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Cuadernos del Sur. Historia

versión impresa ISSN 1668-7604

Cuad. Sur, Hist.  n.33 Bahía Blanca  2004

 

"Le donne a casa": aspectos de la política de género del fascismo italiano

María Jorgelina Caviglia

Universidad Nacional del Sur

Resumen
Surgido en el período de entreguerras como respuesta a la crisis que atravesaba la sociedad liberal-capitalista, el fascismo creó en Italia un Estado autoritario que puso el acento en objetivos colectivos de carácter nacional: el desarrollo económico, el disciplinamiento y control social, el rescate de los valores tradicionales y la recuperación de la grandeza imperial. En ese contexto, quedó enmarcada su política de género que implicó una redefinición de la identidad femenina en función de los ámbitos y roles que se le atribuían.
En este trabajo, tomando como eje de análisis el slogan "Le donne a casa" - que, con profundas implicancias políticas, compendiaba las expectativas del régimen en relación a ellas - se examina la política demográfica y sus finalidades; el papel atribuido a la familia y a la mujer, considerada, ante todo, como madre, con una feminidad puesta al servicio del hogar y la nación; la posición oficial con respecto a su trabajo asalariado, la resistencia a su participación política y la formación de instituciones que articulaban con los designios del fascismo italiano.

Palabras clave: Fascismo; Mujeres; Discriminación.

Abstract
Fascism, which emerged in the interwar period in response to the crisis that the liberal-capitalist society was going through, created an authoritarian State in Italy, stressing collective aims of national nature: economic development, social discipline and control, the return to traditional values and the recovery of imperial greatness. Its gender policy, which implied redefining the female identity according to the circles and roles attributed to it, was inserted within this context.
Considering the slogan "Le donne a casa" (Women at home), which summarized what was expected from them by the regime with very deep political implications, as the focal point for the analysis, in this paper we examine the demographic policy and its objectives; the role attributed to the family and women, who were primarily regarded as mothers with a femininity devoted to serving their homes and the nation; the official position as regards their salaried jobs; the refusal to their political participation and the formation of institutions serving the Italian fascism plans.

Key words: Fascism; Women; Discrimination.

"Los historiadores y filósofos han adoptado el sistema de que la valoración de la situación de la mujer es la prueba más segura y la medida más exacta del grado de cultura de un pueblo o de una época".
John Stuart Mill

Introducción

Con posterioridad a la Primera Guerra Mundial y en gran parte como efecto de la misma, se desarrolló en varios países europeos una crisis de vastos alcances que, frecuentemente, desembocó en el establecimiento de gobiernos autoritarios.

En el caso de Italia - que es el que analizamos en este trabajo - el régimen instaurado a partir de 1922 pretendió recoger y transformarse en vocero de las frustraciones y reivindicaciones sobre todo de las clases medias que, abrumadas por las dificultades, intentaron superarlas mediante un proyecto propio de carácter nacionalista, a través de cuya concreción confiaban obtener beneficios económicos, promoción social y participación política1.

Muchos y muy complejos eran los problemas que debía afrontar el país. La participación en la guerra - a la que los condujo el "sagrado egoísmo de la nación" - no había sido una decisión que contara con la adhesión de la mayoría (Kitchen, 1992:161) y la ineptitud que demostró el gobierno en esas circunstancias - ejemplificada por la derrota de Caporetto - puso de manifiesto que Italia no estaba preparada para el conflicto. A ello se añadió el resultado de la paz de Versalles, pues cuando las potencias triunfantes le negaron las anexiones prometidas - partes de Dalmacia, de Istria y el interior de Trieste - amplios sectores comenzaron a hablar de una "victoria mutilada". Resentidos y defraudados, anhelaban una resolución definitiva de la aguda cuestión nacional2:

La incapacidad del primer ministro Orlando de conseguir los territorios prometidos a Italia en el tratado de Londres escoció sobre todo a las 'decenas de miles de nuevos y jóvenes oficiales, ebrios de patriotismo y con ansias de mando'. Los nacionalistas italianos confiaban que la primera guerra mundial unificase a un pueblo variopinto y crease una Italia verdaderamente unida, pero las privaciones económicas de la posguerra y la decepción de París volvieron a colocar en primer plano las tensiones regionales... (Briggs y Clavin, 1997:262)

Ese sentimiento de humillación se inscribió, además, en un contexto de crisis económica, inflación, alto costo de vida, desvalorización de las rentas fijas, desempleo (por ejemplo, los ex-combatientes que no hallaban trabajo entre 1920-22, Crouzet, 1967:204) y paro urbano, pero también dificultades para afrontar las rápidas transformaciones producidas por el capitalismo industrial en un país con enclaves económicos tradicionales, basados en la explotación agraria, sobre todo en el sur, cuyos campesinos reclamaban tierras, lo que exacerbó las luchas de clases, por un lado, y por otro, los temores de la pequeña burguesía que se sentía amenazada en su autonomía o en su estabilidad , tanto por los grupos de concentración económica y financiera como por la clase obrera que adhería a distintas organizaciones de izquierda3. Los conflictos sociales se replicaron en el campo, enfrentando a propietarios de tierras con aparceros y jornaleros.

En el plano político todo ello derivó en un estado de permanente inquietud y malestar, expresado en un enfrentamiento cada vez más virulento entre las fuerzas de izquierda y derecha. El Partido Liberal no logró mantener su hegemonía al ser abandonado por los sectores medios que ya no hallaban en él, con sus viejas respuestas, una solución a los problemas que los aquejaban. Con la introducción del sufragio universal masculino en 1919, los votos liberales, alarmados por los avances del Socialismo y el flamante Partido Comunista Italiano, que recibían el apoyo de la clase obrera, se fueron deslizando hacia el Partido Popular Italiano, de extracción demócrata-cristiana, que contaba, sobre todo, con los sectores medios bajos en el norte y centro de Italia y los campesinos del sur. La crisis económica y social no sólo incrementó las tensiones regionales sino que se expresó en una espiral de violencia incontenible, que el gobierno, impotente, no pudo frenar. El desempleo, el lock-out, los saqueos, la ocupación de tierras y fábricas, el descenso de los salarios, pero también de las ganancias, creó un clima de insurgencia revolucionaria a la que no fueron ajenos - por el contrario, recogieron beneficios - los Fasci di Combattimento constituidos por Mussolini en 1919,

...bandas armadas que recorrían las ciudades y campos de Italia, bajo el nuevo signo del fascismo, reclutando adeptos con un especial éxito en las capitales. Mussolini supo sacar partido electoral y económico de la violencia revolucionaria creciente de Italia, sabedor de que sus propios escuadrones tenían mucho que ver con el problema. (Briggs y Clavin, 1997:263)

El sistema político liberal llegaba así a un final ominoso, mientras las clases medias creían encontrar la solución en el nuevo Partido Nacional Fascista, que aquél fundó en 1921 y que prometía restablecer el orden, la jerarquía y la disciplina, como vías imprescindibles para la recuperación de Italia. La ofensiva fascista llega a su culminación exitosa cuando, luego de la Marcha sobre Roma, Mussolini fue nombrado jefe de gobierno, sustentado por el rey Víctor Manuel III y los sectores de poder (octubre de 1922):

