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Cuadernos del Sur. Historia

versión impresa ISSN 1668-7604

Cuad. Sur, Hist.  n.32 Bahía Blanca  2003

 

Vagos, mendigos y delincuentes: La construcción social de la infancia peligrosa. Buenos Aires, 1900-1910.

María Marta Aversa*

Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires
* e.mail: paratodos@cscom.com.ar

Resumen
El propósito de este trabajo es analizar la cuestión social de la infancia abandonada y delincuente en la ciudad de Buenos Aires ( 1900-1910), teniendo en cuenta la irrupción del problema y la conformación de una configuración teórica-política orientada a entender el fenómeno de la vagancia, mendicidad y delincuencia infantil.
La problemática de la niñez irrumpió en el escenario político durante los primeros años del siglo XX y promovió un extenso debate entre intelectuales, profesionales, filántropos y miembros de la elite política.
La irrupción de "nuevos problemas" vinculados con las malas condiciones de vida de los sectores populares comenzó a ser percibido desde las clases dirigentes como fenómenos que promovían el desorden social . En este marco, los niños fueron destinatarios directos de nuevas prácticas y programas políticos que se ejecutaban desde el estado, convirtiéndose en sujeto del discurso científico y político a la vez que objeto de estrategias de moralización y normalización. Este desplazamiento conceptual hacia el niño lo convierte en el núcleo estratégico del ajuste del proyecto de modernización, en su doble rol de futuro ciudadano y futuro trabajador.

Palabras claves: Infancia; Poder; Normalización.

Abstract
This paper looks into a social issue, namely, that of neglected and delinquent childhood in the city of Buenos Aires (1900-1910) taking into consideration its appearance and the theoretical-political framework necesssary to understand such phenomena as vagrancy, mendacity and child delinquency.
The problem posed by children hit the political life of the early 20th century generatting extensive debate in intellectual, professsional and political circles.
The appearance of "new problems" related to poor living conditions prevalent in the popular sector began to attract the attention of the ruling classes, who perceived them as the cause of social unrest. In this context, new practices and political programmes executed by the State were addressed to the children in question, thus turning them into the subject of scientific and political discourse as well as the object of strategies to bring moral order and normality to their lives. This conceptual reorientation turns children into the strategic core of the change introduced to the modernization project both in their role as prospective citizens and workers.

Keywords: Childhood; Power; Normalization.

Introducción

El objetivo central de este trabajo es indagar en la cuestión social de la infancia abandonada y delincuente, en la ciudad de Buenos Aires durante los años 1900-1910. En esta década, el historiador puede acercarse a una concepción científica y política del problema de los niños huérfanos, mendigos, vagabundos o delincuentes, que promovió extensos debates y moldeó los primeros intentos de intervención pública en el área de la niñez.

Tema durante bastante tiempo marginal en la historiografía de la cuestión social. Dicha problemática se encuentra en trabajos que partiendo de ejes más abarcativos, como el mundo del trabajo, el control social o la cuestión de la mujer y la familia, anclaron finalmente en el estudio de la niñez. La presente reconstrucción de la concepción de la infancia y su implicancia en la implementación de nuevas funciones del estado se efectuó a través de una mirada crítica de los documentos públicos y privados y de las diferentes publicaciones de la época (periódicos, revistas académicas, diarios y libros). Los contenidos históricos acerca del sujeto estudiado reaparecen para la mirada exhaustiva del historiador, permitiendo el reencuentro de la infancia con un contexto más amplio de enfrentamientos , luchas sociales y políticas de su tiempo.

Vale la pena aclarar que el fenómeno de la infancia abandonada nos remite a un determinado grupo de niños: aquellos que han nacido en hogares trabajadores, vecinos de la pobreza y la marginalidad, víctimas de la desaparición física de sus padres o de las denigrantes condiciones de vida que los ha obligado a salir del hogar y del sistema educativo a temprana edad para poder subsistir por medio del trabajo o la mendicidad. Es este contexto, el que promovió la unión orgánica de la infancia abandonada con el control policial y la asistencia filantrópica y pública.

