para esta investigación, puede rescatarse del breve texto temprano de Kant (si bien no es de seguro su concepción de la sensibilidad de la mujer ni de la humanidad en su conjunto) es la percepción de que lo sublime escapa, en cierta forma, a las capacidades del hombre. Es cierto que no se encuentra allí un desarrollo ni una explicación de la fuente de este exceso, pero sí observa Kant en una nota breve que "las sensaciones de lo sublime tienden las fuerzas del alma más enérgicamente" (Kant, 1997:136).

Para ampliar esta observación y profundizar verdaderamente en el problema de lo sublime habría que esperar veintisiete años a la Crítica del Juicio. Cassirer sostiene que en la Analítica de lo sublime que forma parte de esta obra "se revelan de un modo verdaderamente perfecto y en la más feliz de las combinaciones todos los aspectos del espíritu de Kant" (Cassirer, 1948:382). A la luz de las lecturas contemporáneas podríamos agregar: y de los grandes problemas de su doctrina.

El apartado mencionado se ubica en el Segundo Libro de la Primera Sección de la CJ. Además de la analítica de lo sublime, el libro contiene una exposición de los juicios estéticos en general como juicios reflexivos y una deducción de los juicios estéticos a priori, que se refiere a los juicios sobre lo bello.

Reconstrucción

El tratamiento de lo sublime ocupa los parágrafos 23 al 30 en la Crítica del Juicio. Lo primero que Kant señala allí son las similitudes que hacen a los juicios sobre lo bello y sobre lo sublime miembros de una misma especie, a saber: juicios estéticos reflexionantes; lo que implica que la complacencia que en ambos se da no depende de una sensación (como la de lo agradable), ni de un concepto determinado (como la que se da en lo bueno). En ambos juicios, sin embargo, la complacencia se liga a un concepto, pero se trata de un concepto indeterminado. Estas son las razones por las que, el predicado de belleza y el de sublimidad, comparten -por así decirlo- el mismo lecho.

La principal diferencia entre estos predicados atañe a la cuestión de los límites:

Lo bello de la naturaleza atañe a la forma del objeto, que consiste en la limitación; lo sublime, por el contrario, también se hallará en un objeto desprovisto de forma, en la medida que es representada la ilimitación en él o bien a causa de él, añadiéndosele, empero, el pensamiento de su totalidad; de manera que lo bello parece ser tomado por la presentación de un concepto indeterminado del entendimiento y lo sublime, en cambio, de un parecido concepto de la razón (Kant, 1991:158-159).

Aparecen aquí dos de las cuestiones claves del problema de lo sublime, su vínculo con lo ilimitado y, por esto, su parentesco con la razón. De lo expuesto se sigue que el placer de lo bello lo es en un sentido "positivo", en cuanto apela a lo lúdico de la imaginación (y el entendimiento), y el placer de lo sublime, que es generado indirectamente y vinculado a un sentimiento de admiración o respeto, es placer "negativo". Sumado a esto, la diferencia fundamental de lo sublime con respecto a lo bello, reside en que el primero puede escaparse a los límites de nuestra capacidad de representación e incluso abstraerse de la idea de conformidad a fin mencionada en el apartado anterior8. Lo sublime queda, entonces, ligado a las ideas de la razón y al caos de la naturaleza, por lo que a excepción de la imaginación, nada parece ligarlo, ni siquiera mínimamente, al terreno del conocimiento.

Pese a haber puesto en duda la idea de una conformidad a fin (aunque sea subjetiva) en lo sublime, Kant inicia el §24 sosteniendo que el juicio sobre lo sublime posee las mismas características que aquel que versa sobre lo bello: pretensión de validez universal, carencia de interés alguno, necesidad y representación de una conformidad a fin subjetiva. Como lo bello atiende a la forma del objeto, aquel análisis puso el acento en la cualidad, pero la informidad que puede suscitar lo sublime, nos obliga a poner atención ahora, en primer término y como veremos un poco más adelante, a la cantidad.

