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Cuadernos del Sur. Historia

versión On-line ISSN 2362-2997

Cuad. Sur, Hist.  no.37 Bahía Blanca  2008

 

El Cabildo Eclesiástico en la transformación de la Diócesis de Salta (1885-1898)*

Juan Alberto Arias1

1 Universidad Nacional de Salta. E-mail: juanarias@educ.ar

Resumen
A mediados del siglo XIX la necesidad de establecer un poder eclesiástico central adquirió relevancia para el gobierno nacional en la medida en que parecía una solución viable para hacer frente a la persistente ingobernabilidad de las Iglesias locales. Así, en 1865 Buenos Aires fue elevada a sede arquidiocesana, por gestión de Bartolomé Mitre, iniciándose a partir de entonces un conflictivo proceso en donde las Iglesias locales debieron ubicarse en el funcionamiento centralizado de la Iglesia nacional con sede en Buenos Aires. Este proceso, no fue univoco y trajo consigo un conjunto de transformaciones que, en el caso de la Diócesis de Salta, tuvo como actor central a los clérigos del Cabildo Eclesiástico. En el presente trabajo intentaremos plantear una línea de interpretación que nos permita comprender el papel desempeñado por el Cabildo, en una diócesis del interior como la de Salta y en un contexto de profundas transformaciones políticas y sociales.

Palabras clave: Cabildo Eclesiástico; Iglesia Local; Iglesia Nacional; Santa Sede

Abstract
In the middle of the 19th Century, the need for establishing an ecclesiastical central power gained relevance for the National Government. This seemed a viable solution for confront the persistent ungovernability of the local Churches. So, in 1865 Buenos Aires was appointed archdiocese see by transaction of Bartolomé Mitre, ever since a problematic process was initiated, in which the Local churches had to place into the centralized functioning of the National Church with its see in Buenos Aires. This process was not unique and brings as a result, a set of transformations. Moreover, it had like principal protagonist to the clergy of the Ecclesiastical Chapter House, in the Diocese of Salta. In this present report, we try to propose a line of interpretation that allow us to understand the role that played the Chapter House into a provincial diocese just like Salta, and in e context of deep political and social transformations.

Key words: Ecclesiastical Chapter House; National Church; Local Church; Holy See

Fecha de recepción: 17 de noviembre de 2008
Aceptado para su publicación: 2 de octubre de 2009

A mediados del siglo XIX la necesidad de establecer un poder eclesiástico central adquirió relevancia para el gobierno nacional en la medida en que parecía una solución viable para hacer frente a la persistente ingobernabilidad de las Iglesias locales. Así, en 1865 Buenos Aires fue elevada a sede arquidiocesana, por gestión de Bartolomé Mitre, iniciándose a partir de entonces un conflictivo proceso en donde las Iglesias locales debieron ubicarse en el funcionamiento centralizado de la Iglesia nacional con sede en Buenos Aires. Este proceso, no fue univoco y trajo consigo un conjunto de transformaciones que, en el caso de la Diócesis de Salta, tuvo como actor central a los clérigos del Cabildo Eclesiástico. En el presente trabajo intentaremos plantear una línea de interpretación que nos permita comprender el papel desempeñado por el Cabildo, en una diócesis del interior como la de Salta y en un contexto de profundas transformaciones sociales.

Al periodizar tuvimos en cuenta dos momentos. La etapa de sede vacante, de 1885 a 1893; en la cual, un sector de clérigos del Cabildo Eclesiástico fueron los encargados de velar por el futuro de la Diócesis, en un momento que se presentaba adverso por los conflictos derivados de las distintas tendencias internas de la institución y por un contexto politizado en donde se gestaba la formación de un grupo dirigente de alcance nacional con buena participación de políticos salteños, el orden conservador. La etapa del gobierno del Obispo Padilla y Bárcena, de 1893 a 1898; en la cual, se evidenció una serie de transformaciones que desde la Iglesia y con el apoyo de algunos dirigentes de la provincia incidieron en amplios sectores de la sociedad salteña. Por lo planteado, consideramos que el Cabildo Eclesiástico, encontró en los conflictivos años de sede vacante, la posibilidad de constituirse en un renovado grupo de poder y prestigio, que se convertiría en el interlocutor de una sociedad en transformación, a la cual respondería con un proyecto que a fines del siglo XIX transformaría a la Diócesis de Salta.

