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Cuadernos del Sur. Historia

versión impresa ISSN 1668-7604

Cuad. Sur, Hist.  n.34 Bahía Blanca  2005

 

Los terratenientes pampeanos y la Iglesia Católica, 1880-1920

Miranda Lida

Universidad Torcuato Di Tella - Conicet. e-mail: mlida@utdt.edu

Resumen
Es muy frecuente en la historiografía la idea de que los terratenientes pampeanos eran desde fines del siglo XIX indiferentes en materia religiosa. No obstante, si se revisa la prensa católica entre 1890 y 1920, se podrá advertir cómo los terratenientes y sus familias desempeñaron papeles activos en la promoción del catolicismo: donaron terrenos destinados a la construcción de templos, participaron en comisiones vecinales destinadas a levantar iglesias en diferentes puntos de la provincia de Buenos Aires, participaron activamente de la liturgia y de la organización de bazares y fiestas en beneficio del templo local, donaron imágenes y obras de arte religioso que muchas veces importaban de Europa y se encargaron de preparar, convocar y organizar misiones que se celebraban en sus estancias, con la asistencia de clero invitado especialmente para la ocasión. Las misiones en las estancias, que adquirieron frecuencia luego de la década de 1890, se desarrollaron en un momento en el que se comenzaban a multiplicar las capillas particulares de las estancias, algunas de ellas majestuosas, construidas en estilo neogótico. La prensa católica no sólo se encargó de reflejar cada uno de estos acontecimientos, sino que además construyó una imagen del terrateniente pampeano donde se destacaban sus rasgos piadosos y morales.

Palabras clave: Terratenientes; Iglesia Católica; Prensa Católica; Provincia de Buenos Aires; 1880-1920.

Abstract
Pampean landowners indifferent to religion, has been a recurrent idea in historiography since the end of 19th century.
Notwithstanding, as evidenced by the Catholic press between 1890 and 1920, landowners and their families played active roles in the promotion of Catholicism: they donated lands to build churches, participated in neighbor associations devoted to building churches in different places in Buenos Aires Province; actively participated in mass and the organization of benefit bazaars and parties for the local church; donated images and religious works of art which were mostly imported from Europe and convoked and organized missions in their estancias being the clergy especially invited. Missions in the estancias became more frequent after 1890s when private chapels, some of them majestically built in neo-gothic style, began to multiply. The Catholic press not only reflected each of these events, but also built an image of the Pampean landowner highlighting their pious and moral traits.

Key words: Landowners; Catholic Church; Catholic Press; Buenos Aires Province; 1880-1920.

1. La relación entre los terratenientes y la Iglesia Católica entre 1880 y 1920 prácticamente no ha sido estudiada. En primer lugar, ello se debe al hecho de que la historiografía dedicada a la Iglesia Católica se ha concentrado ante todo en el estudio de los debates políticos en los que se vio sumergido el catolicismo ante el avance de las reformas liberales a partir de fines del siglo XIX1. De tal modo que contamos con estudios que abordan el análisis de las ideas políticas de los intelectuales católicos del período y el modo en que se han desplegado las relaciones con el Estado, pero lamentablemente, en este contexto, la relación entre la Iglesia y la sociedad ha permanecido absolutamente en la sombra en muchos sentidos2. A través de nuestro estudio de la relación entre los terratenientes y la Iglesia Católica procuramos, pues, avanzar en la indagación acerca de la relación entre la Iglesia y la sociedad.

El estudio de esta relación quedó frecuentemente oscurecido por la idea, proveniente de la sociología, de que el ingreso a la modernidad suponía un irreversible proceso de secularización, idea que fue utilizada por la historiografía acerca de la Iglesia Católica argentina sin ser sometida a crítica en ningún sentido3. Sin contradecir la tesis de la secularización, hay autores que admitieron sin embargo que alguna relación existía entre las familias terratenientes y la Iglesia católica, pero simplificaron al máximo el problema y explicaron esta relación por la piedad femenina de algunas damas de la élite porteña que se dedicaban a donar imágenes para los templos católicos o hacer obras de caridad y beneficencia: ante el innegable proceso de secularización, sólo las mujeres habrían conservado algo de la religiosidad tradicional, se concluía4. Pero no será ésta nuestra perspectiva: si en este trabajo admitiéramos sin más la tesis de la secularización, deberíamos concluir sin dificultades que los terratenientes argentinos eran mayormente indiferentes en materia religiosa y el problema no revestiría demasiado interés. Sin embargo, trataremos de mostrar a lo largo de las siguientes páginas que la evidencia empírica contradice este aserto y que, efectivamente, existían relaciones profundas, complejas y muy estrechas entre la Iglesia Católica y los terratenientes pampeanos. Y ésta no era una simple cuestión de piedad femenina: hombres y mujeres de importantes familias terratenientes hacían gran cantidad de cosas por la Iglesia, se vinculaban con ella en infinidad de sentidos posibles. Incluso algunos de sus hijos abrazaron la carrera sacerdotal: uno de sus ejemplos más ilustres fue sin duda el de Juan N. Terrero, que hizo una brillante carrera en el clero secular y entre 1900 y 1921 fue obispo de La Plata, una importante diócesis que comprendía la totalidad de la provincia de Buenos Aires, donde se hallaban emplazadas las estancias de los grandes terratenientes5.

En segundo lugar, otro de los factores que contribuyó a que la relación entre los terratenientes y la Iglesia Católica permaneciera sin mayor indagación por parte de los historiadores ha sido el hecho de que el estudio de los terratenientes pampeanos ha estado dominado por la historia económica, en gran medida preocupada por entender la consolidación de la clase terrateniente a fines del siglo XIX, prestando especial atención a consideraciones sociológicas y económicas que permitieran explicar el modo en el que habían alcanzado la cima, luego de un profundo proceso de modernización de la estancia ganadera; consecuencia lógica de estos trabajos fue, también, la reflexión acerca del modo en que sus éxitos económicos se traducían en el acceso a crecientes cuotas de poder político. En este marco, revestía en general escaso interés la relación con la Iglesia Católica; a lo sumo, sólo podía ser concebida desde esta perspectiva como una vía más por la cual los terratenientes se encaramaban hacia el poder, e incluso la importancia de esta vía fue frecuentemente desdeñada, porque se aceptaba sin más discusiones la tesis de la secularización de las costumbres y de la sociedad sobre la que hemos llamado la atención más arriba. En definitiva, no había grandes motivos para preocuparse por la relación con la Iglesia cuando lo que verdaderamente importaba era entender el poder de la clase terrateniente, su origen, sus consecuencias políticas, sociales y económicas6. En este cuadro, sin embargo, he dejado fuera de este estrecho marco otra serie de investigaciones que sugieren la necesidad de abrir la indagación sobre los terratenientes pampeanos a otras consideraciones que no se agotan en lo estrictamente económico y político. Así, se han desarrollado trabajos que se han concentrado en estudiar las formas de sociabilidad de las élites, el modo en el cual se veían a sí mismas y cómo construyeron su identidad como clase terrateniente, su influencia social y su prestigio, su utilización del tiempo de ocio, su vida privada, entre otros ítems7. Pero también en estos casos la relación con la Iglesia Católica ha permanecido sin ser estudiada mayormente. Estimamos que ello fue así por dos motivos: en primer lugar, porque la historiografía acerca de la Iglesia permanecía sometida a las limitaciones que señalamos más arriba y no parecía contribuir demasiado a abrir el juego a la indagación en este campo; en segundo lugar, por el difícil acceso a las fuentes necesarias para abordar este tema.