Antes de pasar a la caracterización de lo sublime, Kant diferencia entre lo sublime matemático y lo sublime dinámico9. Se ha notado varias veces que la Definición nominal de lo sublime, así como las caracterizaciones contenidas en los §26 y 27, quedan subordinadas a lo sublime matemático y lo sublime dinámico aparece tratado recién en el §28. Por lo pronto, en esta reconstrucción se expondrá la caracterización kantiana de lo sublime tomando en general su teoría para ambos modos de ser de lo sublime, y anotando solo aquellas diferencias que se presenten como centrales.

Toda vez que nos enfrentamos a un objeto que escapa a nuestra capacidad de limitación, es decir, que no podemos agrupar en una totalidad, surge en nosotros el sentimiento de lo sublime. Ya sea que lo que nos exceda se trate de una cuestión de extensión (sublime matemático), o de una cuestión de fuerza, de poder (sublime dinámico), nuestra imaginación se revela insuficiente para aprehenderlo en una representación. La magnitud de los sublime es solo igual a sí misma, por lo que no es posible buscarlo en la naturaleza sino únicamente en nuestras ideas, "más en cuáles resida, debe ser reservado para la deducción" (Kant, 1991:164)10.

No puede haber nada en la naturaleza que, siendo objeto de los sentidos, pueda ser considerado como sublime, y esto porque lo sublime es aquello "en comparación con lo cual todo lo demás es pequeño". Pero, sin embargo, ciertas representaciones de la naturaleza despiertan en nosotros el sentimiento de lo sublime. La razón de la existencia de lo sublime, o al menos eso parece sostener Kant, reside en que

En nuestra imaginación reside una tendencia a la progresión hacia lo infinito, y en nuestra razón, una pretensión de absoluta totalidad como idea real, esa misma inadecuación de nuestra facultad de estimación de magnitudes de las cosas del mundo sensorial para esta idea es lo que despierta el sentimiento de una facultad suprasensible en nosotros; y es el uso que de modo natural hace la facultad de juzgar de ciertos objetos en pro del último (sentimiento) y no, en cambio, el objeto de los sentidos, lo que es absolutamente grande, y ante él, todo otro uso es pequeño. Por lo tanto, ha de ser llamado sublime el temple del ánimo debido a una cierta representación que da que hacer a la facultad de juzgar reflexionante, y no el objeto (Kant, 1991:164).

Y a esta definición agrega Kant: "sublime es aquello cuyo solo pensamiento da prueba de una facultad del ánimo que excede toda medida de los sentidos". La exposición sigue por este camino, muchos de los pasajes siguientes se limitan a poner el acento, nuevamente, en el carácter subjetivo del juicio sobre lo sublime y a citar ejemplos que suscitan este tipo de juicios, por cierto en su versión "matemática", es decir, debido a su magnitud. Son estos mismos ejemplos los que derivan en la exposición del conflicto que se encuentra a la base del sentimiento de lo sublime, entre imaginación y razón.

La imaginación alcanza su maximum al experimentar la imposibilidad para presentar la idea como una unidad. En su afán por ampliar ese maximum, vuelve a sumirse en sí misma y así arriba a una complacencia emotiva, a un tipo de placer que es muy distinto del provocado en lo bello. Pero ¿de dónde surge la determinación de la imaginación que la obliga a representar lo inmenso como una unidad? "Para poder siquiera pensar el infinito dado sin contradicción se requiere de una facultad en el ánimo humano que sea ella misma suprasensible" (Kant, 1991:168). De este modo queda ligado, para siempre, el sentimiento de lo sublime a la razón, así como antes se ligó el de lo bello, al entendimiento.

Solo a través de la razón y de su idea de noúmeno que -si bien no admite ninguna intuición-, es el fundamento de la intuición del mundo (A 93) en cuanto fenómeno llega a ser comprendida la idea de infinito. De este modo lo sublime queda también definido como la naturaleza de aquellos fenómenos cuya intuición remite a la idea de infinitud, siempre atendiendo a que no es el objeto el que se juzga sublime sino el sujeto de su estimación.