Presentaremos nuestro trabajo en tres secciones. En primer lugar, revisaremos algunas cuestiones referidas a la formación de la Iglesia nacional y a los conflictivos años de fin de siglo; esta revisión, nos permitirá tomar posición de curso a nuestros planteos. En segundo lugar, identificaremos los conflictos y las formas de resolución que experimento el Cabildo Eclesiástico salteño en el proceso de transformación de la Diócesis; en este sentido, pondremos especial énfasis en los años de sede vacante. Por último, plantearemos algunas consideraciones con el objeto de dejar en claro una línea de interpretación que nos permita comprender el papel desempeñado por el Cabildo, hacia fines del siglo XIX, en las transformaciones de la Diócesis de Salta.

Algunas consideraciones en torno a la formación de la Iglesia nacional.

En la renovada historiografía argentina, la historia de la Iglesia ha dejado de ser un estudio de interés exclusivo de los historiadores confesionales, es decir, de los historiadores inscriptos dentro de la propia institución eclesiástica, para convertirse en un estudio de sumo interés para aquellos historiadores que intentan aportar, desde el estudio de la Iglesia un análisis que muestre la complejidad de los procesos políticos, sociales y culturales de la historia argentina2. En este sentido, el presente acápite tiene la finalidad de poner en consideración algunas cuestiones relacionadas a la formación de la Iglesia nacional en la segunda mitad del siglo XIX, que consideramos un punto central para la comprensión de las transformaciones de la Iglesia local a fines de siglo.

Abordaremos primeramente los planteos de Roberto Di Stefano, quien considera, que la conformación de la Iglesia nacional esta ligada por un lado al proceso de secularización y por el otro al proceso de centralización de la Iglesia universal, ambos procesos desarrolla a lo largo del siglo XIX:
El proceso de conformación de la Iglesia argentina, que se extiende a lo largo de buena parte del siglo XIX y aun del XX y es resultado en última instancia del proceso de secularización -entendido como separación de las esferas religiosa y secular- esta íntimamente vinculado a la aparición o transformación de entidades que en conflictiva interacción participaron activa y decididamente en el moldeado de esa Iglesia como institución religiosa. Fundamentalmente el Estado y la Santa Sede (Di Stefano, 2004: 19).

Para este autor, el proceso de centralización del poder tiene sus antecedentes en el estado provincial rivadaviano durante la década del veinte en Buenos Aires y la reforma eclesiástica que propone el Ministro de Gobierno. Situación que abre el conflicto con la Santa Sede que interviene decididamente en defensa de su autoridad sobre las cuestiones religiosas. Así, al referirse al papel de la Santa Sede, Di Stefano tienen en cuenta el desarrollo de una tendencia a través de la cual la Iglesia, ante la emergencia de los nuevos estados nacionales refuerza su representación como centro del mundo católico, concentrando en Roma el poder disciplinario, doctrinario y simbólico para poner límites a las facultades ejercidas tradicionalmente por las Iglesia locales, esta tendencia se denomina romanización.

Seguidamente avanzaremos sobre los planteos de Miranda Lida, quien entiende que la formación de la Iglesia nacional, se extiende a lo largo del siglo XIX entrelazándose paralelamente al proceso de formación del Estado nacional3. Así, la autora sostiene que un momento central en el proceso de formación de la Iglesia nacional son los años posteriores a 1853, en donde la construcción de la Iglesia nacional se convierte en una materia de interés fundamentalmente estatal:
Son las transformaciones en el orden estatal las que moldean, configuran y constituyen la forma que adopta la Iglesia nacional y el lugar que le toca a Roma es simplemente un eco de estas transformaciones en las cuales tanto Urquiza, en primer lugar, como Mitre mas tarde, jugaron papeles decisivos; Roma en cambio, no tuvo sino un papel secundario (Lida, 2006: 29).

En un primer momento, el Estado nacional con sede en Paraná presenta una estructura endeble y su autoridad esta cuestionada por el estado de Buenos Aires y las tendencias autonómicas de algunas situaciones provinciales. También las jurisdicciones eclesiásticas entran en tensión y la necesidad de establecer un poder eclesiástico central adquiere relevancia para el gobierno nacional en la medida en que parece constituir una solución viable para hacer frente a la persistente ingobernabilidad de las Iglesias locales, cuyo problema de fondo era el influjo de los poderes provinciales acostumbrados a manejarlas a su arbitrio. Así, en 1865 Buenos Aires fue elevada a sede arquidiocesana, por gestión de Bartolomé Mitre, máximo exponente de la dirigencia porteña triunfante en 1861. A partir de entonces, se inicia un conflictivo viraje en donde las Iglesias locales parecen comenzar un proceso de transformación en el contexto del esquema centralizado de una Iglesia nacional con sede en Buenos Aires.