...El temor a la revolución por parte de las clases propietarias y de los poderes 'fácticos' - la corona, el ejército y la Iglesia - se resolvió entregando el poder político en 1922 al Partido Nacional Fascista, una agrupación liderada por el ex socialista Benito Mussolini, que, apuntalándose en el apoyo de las clases medias, procedió a liquidar a la izquierda y a la democracia en nombre de una ideología que enfatizaba la existencia de intereses colectivos situados por encima de las clases sociales, encarnados en un Estado poderoso y autoritario. (Saborido, 2001:316)

Se instaló así un sistema que ha podido ser caracterizado como una diarquía conformada por el rey y el Duce (Crouzet, 1967:220). En este escenario se inicia, entonces, el régimen fascista: "...el fascismo que era un movimiento abierto se transformó en gobierno de partido único, y en la década de los '30, dejó de ser un régimen autoritario con raíces superficiales en la sociedad civil para convertirse en un Estado con base en las masas" (de Grazia, 1993:149)4

La política de género fascista

Una vez en el poder, Mussolini exaltó los valores nacionales y se propuso restaurar la grandeza italiana, que intentaría lograr mediante la creación de un segundo imperio romano en el Mediterráneo (Briggs y Clavin, 1997:295), y establecer el orden social a través de la lucha contra el liberalismo, socialismo y comunismo, así como condenando a la marginalidad al movimiento feminista que desde la segunda mitad del siglo XIX se desarrollaba en la península.

De esta manera, colocando el acento en objetivos colectivos de carácter nacional, enmarcó en ellos la política de género. En ese sentido fue contundente desde un principio: a mediados de la década del '20 expresó que, para él, el orden significaba virilidad para los hombres y fertilidad para las mujeres, reafirmando las líneas esenciales más tradicionales de las relaciones entre los sexos. Poniendo de manifiesto su trayectoria como periodista usó los medios de comunicación a su alcance para difundir las imágenes de masculinidad y feminidad "correctas" con el fin, muy obvio por cierto, de impregnar el imaginario colectivo de cómo debían ser el hombre y la mujer fascistas5: sus discursos, escuchados en forma directa, propalados por radio o leídos en las compilaciones que se realizaban poco después de emitidos, y las concentraciones masivas colaboraron con ese objetivo.

A través de estos mensajes, Mussolini exponía su enfoque con respecto al "lugar de la mujer", básicamente el hogar, en el que debía desempeñar el papel de reproductora de la raza, la maternidad era un deber patriótico, atendiendo y sirviendo a su familia así como conservando y transmitiendo los valores de la cultura italiana. Para ella, la vida debía limitarse a la esfera privada porque carecía de talento para la vida pública, para la creatividad o para la síntesis:

...la mujer tiene que ser pasiva. Su espíritu es analítico, no sintético. ¿Se conoce alguna obra arquitectónica suya a través de los siglos? Dígale que construya una choza, no ya un templo. No puede. Es ajena a la arquitectura, síntesis de todas las artes. ¡Este es un símbolo de su destino! Mi idea sobre su papel en el Estado es contraria al feminismo. Claro que no ha de ser una esclava, pero si les diera el derecho del voto se reirían de mí. En nuestro Estado no deben contar para nada...(Ludwig, 1932: 167-168)6.

Todo ello se relacionaba con la negativa del fascismo de aceptar el trabajo de las mujeres en un pie de igualdad con el de los hombres pues se lo veía como causa del desempleo de éstos y de sus bajos salarios y, en consecuencia, de su miseria: Mussolini sostenía que el trabajo las alejaba de la procreación y fomentaba su independencia; por el contrario, ganar un salario devolvía al hombre su virilidad, en tanto que alejarse de la máquina, restituía la fecundidad a la mujer. (Smith, 1989: 460)

En lo referente a la vida política, el Duce fue coherente con su postura antifeminista. Si bien en 1919 había prometido el voto para las mujeres7, admitiéndolas como eventuales aliadas, luego, y en función del desarrollo de una sociedad patriarcal, procuró canalizar esas demandas hacia la participación en las asociaciones políticas y profesionales fascistas, denegando todo otro tipo de expectativas cifradas en aquella promoción inicial.

Pero Mussolini no estaba solo ni aislado. Por el contrario, su postura se inscribía en una larga trayectoria recorrida por la mayoría de los países occidentales y por la Iglesia Católica, que sostenía, desde siglos atrás, que la mujer, al alejarse del hogar, descendía de su trono verdaderamente real. El Papa Pío XI, en la bula Casti Connubii (1931)8 reprobó el empleo de las mujeres casadas porque se relajaba "...el carácter femenino y la dignidad de la maternidad, y también a la familia entera y, como resultado, el marido sufre la pérdida de su esposa, los niños sufren la pérdida de su madre, y toda la familia sufre la pérdida de un guardián siempre vigilante" (Anderson y Zinsser, 1992: 240).9

Consideraremos a continuación las características alcanzadas por la política de género desarrollada por el omnipresente Estado fascista: "Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado", sostenía Mussolini.

El slogan "Le donne a casa" puede, entonces, convertirse en el eje alrededor del cual analizar dicha política. ¿Qué implicaciones alcanzaban esos términos? Ante todo respondían a los objetivos nacionales que procuraba el Estado italiano pues, si bien señalaban que las mujeres tenían como ámbito específico y propio la esfera privada, desde allí debían cumplir una función social y política: la maternidad y el cuidado de la familia para el engrandecimiento y la expansión del país. Con respecto a ello, Saraceno (1997:44) advierte que

Proponer la procreación como un deber social no es una innovación de poca monta respecto de la procreación entendida como un hecho natural e inevitable o incluso como un deber familiar. Es una innovación que señala la implantación del Estado como un socio fuerte y exigente de la familia en lo que respecta a las responsabilidades y a los objetivos de la reproducción, y no sólo de la reproducción biológica.

Tal concepción se articulaba con los postulados demográficos del fascismo.

Política demográfica

El 31 de agosto de 1924, en la inauguración del Monumento a los Caídos, Mussolini decía ante la concentración de trabajadores:

¿Qué es la Nación? La Nación es una realidad: sois vosotros. Multiplicaos hasta llegar a la cifra imponente de 40 millones de italianos que tengan la misma lengua, las mismas costumbres, la misma sangre, el mismo destino, que tengan los mismos intereses: ésta es la nación, es una realidad. Hay que respetarla (Mussolini, 1936:253).

Tiempo después, en el Discurso de la Ascensión (26 de mayo de 1927)10 volvió a insistir sobre la necesidad de aumentar la población con lo que denominó "el aguijón demográfico a la Nación", es decir el impuesto a los solteros que eventualmente podría ser seguido por el impuesto a los matrimonios infecundos. Con su estilo característico se pregunta:"Pero cómo ¿era necesario? Era necesario. Cualquiera poco inteligente dice: 'somos demasiados'. Los inteligentes responden: 'somos pocos' ". La potencia demográfica, aseguraba, hacía a la potencia política, económica y moral de la Nación:

"Hablemos claro: qué son 40 millones de italianos frente a 90 millones de alemanes, a 200 millones de eslavos...a 40 millones de franceses, más los 90 millones de habitantes de las Colonias o frente a los 46 millones de ingleses, más 450 millones que están en las Colonias?" (Mussolini, 1931:78).11

Y dramáticamente concluía que si la población disminuyera no se haría el Imperio sino que Italia se convertiría en una colonia (Mussolini, 1931:87).12 El ideal de "máximo de natalidad, mínimo de mortalidad" se transformó entonces en un objetivo nacional que se ensamblaba perfectamente con la concepción patriarcal de la familia y que se tradujo en una política que oscilaba entre las reformas y la represión.