Históricamente los niños han sido vistos como receptáculos legítimos de la asistencia social y del patronato; la intervención del Estado sobre la infancia desvalida no generó mayores contradicciones dentro de las autoridades políticas, sino más bien fue concebida como una estrategia necesaria en la construcción de un orden político en función del destino colectivo de la comunidad nacional. ¿Estamos frente a un análisis que obligadamente deberá concentrarse en la evolución de los discursos y prácticas de la clase dirigente? La cuestión social de la infancia abandonada puede presentar ciertos obstáculos: el acceso al frondoso mundo de niños huérfanos, mendigos, trabajadores o delincuentes se dificulta por la escasez de fuentes y documentos fidedignos de la realidad que envolvía a estos menores. El seguimiento y su estudio corre paralelo a las voces de los funcionarios o a las opiniones y reclamos de los intelectuales y profesionales ligados a la problemática de la niñez.

Este panorama no debe obnubilar la conexión que existió entre el surgimiento del debate y su cristalización en políticas públicas, debido al impacto que ocasionó en la sociedad argentina la irrupción de cientos de niños pobres que recorrieron las calles de Buenos Aires en busca de un sustento económico para ellos y sus familias desintegradas por las malas condiciones de vida material de los sectores populares. Si bien es evidente el hecho de que estos niños no pudieron reclamar a las autoridades por su situación, la visibilidad de su pobreza y exclusión obligó a los hombres de la época a intervenir en el asunto de los menores. Detrás de las palabras y opiniones de "otros" subyace una realidad construida desde la miseria, opacada por los abusos y castigos y resistida cotidianamente por estos niños a través de la fuga de los establecimientos o bien por su retorno a las calles, ámbito que paradójicamente les otorgaba su sustento pero también promovía sus desventuras.

En este sentido, la problemática de la infancia abandonada será comprendida como una manifestación del pauperismo y del inestable mundo del trabajo. La atención del Estado recaerá sobre los niños provenientes de los sectores populares en sus diversas y complejas manifestaciones: mendicidad y vagancia, abandono moral (falta de control y vigilancia en el ámbito familiar), ausencia física de sus padres o tutores, delincuencia y en algunos aspectos el trabajo infantil, en especial en las actividades callejeras o inmorales. Dicha salvedad refiere a la concepción positiva del trabajo agrícola e industrial, por parte de las autoridades y profesionales, como herramienta terapéutica y moralizadora de estos niños "enfermos" y "viciados" por la mala vida.

Desde el marco interpretativo de la cuestión social podemos acceder al análisis de los diversos problemas del mundo del trabajo y sus desajustes manifestados en la pobreza sin caer en miradas impresionistas o en enfoques épicos de la marginalidad. Entre las condiciones materiales de vida de los sectores populares y las visiones y políticas implementadas por la elite dirigente existe un frondoso espacio cubierto por debates, reformulaciones políticas, nuevas categorías teóricas orientadas a entender los nuevos fenómenos de la indigencia que posibilitaron la creación de ámbitos de acción y marcos legislativos que dan cuenta de la evolución y modernización del estado argentino en términos de intervención pública. El recorte temporal realizado en este trabajo corresponde al período de irrupción pública de la problemática de los niños abandonados moral y materialmente hasta el año 1910, momento en que se realizó la primer presentación oficial de un proyecto legislativo de protección a la infancia en la Honorable Cámara de diputados a cargo del legislador Luis Agote.

El problema de la infancia abandonada y delincuente

La expansión y modernización económica iniciada a fines del siglo XIX transformó los viejos centros urbanos en ciudades modernas y, particularmente, Buenos Aires comenzó a advertir su paso de tradicional ciudad portuaria a la de metrópoli de un país en transformación. El rápido crecimiento de la población, vinculado al fenómeno de la inmigración, no sólo significó para los hombres del mundo político e intelectual una mera expansión demográfica sino también la incorporación de problemas antes desconocidos. Las limitaciones de dicho proceso tomaron forma objetiva con la aparición de tipos sociales marginales y comportamientos desviados relacionados con la mendicidad, la vagancia, la delincuencia, la prostitución y el rufianismo1.

Estos grupos de "pobres marginales" que ocuparon los espacios de Buenos Aires de manera desordenada transformaron la dimensión subjetiva de los hombres de elite, quienes, en efecto, podían recordar una ciudad diferente a aquella en la que estaban viviendo subrayando lo que se había perdido en el presente de transformación de una ciudad moderna.

Estos nuevos estereotipos sociales estaban vinculados a la concepción estigmatizante de las condiciones de vida de los sectores populares. En este sentido, la incorporación de nuevos espacios ocupados y la rápida urbanización acompañó al descubrimiento de nuevas problemáticas que ponían en cuestión las relaciones entre lo público y lo privado a través del conocimiento de aspectos tan esenciales y cotidianos como la salud, la alimentación, las condiciones habitacionales, la organización familiar, los comportamientos vitales y el uso del tiempo libre.