En ambos planteos, son dos los actores que convergen en el proceso de formación de la Iglesia nacional: por un lado, el Estado en formación, por el otro, la Santa Sede. También en posible señalar que en ambos hay una clara diferencia en cuanto al rol atribuido a los mismos. Explicitaremos tal diferencia a fin de poder ir delineando la orientación de nuestra propuesta.

Cuando Di Stefano hace alusión al papel del Estado, se refiere en particular al Estado de Buenos Aires, que a partir de las reformas del gobierno de Rivadavia inicia un proceso de modernización estatal a varios niveles, entre ellos el eclesiástico, sobre todo cuando la reforma de la Iglesia porteña incluya en la agenda del gobierno, las relaciones diplomáticas con la Santa Sede y que se prolonga durante el periodo que abarca la Confederación rosista, durante el cual el gobernador de Buenos Aires asumió las relaciones exteriores de los estados provinciales que la integraban. Durante este periodo, la Santa Sede mantuvo el control sobre las iglesias locales en ejercicio de su soberanía universal. Con la caída del régimen rosista y superada la secesión de Buenos Aires, Di Stefano concluye que:
El año 1865 -creación de la arquidiócesis de Buenos Aires- representa al mismo tiempo el nacimiento de la Iglesia argentina, en concomitancia con el proceso de construcción de un Estado unificado, y la conclusión del operativo iniciado a fines de la década del veinte por parte de Roma para entablar lazos con las Iglesias perdidas de aquellas latitudes ignotas (Di Stefano y Zanatta, 2000: 302)

Cuando Miranda Lida aborda la formación de la Iglesia nacional como una cuestión vinculada a los intereses del Estado, puede entenderse que desde Urquiza a Mitre la cuestión radica en que la centralización eclesiástica puede reforzar la tendencia a la centralización del Estado nacional y resolver el conflicto de los intereses particulares de las provincias con las iglesias locales. A diferencia de lo que había ocurrido entre 1820 y 1835 en Buenos Aires el problema que afrontaron Urquiza y Mitre no se centraba en debates eclesiológicos de qué Iglesia construir sino en la necesidad de construirla a fin de superar los problemas que impedían la formación de un Estado soberano. Atribuyéndole, a la Santa Sede un papel menos protagónico en la formación de la Iglesia nacional, Miranda Lida concluye que:
El proceso de construcción de la Iglesia nacional que se desarrolló entre 1853 y 1865 tuvo al Estado como principal protagonista. Era este sin duda un Estado que no se hallaba de ningún modo consolidado, aspecto que fue decisivo para determinar el curso que siguió la propia institución eclesiástica. Pero ambos procesos marcharon al mismo ritmo: lejos de contradecirse convergieron ambos en una misma dirección" (Lida, 2006: 46).

Ambos planteos, anteriormente abordados, adquieren relevancia al momento de adentrarnos en nuestro objeto de investigación. Según Loris Zanatta, que retoma los planteos de Di Stefano, luego de la década del ochenta, la Iglesia se habría replegado en un proceso de reorganización orientado a delinear la recristianización de una sociedad moderna que había entrado en un claro proceso de secularización que, según Di Stefano, se insinuaba a lo largo del siglo XIX y que Zanatta lo da por hecho a fines de siglo. En este proceso de reorganización de la Iglesia nacional el actor principal es la Santa Sede, dispuesta a revertir las consecuencias del proceso de secularización que trajo aparejada la modernización en este rincón del hemisferio; es decir, nos encontramos en la etapa más álgida de la romanización. Finalmente, nos parece oportuno retomar la idea de Miranda Lida a cerca de la formación de la Iglesia nacional como una cuestión relevante para el Estado. No olvidemos que fue por iniciativa de Mitre que Buenos Aires fue elevada en 1865 a sede arquidiocesana y allí se comenzó a gestar las bases de la Iglesia nacional. Desde esta perspectiva, el Estado no fue para nada enemigo de la Iglesia, ni aún en la conflictiva década de 1880, en donde las leyes laicas pueden ser interpretadas como el mayor impulso secularizador del Estado. En este contexto, el liberalismo no desembocó en un anticlericalismo militante y agresivo, ni dividió las aguas de la sociedad argentina. Cabe preguntarse, siguiendo a la misma autora, ¿si el proceso de romanización no se convierte en una explicación que tiende a sobredimensionar el papel desempeñado por la Santa Sede, a riesgo de perder de vista a los actores que en determinados contextos juegan un papel de primer orden? Nuestra respuesta es afirmativa; así en el acápite siguiente nos centraremos en el estudio del Cabildo Eclesiástico como actor central en la transformación de la Iglesia local.