Hasta el momento, entonces, la relación entre las facultades del ánimo ha quedado determinada del siguiente modo en relación a la experiencia estética: la imaginación entabla un libre juego con el entendimiento logrando una armonía con los conceptos de este (sin determinación de los mismos), y, la misma imaginación concuerda subjetivamente con las ideas de la razón (también indeterminadas ellas) para suscitar su influjo en el sentimiento y dar lugar a lo sublime. El efecto de esta última relación entre las facultades no consiste en el mismo placer que provocaba la intuición de lo bello sino que se trata de ese placer negativo que ya se mencionó antes, o -lo que es lo mismo-, un displacer, unido también a un tipo de placer.

Esto amerita definitivamente una aclaración: al tiempo que la imaginación prueba sus límites cuando se ve forzada a una comprensión que no alcanza, también prueba su destinación. El sentimiento de lo sublime es lo que nos hace "intuible" la superioridad de la razón por sobre la sensibilidad. Se trata del sentimiento provocado en nosotros por la misma inadecuación de nuestra facultad (la imaginación) para alcanzar una idea que, también en nosotros, es ley (de la razón). Este sentimiento se cristaliza como respeto, particularmente por nuestra propia destinación suprasensible. Es la percepción de esta destinación, que genera respeto y se encarna en el sentimiento de lo sublime, la que nos produce placer.

Cassirer ha señalado que esta solución del problema de lo sublime entraña un nuevo problema crítico. "Al basar la idea de lo sublime sobre el mismo sentimiento fundamental que lo ético en general, parece como si traspasáramos ya los linderos de la complacencia desinteresada para entrar en el terreno de la voluntad" (Cassirer, 1948:386). La única forma de sortear esta dificultad en la empresa crítica consiste en darnos cuenta de que existe un "procedimiento subrepticio" por medio del que concebimos en lo sublime lo que en realidad es una determinación propiamente nuestra y no algo dado en el objeto. En esta autodeterminación de nuestra capacidad espiritual reside lo estético de nuestras intuiciones. Volveremos más adelante sobre esto.

Kant observa que la armonía entre imaginación y razón que da por resultado el displacer-placer de lo sublime se da por antagonismo. La cualidad del sentimiento de lo sublime reside en ser un sentimiento de displacer acerca de la facultad de juzgar estética, que -por su limitación-, descubre la conciencia de una potencia ilimitada en el sujeto mismo, provocando placer. De lo que se desprende que ese placer, "solo por medio de un displacer es posible" (CJ/A102).

En lo sublime matemático el placer se liga al respeto. En lo sublime dinámico, en cambio, el placer se liga a la capacidad para inspirar temor, al poderío. Esto ocurre cuando, en el juicio estético, consideramos a la naturaleza como poderío que no tiene "prepotencia" sobre nosotros. Ante un temor real, no podríamos experimentar el sentimiento de lo sublime, lo que en esa naturaleza proyectamos es, pues, una suerte de temor hipotético al reparar en la potencialidad de la naturaleza. En ambos sentimientos de lo sublime está en juego la misma relación: "una violencia que la razón ejerce sobre la imaginación solo para ampliarla a la medida de su dominio propio (el práctico) y dejarla atisbar hacia el infinito que para ella es un abismo" (Kant, 1991:178).

Ya en las últimas líneas que dedica a lo sublime, Kant emprende una crítica a Burke, quien también había vinculado lo sublime al temor, pero lo había ligado al temor en sí, en otros términos, al temor presente y al instinto de conservación, por lo que lo sublime -para Burke- generaba dolor y una cierta clase de "estremecimiento complaciente". La acusación de Kant es que Burke no logra traspasar la barrera del psicologismo y de la exposición empírica que sí está, con mucho, superada en su propia teoría trascendental. Es la superación de esa barrera la que habilita para los juicios estéticos la pretensión de validez universal.

