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Cuadernos del Sur. Historia

On-line version ISSN 2362-2997

Cuad. Sur, Hist.  no.37 Bahía Blanca  2008

 

Hugo Osvaldo Del Campo, Historiador (1941-2008)

In memoriam

¿Dónde está tu país?
No lo sé...No sé dónde está. No sé cómo es mi país.
Cormac McCarthy.

El pasado mes de octubre murió en París, donde vivía, Hugo del Campo. Hace años, fue profesor del entonces Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Sur.

Lo recuerdo bien y seguramente con el mismo afecto que algunos de ustedes.

Por esa razón y para que el olvido institucional no se imponga, para ayudar aunque sea un poquito a que la memoria gane hoy su pequeña escaramuza cotidiana con la indiferencia y el desconocimiento, hablaré un minuto del Gordo del Campo.

Dos cosas llamaban la atención en primer lugar: la insuperable claridad de sus palabras y su perseverante interés en ser comprendido. Lo veo todavía como si lo tuviera delante de mí: solía sentarse con las piernas algo separadas, apoyaba los antebrazos en los muslos, fijaba en el interlocutor sus ojos empequeñecidos por los gruesos cristales de los anteojos y acompañaba la explicación con una expresión cordial y ligeros movimientos de la mano derecha.

A medida que fuimos relacionándonos con él, conocimos su generosidad: libros, automóvil, departamento -sede de innumerables reuniones-, con todo ello se podía contar. Era un buen conversador, aunque no pueda decirse que hablara demasiado. Su eficacia consistía más bien en hacer comentarios oportunos, a menudo con ironía y en este caso los subrayaba con una risa breve.

Llegó a la Universidad a principios del segundo semestre de 1973, para tomar a su cargo las materias del área de Historia Moderna y Contemporánea y estuvo entre nosotros hasta que, en febrero de 1975, fue clausurado el Departamento de Ciencias Sociales (que incluía el actual Departamento de Humanidades) y cesanteada en masa la totalidad de sus docentes.

Varios de los expulsados nos vinculamos entonces con la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de La Pampa, algunos trabajando en los cursos preparatorios del ingreso, otros en las asignaturas de grado. Del Campo se radicó en Santa Rosa y tomó a su cargo Introducción a la Historia.

El decano de la Facultad era Juan Carlos Grosso, en cuyo departamento se instaló también Hugo. Algunas veces pasé allí la noche de los viernes, ocupando la habitación del Gordo, cuando él viajaba a Buenos Aires, o en una bolsa de dormir colocada en el living. Juan Carlos y Clara, su esposa, eran igualmente generosos: los profesores viajeros encontrábamos en su casa un lugar acogedor para descansar, comer, o conversar con los amigos.

Por entonces, había estado de sitio y se encontraba vigente la ley 20.840 que reprimía las denominadas "actividades subversivas". Las universidades comenzaban a vivir su período más tenebroso.

En agosto o septiembre de 1975, se produjo en Santa Rosa una primera razzia que involucró, entre otros, a varios docentes. La dirigió un entonces ignoto oficial destinado en un batallón de remonta del ejército que luego tendría a su cargo la jefatura de la policía de la provincia de Buenos Aires y que murió sin ser juzgado por sus innumerables crímenes.

Hugo fue detenido. Estuvo unos días en Santa Rosa y después se lo trasladó a la cárcel porteña de Devoto. Permaneció allí unos meses a disposición del poder ejecutivo nacional, sin que se abriera causa judicial en su contra. Perdió nuevamente su trabajo. A mediados de 1976 recuperó la libertad. En ese momento ya estaba decidido a irse del país. Sin embargo, durante los días siguientes, mientras trataba de obtener pasaporte, lo apresaron nuevamente, devolviéndolo a Devoto.