El Cabildo Eclesiástico en la transformación de la Diócesis de Salta

Cuando Zanatta plantea que luego de los 80, la Iglesia se habría replegado en un proceso de reorganización orientado a delinear la recristianización de una sociedad moderna que había entrado en un claro proceso de secularización, insinúa que por estos años se habría experimentado un cierto "letargo" en el crecimiento de las instituciones religiosas:
Aquellos años fueron, como lo ha recordado Néstor Auza, 'años tristes carentes de grandes energías'. Por cierto la 'persecución' ya se había detenido casi por completo [...] precisamente en la 'pacificación' con las autoridades civiles se encontraban en buena medida los orígenes del letargo en el cual el catolicismo parecía haber caído nuevamente (Di Stefano y Zanatta: 355).

En este sentido, en el ámbito local, algunas producciones preliminares nos permitieron advertir que en la Diócesis de Salta, la Iglesia no experimentó una etapa de "letargo", muy por el contrario los clérigos nucleado en torno al Cabildo Eclesiástico fueron los propulsores de una serie de transformaciones que hablan a las claras del "dinamismo" que asumió la Iglesia local por esos años.

Hacia las dos últimas décadas del siglo XIX, en el Cabildo Eclesiástico de Salta se produjo una renovación de los clérigos que lo integraban, arribando una camada de hombres cuya principal preocupación no fue confrontar con la política laicista del Estado nacional sino esforzarse en transformar a la Iglesia local al ritmo de las transformaciones de la sociedad provincial y nacional. De esta forma: educación, formación del personal eclesiástico, cura de almas y mejoras administrativas, junto al emergente problema de las organizaciones obreras, se convirtieron en las prioridades de estos hombres. Siguiendo estas transformaciones de fines del siglo XIX, es posible plantear que, en una diócesis del interior como la de Salta, las transformaciones de la Iglesia no responden directamente a las acciones de centralización del poder delineadas por la Santa Sede -romanización- sino a las necesidades de una sociedad en transformación en donde los clérigos del Cabildo serían sus interlocutores.

Inmediatamente, nos parece oportuno exponer algunas cuestiones en torno a la conformación y al funcionamiento de los cabildos eclesiástico en general, a fin de ir delineando nuestra argumentación. Los cabildos eclesiásticos fueron cuerpos colegiados, que cumplieron esencialmente funciones litúrgicas y consultivas, colaborando con el Obispo en el gobierno diocesano; es decir, una especie de "senado del clero" que en caso de ausencia, enfermedad, traslado o muerte del prelado lo suplía eligiendo un Vicario Capitular, un delegado del cuerpo para el ejercicio de la administración de las diócesis en sede vacante, o sea para el ejercicio del "poder ejecutivo" hasta el momento de normalización del gobierno. A partir de nuestros avances comprendimos que ente 1885 y 1893, durante el conflictivo periodo de sede vacante de la Diócesis de Salta, el Cabildo Eclesiástico se consolido como ámbito de poder y prestigio, en función de la llegada, bastante complicada de uno de sus miembros, el Canónigo Doctoral Padilla y Bárcena, al gobierno de la Diócesis (Arias 2007). A partir de entonces, la relación entre Obispo y Cabildo Eclesiástico no encontraron contradicciones y pudieron delinear un proyecto en el cual el objetivo era la transformación de la diócesis. Recordemos que desde la década del 50, momento en que la "normalización" de las instituciones nacionales se vio reflejada en la designación de Obispo para la Diócesis de Salta, que desde la muerte de Videla del Pino (1819) se encontraba en sede vacante, las relaciones entre Obispo y Cabildo no fueron las mejores. En este sentido, la designación del Obispo electo José Colombres (1855) desencadeno una serie de conflictos entre él y los miembros del Cabildo Eclesiástico que se rehusaban a entregarle la jurisdicción de la diócesis4. El gobierno del Obispo Rizo Patrón, tampoco fue ajeno a los conflictos con el Cabildo; así, en la relación compuesta para la visita ad límina (1867), sostenía el Obispo que "los males de los canónigos son imposible de cualquier reforma, sabiéndose ellos protegidos por los jefes de la provincia y sus parientes y afines, le suscitarían un sin fin de hostilidades con grave daño de las almas".(Bruno, 1972: 216).

