SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número40Preguntas andadas: Preguntas por andar. Desandando preguntas. Carlos Norberto Vergara y una tesis índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Cuadernos del Sur. Filosofía

versão On-line ISSN 2362-2989

Cuad. Sur, Filos.  no.40 Bahía Blanca  2011

 

¿Qué es una Ilustración anti-ilustrada?: Kant, Adorno-Horkheimer y Foucault

Javier Alegre*

* Docente-investigador de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE). Correo electrónico: pillancho@yahoo.com.ar

Resumen
Este artículo se propone realizar un análisis del modo en que ciertos pun- tos cardinales de la concepción de la Ilustración defendida por Kant son reapropiados y rectificados desde la teoría crítica de Adorno y Horkhei- mer, en su Dialéctica de la Ilustración, y luego retomados, en forma no exen- ta de polémica -desde una perspeciva ajena a la tradición weberiana-, por Foucault en sus escritos sobre ¿Qué es la Ilustración? del '83 y '84.
En particular nos interesa desandar y confrontar los caminos a través de los cuales se constituyen estas reela- boraciones del núcleo conceptual de la Ilustración, que incluyen definidos tintes anti-iluministas, e indagar en las controversias generadas por sus dispares lecturas acerca de los obstáculos, potencialidades y limitaciones propios del proyecto iluminista; lo cual nos permitirá identificar, dentro de estos esquemas teóricos, qué es lo que puede quedar en pie de aquella promesa de felicidad y perfección hecha por Kant a todo el género humano en nombre de la razón.

Palabras clave: Ilustración; Teoría Crítica; Foucault.

Abstract
This article aims to analyze the way in which certain cardinal points of enlightenment's conception sustained by Kant are reappropriated and rec- tified in Adorno and Horkheimer's critical theory Dialectic of Enlight- enment, and afterwards alluded by Foucault throughout a perspective (that didn't lack of polemic) fairly far from Weber's legacy, on his writings from '83 and '84 regarding ¿What is Enlightenment?
The specifics goals here are to retrace and cope with the paths through which these reformulation of Enlightenment's conceptual core (that include clear anti-enlightenment tinges) are set, and also to inquire in the controversy raised by its unlike readings on the obstacles, potentialities and limitations common to the enlightenment project. Such task will allow us to identify -within these theorical schemes- what is that might still stand of that promise of happiness and perfection made by Kant to the whole mankind in behalf of reason.

Keywords: Enlightenment; Critical Theory; Foucault.

Fecha de recepción: 15 de Septiembre de 2012
Aceptado para su publicación: 4 de Junio de 2013

Como habrán notado, el mismo título del artículo juega con el famoso texto de 1784 de Kant, titulado Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?, y justamente, lo que pretendemos hacer aquí es analizar la forma en que los rasgos centrales de la Ilustración, expuestos allí por Kant, luego han sido retomados y reinterpretados, de distinto modo, por Adorno y Horkheimer y por Foucault. Estas dos reelaboraciones, frankfurtiana y foucaultiana, indagan de manera dispar acerca de las potencialidades y limitaciones del proyecto ilustrado e incluyen definidos tintes anti-iluministas. De aquí que nos permitan, por un lado, elaborar una respuesta a la pregunta enunciada en el título y, por otro, sopesar hasta qué punto pueden apartarse ciertos aspectos de la Ilustración sin cortar todo vínculo con la propuesta original de Kant.

Para ello, hemos organizado el escrito en cuatro partes: a) iniciamos con una breve exposición de los puntos centrales de la Ilustración en la visión kantiana, b) continuamos con el tratamiento de la reapropiación hecha por Adorno y Horkheimer, c) luego hacemos lo mismo con la reinterpretación de Foucault, y d) cerramos con unas reflexiones finales que buscan responder los dos propósitos enunciados al final del párrafo anterior.

a) Kant: Ilustración y progreso racional

El propio Kant tiene la gentileza de resumir el núcleo de su visión de la Ilustración en el célebre primer párrafo de Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?, por lo que le damos la palabra:

la Ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. (...) ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración (2004: 33).