Una consideraci ón, pues, acerca de las fuentes con las que trabajaré aquí. Debemos comenzar por admitir que la relación entre la Iglesia Católica y los terratenientes es un tema que a estos últimos no les inquietó mayormente poner de relieve; es difícil encontrar en testimonios de la época que testigos o protagonistas del período le presten especial atención a este tema. Los retratos de los grandes terratenientes pampeanos de fines del siglo XIX y comienzos del XX abundan en largas descripciones de las mejoras introducidas en las estancias que redundaban en una mayor productividad, pero casi nunca se menciona, por ejemplo, el lugar que ocupaban las capillas que los terratenientes habían mandado construir en sus estancias y qué usos se les daba. En realidad, ello es así porque la construcción de la identidad terrateniente se centró en enfatizar el proceso de modernización de la estancia ganadera, esfuerzo que estaba en el centro de esta identidad que se consolidó a fines del XIX, según ha estudiado Roy Hora8. En este contexto, la capilla no parecía aportar demasiado a reforzar esta imagen. Así, de las tantas obras que se publicaban en Europa y en Estados Unidos, que daban cuenta del acelerado crecimiento económico de la Argentina, sólo la de H. D. Sisson registró el hecho de que las estancias no simplemente eran unidades productivas, sino espacios donde —en especial en el verano— se organizaban misiones religiosas que habían alcanzado, según el autor, una cierta regularidad que merecía ser destacada9. No casualmente fue éste el único de los observadores extranjeros que se dedicó a prestarle atención a la cuestión religiosa: Sisson era un hombre de fe, y estaba emparentado con un sacerdote del clero argentino. Sin embargo, para el resto de los observadores extranjeros, el asunto no revestía mayor interés.

Llegados a este punto, es necesario entonces que presentemos las fuentes con las que se puede reconstruir esta brumosa relaci ón entre los terratenientes y la Iglesia Católica: nuestra fuente es, por excelencia, la prensa católica. La prensa católica, que se hallaba en un período de franca expansión a caballo de siglo, no era simplemente —como se ha señalado más de una vez— una prensa que se agotaba en su dimensión política e ideológica; por el contrario, ella ofrecía día a día un gran número de información de gran interés para nosotros: el movimiento del clero en la ciudad y en la campaña, las misiones religiosas, los paseos de los sacerdotes a las estancias, la inauguración de las capillas de las estancias, las misiones y las fiestas religiosas allí celebradas, entre otras cuestiones10. Existían diversas publicaciones católicas en el período que aquí estudiamos que nos ofrecen gran cantidad de datos de interés para los fines de nuestro trabajo. Por un lado, se cuentan las publicaciones oficiales de la Iglesia y, en especial, para la provincia de Buenos Aires, el Boletín eclesiástico de la Diócesis de La Plata, que comenzó a publicarse en 1898. Este Boletín era una fuente oficial de la Iglesia que reproducía mes a mes los informes de los sacerdotes que iban a misionar a las estancias y es por ello una fuente sumamente valiosa por la cantidad de datos que nos proporciona, pero es necesario subrayar que se trata de una publicación que circulaba sólo en estrechos ámbitos eclesiásticos, sin mayor eco en la sociedad11. Por otro lado, se encontraban los grandes diarios católicos como La América del Sud (1876-1880), La Unión (1882-1890), La Voz de la Iglesia (1883-1911) y El Pueblo (fundado en 1900), de circulación nacional y de más amplio público. A pesar de los rasgos que diferenciaban a estos diarios entre sí, ellos tenían algo en común: eran un ámbito en el que las familias terratenientes podían mostrarse socialmente como verdaderamente piadosas, imagen que procuraban reforzar a fin de salir reiteradamente en las páginas de los diarios católicos. Así, mientras el boletín diocesano es una fuente útil de la cual extraer datos, los grandes diarios van más allá: no sólo nos permiten indagar acerca de la relación entre la Iglesia y los terratenientes sino, además, acerca de la imagen que socialmente se construía de estos últimos en la prensa católica. Era ésta una imagen de piedad y religiosidad que, lejos de contradecir la idea en boga de progreso, podía convivir pacíficamente con ella: no podía concebirse la idea de que una estancia moderna y progresista descuidara un flanco tan importante como el de la religión. Luego de 1880, las estancias comenzaron, pues, a poblarse de capillas.

2. En 1889, el diario católico La Unión descubría con alborozo la nueva "moda" de construir capillas en las estancias que estaba por entonces desarrollándose —en especial, entre los estancieros irlandeses, destacaba—: "actos como estos son tan dignos de encomio y deben por cierto ser publicados para que puedan inducir a tantos otros que tal vez sólo esperan el ejemplo"12. Si bien es cierto que las capillas en las estancias eran efectivamente una novedad que se expandió como un rayo a partir de la década de 1880, cabe señalar, no obstante, que no fue ésta la primera vez que los estancieros comenzaron a ocupar su lugar en el periodismo católico; ya desde antes de esa fecha sus nombres poblaban frecuentemente sus páginas. Comenzaremos por trazar un cuadro de los años previos a 1880, que nos permitirá una comprensión más cabal de las transformaciones que sucedieron después. La relación entre la sociedad y la Iglesia Católica era estrecha antes y después de 1880, y los terratenientes no fueron una excepción en este sentido.

La Iglesia Católica atravesaba por entonces un fuerte proceso de crecimiento institucional, que había comenzado lentamente luego de Caseros, para acelerarse a un ritmo vertiginoso a partir de las décadas finales del siglo. Contra lo que suele señalar la historiografía, la Iglesia católica de fines del siglo XIX no permaneció estancada, ni siquiera rezagada13. Basta con cotejar los datos acerca del crecimiento del número de parroquias en la provincia de Buenos Aires para corroborar esto: si durante las primeras décadas del siglo XIX el número de las parroquias de Buenos Aires y su campaña sólo creció a un ritmo muy lento, todavía parecido al del siglo XVIII, nada similar podría decirse con respecto a la etapa que se abrió luego de Caseros. A la hora de la caída de Rosas se podían contabilizar 33 parroquias en la campaña; para 1871 ese número había trepado ya a 51; en 1881 se contaban a su vez 59 parroquias, que habrán de multiplicarse de ahí en más a un ritmo acelerado, luego de la campaña del desierto; así, más tarde, en 1904, podremos encontrar un total de 91 parroquias en la provincia de Buenos Aires, que continuarán multiplicándose... Menos de dos décadas más tarde, en 1921, cuando falleció el obispo platense Juan N. Terrero —cuyo obispo auxiliar era Santiago Copello, más tarde arzobispo de Buenos Aires—, la provincia contaba no sólo con 54 parroquias más, sino además con 37 nuevas jurisdicciones eclesiásticas de menor jerarquía14. En los cuarenta años transcurridos entre 1880 y 1920, pues, se establecieron en la provincia de Buenos Aires 86 nuevas parroquias, amén de otras jurisdicciones secundarias15. Estas parroquias platenses se fueron creando a medida que la economía y la sociedad de la pampa crecían, en especial, luego de 1880. Los obispos no tuvieron necesidad de anunciar con bombos y platillos ningún plan premeditado para la creación de las parroquias pampeanas: cada disposición episcopal que establecía una nueva parroquia se sumaba a las anteriores, sin ajustarse a ningún plan preconcebido16. La Iglesia se construía pues sobre la marcha y las parroquias de la provincia de Buenos Aires crecían y crecían, como un hongo; no era esto muy distinto, por cierto, al propio proceso de crecimiento socioeconómico de la pampa. La Iglesia no marchaba pues a contrapelo del progreso17.

