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Cuadernos del Sur. Historia

versión On-line ISSN 2362-2997

Cuad. Sur, Hist.  no.35-36 Bahía Blanca  2007

 

República, democracia y estado federal. Una aproximación a la recepción de la cultura política francesa en el discurso juvenil de Juan Bautista Alberdi (1837-1838)

Alejandro Herrero*

* CONICET-UNLa E-mail: herreroale@interar.com.ar

Resumen
Mi objetivo es estudiar por qué Alberdi, entre 1837 y 1838, sostiene que una república democrática y federal es el programa adecuado tanto para terminar con el despotismo rosista como para insertar a la Confederación Argentina en el mundo moderno. La recepción de ideas es el enfoque elegido. Deseo mostrar que Alberdi no es un reproductor de modelos políticos de la cultura francesa, ya que la realidad americana se le presenta de manera tan compleja que debe emplear diversas respuestas, utilizando conceptos de familias ideológicas claramente distintas y hasta enfrentadas, para resolver el problema de la tiranía.

Palabras claves: República; Democracia; Federalismo.

Abstract
The purpose of this work is to study the reason why Alberdi, between 1837 and 1838, held that a democratic and federal republic was the adequate program to end with Rosas' despotism and also to insert the Argentine Confederation in the modern world. The focus chosen is the reception of ideas. In this way, I want to show that Alberdi was not a reproducer of political models of the French culture, since the American reality appeared to him in such a complex way that he had to use diverse responses, using concepts of clearly different ideological families and even opposed, to solve the tyranny problem.

Key words: Republic; Democracy; Federalism.

Recibido 30/06/05
Aceptado para su publicación 23/05/05

Introducción

Juan Bautista Alberdi (1810-1884) está obsesionado, en sus escritos de 1837-1838, con un problema que puede sintetizarse en este interrogante: ¿cómo escapar de un gobierno despótico, segundo período de Juan Manuel de Rosas (1835-1852), sin reabrir el ciclo de guerras civiles que se suceden desde la Revolución de 1810?1 Está convencido que una república democrática y federal es la mejor respuesta para separar, definitivamente, la política de las armas y crear un orden político moderno.

En este programa pueden detectarse las influencias del saintsimonismo disidente, sobre todo en dos figuras claves a comienzos de 1830, Pierre Leroux y Eugenio Lerminier; y de un autor que forma parte del liberalismo doctrinario, Alexis de Tocqueville. Todavía no estamos en presencia del Alberdi liberal que trasciende posteriormente (desde la década del 40), por el contrario, nos encontramos con alguien que cuestiona las premisas básicas de esa ideología política2.

La recepción de ideas es el enfoque que orienta esta investigación. Quisiera mostrar que Alberdi no es un simple reproductor de modelos políticos de la cultura francesa, ya que la realidad americana se le presenta de manera tan compleja que debe emplear diversas respuestas, utilizando conceptos de familias ideológicas claramente distintas y hasta enfrentadas, para resolver el problema de la tiranía.

República democrática y estado federal. Ecos saintsimonianos y doctrinarios en la reflexión alberdiana.

Hay tres referentes franceses que son decisivos en Alberdi: Leroux, Lerminier y Tocqueville. El primero es un saintsimoniano disidente que tras la Revolución de 1830 rompe, virulentamente, con el saintsimonismo y forma otro grupo que se diferencia tanto de los liberales doctrinarios (que participan de la Monarquía de Julio, 1830-1848) como de los socialistas saintsimonianos (con posiciones radicalizadas y opositoras al gobierno). Lerminier que está unido al círculo saintsimoniano en las jornadas revolucionarias también se separa de ellos, aunque sigue un itinerario más solitario hasta que en 1838 se acerca a posiciones doctrinarias y se incorpora al gobierno de la Monarquía de Julio. Como es conocido, Tocqueville tiene un origen aristocrático y forma parte del elenco doctrinario.

¿Cuáles son sus proyectos políticos? Leroux y Lerminier sostienen una república, democrática y centralista a comienzos de los años 30. Acotemos algo importante: cuando Lerminier ingresa a fines de esa década a las filas doctrinarias adhiere al régimen censitario. Leroux recorre un camino inverso: extrema su posición republicana y democrática en los años 40 y participa activamente de la Revolución de 1848. Tocqueville, en cambio, siendo doctrinario elogia - en La democracia en Américaeditado en 1835- al estado federal de los Estados Unidos de América, aunque no lo cree conveniente para Francia que tiene una tradición centralista muy fuerte.

Alberdi selecciona y articula diversos conceptos de las obras de Lerminier, Leroux y Tocqueville (aunque también invoca, en menor medida, otras autoridades) para redactar un programa republicano, democrático y federal que intenta diferenciarse tanto de la república autoritaria rosista (que padece y vive en la ciudad de Buenos Aires) como de la república liberal del grupo unitario (que gobernó Buenos Aires en los años 20 y que, luego de ser derrotada en el campo de batalla, se mantiene en el exilio).3 Como se puede apreciar, no es consecuente completamente con ninguno de sus maestros. A continuación, evaluaré de qué modo se combinan en el análisis alberdiano los modelos políticos franceses, su enfoque historicista y las necesidades propias de los rioplatenses.

La democracia en el debate francés: Guizot, Lerminier y Leroux. Los usos de Alberdi.