La Ilustración hace que el género humano concrete lo más propio de él (desarrollar la facultad de la razón) y realice su fin natural (alcanzar la felicidad) y, si bien alcanzar el estado de ilustración es responsabilidad de cada uno (la pereza y la cobardía son sus principales enemigos según Kant), no es un proceso individual, sino que depende de condiciones sociales para su desarrollo. Para que los ciudadanos lo logren, debe otorgárseles la libertad suficiente para que puedan instruirse. El ejercicio de la razón conduce a que el ser humano logre su perfección y felicidad, pero esto no es el producto de la vida virtuosa de un individuo determinado, sino el resultado de las conquistas acumuladas generación tras generación. Kant lo deja en claro en Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita: "en el hombre (entendido como la única criatura racional de la tierra) las disposiciones originarias, que se refieren al uso de la razón, no se desarrollan completamente en el individuo, sino en la especie" (2004: 19).

La conjunción de dos factores claves dentro de su esquema teórico, la insociable sociabilidad y la sociedad civil, conduce a que Kant, aunque no tenga una visión antropológica muy favorable1, posea, como buen iluminista, absoluta confianza en que la humanidad progresa ineludiblemente hacia estados superiores, tal como lo afirma en el cierre de Reiteración de la pregunta si el género humano se halla en constante progreso hacia lo mejor: "el género humano se orienta hacia lo mejor, que ya está en perspectiva" (2004: 165). Y, si ya se avizora este estado tan preciado, es sin duda alguna porque las sociedades se han puesto en marcha hacia la ilustración, si bien su tiempo no era aún para Kant una época ilustrada -todavía la gran mayoría no se guiaba por el sano juicio de su razón-, sí consideraba que era una época de ilustración, ya que los hombres estaban adquiriendo instrucción y libertad suficientes para convertir a la razón en la rectora de sus acciones. Clara síntesis del espíritu iluminista: la ilustración es el motor que empuja hacia adelante la maquinaria del progreso y, a la vez, el puerto de llegada de tan largo viaje.

Es importante resaltar aquí la intrínseca relación existente entre razón ilustrada y libertad para Kant, sin una no puede darse la otra, no podemos aspirar, como género, a alcanzar un estado ilustrado, si mediante el uso de la razón no hacemos ejercicio constante y fundamentado de nuestra libertad;

la Naturaleza ha querido que el hombre (...) no participe de otra felicidad o perfección, fuera de la que él mismo, libre de instinto, se haya procurado mediante la propia razón. (...) Ahora bien, al dotar de razón al hombre y de la libertad de la voluntad, que se funda- menta en ella, indicó con claridad (...) la intención perseguida. El hombre no debe ser conducido por el instinto (Kant, 2004: 20).

Así, la ecuación kantiana es clara: a mayor desarrollo de la razón, mayor libertad, mayor perfección y mayor felicidad para el género humano. Y el uso público -o uso docto- de la razón es lo que permite que nos libremos de los antiguos tutores que impedían nuestra mayoría de edad. De allí que otorgue total libertad a este tipo de uso, contra las restricciones que estipula para el uso privado -o uso funcional- de la razón.

Adorno y Horkheimer: Ilustración y racionalización instrumental del mundo

Pasemos ahora a analizar algunos puntos de lo propuesto por Horkheimer y Adorno respecto de la Ilustración. En la interpretación expuesta en su Dialéctica de Ilustración, el proceso iluminista -que, recordemos, para ellos se inicia ya en la época clásica- y la modernidad no representan un corte abrupto, sino que constituyen más bien una continuación con lo dado desde la Antigüedad a través del mito. La Ilustración declama que entre algunos de sus principales propósitos está someter a la imaginación mediante las ciencias, convertir al saber en un procedimiento eficaz para el dominio tanto del mundo natural como social y disolver los mitos, en cuanto estos son entendidos como visiones fantásticas y distorsionadas en las que predomina la proyección de los aspectos subjetivos por sobre los objetivos en la explicación de la realidad. Pero más allá de estas pretensiones, según Adorno y Horkheimer, el Iluminismo no representa una oposición o ruptura con el mito, dado que ambos procesos comparten la misma base, la cual está conformada por el afán de nombrar, contar el origen, representar y explicar los hechos; en este sentido, el mito ya es racionalización y ordenamiento simbólico, a la vez que en el Iluminismo renace con fuerzas renovadas la actitud mítica, pues se encarga de mitologizar la razón. La Ilustración representa, desde esta perspectiva, solo una continuidad exacerbada del mito:

la propia mitología ha puesto en marcha el proceso sin fin de la Ilustración, en el cual toda determinada concepción teórica cae con inevitable necesidad bajo la crítica demoledora de ser sólo una creencia (...). Como los mitos ponen ya por obra la Ilustración, así queda ésta atrapada en cada uno de sus pasos más hondamente en la mitología. Todo el material lo recibe de los mitos para destruirlo, pero en cuanto juez cae en el hechizo mítico (Adorno y Horkhei- mer, 1998: 66-67)2.

Así, la secuencia dialéctica, en lo concerniente a la capacidad de fijar y dar sentido al mundo, ha ido avanzando sucesivamente del mito a la religión, de la religión a la razón y de la razón al cálculo formal; en todas estas formas persiste el ánimo de develamiento narrativo y sometimiento de lo misterioso del mundo natural. Profundizando lo planteado por Weber, en cuanto a que la clave de la modernidad en general y del iluminismo en especial -como tendencia epigonal del pensamiento moderno- pasa por el proceso de racionalización y el desencantamiento (Entzauberung) producidos respecto del mundo místico y cargado de fuerzas sobrenaturales y trascendentes, con las consecuencias poco favorables que ello genera3, en el planteo de Adorno y Horkheimer, el nuevo marco de sentido propiciado por el desencantamiento moderno desfonda la realidad mágica del mundo antiguo en nombre del conocimiento, la libertad y la racionalidad, pero termina generando las condiciones y procedimientos que imposibilitan la concreción de estos elementos. Para ambos autores la creciente liberación de los poderes feudales y religiosos medievales instituidos, ocurrida a lo largo de la modernidad, significó, más allá de los panegíricos dirigidos a la libertad individual abstracta por parte de los filósofos modernos, que numerosos individuos se vieran a partir de entonces sometidos al nuevo tipo de dominación producida por el sistema económico-administrativo. La racionalidad no está guiada por los intereses objetivos de la mayoría, sino por su coincidencia con los mecanismos para lograr el crecimiento productivo. La civilización ilustrada sufre de una triunfante calamidad, el saber convertido en técnica es instrumento de dominio del mundo natural y humano: "poder y conocimiento son sinónimos. (...) Lo que importa no es aquella satisfacción que los hombres llaman verdad, sino la operación, el procedimiento eficaz" (Adorno y Horkheimer, 1998: 60-61).

La autoconciencia se forja, paradójicamente, mediante la subordinación a circunstancias fácticas externas que son vividas como inalterables. La autonomía del hombre se convierte racionalmente en heteronomía: la forma racional de autoconservarse es mostrar la mayor docilidad voluntaria posible frente a los poderes tecnocráticos, el hombre gana la vida pero pierde la libertad (Horkheimer, 2000); lo cual es un reflejo del carácter contradictorio del proceso iluminista en su conjunto, "con la renuncia al pensamiento, (...) la Ilustración ha renunciado a su propia realización (...) la Ilustración se transforma, al servicio del presente, en el engaño total de las masas" (Adorno y Horkheimer, 1998: 93-95).

La razón subjetiva (que busca la autoconservación individual) se convierte en predominante sobre la razón objetiva (referida a la estructura del mundo) y con ello la razón se reduce a ser un órgano burocrático-operativo que clasifica, ordena, manipula, somete y tiene por misión solamente hallar los medios que aseguren la consecución de los objetivos propuestos en cada caso. El carácter industrial inunda también los productos del pensamiento:

las nociones se han convertido en medios racionalizados, que no ofrecen resistencia, que ahorran trabajo. Es como si el pensar mismo se hubiese reducido al nivel de los procesos industriales sometiéndose a un plan exacto; (...) como si se hubiese convertido en un componente fijo de la producción (Horkheimer, 1969: 32).