En este vasto proceso de crecimiento institucional de la Iglesia de la provincia de Buenos Aires, los terratenientes jugaron un papel nada desdeñable. Ya desde los años previos a 1880, era frecuente encontrarlos participando de este crecimiento con aportes monetarios destinados a la construcción de capillas y parroquias, su ornamentación y refacción. El proceso de construcción y embellecimiento de las parroquias y capillas de la provincia se había iniciado en 1852, pero se aceleró en las décadas finales del siglo. Para obtener recursos para las obras de refacción, ampliación y construcción del templo parroquial, los principales vecinos —muchos de ellos, propietarios de tierras, claro está— se reunían en asociaciones que tenían el propósito de recaudar los recursos necesarios para las obras, a través de listas de suscripción: así nacieron las así llamadas "comisiones vecinales pro-templo", que solían estar lideradas por los apellidos más importantes de cada localidad y de cada parroquia. Cabe señalar que el presupuesto estatal de culto no contemplaba los gastos destinados al mantenimiento y construcción de los templos —sólo se limitaba a sostener el alto clero, las sedes diocesanas y los seminarios—.Se procuraba que en la medida de lo posible la construcción de la Iglesia estuviera depositada en las manos de la sociedad, y no en las del Estado, criterio con el que se buscaba favorecer al mismo tiempo el desarrollo de la autonomía local y la descentralización18.

Fue éste el marco en el cual los terratenientes se convirtieron en actores decisivos para la construcción de la Iglesia de Buenos Aires. En la década de 1870, el periódico La América del Sud registraba cada una de sus intervenciones, que se verificaban tanto en la ciudad de Buenos Aires como en la campaña. En esos años, por ejemplo, la familia Guerrero mandaba construir la elegante iglesia de Santa Felicitas en el barrio de Barracas19. Asimismo, también en otras iglesias urbanas, de antigua tradición, se destacaba la contribución de importantes apellidos que colaboraban no sólo con las refacciones del templo, sino además con el enriquecimiento de su acervo artístico: por ejemplo, en la parroquia de Monserrat, Antonio Olivera y Baldomero Pereda componían la comisión pro-templo a partir de 1862 que se encargó de refaccionar y decorar el templo; en Flores, Vicente Miguens, Juan Anchorena, Benjamín Martínez de Hoz y Leonardo Pereyra hacían importantes aportes en febrero de 1880 para la construcción del templo y su ornamentación20.

Antes de 1880, estas contribuciones y participaciones se concentraban fundamentalmente en el ámbito urbano de la ciudad de Buenos Aires, o bien en los pueblos de campaña de más antigua creación como Mercedes, Luján o Morón. Por ejemplo, Saturnino Unzué hacía por entonces importantes aportes para una capilla en Mercedes... Pero no era el único: con un aporte de 10000 pesos lideraba el listado de los suscriptores que publicaría el periódico, acompañado a su vez por otros como Miguel Duggan que, más modestamente, sólo contribuyó con 500 pesos en esa ocasión21. Manuel de Uribelarrea por su parte contribuía con la parroquia de la Concepción en Buenos Aires, pero tampoco lo hacía por sí solo: la lista de suscriptores era muy larga y estaba integrada, entre otros, por Francisco Chas y Félix Urquiolo22. Por otro lado, la familia Bosch compartía con José Gallardo y los Salvarezza la comisión parroquial de La Piedad, cuyas obras de refacción se inauguraron con gran pompa en 187623.

Dos observaciones de alcance general podemos realizar aquí, que nos permitirán avanzar en nuestro análisis. En primer lugar, debemos destacar que la intervención de los terratenientes antes de 1880 se concentraba mayormente en zonas urbanizadas, ya sea en la ciudad de Buenos Aires o en los pueblos de campaña de más larga data. En segundo lugar, es de destacar que antes de esa fecha era frecuente encontrar a importantes apellidos liderando listados de suscripción junto con otros con los que compartían las tareas y el espacio que ocuparían en los diarios; las iniciativas individuales —como fue el caso de la familia Guerrero, con la construcción de Santa Felicitas— en este sentido no eran tantas. Es más frecuente encontrarlos componiendo y liderando las comisiones pro-templo que levantando capillas por su propia cuenta. En fin, su presencia en la vida de la institución eclesiástica se hacía notar a través de su participación en las comisiones vecinales y parroquiales, así como también en las páginas de los diarios católicos que daban cuenta de cada una de sus actividades.

3. A partir de 1880 se verifican los primeros síntomas de las transformaciones que por entonces se iniciarían. Por un lado, se destaca la centralidad que habrá de cobrar el mundo rural en la vida de los terratenientes: luego de la "conquista del desierto" y la expansión de la ganadería que trajo consigo, la participación de los terratenientes en la institución eclesiástica no se circunscribió en contribuir con los templos de pueblos y ciudades, sino que se verificó entonces una fuerte preocupación por el mundo rural. Desde mediados de la década de 1880 pueden encontrarse las primeras intervenciones en este sentido, que tanto elogiaría el diario La Unión, según vimos más arriba. Uno de los primeros ejemplos que registra la prensa católica de esta nueva tendencia tuvo lugar en 1885, cuando los Anchorena recibieron en sus estancias a un sacerdote que fue a misionar. Véase la reseña que al respecto publicaba la prensa católica:

Ha visitado este distrito [Pila] el Presb ítero de la parroquia de las Flores [...] dijo misa en el establecimiento "La Limpia" de los Anchorena [...] pasando el primero de enero a decir misa en el establecimiento de "Hinojales" de la señora Mercedes Castellanos de Anchorena. Se había preparado un altar el cual estaba perfectamente adornado [...] Continuó la misa siendo acompañada por una pieza religiosa ejecutada hábilmente en el piano por las niñas Mercedes y Amalia Anchorena. La misa terminó a las 11 y media del día: una vez fuera del recinto sagrado fueron obsequiados los presentes con una abundante carne con cuero [...] Terminado que fue esto, empezaron los bautismos y casamientos, siendo todos ellos de empleados del establecimiento.24

Este tipo de crónica comenzó desde entonces a hacerse cada vez más frecuente en las páginas de la prensa católica. Algunos detalles que menciona el relato merecen ser destacados: en primer lugar, las estancias de los Anchorena a mediados de la década de 1880 carecían todavía de su respectiva capilla, de tal modo que es importante que subrayemos que fue necesario improvisar un altar para llevar a cabo la misa. En segundo lugar, no podemos pasar por alto que el sacerdote que oficiaba la misa en esta ocasión era un simple presbítero, el párroco de la localidad más cercana; el alto clero no solía ser partícipe de estas ceremonias modestas en altares improvisados.