Guizot

Los doctrinarios se propusieron elaborar un proyecto político que sea estable, pacífico y que incorpore los ideales de libertad y de igualdad (invocados en la Revolución de 1830) pero advirtiendo la necesidad de colocar ciertos "diques" o "frenos" a los excesos "de la voluntad general"4. Para Guizot, la igualdad sólo podía ser aceptada, si se revisaba la noción de soberanía popular y se la entendía asociada a la razón. La "soberanía de la razón" significa que sólo los más aptos (sujetos con educación y fortuna) pueden acceder a la participación política. Y mediante esta noción Guizot intenta unir liberalismo e igualdad sin que ésta última se convierta en una amenaza para las libertades del individuo.5 "Para los doctrinarios, ha señalado Natalio Botana, la sociedad está formada por tres clases de individuos que comparten intereses semejantes: los que posean la tierra y capital y, por tanto, un mínimo de ocio para cultivar la inteligencia; los que trabajan como propietarios industriales, con dinero propio y ajeno, cuya ocupación les exige perfeccionar su entendimiento; aquellos, en fin, sin capital ni posibilidad de ahorro, que viven de su trabajo diario y solo pueden satisfacer necesidades inmediatas. La capacidad política está radicada, como virtud latente, en las dos primeras clases de individuos. Solamente ellos tienen derecho a elegir y ser elegidos. Así queda fundamentado el sufragio censitario, que restringe el voto universal"6.

Estas ideas incorparadas al gobierno derivan en una dura polémica. Leroux critica esta vinculación doctrinaria de liberalismo e igualdad mientras que Lerminier sostiene la necesidad de una mayor ampliación de la participación del ciudadano en el sistema electoral francés. Ambas cuestiones pueden encontrarse en el discurso de Alberdi. Veamos por separado cada una de ellas.

Leroux

La república democrática, esbozada por Leroux, trata de armonizar dos nociones claves: la autonomía de los individuos con la voluntad colectiva. Reivindica la libertad del sujeto ante los ataques del estado o de la nación y, al mismo tiempo, en otros pasajes afirma la necesidad de que los individuos se subordinen a la voluntad general. Recordemos que los destinatarios de sus críticas son, por un lado, los liberales doctrinarios (Guizot) y, por otro, los saintsimonianos o socialistas (Enfantin y Bazard).

"Mientras que los partidarios del individualismo se regocijan o se consuelan sobre las ruinas de la sociedad, escribe Leroux, refugiados como están en su egoísmo, los partidarios del socialismo, encaminándose denodadamente hacia lo que ellos llaman una época orgánica, se esfuerzan en hallar la manera de enterrar toda libertad, toda espontaneidad, bajo lo que ellos llaman la organización"7.

Leroux considera que sabe como armonizar pacíficamente los principios de religión nacional y de libertad individual cuando escribe: "Hubiésemos debido proclamar la libertad de conciencia individual y al mismo tiempo la unidad indivisible de una religión nacional (...)"8.

El pasaje pone al descubierto las dificultades que tiene para delimitar con precisión como una noción no lesionaría a la otra. Lo mismo puede registrarse cuando expone la concepción de un arte "socialista, democrático". A sus ojos, el arte tiene una función social, "sus dramas" deben estar alimentados por los principios "democráticos y humanitarios" difundiendo los ideales de hermandad entre los ciudadanos. Critica a los artistas que bajo la etiqueta de "el arte por el arte" siguen sus intuiciones individuales y son ciegos a su misión social. Leroux escribe: "¡Ay del artista que viendo su época flotar entre el pasado y el futuro, sin un destino, se destroza igualmente a sí mismo, y acaba por no tener otra religión social sino el culto del arte, la religión del arte! (...) Ese Moloch absurdo, sin corazón y sin entrañas, que el egoísmo de algunas organizaciones ha engendrado en estos últimos tiempos"9.

Una misma lógica se repite en estos pasaje, ya sea cuando habla del orden político o su concepción sobre el arte, desea conciliar dos nociones, libertad individual y voluntad colectiva, que no parecen poder hermanarse.

Examinemos de qué manera Alberdi usa estos argumentos de Leroux para distanciarse tanto de la república federal como de la república unitaria. Sostiene, oponiéndose al liberalismo, que la voluntad colectiva puede avasallar, en algunos casos, el egoísmo de los hombres que representan una amenaza para la unidad social. No debemos olvidar que el siguiente pasaje se escribe bajo el clima asfixiante de un régimen que de hecho cercena la vida de sus habitantes.

"Pero si alguna vez esta correlación faltase, anota Alberdi, o por mejor decir, si alguna vez se viese en lucha la razón general con la razón individual, si la vida de un individuo fuese incompatible con la de un pueblo, por uno de aquellos fenómenos de que la historia no es escasa, me parece que el sacrificio de esta individualidad sería, si puedo hablar así, de una justa injusticia: sería repetir en el mundo moral, lo que Dios en el mundo físico: un sacrificio de las parciales armonías a la armonía universal. Sería, en fin, sino cumplir, concordar al menos las leyes de Dios"10.

La "razón general" tiene una función clave: detiene los avances del "individualismo", cuyo mayor peligro reside en el "egoísmo" que tiende a disolver, fatalmente, el lazo social.

"La moral egoísta, escribe Alberdi, aniquila el dogma de la moral verdadera, de la moral desinteresada (...) ahoga los bellos ardores de la patria y la humanidad y conduce a un individualismo estéril y yerto"11.

En otros pasajes, de manera inversa, separándose de la república autoritaria (régimen rosista), afirma que ni el pueblo, ni el estado, ni la nación, pueden colocarse por encima del individuo. Alberdi, que había escrito que los doctrinarios "deben callarse para siempre",12 los trae nuevamente al interior de sus argumentos para defender el régimen representativo y las libertades individuales afirmando que "la división del poder, la elección y la publicidad (...) son los medios de reunir y hacer que gobierne la razón pública y la voluntad. De modo que donde estos medios no existen, puede afirmarse que la razón pública y la voluntad política no gobiernan, es decir, no hay gobierno representativo, y por tanto, no hay perfecta sociedad, no hay perfecto estado, no hay perfecto gobierno, todo es despotismo, y ya se sabe que despotizar no es gobernar (...) Cesa pues el poder del estado en el punto que comienza a ser nocivo, a la asociación o al individuo (...) De este modo el progreso de la luz pública, es también el progreso de la libertad pública, porque ser libre, como lo han dicho Constant y Guizot, es tener parte en el gobierno"13.