Entre las primeras se destacó la creación de la Opera Nazionale per la Maternità e l' infancia, fundada por la ley del 10 de diciembre de 1925, que entroncaba con los propósitos de la Cassa Nazionale di Maternità, establecida en 191013, y que reconocía una importancia cardinal a la maternidad en el establecimiento del moderno estado de bienestar. Su finalidad era, esencialmente, "...formar en la mujer una conciencia que la habilite para ampliar inteligentemente su misión de madre y, al mismo tiempo, proteger a los nuevos retoños de la raza" (Castellani,1939: 119), así como integrar y coordinar las distintas formas de asistencia a las madres necesitadas y a la infancia abandonada14, y recibía la colaboración del Ente de obras asistenciales, ramificación del partido Nacional Fascista, con su vasta red de colonias para niños y jóvenes, de las que participaban alrededor de 700 mil niños (Salvatorelli, 1961:535; Castellani, 1939:62). La ONMI fue creada, de acuerdo a Castellani, para garantizar la más eficaz asistencia a la maternidad, considerada la tarea primordial de la mujer en el Estado, así como para proteger a la infancia, reflejando "...el espíritu característico de la Revolución fascista... [y poniendo] en práctica su vasto programa de saneamiento físico y moral de la estirpe." Aclara, asimismo, que, según la concepción fascista, la asistencia a madres y niños no sólo tenía como objetivo la conservación y la defensa de la raza sino también el incremento del desarrollo demográfico (Castellani, 1939:120-121). Para ello se creó un sistema de Visitadoras, Patronas y Asistentes sociales, que, con la colaboración de las Fasci Femminili, (organizaciones fascistas femeninas) realizaban cursos en los que se impartían nociones acerca de la organización sanitaria del Estado italiano, las formas de previsión a favor de las madres, casadas y solteras, sobre todo las trabajadoras y las indigentes, "...así como la estructuración política, corporativa y asistencial de la Nación" (Castellani, 1939:64). Con ese fin se crearon consultorios obstétricos, pediátricos, refectorios maternales y asilos-nido (para niños de hasta tres años, muy apreciados en las zonas industriales donde abundaba la mano de obra femenina), instituciones que funcionaban bajo la dirección de Comités, creados en numerosas ciudades italianas (Corsi, 1938:52-55). Missiroli (1937:61) calculaba que hasta ese año habían sido atendidos por la ONMI alrededor de 7 millones y medio de madres y niños.

Su tarea15 se vio reforzada mediante la asignación de premios por nupcialidad, natalidad, por familias muy numerosas (con más de 4 hijos), subsidios familiares16, exenciones fiscales, así como privilegiando el acceso de los casados y de los padres a los empleos públicos (leyes de 1928 y 1929), la obtención de viviendas económicas, préstamos17 y seguros, etc.

Mussolini sostenía que la política demográfica fascista -vinculada al sentimiento nacional, planteada en términos de "estirpe nacional" y relacionada con la "calidad" de la "raza" (Bock y Thane,1996:39)- se basaba en la constitución de la familia, medio a través del cual los hombres se reproducían conquistando el futuro y creando nuevas vidas ("Razones y métodos...", 1939:43). En razón de ello y como complemento de las medidas ya mencionadas, el Estado llevó a cabo una política represiva con respecto a aquéllos que no llevaban una vida acorde a los postulados fascistas en términos demográficos: se prohibió el control de la natalidad y el aborto, considerados no ya como una cuestión moral sino como crimen de Estado; fue desalentada la educación sexual y se prefería a los padres de familias numerosas para la selección de empleados y mano de obra, sobre todo en el ámbito estatal (medida que acentuaba la discriminación en una economía de crisis, con una elevada tasa de paro). En 1926, como ya se dijo, se creó un impuesto a los solteros - entre los 25 y los 65 años - que se proyectó extender a los matrimonios que no tuvieran hijos18 - pues se consideraba que, "...morbosamente egoístas..." (de Grazia, 1993:152), se negaban a colaborar con la política demográfica del gobierno y por lo tanto perjudicaban el engrandecimiento de la Nación. Saraceno (1997:56) aclara que en 1939 este impuesto fue pagado por un millón de solteros, por un monto total de 230 millones de liras, que prácticamente compensaban los 260 millones abonados por el Estado en concepto de préstamos matrimoniales y de exenciones fiscales otorgadas de acuerdo al número de hijos, de modo tal que puede verse como una especie de redistribución de los recursos de los hombres solteros a los casados y padres19.

Esta política natalista fue apoyada por la Iglesia Católica y contribuyó a su reconciliación con el gobierno italiano, sellada con el Concordato de Letrán, en 192920. La encíclica del papa Pío XI - ya mencionada - condenaba todo control de los nacimientos que no se llevara a cabo únicamente mediante la abstinencia. Según esta doctrina el deber de la mujer radicaba en la procreación en el marco del matrimonio y el advenimiento de los hijos santificaba esa unión. De este modo, la postura religiosa coincidía con los objetivos políticos. Mussolini afirmaba que la maternidad constituía una obligación femenina insoslayable y la mejor manera en que la mujer podía manifestar su patriotismo21: en 1933 "...hizo un paralelismo entre el aumento del índice de natalidad y la lucha por la patria exhortando así a las mujeres: "Ganad la batalla de la maternidad" (Anderson y Zinsser, 1992:241)

Perspectiva fascista de la familia

El fascismo intentó conservar y desarrollar la concepción patriarcal de la familia enfatizando la autoridad del padre y la subordinación de las mujeres, fueran esposas o hijas. El lugar femenino por excelencia era la casa, en donde ellas debían realizar sus actividades "propias" y específicas, es decir la procreación y la atención de su familia, dotadas como estaban por "naturaleza" de espíritu de sacrificio, modestia y resignación, características que - entroncadas con la tradición católica - conformaban el modelo de mujer fascista. Si el hombre-padre22 se definía por su virilidad, la mujer-madre se caracterizaba por una feminidad puesta al servicio del hogar y la patria. Sobre ella recayeron las más duras repercusiones de la aplicación de la ideología autoritaria, pero también de la crisis económica, sobre todo durante la autarquía. No sólo se esperaba del ama de casa que fuera una abnegada esposa y una madre prolífica sino también que manejara con destreza unos recursos cada vez más escasos, dado que el régimen tomó la decisión política de hacer pagar a los asalariados - mediante el recorte constante de los sueldos y la presión sobre el consumo, a fin de limitar más estrechamente las importaciones - las consecuencias de la grave situación económica.

Con ese objetivo se llevó a cabo un sistema de propaganda a favor de una cuidadosa administración de los bienes domésticos, alentando a las mujeres a manejar con eficiencia y habilidad los pocos medios con que contaban. Así se esperaba que ellas, teniendo en cuenta, entre otros, i consigli di Petronilla - reconocida escritora y propagandista del fascismo - se las ingeniaran para reemplazar alimentos caros por otros más baratos o preparar dulce, pastas y postres "...sin azúcar, sin mantequilla, sin huevos, sin leche y hasta sin harina" (Saraceno, 1996:348 y 1997:46). Lógicamente este comportamiento tenía que darse también en la vestimenta: las mujeres debían saber coser, remendar, zurcir, aprovechar al máximo toda la ropa, convertir pantalones en faldas23, etc. Al ritmo de profundización de la crisis, se acentuaba la superexplotación femenina.