La construcción de una mirada teórica-política de los sectores gobernantes sobre los fenómenos sociales obedecían a la profunda visibilidad de los marginados, excluidos y trabajadores en los nuevos espacios urbanos. Apretujados en las ciudades esperando un jornal o la limosna que les permitía sobrevivir, acusados en muchos casos de extranjeros e indeseables, los sectores populares supieron crear ámbitos y espacios de reunión, de defensa de sus intereses inmediatos: al tiempo que presionaban sobre el estado y la sociedad, supieron elaborar una identidad y más aún una cultura propia, que podía definirse como trabajadora y contestataria (Luis Alberto Romero,1990: 42).

En el seno de estas familias trabajadoras se desarrollaban cientos de niños que recorrían las calles en búsqueda de un sustento material. Fueron vistos vagando o jugando por la ciudad, ejerciendo oficios callejeros, esperando en las salidas de las iglesias y edificios públicos. El barullo de bandas de niños era un dato insoslayable del paisaje porteño que logró preocupar a los representantes de los sectores dominantes:

"No se trata de criaturas vagabundas, huérfanas sin hogar, entregadas a la vida errante en la ciudad, sino de niños de hogares pobres. De esta manera, la calle y la comisaría, son las dos aulas en donde se educan. ¿Cómo retener encerrados en los hogares pobres, sin luz y sin aire, sin patio... a numerosas criaturas máxime si sus padres tienen que abandonarlas para acudir a sus trabajos fuera del hogar?" (La Prensa, 1908: 8)

La visibilidad de los niños en los espacios públicos fue posible en especial por dos motivos. Primero porque la ciudad de Buenos Aires, en comparación con otras urbes de grandes dimensiones, carecía de plazas de juegos y espacios abiertos para la recreación de los infantes. Segundo, que tanto la permanencia diurna de los niños dentro de las habitaciones de los conventillos y viviendas populares colectivas, y aún su estacionamiento en la puerta de entrada a los mismos, estaba reglamentariamente prohibida (Ciafardo, 1992:7,8).

La ciudad fue el escenario natural de grupos de niños tanto para el esparcimiento como para el desarrollo de oficios callejeros que lindaban con la figura de la delincuencia y la vagancia. Los diferentes trabajos realizados por los chicos en las calles oficiaron de matriz en la construcción de figuras desmoralizantes y cercanas al mundo de lo ilícito, tales como la venta ambulante, el canillita, el lustrabotas y en algunos casos, la prostitución.

Dentro de la complejidad y variedad de los discursos que se aproximaron al tema, puede establecerse una imagen paradigmática del niño pobre: el vendedor de diarios o "canillita". Fue José Ingenieros quien en los primeros años del siglo XX realizó una investigación a pedido de la Comisión directiva del Círculo de la Prensa sobre el empleo de la niñez en la difusión de los periódicos. El autor reunió para su trabajo cerca de quinientos boletines de observación directa realizados en las redacciones de los periódicos, en los depósitos de menores contraventores y en distintos refugios que existían en la ciudad. En su análisis distinguía tres grupos, entre la población de niños estudiados, que denomina " industriales", "adventicios" y "delincuentes precoces":

"Los del grupo industrial son en su mayoría argentinos, hijos de padres italianos, su edad fluctúa entre los 6 y los 18 años. (...) La educación general es escasísima no podrían resistir la más leve comparación con los niños de la peor de las clases de cualquier escuela graduada ( ...) Carecen de nociones higiénicas (...) Casi todos son masturbadores. La familia de estos niños es indigente en 15% de los casos, siendo el niño uno de los sostenedores del hogar; gana apenas lo suficiente para vivir en otro 20%, siendo un niño cooperador no indispensable; en 65% de los casos la familia explota al niño para hacer ahorros.

Los del grupo adventicio tienen de 9 a 15 años, En estos niños los caracteres degenerativos son más pronunciados que los anteriores. Viven separados de sus familias, algunos han sido despedidos de ellas, porque no ganaban tanto como sus padres pretendían; otros (...) han preferido la vida vagabunda, exenta de obligaciones sin pensar que por ella atravesarían rápidamente rumbo al delito.