La razón deja de ser autónoma, pierde su condición de soberana y deviene en mera razón instrumental, se convierte en un medio para la concreción de fines e intereses particulares que escapan a la discusión racional y, por lo tanto, se limita a ser una herramienta para el cálculo de probabilidades y la elección de los mejores procedimientos, puesta al servicio de los grupos sociales dominantes. La razón instrumentalizada se caracteriza por intentar que el sistema social capitalista sea lo más performativo posible, con lo que este logra superar o suprimir los obstáculos y anomalías que se interponen en su funcionamiento, por lo que dicha razón no brinda mejores posibilidades para la emancipación, sino que lo que hace es aumentar y sofisticar los mecanismos de control y dominio social. Por ello, se vuelve inevitable la crítica de la razón, en tanto esta se ha convertido en una razón técnico-cognitiva totalitaria, que guía en forma férrea el proceso de racionalización a partir de los criterios de la racionalidad con arreglo a fines exclusivamente, lo que ha devenido en que esta razón sea incapaz tanto de dotar de sentido a la vida humana -incapacidad ya señalada por Weber-, como de servir de fundamento para la transformación de la sociedad occidental;

la libertad en la sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado. Pero creemos haber descubierto con igual claridad que el concepto de este mismo pensamiento (...) contiene ya el germen de aquella regresión que hoy se verifica por doquier. Si la Ilustración no asume en sí misma la reflexión sobre este momento regresivo, firma su propia condena (Adorno y Horkheimer, 1998: 53)4.

Ahora bien, a partir de esta necesidad de ejercer una reflexión crítica de la razón ilustrada, Adorno y Horkheimer realizan una crítica totalizadora e hiperbólica que acaba por auto-devorar cualquier posibilidad de fundamentación para los cimientos mismos de los procesos racionales. El movimiento centrípeto de la dialéctica iluminista devora el suelo normativo desde donde ejercer la crítica y termina clausurando toda posibilidad de constituir una esfera que se mantenga autónoma y logre oponerse a la maquinaria de la racionalización ilustrada, para así actuar como generadora de un pensamiento crítico-emancipatorio que pueda llegar a ser fuente de satisfacción y liberación para los integrantes de las sociedades contemporáneas. Lo que comienza siendo un esfuerzo ilustrado por salvar los aspectos favorables y emancipatorios de la Ilustración termina desembocando en una renuncia de toda posibilidad ligada con el universo cubierto por la razón formalizada y totalizada; la Ilustración obtura la concreción de los objetivos que declama defender, es sustento y a la vez impugnadora de la incierta emancipación. Ante la imposibilidad de encontrar una respuesta dentro de los márgenes de los procesos propios de la razón, para Adorno y Horkheimer en sus últimas etapas, solo quedará posibilidad de salida a través de los ámbitos estéticos y religiosos respectivamente.

Así, Adorno y Horkheimer, en su intento de rectificar los excesos y desvíos en que habría incurrido el proceso de racionalización del mundo, terminan por encontrar en la razón occidental el armazón más cerrado y sofisticado que somete los demás ámbitos de la vida y niega toda posibilidad de acceso a la autonomía y la emancipación. Aquella vieja promesa de libertad y felicidad hecha por Kant en nombre de la razón, aquí, es imposible de ser concretada, justamente, por las características de la misma razón ilustrada.

Foucault: Ilustración como ontología del presente y actitud

En cuanto al posicionamiento de Foucault respecto de la Ilustración, la aproximación más puntual de este autor a la postura iluminista de Kant está dada por sus dos breves y ricos escritos sobre ¿Qué es la Ilustración? de 1983 y 1984. Allí Foucault encuentra, en el artículo Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? de Kant, un texto señero en cuanto a considerar el presente como acontecimiento filosófico y la filosofía como problematización de la actualidad y ontología crítica del presente, presente en que los filósofos confluyen con los demás en un nosotros amplio y abarcativo de las determinaciones culturales y del pensamiento del propio filósofo:

es ese nosotros lo que se está convirtiendo para el filósofo en el objeto de su propia reflexión; y por eso mismo se afirma la imposibi- lidad de que el filósofo se ahorre la interrogación de su pertenencia singular a ese nosotros. Todo esto (...) bien podría caracterizar a la filosofía como discurso de la modernidad y sobre la modernidad (1996a: 70).