La ideología de la subalternidad femenina en el ámbito familiar se veía, en parte, desmentida en los hechos por el protagonismo que exigía el régimen a las mujeres en su contribución a la producción y en la cuidadosa administración de los recursos domésticos.

En el ámbito rural - tantas veces ensalzado por el fascismo24 - se super-explotó el trabajo de las mujeres a quienes se confiaban gran cantidad de tareas - relacionadas sobre todo con la agricultura25, para favorecer el consumo doméstico - que debían compatibilizar con la procreación y las actividades de atención de su familia: "Las familias de aparceros siguieron contándose entre las más amplias, con un promedio de 7,35 hijos cada una, y el trabajo de la masaia [ama de casa], si bien en los contratos agrarios más favorables se estimaba en sólo dos tercios del que realizaban los varones de la familia, en general superaba al del propio jefe" (de Grazia, 1993:155).

Castellani (1939:79-80) reconoció la importancia de las tareas que realizaba en el campo la mano de obra femenina: desde las ocupaciones típicamente domésticas a las labores agrícolas y otros quehaceres relacionados con éstas, que eran las que daban prestigio moral, social y económico a la "massaia rurale", encuadradas en los Fasci Femminili. Si bien la autora admitía la tendencia irreversible entre las jóvenes a abandonar el campo, sostenía que:

El Fascismo ha hecho milagros; la obra de asistencia y defensa que ha practicado y practica en este sector, valiéndose de todos los medios eficaces, permite a la mujer del campo sentir nuevamente el atractivo de la tierra, a la vez que le da la satisfacción de saberse parte vital en la estructura económica y espiritual de la Nación (Castellani, 1939:80-81).

Sin embargo, estas lisonjas no lograban ocultar el malestar de las esposas y madres del ámbito rural sobre las que recaía gran parte del peso de la situación y de las presiones sociales del régimen.

Entre los sectores obreros, la idea de que el salario del hombre debía ser suficiente para mantener a su familia estaba tan arraigada en Italia como en otros países de Occidente. Esta noción se derivaba de las relaciones patriarcales, reafirmándolas en la medida en que legitimaba la división del trabajo de acuerdo al género. En el caso de la península, este concepto se articuló con la política demográfica ya descripta, de modo que, en teoría, el Fascismo propició para la esposa y madre perteneciente a las clases obreras el desarrollo en exclusiva de las tareas relacionadas con el hogar, tanto productivas como reproductivas. Desde su desempeño en la esfera privada, se esperaba que las mujeres cumplieran no sólo con sus deberes "naturales", es decir familiares, sino también con las obligaciones sociales y políticas que, como extensión de aquéllos, les tenía asignadas el régimen: como madres criar un extenso número de hijos, a los que educarían en la doctrina fascista a través de la integración y participación en instituciones del partido (colonias de vacaciones, programas post-escolares o Doposcuola, Opera Nazionale Balilla, etc. Missiroli, 1937: 120-127); en tanto esposas y amas de casa, debían administrar hábil y cuidadosamente los escasos recursos provistos por el jefe de familia, reduciendo el consumo y tratando de sacar provecho de la muy mesurada política de bienestar desarrollada por el Estado26. Para paliar la difícil situación económica, consecuencia de la crisis de 1929 y de la política de autarquía que habían determinado la reducción de los salarios, en 1934 se establecieron los subsidios familiares (Missiroli, 1937:72-76) cuyos destinatarios exclusivos eran los hombres casados, lo que permitía reforzar la autoridad masculina y la dependencia femenina. Desde el fascismo, sin embargo, la mirada era otra, pues se sostenía que el salario familiar "...ejercerá una benéfica repercusión en lo que respecta a la posición de la mujer, de la madre que en muchos casos podrá ser dispensada, en todo o en parte, del trabajo, para dedicarse mayormente a los cuidados de la familia. Lo cual determinará también un equilibrio mayor en el mercado de trabajo". (Missiroli, 1938:76)

Esta interpretación del trabajo femenino nos lleva a considerar un nuevo aspecto de la política de género implementada por el Fascismo.

La cuestión laboral

En estrecha relación con la política demográfica y familiar, el fascismo pretendió llevar a la práctica una estricta división sexual del trabajo: en la esfera pública, dominio masculino por excelencia, los hombres producían lo necesario para la supervivencia de su familia; las mujeres en la esfera privada, animadas de espíritu de sacrificio y patriotismo, procreaban y atendían el hogar.

Pero este discurso sobre la domesticidad femenina se vio contradicho por la realidad: la necesidad empujaba a muchas mujeres a trabajar por un salario a fin de complementar el percibido27 por sus maridos. Según el censo de 1936, se registraban trece millones de hombres ocupados y 5.200.000 mujeres empleadas. De acuerdo con Castellani (1939:78) la mano de obra femenina se volcaba sobre todo a las tareas agrícolas (2.428.000), industriales (1.416.000), servicio doméstico (585.000), y comerciales (473:000)28.

La respuesta del gobierno fascista a esta situación fue la promulgación de leyes que fueron presentadas como protección a las asalariadas para amparar su salud y bienestar teniendo en cuenta su misión demográfica (Castellani, 1939:90), pero que, en verdad, implicaban discriminación y exclusión y reforzaron las bases para un mercado de trabajo basado en la segregación sexual.

La legislación protectora con respecto a las madres trabajadoras tenía en Italia antecedentes desde fines del siglo XIX, gestionada por el movimiento feminista en ciernes -cuyas representantes más significativas fueron Ana María Mozzoni y Anna Kuliscioff - que buscaba el reconocimiento social de la misión maternal (feminismo maternalista)29. El panorama se amplió a través de las leyes de 1902 (la denominada ley Carcano que establecía para las mujeres una jornada de trabajo máxima de 12 horas y les prohibía reintegrarse al trabajo durante el primer mes después del parto. De Grazia, 1993:145), 1907 y 1910 (año en que se creó la ya mencionada Caja Nacional de Maternidad). En 1923 y 1929 se produjeron reformas en esta institución, que, según la propaganda fascista, apuntaban a proteger a las mujeres como prestadoras de trabajo y como madres "...para ayudarlas en el cumplimiento de su misión humana esencial" (Castellani, 1939:92). Sin embargo, se limitaron a aumentar la cotización de las trabajadoras y se siguió excluyendo de los beneficios de la Caja a las empleadas administrativas y de comercios, docentes, oficinistas y "...especialmente las campesinas y empleadas domésticas, es decir las dos categorías más nutridas de mano de obra femenina." (Saraceno, 1996:352)

El partido fascista creó instituciones femeninas como las massaie rurale (1924) y la Sezione Operaie e Lavoratrici a Domicilio (S.O.L.D., 1938), que nucleaban a las obreras y empleadas domésticas, y que ofrecían cursos de especialización profesional así como información sobre ayudas sociales. Pero, mientras los trabajadores se beneficiaban de los contratos colectivos firmados por el gobierno o los empresarios con los sindicatos, las mujeres eran sólo receptoras de mejoras gestionadas por las visitadoras sociales del partido. (De Grazia, 1993:159)

Las reformas protectoras fascistas30 - que hallaron su culminación en la creación de la ONMI, en 1925 - tuvieron ante todo en cuenta a la mujer como madre, de modo tal que se referían casi exclusivamente a las situaciones relacionadas con el embarazo, el parto y la lactancia. Aun cuando se dictaban normas estrictas con respecto al ambiente laboral, al horario de trabajo o los descansos correspondientes, siempre se referían a la madre - actual o en potencia - y a los hijos.