En la sección que sigue podrá verse, entre otras interpretaciones, la observación que hace Lyotard a esta crítica de Kant a Burke y cómo se vincula esto con la hipótesis del presente trabajo. La reconstrucción hasta aquí realizada ha pretendido mostrar el hilo de la argumentación kantiana en torno a lo sublime a fin de proporcionar una imagen de lo que abordan las teorías expuestas en las próximas páginas.

Desde las lecturas contemporáneas

"Lo bello sutura el abismo, lo sublime lo abre"
Rosa María Ravera
(Estética y crítica: los signos del arte)

Esta última parte del trabajo se estructura como una sub-sección porque no refiere a otro tema que no sea el planteado en el segundo momento del desarrollo. Sin embargo, las notas reunidas en torno a las diversas interpretaciones contemporáneas del concepto de lo sublime en Kant, se esgrimen también como argumentos para la fundamentación de los interrogantes planteados en la introducción y las ideas suscitadas por ellos.

El sentimiento de lo sublime es un sentimiento de elevación por sobre nuestra naturaleza sensible hacia algo superior. Del mismo modo que en la moral, ese sentimiento esta comprendido por dos momentos: uno de dolor (negativo) y otro de placer o complacencia (positivo). Ambas dimensiones nos empujan más allá de los límites de lo cognoscible o fenoménico, señalando la naturaleza suprasensible en el sujeto. Pero lo sublime señala aún algo más: no solo la naturaleza indeterminada del sujeto sino que también "apunta a lo nouménico que sirve de fundamento a la naturaleza externa" (Kogan, 1965:49).

En este mismo sentido, Bozal sostiene que la condición de lo sublime es una tercera forma de representación de la naturaleza en la que ya no predomina la unidad de lo diverso sino la ilimitación y el asombro. "Lo sublime escapa a la dialéctica unidad/falta de unidad que arbitraba el principio trascendental de la facultad de juzgar y, a la vez, escapa también al territorio determinado de la imaginación". (Bozal, 1990, 85) Como recordará Deleuze en uno de sus trabajos, también la imaginación demuestra, en su vínculo con lo sublime, su destinación suprasensible. Y el destino común de la imaginación y lo sublime también podría leerse en la "ubicación" difusa que ambos tienen en la totalidad de la obra Crítica de Kant. Ya Heidegger11 (Cfr. 1996) explicó, sobradamente, de qué forma la imaginación se convertía -en Kant-, en una "facultad sin patria". De forma similar, el análisis de lo sublime parece correr la misma suerte.

Esta es la impresión que tiene Bozal cuando pregunta: "¿cuál es el ámbito de lo sublime?". Cierto es que Kant rechaza que pertenezca al dominio estético del gusto porque intervienen ideas de la razón -lo que anula la inmediatez exigida a lo estético-, pero tampoco puede situarse en el conocimiento ya que pertenece al conjunto de los juicios estéticos, es decir, reflexionantes. Pero la respuesta de Bozal a la pregunta planteada sugiere, desde mi punto de vista, una solución no aceptable.

Cuando Kant habla aquí (§28) de la apreciación estética de las magnitudes o cuando, en la continuación de este texto, se refiere a que la naturaleza es juzgada en nuestro juicio estético como sublime porque excita nuestra fuerza, en ambos casos estético no se refiere al ámbito de la belleza y el gusto, sino al ámbito estético caracterizado en la Crítica de la razón pura (Bozal, 1990:87).

De esto se desprende que, según este autor, es en el dominio de esa sensibilidad (del conocimiento), en el que tiene lugar el juicio sobre lo sublime, lo que lo habilita a denominar "categorías estéticas a los principios bello y sublime", del mismo modo que lo son las categorías de espacio y tiempo.