La particularidad del proceso ilustrado moderno estaría dada por la reflexión acerca del sentido de la actualidad, de los rasgos de la propia configuración y de la función/acción del filósofo dentro de ese contexto: son estas notas las que establecen la continuidad entre el núcleo de la Ilustración y la filosofía de nuestros días. Y aquí Foucault establece una clara división: por una parte, se encuentran aquellos que quieren conservar y prolongar los principios teóricos del Iluminismo, los restos de la Auflkärung según la expresión foucaultiana, y, por otra parte, aquellos que encuentran en la antedicha disposición de la Ilustración a reflexionar sobre la actualidad el legado a ser mantenido vivo.

Por supuesto que Foucault se encolumna en este último grupo, pero avanza más en sus distinciones y sostiene que esta segunda actitud dio lugar, por un lado, a una reflexión crítica sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento verdadero, que deviene en analítica de la verdad, y, por el otro, a una reflexión crítica de las fuentes de la actualidad, de una ontología presente, de la cual Foucault abreva y se entiende como continuador. A través de esta distinción, Foucault intenta sortear la divergencia existente entre distintas líneas teóricas y afirma moverse en esta forma de reflexión abierta por el Kant de ¿Qué es la ilustración?, auto-posicionamiento que expresa con claridad en el final de la conferencia de 1983 sobre la Ilustración:

la elección filosófica a la que nos enfrentamos actualmente es ésta: se puede optar por una filosofía crítica que se presentará como una filosofía analítica de la verdad en general, o bien se puede optar por un pensamiento crítico que tomará la forma de una ontología de nosotros mismos, de una ontología de la actualidad; es la forma de filosofía que de Hegel a la escuela de Frankfurt, pasando por Nietzs- che y Max Weber, ha fundado una forma de reflexión dentro de la cual he intentado trabajar (Foucault, 1996a: 82)5.

En la versión foucaultiana, la modernidad pierde su contenido ilustrado más propio, ya que no son los ejes teóricos del Iluminismo, ni el intento de Kant por precisar las divisas de la Ilustración, los que definen al proyecto moderno, sino su tensión hacia ejercer una reflexión crítica sobre una determinada cuestión (la ontología de la actualidad); la Ilustración toma la forma de una actitud antes que de un conjunto conceptual: "la Aufklärung no es la fidelidad a unos elementos de doctrina, sino más bien la reactivación permanente de una actitud; es decir, un ethos filosófico que se podría caracterizar como crítica permanente de nuestro ser histórico" (Foucault, 1996a: 100)6. Aquello que se mantiene en pie de la Ilustración, en la visión foucaultiana, es la disposición a examinar nuestro presente desde una perspectiva histórica que nos incluya, pero ya desprendidos de la matriz teórica y los propósitos propios del proyecto iluminista; lo perdurable de la Ilustración es haber inaugurado una temática, un desafío, y no con qué elementos conceptuales ni para qué lo hizo. Al igual que considera que es imposible pensar la verdad de otro modo que no sea en vínculo con el poder -intentar desligar ambas esferas es una misión teórica vana, una pasión inútil-, pero que, a la vez, debe abogarse por poner esta relación en otras coordenadas diferentes a las actualmente vigentes ya que lo que sí es posible, y merece ser intentado por su potencial renovador, es apartar la verdad de las estructuras hegemónicas de poder en las que se desarrolla y preserva en la actualidad7. De manera análoga, Foucault sostiene que nuestro modo filosófico presente es inevitablemente iluminista, pues la actitud de la Ilustración es la que vive en una filosofía que hace de la pertenencia y constitución históricas su tarea, pero que ello no implica asumir la forma, ni los conceptos, ni los objetivos con que la Ilustración emprendió esta reflexión, sino que no solo es posible sino también recomendable desprenderse de ellos en pos de ganar riqueza teórica. Es decir, al llevar a cabo una filosofía de la actualidad que acepta su historicidad, retomamos en forma ineludible una actitud iluminista, pero esto no implica que aceptemos el corpus iluminista, ni nos obliga a encausar las reflexiones dentro de los lineamientos preponderantes de la Ilustración.