Como se trata de un proyecto y no de actos concretos de gobierno, es difícil imaginar, igual que en los escritos de Leroux, de qué manera se realizaría esa "armonía". Subrayemos que Alberdi no deja de reconocer esta tensión, advirtiendo que es un problema aún abierto.

"Sin embargo, explica Alberdi, no nos demos prisa a poner término a un problema tan antiguo y quizás tan eterno como el hombre: la relación entre la individualidad con la generalidad. Es el nudo gordiano, que mientras los filósofos se ocupan de desatar, los gobiernos lo cortan como les conviene"14.

Este conflicto, más allá de este reparo, recorre como un hilo rojo todo su discurso. En diferentes artículos de La Moda (publicación del grupo romántico argentino), escribe comentarios, desde una concepción de "arte democrático y socialista", sobre obras de teatros, poemas, formas de vestirse, de peinarse, donde emerge, una y otra vez, la tensión entre patria y libertad individual.15.

El egoísmo del individuo también es criticado en el plano económico. "Smith, explica Alberdi, hizo un mal uso de un excelente método: observó mal, observó poco, no observó todo lo que había que observar: mutiló el hecho humano, y sobre el fragmento muerto, edificó una ciencia sin vida16. Repitiendo a Leroux, Alberdi17 se inclina por una "economía que, de acuerdo con la faz democrática de la moral que viene, dará por resultado la mayor satisfacción posible, no de algunas naturalezas individuales, sino de la naturaleza unitaria, y sintética de la humanidad entera, por el triple desarrollo de la faz material, moral, intelectual de la humanidad."18.

Una constante atraviesa los escritos de Leroux y de Alberdi: la democracia (invocada como voluntad colectiva, igualdad o religión nacional) convive mal con la teoría liberal, sobre todo con uno de sus principios centrales, la libertad del individuo, que es juzgado como la gran piedra del escándalo y punto de desencuentro tanto con los doctrinarios en Francia como con los liberales unitarios en el Río de la Plata.

Lerminier, Chateaubriand y Lamennais.

Alberdi escribe: "¿Pero qué nos revela el aspecto moral de la sociedad humana en el siglo XIX? El pueblo -la libertad - la igualdad: y por forma gubernamental, por fórmula política, la democracia republicana (...) ¿Cuál era la faz positiva del hecho moral en la época del mundo que va a caducar? La monarquía y la aristocracia. ¿Cuál comienza a reemplazarla? La democracia republicana".19 La mirada historicista describe realidades específicas. Y la distinción entre pueblo y populacho es clave, como le enseña Lerminier,20para verificar en qué etapa de la evolución se encuentra la sociedad riopletense: "El pueblo, afirma Alberdi, es soberano cuando es inteligente. De modo que el progreso representativo es paralelo al progreso inteligente. De modo que la forma de gobierno es una cosa normal, un resultado fatal de la respectiva situación moral e intelectual de un pueblo; y nada tiene de arbitraria y discrecional: puesto que no está en que un pueblo diga -quiero ser república- sino que es menester que sea capaz de serlo"21.

Alberdi, siguiendo a Lerminier,22 plantea la ampliación de la participación política en plena oposición a Guizot. Una acotación necesaria: la posición del gobierno (Monarquía de Julio, 1830-1848) era la que se fundamenta con la opinión de los doctrinarios como Guizot, mientras en la oposición más extrema se difundía una idea radicalizada, como la de Lamennais, que reivindicando los valores democráticos de la Revolución del 30, plantea una república federal y democrática con sufragio universal. Alberdi invoca la autoridad de Lamennais y cita sus trabajos con frecuencia para reforzar sus ideas sobre una república democrática o para criticar la opresión que se ejerce sobre los más humildes23. Pero hasta aquí llega su admiración sobre este sacerdote. El sufragio universal le parece un error sumamente peligroso. La democracia es, como sostienen tanto Lerminier como Chateaubriand (que siempre perteneció a las filas monárquicas y siempre desconfió de las bondades del voto del pueblo), la forma más civilizada de gobierno, aunque sólo apta para pueblos maduros. Entre el sufragio universal y el régimen censitario propuesto por los doctrinarios, Alberdi fija su posición de manera muy imprecisa: si la sociedad, a sus ojos, es un "embrión", un "bosquejo", abrir las puertas a todos los ciudadanos es postergar una vez más el avance hacia la "faz democrática". Su mirada historicista imprime a sus conclusiones un tono claramente conservador: "la democracia es pues, como lo ha dicho Chateaubriand, la condición futura de la humanidad y del pueblo. Pero adviértase que es la futura, y que el modo de que no sea futura, ni presente, es empeñarse en que sea presente, porque el medio más cabal de alejar un resultado, es acelerar su arribo con imprudente instancia"24.

Estado federal. Ecos de Tocqueville y de Lerminier en los escritos de Alberdi.

Desde la década del 30 existe un consenso en la Confederación Argentina: rechazar cualquier forma unitaria o centralista25. Sabemos que Leroux y Lerminier sostienen que el centralismo político es la opción más adecuada para las naciones modernas. Alberdi acepta los hechos (el peso del pasado) y busca en otra autoridad intelectual, Alexis de Tocqueville, una respuesta específica para sudamérica26.

El federalismo rosista adhiere al Pacto Federal (1831) que dio origen a la Confederación Argentina: una alianza entre los estados que conserva su soberanía y delega sólo el poder de la representación exterior al gobernador de la provincia de Buenos Aires (de hecho es una confederación dirigida despóticamente desde la ciudad puerto). La observación de Alberdi destaca, en principio, elementos que producen la fragmentación de la nación: escasa población, inmenso territorio y guerra civil. Una confederación liga muy débilmente a los estados. En La democracia en América de Alexis de Tocqueville encuentra el mejor modelo27. La fórmula federal (o estado federal) de los Estados Unidos armoniza, de manera firme y con clara división de atributos, la autonomía de cada provincia con la soberanía de la nación. Pero estas conclusiones no significan copiar un modelo político sino que derivan de una lectura historicista.