Los años de mediados de la década del 80 se constituyen en centrales para comprender el futuro de la diócesis. Hacia 1884 dos hombres de acción gravitante en los años posteriores serán promovidos al Cabildo Eclesiástico, el Canónigo Doctoral Padilla y Bárcena y el Canónigo de Primera Merced Linares y Sanzetenea. Precisamente, el Obispo Rizzo Patrón, meses antes de su muerte había propuesto al Canónigo Doctoral Pablo Padilla y Bárcena como Obispo Auxiliar o Coadjutor con derecho a sucesión. Pero los trámites relacionados con esta candidatura se frenaron cuando el asunto fue llevado al Presidente Julio Argentino Roca.5 La negativa del gobierno nacional había echado por tierra las intenciones del obispo y el nombramiento no se llevó a cabo. Meses más tarde, moría el obispo y el gobierno de la diócesis quedaba, por un breve lapso de tiempo, también hasta su muerte, en manos del Deán Genaro Feijoo, elegido Vicario Capitular. El Deán era un viejo canónigo que desde los años 50 se había posesionado en el Cabildo vinculándose políticamente con los distintos gobiernos provinciales y nacionales.6 Consideramos que estos acontecimientos, por los cuales el Canónigo Padilla y Bárcena quedó relegado del acceso a un cargo jerárquico por decisión, primeramente del presidente Roca y luego por un sector del Cabildo encabezado por Genaro Feijoo, dio inicio a un conflictivo proceso, Patronato nacional de por medio, en donde un sector del Cabildo echó mano a todo recurso disponible para que un hombre salido de sus filas llegara a ser Obispo de la Diócesis de Salta. Así, hacia mediados de 1885 y fallecido el Vicario Capitular Dean Genaro Feijoo, se hizo cargo del gobierno de la Diócesis de Salta, el nuevo Vicario Capitular, el Canónigo Doctoral Padilla y Bárcena. Posteriormente en 1887, en virtud del Patronato nacional, el presidente Juárez Celman presentaba ante el Obispo de Roma, al Cura Párroco de la localidad de Cerrillos Padre Serapio Gallegos7 -primero en la terna confeccionada por el Senado- como candidato a ser designado Obispo de la Diócesis. Padilla y Bárcena no figuraba en la terna. Pero, en cuestión de Patronato no todo terminaba con la presentación ante la Santa Sede. En efecto, el Arzobispo de Buenos Aires, Federico Aneiros, era el encargado de elevar, por pedido de la Santa Sede, un informe acerca de las cualidades del candidato propuesto por el Ejecutivo nacional. Así, el informe del Arzobispo era contradictorio, ya que primeramente avalaba la presentación del Ejecutivo nacional, pero en un informe posterior concluía que "según testimonios fidedignos, el Padre Gallegos no era digno del honor para el cual había sido presentado".8

De las contradicciones del Arzobispo de Buenos Aires, podemos deducir que, aparentemente, un sector del clero salteño trabajó la candidatura del Padre Gallegos en el Senado; y otros, los nucleádos en torno al Cabildo y que tenían en Padilla y Bárcena a su candidato, se valieron del "arbitro" de la Iglesia nacional para echar por tierra las aspiraciones de Serapio Gallegos y sus allegados.