En 1938, las asalariadas disponían de una licencia paga por maternidad de dos meses, un permiso sin sueldo de hasta siete meses (con derecho a reintegrarse al trabajo) y dos pausas diarias en las labores para amamantar a su hijo hasta el año de edad31 (de Grazia, 1993:159-169; Castellani, 1939:97-99). Además, para favorecer los casamientos con vistas al crecimiento demográfico, en 1925 un decreto de Mussolini prohibió el despido de las mujeres de cualquier ocupación a causa del matrimonio (Castellani, 1939:98).

Más allá de la protección que eventualmente pudo implicar, la práctica de esta legislación significó discriminación y exclusión de la mano de obra femenina. Con la aplicación de esas leyes y decretos se alcanzaron varios propósitos, cuyo análisis esclarece más aún la política de género llevada a cabo por el Fascismo.

En primer lugar, asegurar el mercado de trabajo para los hombres. En un contexto de creciente desocupación, el gobierno intentó contener esa tendencia reservando los diferentes puestos de trabajo del sector público - sobre todo los más altos y, por ende, mejor remunerados- para los casados y con hijos. Mussolini estaba convencido, e insistía en ello, de que el trabajo contribuía a la virilidad física y moral mientras el desempleo ocasionaba impotencia.

En segundo término, la eliminación de la competencia de la mano de obra femenina. El incremento demográfico se mencionaba constantemente en los discursos del Duce, sobre todo en los que dedicaba a las mujeres, enfatizando que la Nación las convocaba principalmente a ser madres. De allí que el slogan "Las mujeres en la casa" se articulara con la acusación de que las trabajadoras "robaban" los empleos a los jefes de familia, ocasionando un sinfín de perjuicios: económicos - el esposo-padre no podía sostener los suyos; morales -el hombre desocupado se sentía frustrado en sus aspiraciones masculinas; sociales - el padre sin trabajo perdía su tradicional autoridad y su respetabilidad.32

Un tercer objetivo era la descalificación de las trabajadoras: teniendo siempre presente que "...la mujer ha de ser vigilada y protegida, a fin de que pueda cumplir su misión de madre" (Castellani, 1939:96-97) y que sólo debía realizar tareas "apropiadas" a su condición femenina, fue considerada mano de obra irregular y temporaria, sin calificación alguna33. Frecuentemente se planteaba la necesidad de que sólo trabajara media jornada para compatibilizar de manera satisfactoria sus actividades asalariadas con las tareas domésticas, lo que implicaba reducir su sueldo a la mitad34, pagado, además, muchas veces en negro.

En su apología del gobierno fascista, Castellani (1939:103) afirma que "Los Sindicatos fascistas, con la rectitud que los distingue, han sostenido públicamente la necesidad de poner término a la explotación del trabajo femenino", en relación con las diferencias de salario existentes entre hombres y mujeres a cambio de igual trabajo, y que para la autora, eran contrarias a la moral y a la economía35. Y agregaba que podía afirmarse con certeza que la mujer italiana estaba "...bien protegida y defendida por los Sindicatos fascistas contra todas las formas de explotación." (Castellani, 1939:104)

No obstante, la crisis que el mercado de trabajo sufrió entre 1930 y 1935 llevó a establecer límites al empleo de mano de obra femenina en determinadas actividades. Inicialmente sólo podía contratarse un 5% de mujeres en puestos directivos y un 20% en los demás cargos de la administración del Estado. En noviembre de 1933 las oficinas del gobierno recibieron la autorización para excluirlas (Smith, 1989:461)36, pero a partir de 1938 se permitió el empleo de un 10% de mujeres, tanto en el ámbito público como privado "...excluyendo del cómputo, como es lógico, a las que se dedican a trabajos exclusivamente femeninos" (Castellani, 1939:107).

El peso de la condena social a las asalariadas que se apartaban de su función exclusiva y "natural" - es decir, la maternidad y el hogar - y que competían con los hombres por un trabajo, llevó a muchas a explicar su situación: "Aducían 'necesidad familiar' para justificar su necesidad de trabajo, o que su trabajo era un mero recurso temporal, o que los empleos que ellas ocupaban eran demasiado bajos o típicamente femeninos para que los cubrieran los hombres" (de Grazia, 1993:161).

Por último, esta política se proponía disuadir a las mujeres de que el trabajo asalariado constituyera un medio para su emancipación: en su discurso sobre "La máquina y la mujer", del 1 de agosto de 1934, Mussolini afirmó que el trabajo femenino asalariado "... cuando no es directamente un impedimento , distrae la reproducción y fomenta la independencia y el estilo físico y moral que a ésta suele acompañar contrario a la procreación" (en de Grazia 1993: 158) y aseguró que "A fin de cuentas, las máquinas y las mujeres son las dos causas principales del desempleo masculino; es necesario que nos convenzamos de que el mismo trabajo que hace que la mujer pierda sus atributos reproductores dota al hombre de una extraordinaria virilidad física y moral" ( en Anderson y Zinsser, 1992:240).

La participación política de las mujeres

También en este aspecto, el slogan " Le donne a casa" fue acatado, en la medida en que la acción política tiene como escenario exclusivo el ámbito público. Si el gobierno fascista instauró el principio del control estatal de las actividades femeninas tanto en la esfera productiva como reproductiva, más aún lo hizo con respecto a su participación en lo político, entendido como sinónimo de masculinidad.

Sin embargo, insistiendo en que el fascismo era un partido de masas "...con todos sus perjuicios y sus enormes ventajas" (Mussolini, Discurso del 15 de mayo de 1925, 1930:60), buscó y obtuvo la alianza de numerosas mujeres a las cuales congregó, para controlarlas con eficacia, en varias organizaciones fascistas (Fasci Femminili ) de modo tal que quedaban nucleadas de acuerdo a su edad y ocupación: "Donne Fasciste", "Massaie Rurale " ( asociación de mujeres campesinas), " Sezione Operaie e Lavoratrici a Domicilio" o "SOLD" (para las obreras), "Gioventú Universitaria Fascista" o "GUF" (para estudiantes universitarias) , "Giovanne Fasciste" y "S quadriste" (militantes). En momentos previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial, más de tres millones de mujeres y jóvenes estaban afiliadas a alguna de estas sociedades.

A través de ellas, eran alentadas a participar en el ámbito público pero, obviamente, sólo dentro de los roles, objetivos y límites sexistas impuestos por la dictadura, sobre todo el adoctrinamiento de las jóvenes y la asistencia social.