Alberdi subraya, en la XV palabra simbólica del Credo (1838) o Dogma de la Asociación de Mayo (el mismo texto rebautizado en 1845), que el ciclo de la guerra civil se inicia como una lucha entre principios opuestos que deben conciliarse. Se trata de un enfrentamiento entre dos facciones que a lo largo de la historia han cambiado de nombre pero no de naturaleza: "Facción Morenista, facción Saavedrista, facción Rivadaviana, facción Rosista, son para nosotros, voces sin inteligencia". Pero no desconocía que eran corrientes arraigadas en la sociedad rioplatense y que su ciclo no había terminado: "Hemos visto luchar dos principios, en toda la época de la revolución, y permanecer hasta hoy indecisa la victoria". Unitarios y federales, celestes y colorados, tras largos años de guerra debían concluir por lograr un acuerdo. En esta guerra no cabía la victoria sino "una fusión doctrinaria (...) política y social"28.

En su opinión las dos facciones son fenómenos propios de la Confederación Argentina. La tradición unitaria nace de la unidad del origen español, de la religión católica, costumbres e idioma y del orden político colonial: unidad en el territorio del virreinato con Buenos Aires por capital, en la legislación civil, comercial y penal, en el procedimiento judicial, en las finanzas y administración común. Posteriormente la revolución suma antecedentes: una creencia republicana, el sacrificio colectivo en la guerra, pactos y proyectos de gobierno común, la acción diplomática, bandera, símbolos y glorias compartidas, "la unidad tácita, instintiva, que se revela cada vez que se dice sin pensarlo: República Argentina, territorio argentino, nación argentina, patria argentina...". El unitarismo colonial es el poder institucional forjado por una rutina, actos y conductas repetidas; unitarismo revolucionario es en cambio el poder en su momento originario, el sentimiento de una guerra compartida por el pueblo. Sobre el lenguaje que proviene del fondo colonial, ese poder unitario ha creado nuevas palabras. Argentina es el vocablo de la unidad interior, de una realidad inédita, fronteras adentro, que van trazando los gobernantes y las batallas. Y a aunque Alberdi no ocultaba que el federalismo había abierto una inesperada fragmentación derivada de la guerra; de las rivalidades sembradas por el régimen colonial "y renovadas por la demagogia republicana" arriba, nuevamente, a un hecho crucial de unidad: todas las provincias firmaron el Pacto Federal y, desde entonces, ese duro dato debía ser respetado por el legislador. Alberdi plantea que "toda federación es un estado intermediario entre la independencia absoluta de muchas individualidades políticas, y su completa fusión en una sola y misma soberanía". Por ese intermedio -concluye- "será necesario pasar para llegar a la unidad patria". En esa combinación de principios donde la acción política escucharía "el eco de las provincias y el eco de la nación", descansa, según Alberdi, la república que debe constituirse29.

Hay, sin embargo, una zona oscura de la realidad rioplatense que plantea que la fórmula federal deba ser aceptada, pero bajo determinadas condiciones. La guerra civil terminó, de manera violenta, bajo la pesada mano de la tiranía rosista. Los hechos indican que un sistema federal que no tenga en cuenta esta circunstancia no puede ser más que declarativo, debe existir, inevitablemente, un poder fuerte que discipline a la elite siempre proclive a resolver sus querellas por vía armada. Otro autor francés refuerza esta idea. Balcarce visita a Lerminier en 1838, le entrega el Fragmento preliminar y mantiene un diálogo muy productivo. Desde París, Balcarce le escribe una carta a su amigo transmitiéndole un comentario de Lerminier: "Me habló de nuestra centralización nacional, como de la primera condición para nuestros progresos"30. Alberdi atesora estas dos lecciones, la experiencia rosista y el consejo de Lerminier31, y propone un poder ejecutivo fuerte con amplios poderes legales como requisito esencial para terminar con los egoísmos particulares y dar unidad a la república. De este modo, la autonomía de los estados provinciales pueden ser avasalladas desde el gobierno central si el orden y la paz lo requieren. En un tono escasamente amable Alberdi afirma lo siguiente: "Sin costumbres, sin moral, sin buenas bases de educación, sólo la fuerza el poder virtuoso puede sostener eficazmente las instituciones, ahogar las individualidades, dominar los intereses parciales excéntricos al bien común, y fortalecer los vínculos generales de la sociedad. El poder ejecutivo encargado, por la naturaleza de nuestros gobiernos, de la administración inmediata de los negocios públicos, de la seguridad interior y de la defensa exterior del Estado, necesita una acción vigorosa y concentrada, singularmente en países donde el hábito de la desobediencia ha llegado a confundirse con el espíritu de la libertad; y donde la aptitud para la administración no es común: necesita una influencia superior, capaz de subordinar las influencias parciales, de disciplinar y poner a raya las aspiraciones que ellas fomenten; un poder que esté en armonía con la misión que es llamada a desempeñar, y una extensión de las facultades bastantes para imprimir un movimiento regular a la maquinaria administrativa en estos países nuevos en la carrera de la libertad"32.

Una y otra vez, su enfoque historicista (aceptar lo dado, los hechos) pone límites bien precisos a su proyecto y le imprime un tono claramente conservador; ya que sólo es posible un mínimo de democracia mientras exista un pueblo que no sea ilustrado y sólo es aceptable un mínimo de federalismo puesto que es necesario que las intervenciones federales lesionen las autonomías provinciales mientras existan resistencias armadas en la Confederación Argentina.