En consonancia con esto, Foucault sostiene que no debe tomarse la Ilustración como un todo. Sería incorrecto estar a favor o en contra como una totalidad, hay que evadirse del chantaje de ser encasillados dentro del racionalismo iluminista o el anti-racionalismo anti-iluminista. Es necesario descreer de la racionalidad que la Ilustración trató de impulsar y reapropiarse de ella en tanto que actitud reflexiva crítica del presente y propulsora del rebasamiento de los límites que nos constituyen; es, en definitiva, en esta doble actitud donde se resume todo el legado ilustrado que amerita ser retomado según Foucault:

hay que considerar la ontología crítica de nosotros mismos no por cierto como una teoría, una doctrina, ni siquiera un cuerpo permanente de saber que se acumula; hay que concebirla como una actitud, un ethos, una vía filosófica donde la crítica de lo que somos es a la vez análisis histórico de los límites que se nos plantean y su franqueamiento posible (1996a: 110).

Ontología de la actualidad que Foucault, congruente con sus propios principios teóricos y demostrando su clara ruptura con los cimientos de la Ilustración, entiende como una crítica arqueológica-genealógica que "debe abandonar todos los proyectos que pretendan ser globales y radicales" (1996a: 105).

De esta manera, al descartar la racionalidad, las categorías conceptuales y los objetivos ilustrados, la continuación de la Ilustración en Foucault se vuelve netamente anti-ilustrada. Si aquí la conquista de la impaciente libertad aún es posible, es gracias, en parte, a la actitud inaugurada por la Ilustración y, en parte para nada menor, a la oposición ejercida contra el núcleo duro del mismo proyecto ilustrado.

Reflexiones finales

Pues bien, con respecto al primero de los dos propósitos expuestos en el párrafo de apertura del artículo, sintetizado en la pregunta del título (¿qué es una Ilustración anti-ilustrada?), en nuestro recorrido hemos ido precisando dos de las respuestas posibles a esta cuestión. Por un lado, la dada por Horkheimer y Adorno, quienes en los inicios del programa teórico frankfurtiano comienzan no desestimando la racionalidad ilustrada y pretenden retomar los logros parciales positivos presentes en su desarrollo histórico, pero debido al carácter instrumental y totalitario que descubren en sus entrañas, terminan clausurando toda posibilidad de autonomía y emancipación que permanezca asociada a los ámbitos generados por la razón occidental. Por el otro, la respuesta de Foucault, que liga la Ilustración a un ethos que debe mantenerse constante en su disposición pero desconocer los fundamentos y aspiraciones racionales que lo nutrieron, una actitud que se sostiene en base a convicciones teóricas que no abrevan de las fuentes ilustradas, sino más bien lo contrario. Así tenemos una Ilustración que se expande engañosa y patológicamente hasta cubrir las más distintas esferas, dominadas y reducidas por el proceso de racionalización, y que, por ende, debe buscar por fuera de sí lo que pueda revertir este proceso de extrañamiento y destrucción que ella misma inició (Adorno-Horkheimer), o bien una Ilustración que se reduce hasta verse convertida solo en una actitud, una disposición que debe luchar por desligarse de los fantasmas teóricos - conceptos, posicionamientos, promesas, ambiciones, etc.- que la acompañaron en su construcción inicial (Foucault). Para estas posturas, cada una a su modo, en lo que respecta a la Ilustración es, "evidente que hay oro en aquellas colinas" (Austin, 1961: 129), aunque rechazan la manera en que lo buscaron aquellos pioneros originales -con Kant a la cabeza- y, por lo tanto, exigen des-ilustrar la razón o, dicho de otro modo, concretar una Ilustración con profunda vocación anti-ilustrada.