Con respecto al ejercicio específico del voto, entendido en la época como símbolo de la emancipación femenina y, como tal, muy resistido por una sociedad androcéntrica y patriarcal como era la italiana, esa aspiración no fue lograda. Era una reivindicación planteada ya por el feminismo italiano en la segunda mitad del siglo XIX37 y según el Duce, cuando se discutió en la Cámara de Diputados su otorgamiento a nivel administrativo y municipal, la cuestión del voto de las mujeres "...está tan madura que podría decirse que ya está podrida. Hace sesenta años que se discute en Italia". (Mussolini, 1930:59)

Inicialmente, a pesar de que sostenía que nunca una italiana se lo había solicitado, reconoció a las mujeres como aliadas y en función de ello les prometió el sufragio; pero luego lo consideró un asunto de importancia secundaria. En 1923, en el transcurso del Congreso de los Fasci Femminili sostuvo que no menospreciaba la importancia social y política de la mujer, mas "¿Qué importa el voto? Ya llegaréis a tenerlo...", argumentando que, a pesar de no haberlo obtenido aún, la influencia femenina era preponderante en la determinación de los destinos de las sociedades humanas (Castellani, 1939:48)38. No obstante, admitía que, estando ya en el poder, habían surgido reclamos por parte de mujeres fascistas, sobre todo provenientes de Milán , a fin de ejercer ese "modesto derecho" (Mussolini, 1930:60).

Ante la Cámara de Diputados, Mussolini, en su discurso "Per il voto alle Donne"39, del 25 de mayo de 1925, expuso cómo el capitalismo había sacado a las mujeres de sus hogares, arrojado a las fábricas y oficinas e introducido violentamente en la vida social: "Y mientras vosotros os aterrorizáis al saber que cada cuatro años una mujer pondrá su voto en la urna, no sentís lo mismo cuando veis maestras, profesoras, abogadas, médicas, que invaden metódicamente todos los campos de la actividad humana40. Y no lo hacen por capricho, lo hacen por necesidad" (Mussolini, 1930:61-62).

Intentó, entonces, calmar a los diputados opositores que creían que la extensión del voto a las mujeres produciría catástrofes en Italia, con argumentos de variada índole. Afirmó que no todas las mujeres deseaban ejercer ese derecho, como ocurría también con los hombres: sobre once millones de ciudadanos no sufragaban seis millones. Recurriendo a un estereotipo sobre la condición femenina, sostuvo que no debía temerse una alteración del ambiente familiar: " No debéis creer que mañana la vida de la mujer será dominada por este episodio. La mujer está siempre dominada por el amor, hacia sus hijos o hacia un hombre. Si la mujer ama a su marido votará por él y su partido. Si no lo ama ¡le votará en contra!" (Mussolini, 1930:63). Se hacía eco de la opinión, muy difundida por cierto, de que las mujeres eran, ante todo, sentimientos, no razón41, y era el amor o el odio lo que la conducía también en su elección política que, por otra parte, era visualizada como prolongación de sus relaciones conyugales.

Sostuvo también que, sin caer en las exageraciones de las feministas que atribuían a la mujer cualidades a su juicio inmerecidas, la sociedad nacional se beneficiaría con la participación de la mujer en la administración. Además no creía que hubiera un aluvión de votos femeninos porque ello iría contra la voluntad de los hombres y porque las italianas se caracterizaban por su discreción. Esta virtud explicaba por qué no habían hecho escándalos para obtener el sufragio42 ; y concluía que ya por eso sólo merecerían que éste les fuera concedido en un país como Italia "...donde siempre hay un agitado y un agitador" (Mussolini, 1930:63).

Pero además consideraba que las mujeres se habían hecho acreedoras a la ciudadanía por el soberbio heroísmo que habían demostrado durante la guerra.

A pesar de todas estas lisonjas y adulaciones, sólo se les otorgó el voto municipal43, mientras se marginaba al movimiento sufragista44 y al feminismo. Las italianas conseguirán su emancipación política recién en 1947, poco después de la caída del Fascismo.

Conclusión

Desde el gobierno, el fascismo procuró redefinir los roles femeninos a través de normativas que regularon la participación de las mujeres en el Estado. Con este objetivo se elaboraron pautas demográficas, familiares, laborales y de integración política a la nueva nación que se intentaba gestar.

Pero ellas no podían cumplirse sino mediante un disciplinamiento y control social que se resumió en el slogan "Le donne a casa". Tomándolo como eje de análisis de los aspectos de género del fascismo, hemos visto cómo dichas pautas se articularon de modo tal que, adquiriendo nuevas y amplias dimensiones, fueron vinculadas estrechamente con el sentimiento nacional y el patriotismo.

Ello se tradujo en la creación de instituciones pertinentes y en la promulgación de una sistema legislativo que, por un lado, reforzaba la subalternidad femenina y, por otro, como contrapartida, priorizaba, mediante prebendas económicas y sociales, la autoridad paterna en la familia y exaltaba la masculinidad. Se consolidó así una sociedad androcéntrica y patriarcal y se exigió a las mujeres que hallaran su identidad social de género como madres y custodios de la familia en el interior del hogar. Desde allí debían cumplir con lo que la Patria les reclamaba, de modo tal que la maternidad se convirtió en un deber político y social.

Nada debía distraerlas de ese objetivo nacional, por eso se desalentó el trabajo fuera de la casa, que no sólo atentaba contra su fecundidad y sus obligaciones específicas sino que también las llevaba a competir y rivalizar con los hombres, con todos los perjuicios que ello traía aparejado. Mas aún: se entendía que atentaba contra la respetabilidad masculina pero también contra la de la mujer.

Más oposición encontró aún el intento femenino de obtener derechos políticos. Una sociedad conservadora e inclusive misógina como la italiana afirmaba que, en este sentido más que en ningún otro, debía aplicarse la máxima de las mujeres en el hogar. Si algo había exclusiva y profundamente viril, eso era el ámbito de la política; por ello, concederles el ejercicio del sufragio y la emancipación que, se suponía, conllevaba, implicaba atentar contra la feminidad. Recién cuando el fascismo fue derrotado, las mujeres - en parte, como reconocimiento a su activa participación en la resistencia (de Grazia, 1993: 166-167) - adquirieron el derecho al voto.