El grupo delincuente, aquí la herencia degenerativa se encuentra más recargada que en los vagos. No menos de las dos terceras partes de los menores delincuentes asilados...han sido vendedores de diarios." (Ingenieros,1904: 47-48)

La figura de abandono y vagancia correspondía, específicamente, a los hijos de los trabajadores:

"La familia del obrero está inhabilitada... para educar convenientemente a sus hijos...Hijo del conventillo, que no sabe cómo ni donde pasar unos ocios obligados que lo arrastran ya a la mendicidad en las calles para obtener dinero con que aplacar vigilias; ya a la pillería descarada; ya a la venta de papel impreso"(Meyer Arana, 1904:47-48).

Las diferentes ocupaciones y oficios desarrolladas en el espacio público tales como vendedores ambulantes, mensajería, lustradores de calzado y la venta de periódicos oficiaban y promovían un rápido acceso a la delincuencia infantil: "Un lío de periódicos bajo el brazo, un cajón, cepillos y pomada y... el niño está armado caballero del trabajo, y se les lanza a la calzada a conquistar el pan...y a convertirse por cientos y millares en vagos y delincuentes" (Arenaza,1925: 28). Las observaciones y estudios realizados por Carlos de Arenaza en la Oficina Médico-Legal de la Prisión Nacional y la Alcaldía de Menores correspondiente a niños procesados con anterioridad a la vigencia de la ley de Patronato de menores (10903) intentaban demostrar que la delincuencia y la reincidencia fueron rasgos distintivos entre los niños que vivían o desarrollaban oficios en la vía pública. De 625 menores de 10 a 18 años de edad, de los cuales 443 eran vagos o ejercían ocupaciones en la vía pública; 161 se ocupaban en la venta de periódicos, y 87 eran reincidentes en el delito contra la propiedad privada cometidos en la vía pública. ( Carlos de Arenaza, 1925: 31) La manifiesta vinculación del delito con los oficios callejeros no fue interpretado como consecuencia inmediata de la educación incompleta e irregular de las familias trabajadoras. La mirada institucional resultado de las fichas y observaciones realizadas sobre los menores judicializados esbozó comentarios críticos en torno a la falta de reglamentación del trabajo del menor en la vía pública y, especialmente, en las limitaciones de la escuela elemental:

"Nuestros planes de estudios, parecen haber sido concebidos con el único propósito de hacer "doctores"o empleados de oficina y lanzan los niños a la vida, desarmados para la lucha por la existencia, incapaces de ganarse el sustento y auxiliar a sus familias, como no sea vendiendo diarios o baratijas"(Arenaza, 1925: 27).

Si el ingreso al mundo del trabajo a través de oficios callejeros promovía la indignación y condena moral de los hombres del pensamiento liberal de la época, la reinserción de los menores " incorregibles" se ideó en torno a la utilización del trabajo como terapia de inclusión social y promotor de valores morales a fin de construir buenos ciudadanos para el futuro:

"El ministerio de justicia ha autorizado al defensor de menores de la Capital a remitir a la gobernación de La Pampa a 40 menores vagabundos. Estos menores serán colocados en establecimientos ganaderos o agrícolas cuyos propietarios han ofrecido tenerlos a su cuidado... Se obligan a asignarles un sueldo de acuerdo con el ministerio pupilar" (La Prensa,1907:10).

Ubicar a los menores detenidos en las calles en establecimientos agrícola-ganaderos fue bastante habitual durante esta época, según las distintas fuentes consultadas, evidenciando no sólo una modalidad terapéutica sino también una exigua capacidad estatal para el sostenimiento moral y material de los niños vagabundos. Pero ante todo la orientación del tratamiento de los niños hacia el aprendizaje de oficios manuales o en las tareas agrícolas actuaron como mecanismos de regeneración y reeducación:

"Cuando el niño ha seguido un aprendizaje regular y logra dominar un oficio manual, no buscará en la calle, ni a ella le arrojará la inconsciente avaricia de sus padres, pues en la fábrica o en el taller, su habilidad manual será mejor retribuida y el problema de la ocupación de menores en la calzada habrá entrado en el período de su terminación" (Arenaza, 1925: 29,30).