No puede negarse que el problema de la sensibilidad en Kant es muy complejo en lo que respecta a la distinción entre la sensación "estética" y la sensación de los principios a priori del conocimiento, pese a sus propias aclaraciones (§3). Sin embargo, esto no da razones para sostener la "nulidad" de tal distinción. El hecho de que en la representación de aquello que luego será enjuiciado estéticamente intervenga la sensibilidad propia del conocimiento (como receptividad que pertenece a esa facultad), no transforma la naturaleza de la sensibilidad estética desde la que se emite el juicio sobre lo bello o sobre lo sublime. Los ámbitos continúan siendo diferentes, o al menos se trata de facultades distintas que actúan en el mismo ámbito (del sujeto) en "diversos momentos". Puesto que en el caso del conocimiento, "la representación es referida al objeto, y en el primero, en cambio, únicamente al sujeto, y no sirve a conocimiento alguno, ni siquiera a aquél a través del cuál el sujeto se conoce a sí mismo" (Kant, 1991:124).

Lo expuesto pone en duda la tesis de Bozal en su conjunto, pese a que no discutiremos aquí todos sus puntos. Lo que interesa resaltar es que su observación es insuficiente para responder a la pregunta sobre el ámbito al que pertenece lo sublime, y que este interrogante queda aún abierto.

La imposibilidad del infinito en el sujeto se esfumaba en la consideración teórica como una idea "dialéctica", al decir de Cassirer. En el juicio sobre lo sublime, lo infinito aparece como una totalidad y verdad sentidas. Y es ese sentimiento lo que permite captar al sujeto su capacidad para lo incondicionado: "Sublime es aquello cuyo solo pensamiento da prueba de una facultad del ánimo que excede toda medida de los sentidos". Por eso a diferencia del sentimiento de lo bello que "tranquiliza" al espíritu al poder armonizar con el entendimiento y, de esa forma, sutura el abismo de lo indeterminado, lo sublime abre ese abismo y se instala en él para quedarse.

Además de resistirse al ámbito del conocimiento, lo sublime se resiste al ámbito de la moral: el sentimiento de lo sublime es aquel en el que "la voluntad se deshace" (Lyotard, 2003:110). Lyotard observa esto en un excelente análisis sobre la problemática del tiempo en lo sublime. El punto de partida de ese análisis es un obra de Barnett Newman12, titulada "The sublime ist now", que para Lyotard "entra en diálogo" con la tradición filosófica del concepto de lo sublime, contradiciéndolo.

El punto de choque de esta propuesta con la concepción kantiana de lo sublime lo constituye el concepto de tiempo. Según el análisis de Lyotard, Kant excluiría este concepto del tratamiento de lo sublime, pese a que en la obra de Burke que él mismo menciona como antecedente, la idea de sublimidad remitía a este concepto.

Para Lyotard, Kant despojó a la estética de Burke de este aspecto central que en ella sí estaba contenido. Pese a haber recuperado la idea burkeana de que existe una contradicción que es inherente a lo sublime, olvida o rechaza una apuesta fundamental de Burke: que lo sublime se genera ante la amenaza de que no haya evento. Lo que aterroriza en lo sublime es que deje de suceder el sucede, es decir, aterroriza la cercanía de la muerte. Kant no enfrenta este problema, puesto que el tiempo al que se refiere, en la idea de infinito, no alcanza la indeterminación de lo completamente impensable. En esta acepción, lo sublime despoja al espíritu de su presunción con respecto al tiempo.

En la concepción de Lyotard, incluso el acuerdo que la imaginación "debe arreglar" con la razón, no llega a realizarse, ni siquiera el seno de la tensión que Deleuze identifica. Por eso lo sublime escapa a la respuesta, incluso a una respuesta de tipo trascendental, y se instala -simplemente- en el abismo de lo indeterminado y, por tanto, inexpresable. El conflicto "inicia" en la imaginación, es ella la que llega al borde y se suspende. En la obra citada anteriormente, Ravera recuerda que "frente a espectáculos grandiosos y desmesurados, por lo general de la naturaleza, la imaginación sufre y se abisma. Se tensa, se desacomoda, se fuerza y se esfuerza en una relación que la supera tras el intento -típico del arte- de alcanzar lo que la excede siempre" (Ravera, 1998:27).