Notas

1 Cfr. Saccomani, 1998: 616-627, ver sobre todo pp. 620-621 y 624-625.
2 El irredentismo -movimiento surgido a partir de una unificación que se consideró inconclusa- había creado en 1910 la Asociación Nacionalista Italiana que contaba con el apoyo de importantes intelectuales, entre los que descolló Gabrielle D'Annunzio, quien lideró la ocupación de Fiume, el 12 de septiembre de 1919. Ante este acontecimiento, tres días después, Mussolini escribió en el "Popolo d'Italia" : "La revolución está allí. Ha empezado en Fiume y puede acabar en Roma." (García Orza, 1972: 37).
3 Ver en Kitchen, 1992: 162-163 la situación de los obreros en los "años rojos" de 1919 y 1920.
4 En el Discurso de Pesaro, del 18 de agosto de l926, Mussolini (1941: 17) definió el fascismo: "... no es un Partido, es un Régimen. No es solamente un Régimen, es una fe. No es solamente una fe, sino una religión que está conquistando las masas trabajadoras del pueblo italiano."
5 Al respecto, Saraceno (1997: 37) sostiene que "...a través de las medidas de política laboral, social y cultural, el régimen fascista puso en práctica un ambicioso plan encaminado a redefinir las identidades sociales de género, no sólo femenino, sino también masculino, formando parte todo ello de su propósito de adaptar a los italianos a las nuevas tareas que el propio régimen les había asignado."
6 Mussolini advertía "...En Inglaterra hay tres millones más de mujeres que de hombres, en Italia su cifra se equivale. ¿Sabe usted a dónde pueden ir a parar los anglosajones? ¡Al matriarcado!" (Ludwig, 1932: 168)
7 La reforma electoral de 1912 que había otorgado el sufragio universal masculino excluía a las mujeres. Cfr.Conti Odorisio, 1998: 643. Ver también el discurso de Mussolini del 25 de mayo de 1925 ante la Cámara de Diputados (Mussolini, 1930: 61).
8 Di Cori (1990: 343-344) se pregunta "¿Qué mejor propaganda para el incremento demográfico que el carisma papal en la Casti Connubii? ¿Qué doctrina más convincente para las aspiraciones femeninas que la cristiana sobre 'la maternidad social'?" Por otra parte, las asociaciones católicas, como la Unione Femminile Cattólica, son las que alcanzaron un conocimiento más profundo de los sectores femeninos pertenecientes a todas las clases sociales, a las que menos impregnó la "fascistización" del país pero también las que más lograron "...la asimilación por parte de la mayoría de las mujeres italianas de la naturalidad del rol femenino."
9 La bula, además, condenaba la anticoncepción, el aborto y el sexo en el matrimonio sin intención de fecundar (Anderson y Zinsser, 1992: 241), afirmando que el deber fundamental y natural de la mujer era la procreación (Smith, 1989: 462).
10 Ver la crítica histórica a este discurso que realiza Salvatorelli, 1961: 393.
11 "Según Mussolini, el alza del índice demográfico era una exigencia moral y política. Si Italia no se desarrollara demográficamente 'la revolución fascista sería malgastada porque a un cierto punto las escuelas, oficinas, cuarteles, etc., quedarían desiertos'. Y toda una falange de escritores demostraron la exigencia de salvar al país aumentando por todos los medios los nacimientos, bloqueando la emigración, pero dejando firme la estructura de la sociedad y la división de clases." Perticone, 1962:721
12 Pietro Corsi (1938: 7-8) argumentó que "...las doctrinas biológicas, económicas y políticas modernas confirman plenamente el concepto de que el número significa fuerza en la vida de las naciones. Es fuerza de choque y de resistencia...contra posibles ataques exteriores; y es fuerza productora de riqueza desde el punto de vista del bienestar y de la prosperidad económica. Así pues, el problema demográfico es, ante todo, un problema político."
13 Sobre esta institución - fruto de la lucha llevada a cabo por las feministas italianas para proteger a las madres, sobre todo a las trabajadoras - ver A. Buttafuoco (1996:309-337) y G. Bock (1993:17-32)
14 En sus conversaciones con Ludwig (1932: 168), Mussolini defendía el programa pro-natalista, afirmando que la preocupación del Estado Fascista con respecto al hijo ilegítimo era similar a la desarrollada por el hijo legítimo: "Hacemos más por las madres que ningún otro Estado de Europa. No nos metemos a averiguar si la madre es la esposa o sólo la amiga del procreador. En esto no coincidimos con la Iglesia.". Por otra parte, en mayo de 1927, se promulgó una ley que planteaba la necesidad de asistir a los hijos ilegítimos abandonados a través de instituciones gubernamentales.
15 Muchos textos de la época describieron en tono laudatorio la labor desarrollada por la ONMI. Ver, entre otros, Castellani (1939) y Corsi (1938), ya citados, así como "Razones y métodos de la política demográfica fascista" (1939), texto que carece de autor identificable; posiblemente se trate de una de las numerosas publicaciones del régimen destinadas a divulgar sus propósitos y objetivos.
16 En 1934 se fundó la "Caja Nacional de Integración de Asignaciones Familiares", considerada una de las más típicas instituciones del corporativismo fascista. Cfr. Missiroli, 1937:73-76.
17 Ver detalles del mecanismo de los préstamos familiares en "Razones y métodos..." (1939:47-50).
18 Cfr. el Discurso de Ascensión de Mussolini (1931:78).
19 Saraceno (1993: 56) sostiene que "...resulta interesante señalar que los gravados con impuestos eran los hombres, no las mujeres. Dicho de otro modo, recaía sobre ellos la decisión de casarse o no; a todas luces, las mujeres, en la idea del régimen, no podían hacer nada (y por ende no podían ser ni premiadas ni castigadas) en este sentido, sujetas como estaban a la voluntad de sus padres y a las iniciativas de los hombres." Por otra parte, Bock (1993: 46) afirma que estas reducciones fiscales no tuvieron gran significación en términos de ingresos pues la mayoría de los hombres italianos era demasiado pobre para pagar impuestos. Para una justificación del impuesto al celibato, ver "Razones y métodos...", 1939: 43.
20 A propósito de las estrechas relaciones que se establecieron entre la Iglesia Católica y el gobierno fascista, Lanaro (1978: 22) habla de clero-fascismo: "El Concordato actúa como multiplicador de tendencias en acto, porque aumenta el poder eclesiástico en el campo civil y transfiere bajo su escudo un buen número de comportamientos no necesariamente influidos por la fe y por la práctica religiosa".
21 Caine y Sluga (2000: 202) sostienen que la reconstrucción de Europa después de la Primera Guerra Mundial incluía, como uno de sus requisitos, el patriotismo maternal de las mujeres. En el mismo sentido, Cohen (1993:197) confirma que en Italia, como en otros países "...el tandem mujeres/ nacionalismo traza, en cierta medida, los contornos de un nuevo espacio público en el seno de una sociedad que redefine sus ambiciones nacionales".
22 Se practicaba "...un culto incondicional a la masculinidad, aplicándose en fortalecer la autoridad masculina dentro de la familia, en compensar a los padres trabajadores y en potenciar la nueva visión de la paternidad expresada en el famoso discurso pronunciado por Mussolini en 1927: '...quien no es padre, no es hombre' " (Bock y Thane, 1996: 42). El Fascismo retomaba en este punto la afirmación de Hegel "No es hombre el que no sea padre" (Cfr. "Razones y métodos...", 1939:35).
23 Hace unos años, un informe televisivo mostraba cómo en los mercados de trueque que se desarrollaban entonces en nuestro país vendían ropa usada entre la que se encontraban faldas obtenidas a partir de pantalones gastados: lamentable coincidencia no casual que denota la feminización de la pobreza.
24 La política de ruralización y la lucha contra el urbanismo fueron temas recurrentes en los discursos de Mussolini. El 2 de agosto de 1924 sostuvo "Hay que hacer del Fascismo un fenómeno predominantemente rural. En el fondo de las ciudades anidaban todos los residuos - estaba por decir los residuados - de los viejos partidos, de las viejas sectas, de las viejas instituciones. El pueblo italiano es, sobre todo, campesino. De cuatro millones de combatientes, cerca de tres y medio los dio el campo. Los fascistas rurales son los más sólidos; los militantes rurales los más disciplinados". (Mussolini, 1941:129). En el discurso del día de la Ascensión (26 de mayo de 1927) habló del peligro del urbanismo, al que consideraba destructivo y esterilizante, exhortando a recuperar las condiciones rurales de otros tiempos (Mussolini, 1931: 85-89). Ver también el discurso del 4 de julio de 1933, cuyo título lo dice todo: "El retorno a la tierra" (Mussolini, 1941: 140).