Alberdi se presenta como un actor fundamental: diseña el programa de la nación, selecciona y distingue las ideas incorrectas (promovidas por unitarios y federales rosistas) que han conducido al despotismo o a la guerra, de las creencias que establecerán, finalmente, la unidad de la sociedad y de la república. Sin embargo, nunca emergen, en esta trama argumentativa, los actores que llevarán a cabo este proyecto de futuro. Si bien entre 1839 y 1841 surgieron grupos que lucharon por vía armada contra Rosas, éstos no lograron derrocarlo. Es decir, Rosas resultó ser un hábil político que se mantuvo en el poder hasta 1852.

A modo de conclusión

¿Cómo escapar de un gobierno despótico, segundo período de Juan Manuel de Rosas (1835-1852), sin reabrir el ciclo de guerras civiles que se suceden desde la Revolución de 1810? A los ojos de Alberdi, ese es el principal interrogante que condensa los problemas argentinos, y su programa republicano federal y democrático, donde existe una marcada influencia de la cultura política francesa, es la respuesta adecuada para resolver la cuestión de crear un orden que supere ese círculo vicioso de la lucha armada permanente.

Distanciándose tanto de la república liberal unitaria como de la república autoritaria rosista, Alberdi sostenía entre 1837 y 1842, empleando sus palabras, una república democrática (siguiendo, sobre todo, los discursos exaltados de Leroux), que combinaba armoniosamente, a su entender, los principios de igualdad y de libertad individual proclamados por la Revolución. Difícilmente podamos asimilar esta propuesta con la ideología liberal, ya que la libertad del individuo se ve amenazada por varias cuestiones. Alberdi planteaba la necesidad de un dogma social o filosofía nacional (esquema extraído de Leroux, Lerminier y Jouffroy), una concepción de arte socialista (de clara influencia saintsimoniana), una economía democrática, es decir, planificada (adhería también aquí a Leroux) y un poder ejecutivo fuerte cuya función consistiría en disciplinar a la elite (siempre presta a resolver los problemas por vía armada) y conseguir (aunque no era él único instrumento para ello) la unidad nacional en un territorio donde predominaba la dispersión y la escasa población. Conviven, sin duda, de manera tensa, conflictiva y hasta no resuelta en su argumentación, por una parte la apelación de ciertas nociones que lesionan la libertad individual (filosofía nacional, arte socialista, economía democrática), con la invocación de autoridades liberales o doctrinarias como Constant y Guizot, para defender, por el contrario, la autonomía de los ciudadanos ante el avance del Estado o de la sociedad que podía amenazarla (circunstancia que ocurría, recordemos, en la etapa rosista)33. Al mismo tiempo, era un duro crítico del concepto de soberanía de la razón, que imperaba en la Monarquía de Julio, inspirada en Guizot, y defendía la soberanía popular defendida, desde la oposición en Francia, por saintsimonianos y neo-católicos, aunque, dejaba en claro, que no se sumaba a la idea de sufragio universal propuesta por Lamennais sino a una ampliación de la representación política, teniendo, siempre en cuenta que la democracia no debe separarse de los principios de "inteligencia" y de "trabajo", tal como decía Lerminier.

Nuestro estudio ha intentado mostrar, además, que a través del enfoque llamado de recepción de ideas puede advertirse que Alberdi no copia, ni es un mero "eco" de los autores franceses, sino que selecciona y usa conceptos de familias ideológicas diferentes y hasta duramente enfrentadas que hablan unos desde la oposición (saintsimonianos disidentes) y otros desde el oficialismo (doctrinarios).

Hemos visto, por ejemplo, que las ideas historicistas de Lerminier (en su período santsimoniano a comienzos de los años 30) son utilizadas para interpretar la etapa unitaria y al régimen rosista. La república democrática, pregonada entre 1837 y 1838, fue pensada también con ejes conceptuales de Lerminier, sobre todo su noción de igualdad y la apelación de un poder ejecutivo fuerte requisito indispensable en sociedades como la americanas del sur propensas a la guerra y la fragmentación. Tocqueville, integrante del grupo doctrinario, le permite pensar la fórmula del estado federal como superadora de la Confederación reinante. Pero debemos agregar que Alberdi no es consecuente con sus ideas, ya que se separa del concepto de poder ejecutivo que Tocqueville elogia en los Estados Unidos, para inclinarse por otro, que como le recomendaba en una carta Lerminier a J. B. Alberdi, debía tener grandes atribuciones. Lamennais (neo-católico) es invocado por Alberdi para reforzar sus argumentos democráticos y exaltar a los pobres, pero rechaza de plano su apología del sufragio universal, ya que sería repetir el error de los unitarios (su ley electoral de comienzos de los años 20).

Para decirlo de otro modo: ¿qué pone al descubierto nuestro estudio de recepción de ideas? La independencia que tiene Alberdi en su relación con su guías intelectuales. Brindaremos dos ejemplos más vinculados a la lectura de los programas de Leroux y de Tocqueville.

Leroux pregonaba en Francia, desde la oposición, una república centralizada y democrática. Alberdi selecciona de Leroux su idea de república y sus conceptos de economía, literatura y de sociedad democrática, pero se separa claramente de su centralismo porque chocaba, en su opinión, con la tradición federal de las provincias Argentinas. El problema de la centralización o descentralización fue pensado con Tocqueville, quien admiraba la forma federal norteamericana puesto que lograba un equilibrio entre el poder de la nación y el poder de las provincias asociado a un gobierno que respetaba la división de poderes. Alberdi, como ya lo advertimos, sigue en este punto a Tocqueville, pero tampoco fue con él enteramente consecuente. Alberdi se apropia de la fórmula federal por dos razones: por un lado porque respondía a los requerimientos de la mayoría de las provincias y, por otro, porque un estado federal supone un equilibrio entre la soberanía de la nación y la soberanía de las provincias con lo cual deja atrás el confederacionismo que disgregaba a la nación. Sin embargo, no acepta la división de poderes tal como proponía Tocqueville, ya que la guerra civil Argentina requería, para Alberdi, de un poder ejecutivo fuerte que tuviera todos los atributos legales para terminar con el gran problema de la guerra civil.