La integración de los menores a la actividad productiva era aceptada por la elite dominante pues era concebida como una solución posible para combatir hábitos de vagancia y conductas delictivas que acompañaron el proceso de búsquedas de estrategias destinadas a corregir los elementos indeseables producto de la transformación y crecimiento de la ciudad: Es necesario iniciar al niño desde la escuela elemental en las actividades que habrá de desempeñar en la vida; hay que perfeccionar ese aprendizaje en escuelas y talleres de artes y oficios anexos a los grandes establecimientos del Estado y fábricas particulares (Arenaza, 1925:29)

Una amplia franja de menores de diversas edades soslayados por las estadísticas escapaban al control familiar y esquivaban la rigidez y la monotonía del taller o la escuela y se volcaban a las calles ejerciendo todo tipo de oficios y actividades.

No sólo la ocupación laboral de los niños en los espacios públicos sino también el ocio fueron sometidos a discusión bajo la figura de peligrosidad social y delincuencia. Los observadores de la época se inquietaron frente a las "turbas" de pequeños que asomaban al mundo de la inmoralidad y degeneración social a través de la mendicidad y de los juegos o diversiones indecentes. En las calles se desarrollaba la mayoría de los entretenimientos: perseguir los carros de carbón mientras distraen al conductor y robar fragmentos de hulla para luego comprar cigarrillos, jugar por dinero a los "cobres" al "siete y medio".

"Barrios enteros -se sostiene en un diario- hacen llegar sus quejas entran como factores el encarecimiento de la vida y el alto precio del alquiler refriéndose a la multitud de niños, con hogar y sin él al mismo tiempo cuyos padres los dejan librados al entretenimiento callejero" (La Prensa, 1908: 15).

En el censo de la ciudad publicado en 1910 encontramos datos referidos a la población huérfana y criminal. De hecho el volumen III contiene el tradicional informe de Roberto Levillier sobre la delincuencia en Buenos Aires. El espíritu del centenario creía preciso no sólo describir la magnitud del problema a través de datos cuantitativos sino también el diagnóstico social orientado a la búsqueda de soluciones. Existían en la Capital 6.646 argentinos huérfanos y 918 extranjeros ubicados tanto en instituciones públicas como privadas. En la prisión nacional había detenidos 86 niños entre 10 y 15 años y 515 de 16 a 20 años.

Ahora bien, el estudio de R. Levillier no se limitó al tratamiento de los chicos detenidos o bajo la protección de los asilos; en ellos el estado debía implementar talleres y actividades educativas preparándolos para su inserción social. En su cruzada preventiva las autoridades públicas debían estudiar e implementar políticas tendientes a reencauzar a los cientos de niños que vagaban por las calles evitando la entrada al sistema jurídico-penal destinado a los niños huérfanos o judicializados:

"Algún día en ese trato continuo con los peores elementos sociales, comete un desliz; tira una piedra a algún vendedor ambulante, hurta el cambio a algún cliente, escamotea algún objeto de la tienda (...) El primer paso está dado, es llevado a la comisaría donde permanece en contacto con los delincuentes adultos. Pasa luego a la Prisión Nacional, en calidad de encausado"(Levillier, 1910:30).

De esta manera, la infancia será vista en su doble aspecto: por un lado como la infancia en peligro, aquella que no se ha beneficiado de cuidados y de instrucción y, por otro, como la infancia peligrosa que ya ha dado sus primeros pasos en el mundo del delito. En estas circunstancias el menor está en peligro moral a tres niveles: a) el abandono conduce a la degradación física que inhibe su futura capacidad de producción; b) por la apropiación ilegítima de su trabajo y por la explotación del niño por sus padres; y c) por su peligrosidad al anular al niño como futuro ciudadano: La crisis familiar, la miseria, los hábitos de pereza, la embriaguez y los malos hábitos son los agentes más activos de desmoralización de los niños (Feinman, 1913:91).

Configuración ideológica-política de la infancia

En esta etapa la discusión y el debate sobre la infancia "en situación de riesgo" tuvo un lugar importante tanto entre los agentes públicos como entre profesionales del campo de la medicina, el derecho y la psicología.

La cuestión de la " minoridad" promovió un nuevo campo de estudio destinado a detectar, identificar y aislar las problemáticas relacionadas con la etapa de la niñez. En este nuevo tipo de abordaje al tema emerge un estereotipo de la infancia, donde los factores biológicos nocivos e innatos que caracterizaban al niño ceden ante la valorización dada a los factores sociales, como la educación y la moralización.