Salteado un primer obstáculo, los clérigos del Cabildo Eclesiástico comenzaron a delinear una estrategia para procurar que el Canónigo Padilla y Bárcena llegara a constituirse en Obispo de Salta. Fallecido el Padre Gallegos a fines de 1889, su presentación quedaba sin efecto y habría que esperar la presentación de un nuevo candidato, previa terna confeccionada por el senado; el trámite parecía demasiado engorroso, sobre todo por lo incierto de la terna final, que ya había generado un conflicto en 1887. En esta situación, los clérigos del Cabildo pensaron en el Vicario Capitular para obispo in pártibus infidélium. Es decir, se tramitaría la designación del Canónigo Padilla y Bárcena como obispo titular pero de alguna diócesis fuera del territorio nacional -existente nominalmente-. El trámite se llevaría a cabo directamente con la Santa Sede salteando el Patronato y siendo necesario solo el exequátur del Ejecutivo nacional. De esta forma, el Cabildo Eclesiástico delineaba una estrategia para que en manos del Vicario Capitular se concentraran las facultades de gobierno y los atributos eclesiásticos propios de un Obispo. Padilla y Barcena no solo contaba con el apoyo del Cabildo sino también con el apoyo del Arzobispo Buenos Aires, quien al momento de emitir un informe solicitado por la Santa Sede, decía "es dignísimo el Doctor Padilla de tal honor" (Bruno,1975: 256). Pero el tema debía ser tomado con suma cautela. Efectivamente, por esos meses, de principio de 1890, el Senado nacional confeccionaba una nueva terna con el Padre Celestino Pera, Cura Párroco de la localidad de La Plata, en primer lugar; a diferencia de la terna anterior, en tercer lugar figuraba el Vicario Capitular Padilla. Además, en la inestabilidad del 90, el endeble gobierno de Juárez Celman, parecía tener un futuro incierto. Efectivamente, la revolución de julio puso fin al gobierno del presidente Celman, pasando el poder político a manos del vicepresidente Carlos Pellegrini. Frente al nuevo panorama en el ejecutivo nacional, el Cabildo Eclesiástico de Salta, reavivaba su estrategia para la promoción del Vicario Padilla a Obispo Titular in pártibus infidélium. Por estos días, una comisión del Cabildo Eclesiástico con nota del Deán Linares y Sanzatenea, se dirigió al nuevo presidente en procura del exequátur, proponiendo:
Este Cabildo Eclesiástico en atención a los bienes que reportaría esta vasta Diócesis contando en su seno con un Obispo Titular in partibus, que compartiera las tareas pastorales con el Obispo Diocesano, pretende obtener de la Santa Sede la gracia de que se confiera esta alta dignidad a la persona de nuestro benemérito Vicario Capitular Dr. D. Pablo Padilla, cuyas virtudes y relevantes meritos lo hacen acreedor a este elevado puesto. Mas para proceder con el tono y prudencia que requiere este elevado asunto deseo saber de V. E. si, una vez que consiguiéramos las Bulas de Roma habría algún obstáculo por parte de la Nación para que el Dr. Padilla fuera consagrado Obispo in partibus9.

Las tratativas llegaron a buen puerto y el gobierno de Pellegrini no se opuso al inicio de dicho trámite. Al mismo tiempo, el presidente en virtud del Patronato nacional presentaba, en octubre de 1890, a Celestino Pera ante la Santa Sede para obispo de Salta. Esto dejaba abierta las expectativas de todos los sectores involucrados en la designación. El primer semestre de 1891 seria el momento clave para definir el futuro de la Diócesis y resguardar el prestigio y poder del Cabildo Eclesiástico, pero ante todo el proyecto de transformación de la diócesis. El actor central nuevamente seria el Arzobispo de Buenos Aires, convertido más que nunca en el "arbitro" de la Iglesia nacional. El 4 de abril de 1891 el Arzobispo Aneiros enviaba un informa a la Santa Sede comentando la satisfactoria decisión del ejecutivo nacional con respecto al inicio de los tramites para designar a Padilla y Barcena como Obispo in pártibus infidélium, además, el mismo arzobispo respaldaba el pedido del Cabildo Eclesiástico de Salta sosteniendo que "aun no recibiendo [Padilla] nada del gobierno, por ser de familia acomodada podía sostener decorosamente la dignidad episcopal". Pero, la actuación de Aneiros no concluía allí, el 7 de abril de 1891 enviaba a la Santa Sede un informe pendiente en el cual sostenía que el candidato presentado por el Ejecutivo nacional, Padre Celestino Pera "no era digno de ser promovido al obispado de Salta".(Bruno, 1975:258)