En los años subsiguientes, sin embargo, cada uno de estos rasgos habrá de transformarse sustancialmente: por ejemplo, ya no tendremos en las principales estancias altares improvisados, sino verdaderas capillas, y algunas de ellas bien lujosas. Gregorio Torres inauguró en 1889 una capilla en su estancia "La Armonía", a tres leguas de La Plata, que estaba a su vez acompañada de una escuela; Manuel Uribelarrea hizo lo propio a su vez en su estancia de Cañuelas en 1890; José Pacheco Anchorena tenía también su capilla en la estancia de su propiedad en el Talar; la familia Ramos Otero la había construido en su estancia "La Emilia" que fue inaugurada en 1901; la capilla de la estancia "Huetel" de Concepción Unzué de Casares fue inaugurada con gran pompa en 191225... El listado es extenso: hacia 1900, también tenían sus respectivas capillas Fernando Bourdieu, Mercedes Castellanos de Anchorena, los Duggan, los Ezcurra, la familia Pereyra Iraola, Emilio Álzaga, Mercedes Saavedra de Zelaya, Ángel Cajaraville, entre otros26. E incluso puede advertirse que en las provincias del interior del país se comenzó a emular esta iniciativa de los terratenientes bonaerenses; por ejemplo, en Tucumán comenzaron a construirse capillas en los ingenios y en Córdoba algunos estancieros siguieron también el ejemplo de los de Buenos Aires27. Los ejemplos son innumerables y se multiplican con el correr de los años.

En las estancias, la capilla tenía un sentido que no se agotaba en lo puramente religioso. La bendición de una capilla en el campo a partir de la década de 1880 podía, por ejemplo, convertirse en todo un acontecimiento social al que acudían invitados importantes apellidos de élite; era por otra parte una excelente ocasión para que el dueño de casa hiciera lucir las mejoras más recientemente introducidas en su establecimiento ganadero, dado que a la ceremonia religiosa solía sucederle un paseo en carro por las instalaciones. Así, por ejemplo, a la bendición de la capilla construida por Gregorio Torres en su estancia "La Armonía" acudieron los Martínez de Hoz, Baudrix, Olmedo, Quirno Costa, Alvear, Casares, entre otros apellidos28. En este contexto, y en especial luego de 1890, las estancias comenzaron a poblarse con capillas cada vez más elegantes, algunas de ellas construidas en estilo gótico, sin duda más lujoso y costoso que el románico o el colonial: así el caso de la capilla de la estancia de Chascomús, de Narciso Vivot y Enriqueta Alais de Vivot, que fue inaugurada con gran pompa en 189329. También otros estancieros imitaron la opción por el estilo gótico: así el caso de la familia Ocampo, Juan Antonio Fernández y Rosa Anchorena de Fernández, Micaela Aristizábal, entre otros30. El estilo gótico se convirtió en una verdadera moda, en especial, luego de 1890, y esta moda coincidió no casualmente con el momento en el que se puso en marcha la fastuosa obra de la basílica de Luján que lo había adoptado, si bien con vacilaciones —el estilo neogótico siempre inspiraba dudas y temores, debido a la gran movilización de recursos que exigía—. Pero ello no fue óbice para la construcción de la basílica de Luján que logró reunir importantes aportes provenientes de gran cantidad de terratenientes que contribuyeron con grandes sumas en reiteradas ocasiones31. (También en la ciudad de Buenos Aires se adoptó el estilo neogótico luego de 1900 para la construcción de importantes templos que contaron con aportes de terratenientes: así el caso de la basílica de Pompeya y el santuario de Nuestra Señora de Buenos Aires, por ejemplo32.)

A medida que las capillas de las estancias ganaban prestigio y esplendor, a la vez que se convert ían en una excusa más para la sociabilidad de la élite, es de destacar la presencia cada vez más importante del alto clero en las estancias de los grandes terratenientes pampeanos. No sólo algunas de estas estancias podían darse el lujo de contar con capellanes propios para la estación de verano que eran costeados por los propietarios —así por ejemplo el capellán que Mercedes de Anchorena sostenía en su estancia "Las Tres Lomas", o el de la estancia "La Emilia" de los Ramos Otero—, sino que solían además ser visitadas por miembros del alto clero que acudían, en especial, a la ceremonias de clausura de las fiestas patronales de la capilla u otras importantes funciones religiosas. Todos los veranos, la prensa católica reflejaba el recorrido que hacían los principales sacerdotes por diversas estancias, con el propósito de pasar sus vacaciones y, entre tanto, dar misiones: por ejemplo, el obispo de La Plata, Juan N. Terrero, solía acudir en el verano a las estancias de las familias Ortiz Basualdo y Llavallol; por su parte, el arzobispo de Buenos Aires solía repartir sus días de verano en las estancias "San Ramón" de Mercedes Castellanos de Anchorena y "El Retiro", de Enriqueta Alais de Vivot, entre otras, y el obispo auxiliar de la arquidiócesis de Buenos Aires, Gregorio Romero, por su parte, frecuentaba las tierras de Ramón Santamarina en Tandil33. Los obispos no eran los únicos, por cierto: también acudían en los veranos los canónigos y algunos párrocos de importantes templos del centro de la ciudad de Buenos Aires —por caso, puede mencionarse a Juan Delheye, el párroco de San Miguel hasta 1906 o el canónigo Pacífico Alcobet—: puede verse que el clero de las conspicuas parroquias céntricas de la ciudad de Buenos Aires sigue la ruta emprendida en su veraneo por las familias terratenientes. A veces, a los prelados los acompañaban algunos hombres de su entorno inmediato; así el joven Miguel de Andrea, secretario del arzobispo de Buenos Aires, que logró construir de este modo estrechos lazos con las familias terratenientes desde los primeros años del siglo XX. Y para que su visita no provocara celos entre sus colegas, La Voz de la Iglesia advertía:

como esta excursión rural [...] pudiera parecer demasiado veraneo contra los hábitos de estudio y laboriosidad del distinguido sacerdote, conviene hacer notar que su viaje [...] responde al propósito de predicar e instruir a los fieles en la capilla del mencionado establecimiento34.

El veraneo era un tiempo excepcional sin duda que merecía todo tipo de atenciones por parte de los terratenientes. De allí la preocupación por contar con un capellán permanente para la temporada. Era en el verano cuando se preparaban las misiones más exitosas, las fiesta religiosas más deslumbrantes y los conciertos sacros al aire libre en los que se lucían los jóvenes de las familias terratenientes; en este contexto, se tornó imperativo proveer a la capilla de estancia con un órgano, acorde al esplendor que debían tener las funciones religiosas35. Además, las expectativas que despertaba la temporada estival impuso que se comenzara a sentir como una verdadera necesidad que las fiestas patronales de las capillas de campaña coincidieran con el veraneo. Cuando no coincidían debido a los azares del calendario eclesiástico, era frecuente que las estancias iniciaran las gestiones pertinentes para modificar la advocación del templo a fin de lograr que toda fiesta patronal de las capillas de campaña coincidiera con la temporada de verano. La Voz de la Iglesia registraba por ejemplo el reclamo de los vecinos y veraneantes de la localidad de Ramos Mejía, que deseaban cambiar la advocación que llevaba el templo parroquial (N. S. del Carmen) por el de la Inmaculada Concepción, para que coincidiera su celebración con la temporada de verano36.