Mientras tanto, en Bahía Blanca habían comenzado las persecuciones políticas con participación de la policía federal, el ejército y la armada, bajo el pretexto de la instrucción de dos causas por infracción a la ley 20.840 ante la justicia federal local. En el curso de las "investigaciones" surgió el nombre de Hugo entre tantos otros de personas que se habían desempeñado en la Universidad Nacional del Sur, principalmente en las carreras de Economía y de Humanidades. Por ese motivo, resultó "vinculado al proceso" y se lo condujo a esta ciudad, recluyéndolo en la cárcel de Villa Floresta. Allí nos volvimos a encontrar. Más tarde, en noviembre de 1976, la casi totalidad de los detenidos fuimos a dar con nuestros huesos a la unidad penal nueve de La Plata.

Hugo del Campo quedó en libertad años después y se exilió en Francia, donde viviría hasta el término de su vida. Nunca recibió condena judicial, por la razón sencilla de que no había delito que condenar.

Reinstalada la democracia, estuvo varias veces en el país, generalmente por lapsos breves. No volvió a la docencia universitaria en Argentina: su actividad en ese ámbito se limitó a brindar algunos cursos y conferencias. En Francia, en cambio, había reanudado su vinculación con la profesión. La última vez que estuvimos juntos (febrero y marzo de 2000), nos relató cómo la enseñanza del castellano lo había ayudado sobremanera a sostenerse económicamente en París.

Algunos meses más tarde -yo era decano entonces del Departamento de Humanidades- lo invité formalmente a volver a Bahía Blanca para dictar un seminario de posgrado. Me contestó desde la costa malagueña -el único lugar de España, afirmaba, donde podía pedirse vino con soda en la seguridad de ser entendido- declinando el ofrecimiento. Decía que cada vez que aceptaba una invitación de ese tipo, se arrepentía enseguida. El tono afectuoso de la carta no ocultaba su firme decisión de no regresar a la ciudad.

Dejó escritos varios libros de ineludible consulta que son una muestra palpable de talento y de su conocimiento del anarquismo, el sindicalismo y el peronismo, temas que ocupan buena parte de su producción. El más antiguo se titula Los anarquistas (Centro Editor de América Latina, 1971); el más reciente es una Historia de la Argentina (1955-2005), a publicar en Biblioteca Básica de Historia de Siglo XXI Editores. A excepción de tres textos elaborados para las celebérrimas colecciones fasciculares del CEAL (en Historia del Movimiento Obrero, volumen 2, y Documentos para la Historia Integral de la Argentina, volúmenes 2 y 6), la biblioteca del Departamento de Humanidades no alberga ninguna de aquellas obras.

Fue un viajero en todos los sentidos. Viajador con el cuerpo, viajador con la mente, observador atento, reflexivo, atinado. Hombre libre, buena gente, compañero afectuoso.

Desde que terminó la dictadura, la Universidad Nacional del Sur ha otorgado medallas en acto público a personajes impresentables vinculados a las distintas intervenciones sufridas en aquellos años. Permitió que quienes ocuparon los cargos vacantes de docentes cesanteados, presos, exiliados o asesinados desarrollasen una carrera de excelencia, como la suelen llamar desvergonzadamente; los distinguió, nombrándolos profesores extraordinarios; les confirió responsabilidades de posgrado y de gestión. No les hizo un solo reproche y puso en sus manos una parte principal del destino de los jóvenes, dejando que les enseñen.

Pero en estos veinticinco años, la institución Universidad Nacional del Sur nunca tuvo con Hugo del Campo un mínimo gesto de desagravio, de invitación: una profunda injusticia más. La vida de Hugo concluyó sin que escuchara ni una sola palabra reparadora. Me dirán: quizá no la hubiera aceptado. Contestaré: tarde para saberlo y aunque así fuera, su rechazo no sería disculpa.

Quienes lo conocimos nos rebelamos contra esa mala conciencia que se expresa invariablemente en un silencio infame. Aquí estamos tus amigos, Hugo, alma grande, ¿puedes vernos?

Bahía Blanca (Argentina), diciembre de 2008.

Daniel Villar