En síntesis: Alberdi sostiene en su presentación pública en Buenos Aires en 1837-1838, un programa republicano, democrático y federal con un poder ejecutivo fuerte, articulando, muchas veces de manera tensa, ideas de Leroux y Lerminier (saintsimonianos disidentes), de Lamennais (neo-católico) y de Tocqueville (doctrinarios), con el objetivo de dar respuesta al problema de terminar con las guerras civiles o el despotismo, y separar, definitivamente, la política de las armas.

Notas
1 Una síntesis de las últimas imágenes sobre el rosismo puede consultarse en dos valiosos trabajos: Ricardo Salvatore, "Consolidación del régimen rosista (1835-1852)", en: Noemí Goldman, (dir.) Historia Argentina. Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Sudamericana, 1998; y C. Segreti, A. Ferreyra y B. Moreyra, "La hegemonía de Rosas. Orden y enfrentamientos políticos (1829-1852)", en: Nueva Historia de la Nación Argentina, T. 4, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia-Planeta, 2000. Existe una abundante bibliografía sobre el tema, entre las contribuciones más recientes recomendamos las siguientes: Jorge Myers, Orden y virtud. El discurso republicano en el régimen rosista, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1995, pp. 13-108; Marcela Ternavasio, La revolución del voto. Política y elecciones en Buenos Aires. 1810-1852, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores Argentina, 2002; Ricardo Salvatore, "Reclutamiento militar, disciplinamiento y proletarización en la era de Rosas", en: Boletín del Instituto de Historia Argentina y americana "Dr. Emilio Ravignani", Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 5, 1er. semestre, 1992, pp. 25-47; "El imperio de la Ley: delito, estado y sociedad en la era rosista", en: Delito y sociedad, Santa Fe, 4-5, 1994; Jorge Gelman, "Crisis y reconstrucción del orden en la campaña de Buenos Aires. Estado y sociedad en la primera mitad del siglo XIX", en: Boletín del Instituto de Historia Argentina y americana "Dr. Emilio Ravignani", Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 21, 1er. semestre, 2000 y Oreste Carlos Cansanello, De Súbditos a Ciudadanos. Ensayos sobre las libertades en los orígenes republicanos. Buenos Aires 1810-1852, Buenos Aires, Imago Mundi, 2003.
2 Como se sabe, Alberdi pertenece por esos años a un grupo autodenominado la Nueva Generación Argentina. El trabajo más completo sigue siendo el ensayo clásico de Félix Weinberg, El salón literario de 1837, Buenos Aires, Hechette, 1958. Una síntesis sobre los rasgos más importantes de la Generación del 37 puede verse en la valiosa contribución de Jorge Myers, "La Revolución en las Ideas: la Generación romántica de 1837 en la cultura y en la política argentina", en: Noemí Goldman (dir.), Historia Argentina. Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, t, 3, pp. 393-414. Véanse también otras importantes contribuciones: Fabio Wasserman, Formas de identidad política y representaciones de la nación en el discurso de la generación de 1837, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1996; William Katra, La Generación del 37. Los hombres que hicieron el país, Buenos Aires, Emecé, 2000; y Olsen A. Ghirardi, La Generación del 37 en el Río de la Plata, Córdoba, 2004.
3 Para una evaluación sobre los aspectos políticos y culturales del período rivadaviano véanse los siguientes estudios: Marcela Ternavasio, La supresión del cabildo de Buenos Aires: ¿crónica de una muerte anunciada?, en: Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 21, 1er. semestre de 2000, pp. 33-74; Jorge Myers, "La cultura literaria del período rivadaviano: saber ilustrado y discurso republicano", en: F. Aliata y M. L. Munilla Lacasa (eds.), Carlo Zucchi y el Neoclasicismo en el Río de la Plata, Buenos Aires, 1998, pp. 31-48; Klaus Gallo, "¿Reformismo radical o liberal? La política rivadaviana en una era de conservadorismo europeo, 1815-1830", en: Investigaciones y ensayos, Academia Nacional de la Historia, 49, enero-diciembre, 1999; "Jeremy Bentham y la "Feliz Experiencia": presencia del utilitarismo en Buenos Aires 1821-1824", en: Prismas. Revista de historia intelectual, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 6, 2002. Para una mirada sobre la opinión pública de ese período véase la excelente investigación de Fernando Aliata, La ciudad regular. Arquitectura, programas e instituciones en el Buenos Aires posrevolucionario (1821-1835), Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2000.
4 El estudio más exhaustivo sobre los doctrinarios sigue siendo el de Pierre Rosanvallon, La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia, México, Instituto Mora, 1999, pp. 194-218. Recomendamos también: Natalio Botana, La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas política de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, pp. 108-152; y Darío Roldán, Liberales y doctrinarios: acerca de la tradición liberal en Francia, en: Revista de Occidente, octubre 2000, pp. 29-45. Y en particular sobre Victor Cousin véase: Patrice Vermeren, Victor Cousin, le jeu de la philosophie et de l'Etat, Paris, éditions L'Harmattan, 1995.
5 Pierre Rosanvallon señala que "la obra de los doctrinarios, y muy particularmente de Guizot, se arraigaba en la doble preocupación de concluir la revolución y fundar una política racional. El fracaso de los constituyentes, al igual que el de los terminorianos, radica para él en una triple ambiguedad que toca a su concepción de la representación, de la soberanía y de la igualdad. Los constituyentes y los terminorianos, opina Guizot, no han llegado al final de su reflexión sobre la soberanía, al distinguirse con dificultad el momento liberal de su enfoque (la noción de soberanía de la nación que vuelve, por una parte, a postular un lugar vacío del poder) de su momento democrático (la diferencia de la soberanía del pueblo y la soberanía de la nación que ha sido verdaderamente elaborada). Después han articulado mal su crítica a la aristocracia y los privilegios con una filosofía positiva de la igualdad civil. De ahí viene, en lo que toca a este último punto, su dificultad para concebir la relación entre igualdad y ciudadanía, y los equívocos del sistema electoral en segundo grado." P. Rosanvallon, La consagración del ciudadano, ob. cit., p. 212.
6 N. Botana, La tradición republicana, ob. cit., p. 125. 7 Pierre Leroux, "De la recherche des biens matériels ou de l'individualisme et du socialisme". Citado: Paul Bénichou, El tiempo de los profetas. Doctrinas de la época romántica, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p.329. Sobre la recepción de Pierre Leroux en el pensamiento alberdiano véase, además, Alejandro Herrero, "Juan Bautista Alberdi: de la "república democrática" a la "república posible". Un proyecto alternativo al régimen de Juan Manuel de Rosas," en: Anuario de IEHS, 17, 2002, pp. 261-290; y Carla Galfioni, Igualdad y democracia en el joven Alberdi. La presencia del socialismo utópico francés en el pensamiento argentino del siglo XIX, Tesis de Licenciatura, Universidad Nacional de Córdoba, 2004.
8 Ibid.
9 Pierre Leroux, "Prefacio" al tomo IX de la Revue Encyclopédique, diciembre-1831. Citado: Paul Bénichou, El tiempo..., ob. cit., pp. 305-306.
10 Juan Bautista Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del derecho, Buenos Aires, Biblos, 1984., p. 290.