Es la razón la que "obliga" a la imaginación a confesar su impotencia13, por eso lo sublime despierta en el sujeto la conciencia de un vínculo entre imaginación y razón. Pero esta relación no es de concordancia, como en el caso de lo bello, sino de discordancia entre las posibilidades de la imaginación y las exigencias de la razón. La pérdida de libertad de la imaginación (al percatarse de los mandatos de la razón) provoca ya no un sentimiento de placer, sino de dolor. Este sentimiento se torna luego placer porque la imaginación se siente ilimitada debido a la desaparición de sus límites, en la medida en que la obstrucción es una presentación de lo infinito.

A partir de este desarrollo, que reconstruye en el tercer capítulo de su célebre libro sobre la filosofía kantiana, la lectura deleuzeana deriva, a mi entender correctamente, que no es solo la razón la que tiene un destino suprasensible en el sujeto, sino también la imaginación. Ambas ponen al sujeto, que en relación con el entendimiento está siempre limitado al fenómeno, en presencia del noúmeno (Cfr. CJ §26 - A91).

Cabe recordar que, en la segunda edición de la Critica de la Razón Pura, Kant había llamado la atención sobre la tendencia del pensamiento humano a transgredir los límites del campo de su legítimo ejercicio. La explicación de esa tendencia estaba fundamentada en la génesis de las categorías del entendimiento, que no estaba en la sensibilidad. Esto posibilitaba que pareciera que se las pudiera aplicar más allá de los objetos de los sentidos:

Ahora bien, como el entendimiento no suministra otros conceptos que las categorías, supone que, al menos a través de estos conceptos puros del entendimiento, ha de ser posible pensar el objeto en el sentido de objeto en sí mismo. Pero con ello cae en el error de considerar el concepto de un ente inteligible, que es enteramente indeterminado, en cuanto algo exterior a nuestra sensibilidad, como un concepto determinado de un ente que podríamos conocer de algún modo por medio del entendimiento.

Si entendemos por noúmeno una cosa que no sea objeto de la intuición sensible, este noúmeno esta tomado en sentido negativo, ya que hace abstracción de nuestro modo de intuir la cosa. Si, por el contrario, entendemos por noúmeno el objeto de una intuición no sensible, entonces suponemos una clase especial de intuición, a saber, la intelectual. Pero esta clase no es la nuestra, ni podemos siquiera entender su posibilidad. Este sería el noúmeno en su sentido positivo (Kant, 1978:269-270).

Podría ser posible revisar este análisis de Kant a la luz de sus propios desarrollos sobre el sentimiento de lo sublime. Si bien esta revisión estaría en la línea del análisis deleuzeano, va un tanto más allá de él al hacerlo extensivo más allá del ámbito de las facultades. La propuesta es que la indeterminabilidad como constitutiva del sentimiento de lo sublime invade también el ámbito del juicio que de él se deriva.

Sin ser una cosa que aparezca como objeto de la intuición sensible, ni inscribirse tampoco como objeto de una intuición intelectual (por supuesto impensable en Kant), aparece una idea de noúmeno en sentido positivo al vincularlo a la experiencia estética de lo sublime. Aún así, el concepto de noúmeno sigue siendo un límite, no puede predicarse su existencia ni su no existencia. Solo se aparece, se hace presente en lo sublime como producto de la tensión entre las facultades.

Tal como señala Deleuze, el acuerdo entre la imaginación y la razón se engendra efectivamente en el desacuerdo, el placer en el dolor. De este modo la imaginación descubre, en su propia pasión, el destino último de todas sus actividades.