Luego del informe de Aneiros, las aspiraciones de Pera y los clérigos, que habían trabajado su candidatura en el Senado, se verían frustradas. La estrategia delineada por el Cabildo Eclesiástico con la colaboración de Aneiros se concretaba y en las manos de Padilla y Barcena se concentraría el gobierno de la diócesis y los atributos episcopales propios de un obispo. En diciembre de 1891, el Papa León XIII designaba a Padilla y Barcena obispo titular de Pentacomía, en abril de 1892 el Vicario Capitular recibía el exequátur del presidente Pellegrini y la consagración episcopal del Arzobispo Aneiros. Así, el camino se allanaba, meses después tras la renuncia de Pera, el Presidente Pellegrini lo presentaba ante la Santa Sede para obispo de Salta. El 19 de enero de 1993, León XIII lo constituía Obispo de Salta, en junio del mismo año recibía el exequátur del Ejecutivo nacional y prestaba el juramento eclesiástico ante el arzobispo de Buenos Aires. Finalmente, el 15 de agosto tomaba posesión de la Diócesis de Salta, el otrora Canónigo Doctoral y Vicario Capitular Obispo Titular de Pentacomía Padilla y Barcena, un hombre salido de las filas del Cabildo Eclesiástico y que luego de la batalla ganada junto a sus colegas iniciaría las transformaciones necesarias para que la Diócesis de Salta se ubicara en sintonía a las transformaciones de la sociedad salteña y nacional.

De cara al futuro, al tomar posesión del obispado, Padilla y Bárcena recordaba los difíciles momentos que debió afrontar su predecesor, Buenaventura Rizo Patrón:
Bajo su gobierno firme y paternal, las augustas ceremonias del culto recobran su majestad, y los templos su esplendor oscurecido; el clero, que en tan prolongada vacante sintiera aflojarse los vínculos de la buena disciplina, con el ejemplo y las sabias prescripciones del pastor, se ajusta a los cánones que reglamentan la vida y honestidad de la vida del altar.10

E inmediatamente resaltaba el carácter benévolo de su futuro gobierno, que se sustentaba en el respaldo que obtendría del Cabildo, que superando distintos obstáculos lo llevo al gobierno de la diócesis:
Entre tantos motivos de temor y de turbulencia que agitan nuestro espíritu, nos alienta la benevolencia que Nos habéis manifestado durante los años que hemos gobernado la Diócesis en calidad de Vicario Capitular. Y Podemos aseguraros, con intima satisfacción, que la experiencia de vuestra docilidad a nuestros consejos y vuestro respeto a la autoridad que hemos investido han influido no poco para decidirnos a ser vuestro diocesano.11

Una de las primeras medidas tomada por Padilla y Bárcena fue promover a Vicario General del Obispado al Deán Matías Linares y Sanzatenea, quien será su sucesor cuando, en pro de una mejora administrativa, la extensa Diócesis de Salta se divida en 1898.12 Por estos años, también, será destacada la figura del joven Canónigo José Gregorio Romero y Juárez, futuro Obispo de Salta sucesor de Linares y Sanzetenea, quien se dedicará a la difusión de los postulados de la Doctrina Social de la Iglesia a través de la organización del Círculos Obrero de San José en la Ciudad de Salta. La necesidad de personal eclesiástico será saneada con la llegada de los Misioneros del Santísimo Redentor (1894), quienes se dedicaran a una intensa actividad misionera en el interior de la provincia; hacia 1899 debemos destacar la llegada de los Canónigos Regulares de Letrán, que se insertaran en la sociedad salteña a través de la actividad docente. La preocupación por la formación del personal eclesiástico será manifiesta en los distintos planteos respecto a la necesidad de reorganizar el Seminario Diocesano conforme a los tiempos que se vivenciaban en la Salta finisecular. Estas eran solo algunas de las transformaciones, que desde los conflictivos años de sede vacante, el Cabildo Eclesiástico, había promovido para que en la diócesis se propagaran los aires de renovación necesarios para ubicar a la Iglesia local en el marco de una Iglesia nacional que de cara al siglo XX procuraría marchar en sintonía a las necesidades de una sociedad en transformación.