11 Juan Bautista Alberdi, Fragmento..., ob. cit., p. 145. En este punto sigo a Bernardo Canal Feijóo, Constitución y Revolución, (1955) Buenos Aires, Hyspamerica, 1986, pp. 47-55.; y Jorge Myers, ob. cit.
12 Juan Bautista Alberdi, Fragmento..., ob. cit.,p.237.
13 Juan Bautista Alberdi, Fragmento..., ob. cit., pp. 291-292.
14 Ibid.
15 Alberdi juzga, de este modo, un poema titulado (Ella, cielito): "Esta poesía, que sin duda es bella, es no obstante como una gran parte de la poseía que se escribe en nuestro país, incompleta y egoísta. No expresa una necesidad fundamental del hombre, ni de la sociedad, ni de la humanidad, ni del progreso: es la expresión de un sentimiento individual y por tanto a pesar de su belleza, es una poesía pueril y frívola en el fondo. Es dedicada a Ella: -¿Cuál ella? ¿La patria? ¿La humanidad? -No: una mujer. Es un amante que en pago de un amor egoísta, pretende pasar su vida cantando día y noche: bello y noble destino, sin duda, para el hijo de una patria y de una humanidad que sufren ignorancia y pobreza y necesitan palabra elocuente que lo grite". Juan Bautista Alberdi, "Ella, cielito", en: La Moda (1838), Obras completas de Juan. B. Alberdi, Buenos Aires, La Tribuna Nacional, 1886-1887, tomo 2, p. 395.
16 "La faz moral y la intelectual protestaron contra esta mutilación de la trinidad humana (individuo, nación, humanidad), y reclamaron una nueva ciencia económica, y armónica con ellas, viva con ellas, humana como ellas". Juan Bautista Alberdi, Fragmento..., ob. cit., , p. 228.
17 Alberdi decía: "véase los fuertes artículos de Economía Política, publicados por la Revista Enciclopédica, publicados desde 1833 por Pierre Leroux". Ibid.
18 (...) nos elevaremos a la concepción de una ciencia filosófica de la economía, verdadera ciencia que no ha nacido aún, cosmopolita y de todas las edades, que explique su historia, y se traduzca en miles de metamorfosis, sin dejar de ser bajo todas ellas, siempre la misma ciencia" Ibid., p. 227.
19 Ibid.
20 Lerminier afirma, en 1830, que la democracia "se apoya en la inteligencia, no es mercantil sino agrícola e industrial (...) No es demagógica, es pueblo y no populacho; se recluta y se sostiene en el trabajo; no ama la ociosidad así ésta esté bajo harapos, así en las cortes; tiende a elevarse, no a descender." Eugenio Lerminier, "Lettres Philosophiques adressées a un Berlinois. De la Démocratie française. M. De Lafayette", en: Revue de Deux Mondes, Paris, 5 novembre 1830, Tome VIII. pp. 473-476 (Traducción Gustavo Sarría, Fuentes ideológicas del Fragmento preliminar al estudio del derecho de Juan Bautista Alberdi, Córdoba, Ediciones del Copista, 1999, p.53).
21 Y en otra parte agrega: "Hay en la vida de los pueblos, edad teocrática, edad feudal, edad despótica, edad monárquica, edad teocrática, y por fin, edad democrática. Esta filiación es normal, indestructible, superior a las voluntades y a los caprichos de los pueblos. Y no es otra cosa que la marcha progresiva del poder legislativo, del poder soberano, del poder inteligente, que principia por un individuo, y pasa sucesivamente a varios, a muchos, a una corta minoría, a una minoría mayor, a la mayoría, a la universidad".Juan Bautista Alberdi, Fragmento..., ob. cit., pp. 229, 230 y 231.
22 "La filosofía, escribe Lerminier, pretende en Francia la dirección social, aquí ha declarado su ambición: piensa, luego debe obrar, concibe, luego debe realizar, es inteligente, luego debe reinar. éste es el secreto de nuestra democracia. Aquí la filosofía y la industria se han levantado como dos potencias y han conducido al pueblo como columnas de fuego (...) La democracia francesa tiene pues por principios la inteligencia y el trabajo, tiene por ley la igualdad, todos saben de nuestra pasión por la igualdad; en nuestro carácter nacional, en esta inteligencia quiere ella elevar todo, nivelar todo: el cristianismo ha proclamado al alma humana igual al alma humana (...) La filosofía moderna ha proclamado en Francia al espíritu humano igual al espíritu humano en su principio; las diferencias consisten en las manifestaciones. Esta igualdad no es para nosotros una concepción metafísica; es una realidad que queremos aplicar, es una creencia que siempre ha subsistido en la conciencia nacional. Eugenio Lerminier, "Lettres Philosophiques adressées a un Berlinois. De la Démocratie française. M. De Lafayette", en: Revue de Deux Mondes, Paris, 5 novembre 1830, ob. cit.
23 "El cristianismo, dice Lamennais, es la democracia: y su influencia política es el bálsamo que alimenta el desarrollo de la libertad humana. El cristianismo es la libertad. Ser impío es ser esclavo, dice Lamennais. Como ser amo es ser impío. El genio del evangelio es la igualdad, cuya realización es la libertad. Oprimir y dejar oprimir la libertad, es escupir al evangelio, es la más espantosa impiedad". Ibid., pp. 233-234.
24 Y a renglón seguido incorpora a su argumentación una reflexión de Lerminier: "Los promotores de la emancipación social, comúnmente han agrandado los escollos con sus petulancias y precipitaciones, y han hecho retroceder su causa por un espacio igual a aquel en que querían aventajar al tiempo. Faltas funestas que acarrean una derrota pasajera en que se envuelve la razón y la justicia, lo mismo que las pretensiones extremas". Ibid.
25 Véase Víctor Tau Anzoátegui, La formación del Estado Federal Argentino (1820-1853), Buenos Aires, Instituto de Historia del Derecho, 1965; y José Carlos Chiaramonte, "El federalismo argentino en la primera mitad del siglo XIX", en: Marcello Carmagnani (Coord.) Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina, México. F. C. E., 1993, pp. 81-134. En esta misma línea puede consultarse un reciente estudio sobre el primer federalismo en la provincia de Buenos Aires: Fabián Herrero, Federalistas de Buenos Aires. Una mirada sobre la política post-revolucionaria, 1810-1820, Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2000.
26 Alberdi hace claras alusiones positivas sobre la confederación tratando de congraciarse con Rosas: "...nosotros acordamos preferentemente a los que han seguido la idea federativa, un sentimiento más fuerte y más acertado de las condiciones de nuestra actualidad nacional". Pero en otra parte pasaje del Fragmento anotaba: "Alborea en el fondo de la Confederación Argentina, esto es, en la idea de una soberanía nacional, que reúna las soberanías provinciales, sin absorberlas, en la unidad panteísta, que ha sido rechazada por las ideas y las bayonetas argentinas" Ibid., p. 133.
27 Ibid., t. XIII, pp. 67-86.
28 Ibid., t, XIII, pp. 106-108.
29 "Creemos que la fórmula de asociación general para la República Argentina no debe ser ninguna de las ensayadas hasta aquí aunque tenga por necesidad que parecerse a todas (...) No se improvisan los intereses políticos, y no son fuertes, al contrario, sino cuando tienen raíces profundas en el pasado; un sistema sin pasado es frágil y superficial (...) Armonizar los intereses federativos con los intereses unitarios; nivelar con equidad la jurisdicción nacional (...) Encerrar los intereses más generales y más diversos". Ibid., t. XV., p. 598.
30 "Carta de Florencio Balcarce a Juan Bautista Alberdi", París, 12 de marzo de 1838, en: Obras Completas de Juan Bautista Alberdi, ob. cit., T.III., pp. 231-232.
31 Eugenio Lerminier, "De la démocratie. M. De Lafayette", en: Revue de Deux Mondes, París, 1832, p. 474; y "Qu'est-ce qu'une revolution?", Ibid., pp. 574-575.
32 Ibid.
33 Juan Bautista Alberdi, Fragmento..., ob. cit., pp. 263-267.