Todo sucede como si las dos facultades se fecundasen recíprocamente y recobrasen así el principio de su génesis, una en las proximidades de su límite, otra más allá de lo sensible, pero ambas en un «punto de concentración» que define lo más profundo del alma como unidad suprasensible de todas las facultades (Deleuze, 2005:85).

De este modo, el autor sostiene que la Crítica del Juicio ha de ser el verdadero fundamento de las otras dos.

En la medida en que toda concordancia determinada (como la que se da en el conocimiento) supone la existencia y posibilidad de una concordancia libre (como la del juicio estético), el juicio aparece como una facultad solo en el sentido de qué consiste en el conjunto armonioso de las facultades, "ya sea en una concordancia previamente determinada (...), ya sea, más profundamente, en una concordancia libre indeterminada, que constituye el objeto último de una «crítica del juicio» en general" (Deleuze, 2005:107).

Las opiniones e interpretaciones expuestas hasta aquí no pretenden agotar la totalidad de las lecturas contemporáneas de la estética kantiana, cosa que -por otra parte- sería imposible. Tampoco agotan siquiera los principales estudios sobre los sublime en general 14. Simplemente pretenden ser un puñado de los que, tal vez, sean los principales análisis con respecto a las problemáticas planteadas al inicio de este texto. Con todo, y como ya ha sido señalado antes, se trata de una selección subjetiva que se propone como punto de partida para una discusión fecunda.

Palabras finales

Se estimó al principio de este trabajo, que el "episodio metafísico" en la propuesta kantiana podría tener más implicancias de las que hasta ahora se le han concedido. En relación con esto se trató de mostrar que, a diferencia del sentimiento de lo bello, el de lo sublime no solo denota las características de un modo particular de la sensibilidad, sino que se liga al universo de lo indeterminado, de lo nouménico, y solo así se justifica. Que el sentimiento de los sublime se instale "en el abismo de lo indeterminado" no afecta solo a una cuestión estética, ya que -como quedó demostrado-, sobre él descansa la unidad de las facultades del sujeto, en especial la unidad imaginación -razón que, por esto mismo, se instala también en el dominio de lo suprasensible-.

En ese sentido, gran parte de las ideas de la Crítica del Juicio ponen en duda la interpretación de las otras críticas kantianas, al menos en cuanto a la autonomía de las facultades, y, con ello, la independencia de la Estética, popularmente adjudicada a esta obra, se ve seriamente comprometida. Siguiendo nuevamente a Deleuze, el juicio es una facultad solo en la medida en que representa la unidad de todas las facultades. Y, desde el análisis aquí presentado, puede verse que es esa unidad la que queda comprometida con lo indeterminado que sacude a la imaginación y que se presenta ante el sentimiento de lo sublime. Ese destino suprasensible del sujeto es, desde ya, incognoscible, pero aún así parece sostener la totalidad del edificio crítico trascendental.

Lo sublime se inserta en el espacio del límite, desde allí, sacude en su indeterminación y -a la vez- habilita el vínculo complejo entre las facultades del alma. Sería importante no perder de vista estas notas en el planteo kantiano e instalar, de una vez y para siempre, la necesidad de volver a la Crítica del Juicio aún en relación a aquellos temas que se suponen no contemplados en ella.