En cuanto al segundo objetivo planteado en el inicio del artículo, referido al distanciamiento u oposición de estas posturas respecto de ciertos aspectos claves de la Ilustración, la pregunta que queda resonando aquí, a partir de nuestro desarrollo, es si estas dos continuaciones que hemos abordado pueden reclamarse herederas de aquello que alguna vez constituyó la Ilustración y si es posible separar algunos elementos particulares del proyecto ilustrado de sus componentes centrales, sin resignar con ello toda vinculación directa y arrojar por la borda el caudal que se intenta retomar. En principio, juzgamos dudosa la legitimidad de estas reapropiaciones por los puntos de desencuentro irresoluble que hemos señalado -principalmente al final de cada parágrafo-, pero con seguridad que la respuesta no es definitiva, porque aún no hemos tenido la posibilidad de vivir -más de dos siglos después de que Kant hiciera su clásica distinción- en una época ilustrada, con el añadido de que tampoco estamos seguros de habitar en una época de ilustración, ya que la razón se ha demostrado multívoca y los mecanismos de control sobre la libertad son cada vez más potentes y sofisticados. Dicho de otro modo, parafraseando y modificando el lema habermaseano acerca de la unidad de la razón en la multiplicidad de sus voces (Habermas, 1990), aún tenemos que desentrañar la pluralidad de la razón en la multiplicidad de las voces y, a partir de allí, entrever el modo en que esta pluralidad puede convivir con proyectos universalizables que contribuyan a asegurar niveles crecientes de libertad e igualdad, en cuanto escalones necesarios hacia la esquiva emancipación; horizonte trazado por la modernidad ilustrada y que aún no hemos podido rebasar.