La capilla de estancia, las misiones religiosas allí celebradas, la fiesta patronal, la presencia de un capellán costeado por la familia y, de ser posible, la invitación cursada a algún sacerdote del alto clero a fin de que le confiriera prestigio a las funciones religiosas eran todos rasgos que formaban parte de la vida cotidiana en una gran estancia terrateniente, en especial en el verano. Todo ello se completaba con la asistencia de los trabajadores y empleados de los establecimientos ganaderos, e incluso de los pobladores de estancias y pueblos vecinos, quienes eran invitados a bautizar a sus hijos y participar de los sacramentos de la Iglesia (por ejemplo, era frecuente la celebración de matrimonios religiosos que ya hubieran tenido su correspondiente sanción civil). Las fiestas religiosas con asistencia popular solían además completarse con un almuerzo de la tradicional carne con cuero, además de ofrecerles toda una serie de juegos y entretenimientos que se desarrollaban por la tarde; las celebraciones contenían un importante componente festivo que servía para atraer a los sectores populares y, en especial, a los niños37. Se trataba, en suma, de un completo un día de campo para los trabajadores rurales y sus familias que rompía con la rutina del trabajo y atraía público, en especial, infantil. A veces, estas celebraciones podían culminar con una distribución de ropas y abrigos para los asistentes, reparto que solía hacerse con frecuencia cuando se aproximaba la temporada invernal. Como puede verse, las actividades desarrolladas en torno a las capillas de estancia eran múltiples: en ellas, lo religioso se hallaba estrechamente vinculado al esparcimiento y la recreación. Veamos cuáles fueron sus consecuencias.

4. Estas capillas contribuyeron a construir una imagen del terrateniente pampeano de fines del siglo XIX donde se quería enfatizar los rasgos "progresistas" de su administración y gobierno de la estancia. Era progresista no sólo aquel terrateniente que se preocupaba por mejorar las condiciones de la explotación ganadera, sino también quien se preocupaba a su vez de atender igualmente las condiciones "espirituales" de la vida en la campaña. Y las dos cosas iban juntas. En rigor, la visita arzobispal no era una simple visita "espiritual": al arzobispo se lo invitaba a recorrer la estancia, se ponía a su disposición el carruaje que le permitiría observar con detenimiento las instalaciones y los detalles acerca de la cría del ganado, se le hacía conocer las mejoras en el aprovechamiento del agua y los recursos naturales, etc38. La imagen del estanciero progresista, atento a la modernización rural y al progreso "material", se completaba con el énfasis que aportaba el acento puesto en su preocupación por el progreso "espiritual". En este sentido, no puede considerarse a la religión como un ingrediente que contribuye a delinear la imagen de un estanciero "tradicionalista"39. Por ejemplo, en ocasión de las fiestas patronales de la colonia Uribelarrea, La Voz de la Iglesia elogiaba al responsable de los progresos habidos en la localidad en los siguientes términos: "felicitamos ardientemente al señor Miguel N. de Uribelarrea por el éxito de su colonia que es una de las que más adelantan en el progreso moral y material"40. Esta imagen del estanciero progresista se acentuaba todavía más cuando el periódico católico resaltaba que incluso los estancieros de religión protestante se preocupaban por la formación moral y religiosa de sus puesteros y trabajadores, convocando para ello a sacerdotes católicos a dar misión41. Sea como fuere, lo que está claro es que el periodismo católico jugó un papel clave en la construcción y difusión de esta imagen del estanciero doblemente progresista, tanto en el plano moral cuanto en el material; el periodismo católico contribuyó a enfatizar que los terratenientes ofrecían un ejemplo moral que merecía ser imitado. En este sentido, el periódico católico El Pueblo señalaba en 1913 que:

La práctica adoptada por ciertas familias cristianas de llevar en su compañía durante la época estival a los establecimientos de campo uno o más sacerdotes que faciliten a los miembros de la misma, a los pobladores de las estancias y a sus vecinos el cumplimiento de sus deberes religiosos, es digna de encomio [...] A este pensamiento responde que familias como las de Ocampo, Pereira, Ramos Otero, Basualdo, Anchorena, etc., hayan levantado en sus fincas rurales apropiados templos y colegios anexos, atendidos por competentes sacerdotes [...] Este hermoso ejemplo es digno de imitarse por nuestros estancieros de toda la república.42

Este tipo de exhortaciones se repetía año a año en la prensa católica, en especial en los meses de la temporada estival, junto con la publicación cotidiana de los nombres de quienes se ajustaban a este modelo de estanciero virtuoso y progresista, tanto en lo material como en lo espiritual. La prensa católica jugó pues un papel importante en la propia construcción de este modelo de estanciero doblemente virtuoso. Sin embargo, el modelo así construido no estará destinado a perdurar porque el periodismo católico ingresó hacia 1920 en una era de importantes transformaciones que redundaron en un creciente desinterés por afianzar y difundir esta misma imagen. Veamos los motivos de esta transformación.

A fines de la década de 1910, sólo existía un único diario católico en Buenos Aires, El Pueblo, que había sido fundado en 1900 por Federico Grote y había nacido estrechamente vinculado a los Círculos de Obreros. Era en muchos sentidos un periódico muy parecido a los decimonónicos: se editaba en cuatro páginas de tamaño sábana de escasos avisos y abigarrada escritura; carecía de servicios telegráficos de tal modo que se encontraba completamente a la zaga de los grandes diarios que se publicaban por entonces en Buenos Aires. Consciente de sus limitaciones, el periódico católico se propuso en los años de la Primera Guerra Mundial emprender un proceso de modernización que le permitiera superar la brecha que lo separaba de los demás, y fue precisamente en este contexto cuando el lugar que tradicionalmente habían ocupado los terratenientes en la prensa católica comenzó a verse profundamente modificado. Los terratenientes dejaron de ser un modelo a emular por el periódico católico, en especial, luego de 1920. ¿Por qué?

En julio de 1916 se celebraba en Buenos Aires el Primer Congreso Eucarístico Nacional al que asistieron, de rigor, los prelados de todo el país con una comitiva compuesta por el clero local y algunos laicos de renombre; por esos mismos días, asimismo, el Colegio Electoral designaba a Hipólito Yrigoyen como presidente argentino, luego de las elecciones de abril de ese año. Se trata de dos hechos que elegimos destacar por su carácter paradigmático, que marcarían el rumbo de los años subsiguientes: el primero inauguraba, aún en modestas proporciones, una de las primeras expresiones de una Iglesia de masas que cobraría forma cada vez más acabada en los años subsiguientes; el segundo signaba el inicio de la política democrática. Ambos tenían como destinatarios y protagonistas al pueblo. No casualmente, fueron estos los años en los que el periódico católico El Pueblo, el único existente en Buenos Aires, comenzó a debatirse acerca de cuáles eran las vías más apropiadas para adoptar un formato popular. Para ello, advirtió, necesitaba recursos con los que renovar su planta editorial y, además, cobró conciencia de la necesidad de aumentar sus ventas tanto de avisos publicitarios comerciales —como cualquier otro diario— como de los ejemplares del diario. Estas preocupaciones lo llevaron a adoptar el modelo de prensa popular que se consolidaría en Buenos Aires hacia la década de 1920: una prensa que debía ser popular en su lenguaje, en su tono, en su presentación y en los modelos que le ofrecía al lector43.