Notas
1 Para una noticia más amplia de los abordajes pre-modernos de algunos problemas estéticos puede verse el ensayo de Croce titulado "Iniciación, períodos y carácter de la historia de la Estética", que forma parte de su Brevario de estética (1993).
2 Pese a que diseña la estructura de la Estética como una "ciencia independiente", Baumgarten deja supeditado el concepto de belleza al de perfección y esta última presupone siempre una pauta objetiva con la que comparar la representación o imagen que suscita el juicio estético, por lo que la independencia no puede afirmarse sin caer en una contradicción. Kant observa esto en el parágrafo 15 de la Crítica del Juicio.
3 Vol. VII de la edición de las Obras completas de Kant, al cuidado de Harstenstein, Leipzig, editadas por Modes y Baumann en 1839.
4 Texto que no fue publicado junto a la obra debido a su extensión desproporcionada. El manuscrito fue recuperado en 1899 y publicado recién en 1914 en las Obras Completas de Kant editadas por Cassirer.
5 Por cuestiones de extensión y selección de núcleos problemáticos, no haremos aquí ninguna mención a la segunda parte de la Crítica del Juicio o Crítica de la facultad de juzgar, dedicada al juicio teleológico.
6 Esta es la característica que distingue, en Kant, los juicios sobre lo bello de los juicios sobre lo agradable y lo bueno. Si bien estos también portan una satisfacción, no se trata de una satisfacción desinteresada sino que responde ora a la satisfacción de una necesidad, ora a un mando de la voluntad.
7 Las descripciones citadas corresponden al estudio introductorio de la Crítica del Juicio a cargo de Francisco Larroyo (1997: 174-175).
8 Cfr. § 23 de la CJ.
9 Recuérdese que en las Observaciones sobre le sentimiento de lo bello y lo sublime, el autor sostenía que existía un sublime terrorífico (como ante una tempestad), un sublime noble (como la "bondad apasionada"), y un sublime de magnificencia (como la Catedral de San Pedro, en Roma). Aunque con un desarrollo mucho mayor, la clasificación mencionada se mantiene en el texto crítico. El sublime terrorífico es ahora el que Kant llama dinámico, y las otras dos clases se incorporan en la de lo sublime matemático.
10 Aquí se da algo similar a lo que, un poco más atrás (§22), ocurrió en relación con aquel "principio constitutivo" ligado el sentido común y de cuya aplicación sería un ejemplo el juicio de gusto: Kant deja pendiente una cuestión que jamás retoma. En este caso en particular, la deducción de lo sublime no se realiza nunca y el autor justifica esta ausencia en el §30, sin recordar la cuestión que aquí dejó planteada.
11 Una interesante reflexión en torno al problema de la imaginación que recoge, también, la crítica heideggeriana, puede leerse en el artículo de Edgardo Gutiérrez: Imaginación y autonomía estética en la Crítica del juicio de Kant (1999: 169-176).
12 Pintor abstracto del S. XX, contemporáneo de Pollock, y que se considera un importante precursor del minimalismo.
13 Pese a que no es un tema que se aborde en este trabajo, es necesario recordar que este modo de referirse a la relación entre las facultades porta una gran cantidad de problemas. Con frecuencia se ha señalado como una falacia en la argumentación de las interpretaciones de Kant, hablar de las facultades en términos que podríamos denominar "personales". Referirse a las facultades de este modo implicaría la idea de que hay un sujeto que puede operar "al margen" de las facultades, observándolas. Pero si esto fuera así, ¿con cuál de las facultades operaría en ese momento?, ¿es posible pensar en un sujeto más allá del conjunto de las facultades? Se trata de un problema no resuelto, ya que el mismo Kant utiliza este lenguaje en más de un pasaje. Por ejemplo, además del ya citado (§29A109), cuando dice: "la complacencia en el objeto depende de la relación en que queremos poner a la imaginación; pero ella ha de mantener por sí misma al ánimo en ocupación libre" (§29A118). Deleuze se explica del mismo modo y, a los fines de comprender los rasgos de la relación entre las facultades que -en este caso-, origina lo sublime, considero que es el lenguaje que colabora en mayor medida con la comprensión del proceso. Aún así no hay que perder de vista la limitación que porta, y el hecho de que se inscribe en el tantas veces criticado "lenguaje de las facultades".
14 Son muchos los excelentes estudios sobre el concepto de lo sublime, por ejemplo, en relación al arte contemporáneo. Entre estos, tal vez uno de los más controvertidos sea el que expone Adorno en su Teoría Estética, lo que allí se sostiene que el concepto de lo sublime no puede aplicarse a la naturaleza sino únicamente al arte.

Bibliografía
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