25 Según las Investigaciones del Instituto Nacional de Economía Agrícola en las granjas toscanas, a principios de la década del '30, las mujeres registraban más horas de trabajo anuales que los hombres. (Cfr. de Grazia, 1993: 155).
26 La contrapartida a este modelo era aquella que no asimilaba la normativa imperante: "En los años del régimen la pesadilla 'clásica' de las clases medias - una mujer irresponsable y manirrota, bien descripta en las novelas de principios de siglo... - acabó casi fusionada con la otra pesadilla, por completo fascista, de la mujer estéril: la mujer 'que compra solamente perfumes y chucherías para sí', que no sólo derrocha el dinero de la familia (del marido), sino que además descuida a la familia y es incluso incapaz -psicológicamente, pero también fisiológicamente - de convertirse en madre. Es la 'mujer crisis', asexuada, andrógina, socialmente inútil, objeto de denuncias ridiculizadoras y de censura iconográfica" (Saraceno, 1997: 43)
27 De hecho muy exiguo, siguiendo los dictados neomercantilistas de salarios bajos.
28 Los datos incluyen propietarias y asalariadas. De Grazia (1993: 158) también aporta cifras: "...de acuerdo con los datos del censo de 1936, el 27% del total de la fuerza de trabajo era femenina, y de las mujeres en edad de trabajar un 25% estaban empleadas".
29 Para el análisis de este tema ver Buttafuoco, 1996.
30 Castellani (1939: 90-91) las justificaba, aduciendo que "Por lo general, la mujer tiene músculos menos fuertes, piel más fina, órganos internos más sensibles que el hombre, por lo que se halla más expuesta a sufrir las consecuencias de causas químicas ( venenos) y de causas físicas ( pesos)...Sin duda, muchos trabajos, como los que se ejecutan de noche, no serían nocivos para la mujer si esta no tuviese que desempeñar a la vez sus tareas domésticas, atendiendo a su marido y a sus hijos, o, de cualquier manera, ayudando a la familia en los quehaceres normales." Por otra parte, denunciaba que en los últimos años se había desarrollado "...una organización bolcheviquizante de mujeres, que en su mayoría no son trabajadoras, y, sobre todo, no son obreras, organización que se pronuncia en contra de las medidas protectoras del trabajo femenino." Pero ¿hasta qué punto puede asegurarse que en Italia, como en Inglaterra con la legislación de la década de 1840, protección no significaba discriminación y exclusión? Con respecto a ello, Saraceno (1996: 364) considera que "...la reducción de la mujer como madre a una persona embarazada o lactante (sic) - únicas condiciones que l e daban derecho a asistencia preventiva, a un posible tratamiento y a la asistencia social - representaba una grave limitación a sus derechos como persona. Esta limitación sobrevivió al fascismo, pues durante mucho tiempo se consideró que las mujeres italianas sólo tenían derechos a través del reconocimiento de sus deberes, reales o potenciales , como madres. Por ello, estos derechos solían aparecer simultáneamente como protección y como restricción."
31 "...las madres que se negaban a amamantar al bebé sin justificante médico no recibían ayuda alguna, y sus hijos quedaban además excluidos de todos los servicios, con el riesgo consiguiente de que se les retirase al niño si se establecía cualquier irregularidad moral o material." Más allá de las razones sanitarias, el amamantamiento era reflejo de la madre responsable que ponía así de manifiesto el amor por su hijo. (Saraceno, 1996: 360-361)
32 Este sesgo sexista se confirma en el hecho de que la administración pública daba prioridad a los hombres casados para ocupar cargos como profesor universitario o director de escuela, mientras "...las mujeres quedaban excluidas de puestos de responsabilidad por estar casadas o ser madres..." (Sarraceno, 1996: 355 y 1997: 55).
33 "Prueba de ello es el significativo crecimiento de empleadas del hogar...su número aumentó de 445.631 en 1921 a 660.725 en 1936, mientras que en cualquier otro lugar de la Europa industrializada esta cifra disminuyó" (de Grazia, 1993:160-161)
34 Según Smith (1989:461) en enero de 1927 todos los salarios femeninos fueron recortados en un 50%.
35 Estas diferencias eran consideradas por Castellani (1939:103) contrarias a la moral porque si la mujer realizaba igual trabajo que el hombre y con la misma intensidad, debía recibir el mismo salario; contrarias a la economía porque, como bien lo había demostrado la crisis, la desigualdad de los salarios favorecía el trabajo de las mujeres y el despido de los hombres.
36 Smith (1989:461) cree que el gobierno fascista, más que oponerse al trabajo de las mujeres, se resistía a que tuvieran empleos buenos y bien pagos.
37 Ana María Mozzoni, a través de su obra "La donna e i suoi rapporti sociali" (1864), insistía en la necesidad de dar a las mujeres el derecho a sufragio, reformar el sistema educativo y las relaciones dentro de la familia así como el libre acceso a todos los trabajos y profesiones (Conti Odorisio, 1998:643).
38 Similares argumentos pueden hallarse en los escritos del ya mencionado Samuel Smiles (1912: 46), quien criticaba que las mujeres reclamaran poder político cuando, a su juicio, el mundo era por entero lo que la influencia femenina en el hogar había hecho de aquél. En otra obra agregaba que si el poder político no le había sido dado a la mujer, estaba más que compensado por el que ejercía en la vida privada, verdadero poder de déspota aunque basado en el amor. (Smiles, 1913: 66-67)
39 El Duce sostenía que no era necesario discutir si la mujer era superior o inferior, pues se constataba que era diferente (Mussolini, 1930: 61). Cabría preguntarse ¿diferente a qué? ¿Cuál era la norma, el término de comparación? ¿El hombre? En este sentido, Cavana (1995: 85) afirma que "La perspectiva patriarcal y androcéntrica toma al varón como lo humano por excelencia y, partiendo de esta premisa, la diferencia de género es definida necesariamente como algo negativo e inferior". Por otra parte, Castellani, coincidiendo una vez más con la ideas del líder, afirmaba que "...la mujer es distinta del hombre, tiene características que el hombre no posee, y le incumbe en la vida una misión diversa. En esta diversidad reside nuestra fuerza." (Castellani, 1939: 9-10). Conceptos similares pueden hallarse en los ideólogos del victorianismo John Ruskin (1919) y Samuel Smiles (1912 y 1913).
40 ¿Querría decir "de los hombres" ?
41 Se registra aquí otra coincidencia entre lo expresado por Mussolini y lo que afirmaba Smiles en ese sentido: "...la mujer es el corazón de la Humanidad...hasta su inteligencia parece obrar por medio de los afectos...y es quien cultiva los sentimientos que determinan el carácter" (Smiles, 1913: 41-42). A pesar de las distancias de tiempo y espacio, el discurso sexista es el mismo...
42 ¿Estaría Mussolini aludiendo a las suffragettes inglesas de principios del siglo XX ? También Castellani (1939: 52) pareciera hacerlo cuando sostiene que las italianas con il Duce han logrado participar en la vida política a través del voto municipal o de su integración - si bien reducida - a las Corporaciones "...sin necesidad de recurrir a manifestaciones rumorosas de esas que en algunos otros países abrieron las puertas de los órganos políticos ante las mujeres".
43 Sin embargo, al transformarse las leyes municipales, las elecciones administrativas fueron abolidas y las mujeres perdieron también ese pequeño derecho poco después de obtenido (Castellani, 1939:48).
44 "La Cámara de Diputados aprobó el 15 de mayo de 1925 el proyecto de ley acordando a las mujeres el sufragio municipal. En la actualidad , la dictadura impuesta por el Señor Mussolini ha detenido el movimiento sufragista" (Longhi, 1932:125).

Referencias
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recibido: 24/06/04
aceptado para su publicación: 13/12/04