Notas
1 Recordar que Kant considera que solo las restricciones impuestas por el avance de la civilización y por la conducción de gobernantes justos son las que posibilitan la armonía social, sacan al hombre de un estado de hostilidad permanente y logran enderezarlo, ya que "tan nudosa es la madera de que está hecho el hombre que con ella no se podrá tallar nada recto" (2004: 24).
2 Si bien comparten esta matriz común, el Iluminismo para los autores frankfurtianos se diferencia del mito antiguo en otras notas que le otorgan ciertas características distintivas, básicamente: a) ya no supone la unidad del sujeto y la naturaleza como el mito, b) en la representación simbólica el sustituto es un ejemplar universal, representa a toda una clase, mientras que en el mito era particular, y c) las ciencias modernas persiguen sus objetivos a través del distanciamiento del objeto, en tanto que en el mito lo hacía mediante la mímesis. Estas notas son las que posibilitan el desarrollo de la abstracción, recurso cardinal del proyecto iluminista y fundamento de la conversión del pensamiento en una operación de matematización de la naturaleza.
3 La mutua implicación e identificación weberiana entre racionalización y modernización desemboca en una visión pesimista de estos procesos, dado que, aunque incluyen en su seno ciertos rasgos emancipatorios, son portadoras de niveles crecientes de formalización e instrumentalización, y terminan instaurando nuevos sistemas de cosificación y deshumanización que acarrean la pérdida de la libertad y de la autonomía por parte de los individuos ante la burocratización de los diferentes aspectos de su vida. Por ello, este proceso de formalización de la razón da por resultado, finalmente, una razón desencantada que ya no puede proporcionar un sentido unitario a las acciones e instituciones humanas (Weber, 1983, 1984). En esta visión pesimista de las consecuencias de la racionalidad moderna, puede establecerse una clara línea de continuidad entre los planteos de Weber y las posturas de Lukács, los principales representantes de las primeras generaciones de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Benjamin, Marcuse, etc.) y algunos de los autores enrolados dentro del pensamiento posmoderno, aunque vale aclarar que la corriente posmoderna no presta especial atención a esta tradición y abreva mayormente de la crítica de la razón moderna hecha en clave nietzscheana.
4 Este carácter instrumental y funcional que cubre todas las esferas de actividad humana tiene, en la óptica de Adorno y Horkheimer, un acabado ejemplo en el análisis que realizan de la industria cultural. El modo industrial de producción inunda también el mundo de la cultura a través de la estandarización y reproducción en serie de objetos, patrones y valores; los procedimientos técnicos y mercantiles colonizan la creación artística, moldean los gustos del público y refuerzan el dominio sobre la conciencia individual. La industria cultural es la industria de la diversión y el entretenimiento, lo cual implica hacer apología de la sociedad, no reflexionar, conformarse, olvidar el dolor, resignarse y renunciar a tratar de reflejar la totalidad, por lo que enaltece los estereotipos y la imitación y se convierte en medio de perfeccionamiento moral y disciplinamiento social de las masas .
5 Esta decisión de Foucault de auto-encolumnarse detrás de los padres de la modernidad no estuvo exenta de generar controversias y, en particular, no convenció a Habermas, quien desconfía de este intento iluminista del último Foucault y sostiene que "sorprendentemente, en la última frase de su lección [se refiere a la de 1983], Foucault se considera comprendido en esa tradición" (2003: 140), dado que, según Habermas, ello implicaría para Foucault entrar en contradicción con su producción anterior, en la que veía a la voluntad de saber moderna, decididamente, como medio de opresión y no como "impulso crítico digno de preservación y necesitado de renovación" (Habermas, 2003: 123-4).
6 Con anterioridad, en el mismo texto, Foucault cifra la modernidad toda como una actitud de cuestionar y relacionarse con el propio presente "remitiéndome al texto de Kant, me pregunto si no se puede considerar a la modernidad más bien como una actitud antes que como un período de la historia. (...) antes que pretender distinguir el 'período moderno' de las épocas 'pre' o 'postmoderna', creo que más valdría indagar cómo la actitud de modernidad, desde que se formó, se encontró en lucha con actitudes de 'contra- modernidad'" (1996a: 94).
7 Cfr.: "no se trata de liberar la verdad de todo sistema de poder -esto sería una quimera, ya que la verdad es ella misma poder- sino de separar el poder de la verdad de las formas de hegemonía (sociales, económicas, culturales) en el interior de las cuales funciona por el momento" (Foucault, 1980: 189). Por ello, para Foucault los movimientos de renovación teórica no deben pretender evadirse de las relaciones de poder -pues sería infructuoso-, sino generar un contexto en que las relaciones de poder que los atraviesan no sean tan asimétricas y se vuelvan lo más visibles posibles, ya que la naturalización es el principal aliado para que los mecanismos de poder hegemónicos actúen clausurando e impidiendo otras posibilidades distintas a las ya impuestas (Foucault, 1996b).

Bibliografía
1. Adorno, Theodor y Horkheimer, Max (1998), Dialéctica de la Ilustración, Madrid, Trotta.
2. Austin, John (1961), "A plea for Excuses", en Philosophical Papers, Oxford, Oxford University Press, pp. 123-152.
3. Foucault, Michel (1980), Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta.
4. Foucault, Michel (1996a), ¿Qué es la ilustración?, Madrid, La Piqueta.
5. Foucault, Michel (1996b), Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Madrid, Siglo XXI.
6. Habermas, Jürgen (1990), "La unidad de la razón en la multiplicidad de sus voces", en Pensamiento postmetafísico, Madrid, Taurus, pp. 155-187.
7. Habermas, Jürgen (2003), "La flecha en el corazón del presente", en Ensayos políticos, Barcelona, Península, pp. 98-103.
8. Horkheimer, Max (1969), Crítica de la razón instrumental, Buenos Aires, Sur.
9. Horkheimer, Max (2000), "Razón y autoconservación", en Teoría Tradicional y Teoría Crítica, Barcelona, Paidós, pp. 89-120.
10. Kant, Immanuel (2004), Filosofía de la historia/Qué es la Ilustración, La Plata, Terramar.
11. Weber, Max (1983), Ensayos sobre sociología de la religión, Madrid, Taurus.
12. Weber, Max (1984), Economía y sociedad, Esbozo de una sociología comprensiva, México, Fondo de Cultura Económica.