Fue en este contexto que el periodismo católico comenzó a alejarse del modelo del terrateniente virtuoso; era un modelo que ya no se ajustaría a su nueva condición de periodismo popular. A fines de la década de 1910, el director del diario católico El Pueblo comenzaba a ensañarse con los "ricos" y los laicos distinguidos que no hacían más que asfixiarlo —se decía—, imponiéndole sus caprichos y sus deseos de distinción y prestigio, a través de la publicación de sus nombres en la hoja católica. El problema era que el periódico católico no podría ser demasiado popular mientras se limitara a ensalzar la vanidad de las familias de élite. Irónicamente, el director de El Pueblo se preguntaba:

¿... Que el diario católico le dedicó dos columnas a la fiesta del santo X y tan sólo unas líneas o ninguna a la del santo Z, o al suceso religioso tal, o al beneficio cual, lo que no es placentero para los reverendos padres de la congregación de la Divinidad Augusta, para las reverendas madres de la congregación del Amor Excelso, para la cofradía del Santo Tesoro o para las distinguidas familias de Pérez, González y Rodríguez? [...] En los diarios católicos hay público que colabora, y público que lo espera todo de la especie de deidad que es para ellos la hoja impresa.44

En este contexto, apuntó sus dardos contra los más distinguidos apellidos, a los que acusó de desentenderse de la situación financiera del diario, con el que rara vez contribuían, según advertiría el diario: "son dieciocho los años que lleva vividos El Pueblo y los católicos pudientes de esta capital no pueden decir que se haya estado acudiendo a ellos para sostener el diario"45. No podemos determinar cuánto hay de verdad en esta acusación; está claro sin embargo cuál es la imagen que se quería transmitir: El Pueblo quería mostrarse como un periódico más estrechamente vinculado a los sectores populares que a los grandes apellidos. Mientras que a estos últimos se los comenzó a retratar como seres vanidosos, caprichosos y egoístas, a los primeros los consideraba en cambio humildes, nobles y bienintencionados, a pesar de sus escasos recursos económicos.

En los difíciles años de la Primera Guerra Mundial, se estaba iniciando un profundo cambio en la imagen que el periodismo católico proyectará de ahí en más de los terratenientes, precisamente en un momento en el cual El Pueblo se había convertido en el único diario católico de Buenos Aires; la transformación del periodismo católico en un tipo de prensa que aspiraba a ser popular tuvo como consecuencia que comenzara a desdibujarse aquella imagen del terrateniente virtuoso y progresista. Para la prensa católica popular que se desarrolló en la década del veinte, el terrateniente, por más piadoso que fuera, dejó de ser un verdadero objeto de interés. Tal es así que muchos estancieros de la provincia de Buenos Aires continuaron año a año celebrando sus tradicionales misiones en sus estancias, pero a partir de los años veinte el diario católico dejó de prestarles atención46. Fue sintomático de las transformaciones ocurridas que en 1934, cuando se celebró el Congreso Eucarístico Internacional, encontraran gran impacto las fotos de las grandes procesiones de masas que se desplegaron en Buenos Aires; no obstante, casi pasaron inadvertidas las fotos de María Adela Harilaos de Olmos y María Unzué de Alvear, que tanto habían trabajado en la organización y preparación del Congreso. La imagen de los terratenientes en la prensa católica ya para entonces se había borroneado muy fuertemente.

Notas:

1 En este sentido, Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia argentina. Desde la conquista hasta fines del siglo XX, Buenos Aires, 2000; Loris Zanatta, "De la libertad de culto posible a la libertad de culto verdadera. El catolicismo en la formación del mito nacional argentino", Marcello Carmagnani (ed.), Constitucionalismo y orden liberal 1850-1920, Torino, 2000, pp. 155-199; Néstor Tomás Auza, Católicos y liberales en la generación del ochenta, Buenos Aires, 1981.
2 Una indagación al problema de la relación entre la Iglesia y la sociedad en las décadas finales del siglo XIX la he abordado en otro lugar: Miranda Lida, "Prensa católica y sociedad en la construcción de la Iglesia argentina en la segunda mitad del siglo XIX", Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, en prensa.
3 Para una discusión acerca del concepto de secularización, véase Miranda Lida, "Secularización", en Francis Korn y Miguel de Asúa, Errores eruditos y otras consideraciones, Instituto de Investigaciones Sociales de la Academia Nacional de Ciencias, 2004, pp. 126-131.
4 En este sentido, Eduardo Ciafardo, "Las Damas de Beneficencia y la participación social de la mujer, 1880-1920", Anuario IEHS, 5 (1990), pp. 161-170; Susana Bianchi, "La conformación de la Iglesia católica como actor político-social. Los laicos en la institución eclesiástica: las asociaciones de élites (1930-1960), Anuario IEHS, 17 (2002), pp. 143-161.
5 La diócesis de La Plata fue erigida en 1897 y conservó su integridad territorial hasta 1934 cuando fue elevada a sede arquidiocesana, subdividiéndose su territorio en los nuevos obispados de Bahía Blanca, Mercedes y Azul. Es decir que entre 1897 y 1934 conformó una única jurisdicción eclesiástica, sin fracturas. Puede colegirse de allí la importancia que La Plata tenía en la Iglesia argentina de comienzos del siglo XX. No obstante, la historiografía lo ha pasado completamente por alto. Hemos llamado la atención sobre este punto en otro lugar: Miranda Lida, "Catolicismo y peronismo: debates, problemas, preguntas", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, en prensa.
6 En este sentido la bibliografía es vasta y heterogénea. Entre otros trabajos, destacaremos: Tulio Halperín Donghi, "Clases terratenientes y poder político en Buenos Aires, 1820-1930", Cuadernos de Historia Regional, vol. 5, n. 15 (1992), pp. 11-45; Ezequiel Gallo, "Política y sociedad en Argentina, 1870-1916", en Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, Barcelona, 1991, vol. X, pp. 41-66; Alfredo Pucciarelli, El capitalismo agrario pampeano, 1880-1930, Buenos Aires, 1983; Jorge Federico Sábato, La clase dominante en la Argentina moderna: formación y características, Buenos Aires, 1988; Jacinto Oddone, La burguesía terrateniente argentina, Buenos Aires, 1967.
7 En este sentido, Francis Korn, "La gente distinguida", en José Luis Romero y Luis Alberto Romero, Buenos Aires, historia de cuatro siglos, Buenos Aires, 2000, vol. 2, pp. 45-54; de la misma autora, "Vida cotidiana, pública y privada (1870-1914)", Nueva historia de la Nación Argentina, Buenos Aires, ANH, vol. VI, 2001, pp. 231-257; Roy Hora, Los terratenientes de la pampa argentina. Una historia social y política 1860-1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, pp. 77-100.
8 Roy Hora, Los terratenientes de la pampa argentina...; del mismo autor, "La élite social argentina del siglo XIX. Algunas reflexiones a partir de la historia de la familia Senillosa", Anuario IEHS, 17 (2002), pp. 291-323.
9 "... durante la temporada de verano se dan misiones. Algunos clérigos y religiosos, ya sea porque han sido convocados por los propietarios, o bien porque han sido enviados por el obispo que eventualmente los acompaña, visitan la estancia, donde pasan entre diez y quince días. Estas reuniones de carácter religioso tienden a realizarse cada vez más regularmente cada año", H. D. Sisson, La République Argentine.Description, étude sociale et histoire, Paris, 1910, p. 107.
10 La lectura puramente política del periodismo católico ha sido propuesta por el trabajo pionero de Tim Duncan, "La prensa política: Sud-América, 1884-1892", E. Gallo y G. Ferrari (comps.), La Argentina del ochenta al Centenario, Buenos Aires, 1980. También en este mismo sentido, Auza, Católicos y liberales..., y Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia... Para una discusión con esta interpretación véase Miranda Lida, "La prensa católica y sus lectores en Buenos Aires, 1880-1920", Prismas. Revista de historia intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, 2005.
11 Le agradezco a Mons. José Luis Kaufmann del arzobispado de La Plata que me haya facilitado generosamente la consulta del boletín eclesiástico platense.
12 "Las capillas", La Unión, 27 de enero de 1889.
13 Acerca del impresionante desarrollo institucional de la Iglesia en la "pampa gringa", véase los datos que aporta Edgar Stoffel, "La evangelización de la pampa gringa. Pautas para un trabajo de investigación", en N. T. Auza y Luis V. Favero (comps.), Iglesia e Inmigración, Buenos Aires, CEMLA, 1991, vol. 1, pp. 213-231. Para el caso cordobés véase Arthur Liebscher, "Institutionalization and evangelization in the Argentine church: Córdoba under Zenón Bustos, 1906-1919", The Americas, vol. XLV, n. 3 (1989), pp. 363-382.
14 Acerca del lento proceso de crecimiento que las estructuras pastorales de la campaña verificaron antes de Caseros véase María Elena Barral, "En busca de un destino: parroquias y clero rural en la primera mitad del siglo XIX", ponencia, XIX Jornadas de Historia Económica, San Martín de los Andes, 13 al 15 de octubre de 2004. Para 1871, véase el correspondiente Registro estadístico de Buenos Aires, Buenos Aires, 1873, p. 59 y ss. Para 1881, véase la sección "Culto" del Censo General de la provincia de Buenos Aires de 1881, Buenos Aires, 1883, p. 417. Para 1904 los datos han sido extraidos del Boletín Eclesiástico de la Diócesis de La Plata [en adelante, BEDLP], 1904, pp. 346-350. Para las primeras décadas del siglo XX, puede verse la nómina de las 54 parroquias y las 59 capellanías vicarias erigidas durante el obispado de Terrero en el Boletín Eclesiástico de la Diócesis de La Plata, 1921, p. 50. Hay también datos al respecto en Francisco Avellá Cháfer, Monseñor Francisco Alberti, tercer obispo y primer arzobispo de La Plata, La Plata, 2002 y, del mismo autor, "Capellanes y curas de las parroquias de la provincia de Buenos Aires", Estudios, n.442 (oct-dic 1949).
15 No es menos significativo el crecimiento del clero secular platense en este lapso: si en 1900 se la diócesis contaba con 152 sacerdotes, en 1921 ese número se había duplicado hasta alcanzar los 320. Los datos se encuentran en BEDLP, 1921, p.50.
16 Podemos considerar como ejemplo el caso del obispo Terrero. La sucesión aleatoria y desordenada de los autos episcopales de Terrero puede apreciarse en la recopilación de documentos extraidos del BEDLP, que elaboró José Luis Kaufmann, Dos nombres para una historia (1898-1921), Arzobispado de La Plata, 2001.
17 En este sentido, nuestra interpretación no coincide con aquellos autores que han considerado al período de 1880 a 1920 como un momento de letargo institucional en la historia de la Iglesia argentina (Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia argentina..., p. 355). Quienes adscriben a esta perspectiva, adoptaron la fórmula del "renacimiento católico" para referir al proceso de consolidación institucional que le sucedió a partir de la década de 1920. No obstante, creemos que esta concepción rupturista de la historia de la Iglesia no se ajusta del todo a la realidad histórica. Para una discusión acerca de esta tesis rupturista véase Miranda Lida, "Catolicismo y peronismo: debates, problemas, preguntas", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, 27 (2005), pp. 139-148.
18 En este sentido, puede verse el argumento del diputado Delfín Gallo en el Congreso, a la hora de un debate sobre el presupuesto de culto, cuando afirmaría: "No conviene [...] tanto en materia de religión como en cualquier otra materia, matar por completo esa iniciativa que corresponde a las provincias, a las municipalidades, a los particulares, acostumbrándolos a que la mano de la Nación los auxilie continuamente, y acostumbrándolos a que, confiando en esa fuerza, se olviden de desarrollar las propias", Diario de sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, 1881, vol. IV, pp. 1228-1229. Sobre el presupuesto de culto, véase Miranda Lida, "El presupuesto de culto. Estado y sociedad en la construcción de la Iglesia argentina, 1853-1880", ponencia, XIX Jornadas de Historia Económica, San Martín de los Andes, octubre de 2004.
19 Al respecto, véase José Emilio Burucúa e Isaura Molina, "Religión, arte y civilización europea en América del Sud, 1770-1920", Separata, Universidad Nacional de Rosario, 2 (octubre 2001), pp. 1-21.
20 Los datos han sido tomados de: para la parroquia de Monserrat, Archivo Histórico Municipal, legajo 1862-10; en el caso apuntado de Flores, véase "Capilla en Flores", La América del Sud. Diario católico, político, comercial y de intereses generales [en adelante, LAS], 4 de febrero de 1880.
21 LAS, 24 de julio de 1879.
22 LAS, 28 de mayo de 1879. Los listados de suscripción se continuarán publicando en días subsiguientes.
23 "La iglesia de La Piedad", LAS, 26 de noviembre de 1876.
24 "Carta de Pila", La Voz de la Iglesia (en adelante, LVI), 10 de enero de 1885.
25 "La bendición de la capilla del señor Torres", LVI, 22 de mayo de 1889; "Piedra fundamental", LVI, 6 de junio de 1890; "Capilla del Talar de Pacheco", LVI, 5 de diciembre de 1900; "Nueva capilla", LVI, 12 de febrero de 1901; "informe de misión en la estancia Huetel", BEDLP, 2 de enero de 1913, p. 19.
26 Véase "Nueva capilla" [de Fernando Bourdieu], en BEDLP, 7 de mayo de 1908; sobre la estancia "Las Tres Lomas" de Mercedes Anchorena, BEDLP, 21 de enero de 1904; "Informe de misión en las estancias de Duggan", BEDLP, 20 de junio de 1907; "Templo de Santo Domingo" [en la estancia de Magdalena Elía de Ezcurra, en Maipú], BEDLP, 1 de diciembre de 1910, p. 459; "Informe de las misiones dadas en las estancias de Pereyra Iraola", en los partidos de Tres Arroyos, Balcarce y Tandil, BEDLP, 20 de mayo de 1915, p. 185; "capilla de Pipinas", construida por Emilio Álzaga, BEDLP, 18 de enero de 1917, p. 39; "Bendición de una capilla" en O'Higgins, de Mercedes Saavedra de Zelaya, BEDLP, 2 de mayo de 1918, p. 180; "Informe de misión en la estancia La Esperanza de Ángel Cajaraville", BEDLP, 21 de marzo de 1907. Algunas de las capillas de estancias aparecen descriptas en Yuyú Guzmán, El país de las estancias, Buenos Aires, 1983.
27 En el ingenio de Miguel Nouguez se levantó una capilla. "Capilla en un ingenio", LVI, 27 de marzo de 1895. En Córdoba, por su parte, las familias Cernadas y Funes levantaron también capillas en sus propiedades: "En la estancia Las Amalias", LVI, 28 de abril de 1902; "Nuevo templo", LVI, 9 de mayo de 1902.
28 "La bendición de la capilla del señor Torres", LVI, 22 de mayo de 1889.
29 "Misión en una estancia", LVI, 28 de febrero de 1893.
30 "Bendición de una capilla", LVI, 27 de diciembre de 1901; "En Lima. Estancia Santa Rosa", LVI, 6 de febrero de 1906; "bendición de un templo", LVI, 31 de enero de 1911.
31 La bibliografía acerca de la basílica de Luján da muy pocos datos acerca de quiénes aportaron los recursos para la construcción. La revista de la basílica, La Perla del Plata, que salió a la luz en 1890, a la par que se ponían en marcha las obras, recoge los datos acerca de las contribuciones recibidas pero, lamentablemente, la historiografía no le ha prestado mayor atención a esta publicación. De hecho, La Perla del Plata había nacido con el propósito de reflejar, según declaraba en su primer número, "el movimiento de peregrinos y visitantes al santuario de Luján; las ofrendas en metálico u objetos", Juan Antonio Presas, Anales de Nuestra Señora de Luján: trabajo histórico-documental 1630-1982, Morón, 1983, p. 207. Acerca de los debates en torno a la construcción de la basílica véase Dedier Norberto Marquiegui, Jesús M. Binetti y M. Inés Montaldo, "Concepciones eclesiásticas y modelos de urbanización: el debate sobre el emplazamiento y función de la basílica de N. S. de Luján, 1884-1889", ponencia, II Jornadas de Religión y Sociedad, Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, Buenos Aires, octubre de 2000.
32 Adelia Harilaos de Olmos fue madrina de la basílica de Pompeya e hizo innumerables gestiones para conseguir los recursos para su construcción. Entre otras cosas, obsequió la corona para la imagen de la Virgen que fue coronada en 1922.
33 "Monseñor Terrero. A Las Armas", LVI, 22 de enero de 1904; "En San Ramón. Monseñor Espinosa", LVI, 30 de enero de 1904; "Mons. Espinosa", LVI, 5 de febrero de 1904; "Monseñor Romero en Tandil", LVI, 16 de abril de 1900.
34 "Pbro Dr. Andrea", LVI, 6 de febrero de 1904.
35 En la temporada de invierno, en cambio, los conciertos sacros solían desarrollarse en las principales parroquias de la ciudad de Buenos Aires tales como La Piedad, San Miguel, San Ignacio, La Merced, Concepción.
36 "Ramos Mejía. Cambio de titular", LVI, 30 de octubre de 1903. Otro caso similar a éste lo registró el arzobispo Espinosa en un informe que transcribe LVI, 17 de febrero de 1893.
37 En este sentido, véase: "Carta de Pila", LVI, 10 de enero de 1885; "Misión en una estancia", LVI, 28 de febrero de 1893; "Misión en una estancia", LVI, 11 de febrero de 1895; "Misión en una estancia", LVI, 14 de marzo de 1895; "Fiesta religiosa", LVI, 1 de mayo de 1897; "Informe de Mariano Espinosa de misión en Pehuajó", LVI, 24 de julio de 1897.
38 Puede verse por ejemplo la reseña de la visita de Terrero en Baradero, LVI, 27 de enero de 1905.
39 Acerca de los límites de cualquier caracterización del estanciero pampeano que se circunscriba a calificarlo de tradicionalista (o semifeudal) o moderno puede verse Hilda Sábato, Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar, 1850-1890, Buenos Aires, 1989, cap. IV.
40 "En la colonia Uribelarrea", La Voz de la Iglesia, 19 de diciembre de 1901. Otro ejemplo puede verse en el modo en que se describe "el espíritu progresista y altamente filantrópico del acaudalado estanciero don Mauricio Duva, fundador de la hermosa colonia que lleva su nombre en la línea F.C.O. [...] Allá no falta ni una sola manifestación de progreso: la instalación eléctrica, gran casa de comercio y almacén bien abastecida, farmacia regenteada por personal inteligente, lindo hotel, instalaciones agrícolas a la altura de lo más moderno y, para que nada falte, una devota capilla", El Pueblo [EP], 30 de abril de 1916.
41 Véase por ejemplo, "En Alberdi", LVI, 20 de junio de 1902; "Misión en una estancia", LVI, 8 de julio de 1902.
42 "En la estancia de Santa Isabel, de Elortondo", EP, 4 de febrero de 1913; "En las estancias. Veraneo provechoso", EP, 6 de marzo de 1913.
43 Sobre las transformaciones en el periodismo, véase: Sylvia Saítta, "El periodismo popular en los años 20", en Ricardo Falcón (dir.), Democracia, conflicto social y renovación de ideas 1920-1930, Buenos Aires, 2000; también, de la misma autora, Regueros de tinta. El diario "Crítica" en la década de 1920, Buenos Aires, 1998.
44 "La prensa de nuestro credo. Disertación del señor Isaac Pearson", El Pueblo, 11 de diciembre de 1917.
45 "El último ejercicio económico de El Pueblo", El Pueblo, 28 de agosto de 1918.
46 Sí, en cambio, la información puede hallarse en el Boletín de la diócesis de La Plata, que continuó publicando los informes oficiales de los sacerdotes que asistían a las estancias a misionar.