Consideraciones finales

La prolongada sede vacante de la Diócesis de Salta (1819-1855), derivo en la consolidación del Cabildo Eclesiástico como un ámbito de poder y prestigio; en el cual se nuclearon clérigos que al momento de la "normalización" de la vida institucional argentina no pudieron ceder frente a la costumbre de ejercer el gobierno diocesano; en razón de este alejamiento de sus funciones litúrgica y consultivas, los miembros del Cabildo fueron perdiendo prestigio, en un contexto marcado por los permanentes conflictos con la autoridad del Obispo diocesano, que en el largo plazo signo el deterioro de la Diócesis. Fue, entonces, en los años de otra no tan prolongada sede vacante (1885-1893), que el Cabildo Eclesiástico, a través de la renovación de sus miembros y de la conflictiva llegada, al gobierno diocesano del Canónigo Doctoral Padilla y Bárcena, se constituyo en un renovado grupo de poder que rescato el prestigio perdido en años anteriores, a partir de la dinamización de un proyecto que convertiría a la vieja institución en interlocutora de las necesidades de una sociedad en transformación. Así, el Cabildo Eclesiástico se perfilo, en una diócesis del interior, como el actor principal de una serie de transformaciones que en el marco de la formación de la Iglesia nacional, sentaban las bases de una renovada Iglesia local de cara al siglo XX.

A pesar de haber cargado nuestras tintas en la autonomía capitular -objeto de estudio del presente trabajo- pudimos insinuar someramente la acción gravitante del Arzobispo de Buenos Aires en el plano eclesiástico como centro de decisiones de la Iglesia nacional en formación y en el plano político como ferviente opositor al régimen roquista, que aparentemente se proyecta en la puja roquismo-antiroquismo de la provincia; lo que habla a las claras de la confluencia de distintos actores y de intereses variados en la conflictiva formación de la Iglesia nacional, así lo eclesiástico fluctúa entre lo local y lo nacional atravesado por un conjunto de vínculos políticos y sociales, que por el momento, nos permite pensar el papel de la Santa Sede en esta parte del hemisferio como el papel desempeñado por un actor de segunda línea.

Notas
* Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en las 2das Jornadas de Historia de la Iglesia en el NOA, San Miguel de Tucumán, Mayo de 2008. Agradezco los comentarios de la Dra. Miranda Lida a esa presentación.
2 Para una visión más amplia de la historiografía confesional en la Argentina, puede verse Di Stefano, Roberto (2003). Para una revisión crítica de la historiografía más reciente sobre los estudios de la Iglesia, puede verse Lida, Miranda (2007)
3 Con la formación de la Iglesia nacional lo que esta en juego es la superación de las autonomías de las iglesia locales en pro de una esquema centralizado, es decir una discusión ligada a la idea de soberanía, muy similar a lo plateado por Chiaramonte. (ver Chiaramonte, 1997)
4 El conflicto se prolongo desde la presentación de Colombres, ante la Santa Sede por decreto de Urquiza, hasta su muerte en 1859. Por distintos argumentos esbozados por el Cabildo, Colombres no pudo ejercer el gobierno de la diócesis. Para conocer los pormenores del conflicto ver (Bruno; 1975: 484-495). Desde una perspectiva más renovada ver (Martínez, 2008)
5 Según lo planteado por la Constitución del 53 la presentación de Obispos para las Iglesia catedrales era un atributo propio del Ejecutivo nacional, previa terna confeccionada por el senado, en virtud del ejercicio del Patronato nacional.
6 Genaro Feijoo es celebre por su posición antimitrista y el exilio provincial que debió afrontar en el gobierno de Cleto Aguirre (1864-1867) (Arias, 2007b)
7 El padre Gallegos tuvo un ligero paso por el Cabildo Eclesiástico en los años 50, en donde fue Canónigo de Segunda Merced, retirándose para dedicarse a la actividad política llegando a ser elegido en 1859, diputado nacional suplente por Salta ante el Congreso de Paraná (Figueroa, 1980:131-132)
8 ASV, S. C. degli Affari Ecclesiastici Straordinari, Pontificado de León XIII - R. Argentina, pos. 76, (Bruno, 1975: 255). 9 Archivo de la Curia Eclesiástica de Salta (ACES), Carpeta del Cabildo Eclesiástico (1806-1893), Nota del Cabildo Eclesiástico de Salta al Presidente Carlos Pellegrini, 23 de agosto de 1890. 10 Pastoral dada al tomar posesión del Obispado de Salta, en (Padilla y Bárcena; 1911: 72)
11 Op. Cit, p. 74
12 En 1898 la Diócesis de Salta se dividirá en dos: la Diócesis de Tucumán (Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero), Obispo Padilla y Barcena; La Diócesis de Salta (Salta y Jujuy), Obispo Linares y Sanzetenea.

Bibliografía
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