Referencias bibliográficas
1. Juan Bautista Alberdi, Fragmento preliminar el estudio del derecho, Buenos Aires, Biblos, 1984.
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4. Víctor Tau Anzoátegui, La formación del Estado Federal Argentino (1820-1853), Buenos Aires, Instituto de Historia del Derecho, 1965.
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6. Natalio Botana, La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas política de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, pp. 108-152.
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8. José Carlos Chiaramonte, "El federalismo argentino en la primera mitad del siglo XIX", en: Marcello Carmagnani (Coord.) Federalismos latinoamericanos: México, Brasil, Argentina, México. F. C. E., 1993, pp. 81-134.
9. Carla Galfioni, Igualdad y democracia en el jóven Alberdi. La presencia del socialismo utópico francés en el pensamiento argentino del siglo XIX, Tesis de Licenciatura, Universidad Nacional de Córdoba, 2004.
10. Klaus Gallo, ¿Reformismo radical o liberal? La política rivadaviana en una era de conservadorismo europeo, 1815-1830, en: Investigaciones y ensayos, Academia Nacional de la Historia, 49, enero-diciembre, 1999.
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14. Alejandro Herrero, "Juan Bautista Alberdi: de la "república democrática" a la "república posible". Un proyecto alternativo al régimen de Juan Manuel de Rosas", en: Anuario de IEHS, 17, 2002, pp. 261-290.
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16. Eugenio Lerminier, "Lettres Philosophiques adressées a un Berlinois. De la Démocratie française. M. De Lafayette", en: Revue de Deux Mondes, Paris, 5 novembre 1830, Tome VIII. pp. 473-476.
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31. Fabio Wasserman, Formas de identidad política y representaciones de la nación en el discurso de la generación de 1837, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1996.
32. Félix Weinberg, El salón literario de 1837, Buenos Aires, Hechette, 1958.