En este marco, el menor en peligro aparecía representado por una figura jurídica que daba cuenta de un niño en situación de riesgo moral y material, caracterizando su personalidad y sus patologías en virtud de responder con medidas institucionales a la problemática indicada. Por lo tanto, la construcción socio-penal de la infancia a través del enfoque aportado por la minoridad puede ser visto como un intento de encuadrar la problemática infantil dentro de técnicas y discursos provenientes del campo judicial.

Las numerosas publicaciones de especialistas o las notas y artículos publicados en los medios periodísticos presentaron la fuerte impronta de la escuela criminológica positivista. Los problemas sociales, en especial los referidos a la infancia desvalida y abandonada, fueron interpretados y orientados desde los elementos teóricos proporcionados por la criminología.

Las nuevas ideas y técnicas referidas al derecho penal y al tratamiento de menores abandonados y delincuentes se plasmaron en la Argentina durante los primeros años del siglo XX. Aparecen relacionadas a las disfunciones sociales producto del proceso de modernización económica y en este sentido, los problemas de marginalidad social estuvieron concentrados en las grandes urbes del país.

Ahora bien, es posible reducir la amplitud de la discusión y su cristalización en nuevos sitios institucionales como un proceso de amortiguación de las estructuras estatales de control y represión. Esta es quizás nuestra primera impresión. Pero un estudio más exhaustivo o una mirada crítica hacia el problema de la infancia abandonada, nos conduce obligatoriamente a incorporar una visión menos certera que hace emerger dudas y falta de certezas. En realidad nos encontramos frente a un complejo proceso de discusión jurídica-política que no se limita a establecer los mecanismos de re adaptación del menor sino también a la construcción del problema para su posterior categorización.

La irrupción de la temática de la infancia en peligro se insertaba dentro de un proceso más abarcativo en el cual se combinan las ideas de los políticos e intelectuales liberales de la época con el contexto de aumento de la conflictividad social y acentuación de la pobreza. Dentro del nuevo panorama de ideas vinculadas al estudio de la pobreza tendrá un lugar privilegiado la cuestión de los niños pobres, hijos de ese mundo del trabajo que era preciso ajustar.

Esta nueva fisonomía del niño tendrá dos rasgos centrales: en primer lugar, la mayor parte del discurso científico se refiere al niño perteneciente a los sectores populares, puesto que en él se agravaban los factores nocivos característicos de la niñez. En segundo lugar, dicha concepción se asentó en un doble determinismo: primero biológico y luego fundamentalmente social (Ruibal,1993:37). El innatismo de los caracteres mórbidos o su heredabilidad se matizaban en el discurso profesional de los criminólogos positivistas con una decidida insistencia en la importancia de los factores sociales; considerados determinantes en el desarrollo de la criminalidad infantil, referidos básicamente a la moral de la familia y a sus condiciones materiales de vida.

La aplicación de estos conceptos influyeron en la construcción de la nueva dimensión social de la infancia abandonada; ya no era exclusivamente asociada a la muerte o al abandono material de los niños, sino también a la situación de potencial abandono moral de las criaturas en los hogares populares que agudizaron la caída al mundo del delito.

El doctor Jorge E. Coll, portador de una extendida experiencia en las instituciones de la niñez y puesta en práctica en la Colonia de Marcos Paz entre otras, resaltó la idea que la única clasificación científica, entre los niños abandonados de los delincuentes, es la que deriva del estudio psicológico del menor para saber cuál es el tratamiento a seguir. En este sentido realiza la siguiente tipología de niños:

"Niños abandonados materialmente : a) huérfanos, b) expósitos (artículos 806, 807 y 808 del código penal), c) mayores de 10 años perdidos o abandonados y d) sin medios de subsistencia.

Niños abandonados moralmente: a) quienes practican la vagancia y mendicidad, b) quienes evidencien tratos de crueldad, abuso o explotación, y c) quienes tengan padres o tutores con condenas de más de tres años.

Niños en peligro moral: a) aquellos que viviendo con sus padres frecuentan cabarets, casas de juegos, etc, b) aquellos que rechazan la instrucción o fugan de sus hogares, c) aquellos que viviendo con sus padres vagan por las calles, d) cuando padres o tutores son delincuentes y e) quienes cometan delitos, corrupción o prostitución" (Coll, 1932: 18-19).