Bibliografía
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19. Lida, Miranda, "La prensa católica y sus lectores en Buenos Aires, 1880-1920", Prismas. Revista de historia intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, 9 (2005), pp. 119-131.
20. Lida, Miranda, "Prensa católica y sociedad en la construcción de la Iglesia argentina en la segunda mitad del siglo XIX", Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, en prensa.
21. Lida, Miranda, "Secularización", en Francis Korn y Miguel de Asúa, Errores eruditos y otras consideraciones, Instituto de Investigaciones Sociales de la Academia Nacional de Ciencias, 2004, pp. 126-131.
22. Liebscher, Arthur, "Institutionalization and evangelization in the Argentine church: Córdoba under Zenón Bustos, 1906-1919", The Americas, vol. XLV, n. 3 (1989), pp. 363-382.
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32. Stoffel, Edgar, "La evangelización de la pampa gringa. Pautas para un trabajo de investigación", en N. T. Auza y Luis V. Favero (comps.), Iglesia e Inmigración, Buenos Aires, CEMLA, 1991, vol. 1, pp. 213-231.
33. Zanatta, Loris, "De la libertad de culto posible a la libertad de culto verdadera. El catolicismo en la formación del mito nacional argentino", Marcello Carmagnani (ed.), Constitucionalismo y orden liberal 1850-1920, Torino, 2000, pp. 155-199.
34. Boletín Eclesiástico de la Diócesis de La Plata.
35. Censo General de la provincia de Buenos Aires de 1881, Buenos Aires, 1883.
36. Diario de sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación.
37. La América del Sud. Diario católico, político, comercial y de intereses generales.
38. La Voz de la Iglesia.
39. El Pueblo.
40. Registro estadístico de Buenos Aires, Buenos Aires, 1873.

recibido: 22/06/05
aceptado para su publicación: 07/10/05