El doctor Carlos de Arenaza, miembro del cuerpo médico de la Policía de la Capital y de la Oficina Médico legal de la Prisión Nacional, fue un exhaustivo estudioso de las causas y las soluciones en torno a la infancia abandonada y delincuente. Combinaba la mirada científica y racional con principios morales y tradicionales que condenaban el rumbo disfuncional tomado por la veloz modernización económica en las grandes ciudades:

"El abandono es una consecuencia inmediata de la miseria, de la miseria que provoca el alcoholismo, que produce la enfermedad y el vicio. La evolución que ha sufrido el mundo ha transformado el hogar; en la ciudad moderna el hogar no existe, lo ha deshecho la industrialización económica, que al destruir el hogar ha arrojado al niño al arroyo; que al imponer el trabajo a la mujer, ha provocado el abandono de la prole; que al autorizar el trabajo del niño en fábricas y talleres, ha descuidado su instrucción y educación exponiéndole a la acción inmediata y perjudicial del mal ambiente; que al hacer de la vivienda el primer problema económico del obrero, ha dado lugar al agrupamiento de la familia en cuartuchos inmundos donde en indecente promiscuidad se ha hecho tabla rasa del pudor y del recato" (Arenaza, 1925: 15).

Para gran parte de los pensadores positivistas tanto el ambiente físico -los factores biológicos y psíquicos en la personalidad del niño-, como el ambiente social influían en la conformación del carácter y comportamiento delictivo. Proteger a "un mundo de gente menuda" expuesta a todos los contagios de la vida miserable e inmoral era prioridad en los profesionales y políticos de la época. Subyace en la caracterización del niño un rígido diagnóstico de las prácticas y experiencias de vida cotidianas de los sectores populares:" El niño pobre viviría ahogado en su diminuto cuarto del conventillo. Sí la calle no le completará ese hogar tan primitivo. Y por hallarse en la calle se lo llama abandonado y vago" (Meyer Arana, 1918: 702).

"Analfabetos, hijos de padres ignorantes y torpes, que no ven en ellos sino necesidades a satisfacer, urge lanzarles a la conquista del pan, y apenas pueden levantarse sobre sus piernecitas contrahechas a fuerza de sostener prematuramente sus cuerpos deformes por la atrepsia y la degeneración, son arrojados al arroyo a obtener en la venta de periódicos, en la mendicidad u otros menesteres el mendrugo de pan que engañará su hambre no satisfecha" (Arenaza, 1925: 41).

La condena al ámbito social en donde crecían estos niños se enlazaba con una modalidad terapéutica promocionada por gran parte de los pensadores del momento: la educación e instrucción a través de la disciplina del trabajo. Los malos hábitos de ociosidad entre las clases inferiores y sus reticencias a incorporarse dentro del orden imperante, podrían ser corregidos a través de la promoción de valores y experiencias ligadas al mundo del taller. Aún más, los niños "hijos de su medio físico y moral" moldeados por el ambiente en que se desarrollan pueden prolongar sus desvirtudes en el futuro de la nación.

"Es la infancia el elemento vivo del crecimiento y renovación del organismo social (...) La protección de la infancia no es solamente una obra humanitaria que tiende a salvar a los niños de la desgracia o la miseria, es más que ello todavía, es la defensa previsora de la sociedad contra futuros agentes de daño" (Claros, 1913: 46).

Más que una corriente de pensamiento con metodologías, clasificaciones, e hipótesis nuevas, la criminología positivista constituyó una configuración de saber-poder nuevo que coadyuvó a crear nuevas perspectivas desde donde cuestionar y examinar los problemas sociales en Argentina. La cuestión de la infancia abandonada obligó a repensar la categoría en función de la ideología moralizadora y la estrategia preventiva: las familias trabajadoras se mostraban incapaces de cumplir con la parte de la tarea moralizadora que el estado les había asignado, al mismo tiempo la realidad de la función de la educación sistemática estaba lejos de mostrar el nivel de logros que le exigía la expectativa del discurso de la elite.

Surge entonces el niño en peligro moral pero también el niño como clase peligrosa. En ambos casos se podían encontrar las tendencias criminológicas y la influencia del factor social. El primer paso ya ha sido dado: una vez identificados los niños en potencial peligro desde el estudio del delito y desde una cierta perspectiva disciplinar, se cuestionaron concepciones centrales al orden social argentino de principios de siglo. De esta manera, su énfasis sobre la observación y la experimentación impulsó a la colección de datos sobre delitos y delincuentes- estadísticas, informes clínicos, estudios antropométricos- que abrieron nuevos caminos para detectar y analizar la "cuestión social".

La población callejera de niños fue realmente extraordinaria, para las autoridades públicas y los profesionales y tan sólo tres factores los preparaban para su ingreso al círculo de la delincuencia:

  • la negligencia de los padres
  • el medio ambiente que rodeaba a estos niños
  • la falta de educación y de disciplina mental

Esta situación cuestionaría los cimientos futuros del orden político y económico de la sociedad pero además ponía en el centro de la discusión el fracaso de la educación pública como mecanismo de integración de los hijos de inmigrantes y de familias humildes.

La influencia criminógena del factor social se manifestaba reiteradamente en los estudios realizados por los intelectuales y profesionales de la época. Las clases bajas arrojaron a las estadísticas el mayor número de delincuentes y de nivel de reincidencia. La moralidad y la criminalidad dependen más de la miseria, de la ignorancia y del medio social que de las anomalías individuales (Carranza, 1917:32).

Lo que resulta particularmente interesante de esta nueva configuración de la infancia abandonada fue la creación de espacios de observación, experimentación y tratamiento que sentaron las bases del estado médico-legal en la Argentina. En septiembre de 1905 se iniciaron en la clínica Médico-psicológica del antiguo Reformatorio de menores ( luego convertida en la Prisión Nacional) la clasificación y estudio de menores por iniciativa de su Director J. Luis Duffy. Los estudios estaban orientados sobre tres tópicos: la información social, el examen físico-psíquico y el nivel de instrucción. Las observaciones realizadas por la Oficina de Estudios médico-legales de la Prisión Nacional hasta el año 1918 comprendieron a 625 menores de 10-18 años de edad: entre ellos 73 tenían hábitos alcohólicos provenientes de familias signadas por el vicio y los excesos. Con respecto sus actividades, 22 niños eran vendedores de periódicos, 22 eran vagos, 18 sin profesión determinada, 2 eran vendedores ambulantes y lustradores de calzado, otros 2 mensajeros, 4 dependientes de almacenes o mozos y 11 eran sirvientes, jornaleros o aprendices:

"Nada tiene de extraño que esas tiernas criaturas que proceden de semejantes hogares, sean pensionistas habituales de nuestros establecimientos carcelarios, ya que han completado su educación y se han formado en el arroyo, vagando o vendiendo periódicos" (Arenaza, 1919:540)

Los informes nacidos de las fichas médico-legales representaron legítimamente la naturaleza ideológica del grupo de intelectuales y profesionales que se orientaron a reencauzar la niñez desvalida y abandonada. Ellos representan la desilusión e intranquilidad frente a los desajustes sociales y económicos, pero sobretodo recreaban un conjunto de sistematizaciones sociológicas y filosóficas que condujeron la mirada oficial sobre la pobreza y la conflictividad social.

Las concepciones acerca de la cuestión social articuladas con los conceptos teóricos (clasificaciones nosográficas, métodos de inspección y diagnosis) promovieron la construcción de un imaginario de estado y poder regulador que intentaba, a partir del conocimiento del individuo, prescribir el tratamiento adecuado para garantizar la regeneración del niño en pos del mantenimiento de la armonía social.

Reflexiones

La irrupción de la problemática de la infancia abandonada y delincuentes durante los primeros años del siglo XX, determinó una configuración teórico- política en torno al fenómeno de la vagancia, mendicidad y delincuencia infantil. Esta nueva mirada, sostenida por intelectuales, filántropos y agentes públicos, promovió la creación de un proyecto oficial tendiente a promover la protección integral de estos niños y a regular las relaciones familiares de los sectores populares. En 1910, el proyecto de "Patronato sobre la infancia abandonada y delincuente" presentado por Luis Agote en el Congreso logró cristalizar parte de los reclamos y consideraciones de los diferentes actores que participaron en el debate . Pero por sobre todas las cosas determinó nuevos roles, funciones y espacios públicos destinados a la normalización y regeneración de los menores en situación de riesgo.

Notas

1 Gutierrez, 1986,1982; en colaboración con Suriano 1985.

Referencias Bibliográficas
1. Arenaza, Carlos de, Protección del estado a los menores abandonados. El trabajo de los menores en la vía pública. Delincuencia Juvenil. Escuelas y reformatorios para menores, Buenos Aires, 1925.
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recibido: 30/05/03
aceptado para su publicación: 25/04/04