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Cuadernos del Sur. Historia

versión On-line ISSN 2362-2997

Cuad. Sur, Hist.  no.37 Bahía Blanca  2008

 

Los italoamericanos: ¿al margen o en el centro de la sociedad americana

Marie-Christine Michaud1

1 Université Bretagne Sud E-mail:marie-christine.michaud@univ-ubs.fr

Resumen
Los italianos que inmigraron masivamente a Estados Unidos desde el siglo XIX y siguieron marginados mientras no fueron considerados como integrados, parece que ya forman parte del grupo mayoritario, es decir el centro virtual de la sociedad central[cœur, noyau]. La conexión se hizo durante la Segunda Guerra mundial. A partir de ahí quisieron afirmar su blanquitud y simultáneamente su mobilidad económica les permitió vivir al menos como la clase media americana. Las únicas diferencias entre ellos y los otros americanos son culturales o artísticas, las que les da una identidad específica hasta exótica, siendo su asociación con la mafia el único obstáculo para su completa americanización. Por lo tanto ya no están al margen de la sociedad americana sino que pertenecen al grupo dominante. Ahora los llaman americanos con antepasados italianos, italoamericanos o etnias blancas.

Palabras clave: Italoamericanos; Italianidad; Etnicidad.

Abstract
The Italians that have massively immigrated to the United States since the 19th century and that have remained marginalized as long as they have not been considered as integrated, now seem to belong to the majority group, that is the virtual center of the core society. The shift took place by the time of the Second World War. Then they wanted to assert their whiteness and, simultaneously, their economic mobility enabled them to live at least like middle-class Americans. The only differences between them and the other Americans are cultural, or artistic, which gives them a specific, even exotic identity, the only obstacle to their complete Americanization being their association with the mafia. Thus, they are no longer at the margin of the American society but they belong to the dominant group. Hence they are called Americans with Italian ancestry, Italian-American or white ethnics.

Key words: Italian-Americans; Italianness; Ethnicity

Fecha de recepción:06 de julio de 2008
Aceptado para su publicación:16 de junio de 2009

El continente americano nunca dejó de representar una tierra de inmigración para los italianos, en particular desde principios del siglo XIX. Durante los siglos XIX y XX, unos veintiún millones de italianos emigraron a América del Sur y al Caribe; un 66 % permaneció en esa parte del continente, la mitad en Argentina, mientras que unos cinco millones se dirigieron a los Estados Unidos: actualmente el 5,6 % de la población estadounidense reivindica su origen italiano. En realidad, los migrantes provenientes de Italia se instalaron sobre todo en Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, siempre con la intención de (re)construir su existencia en mejores condiciones (Baily, 1999:24). Ahora bien, hoy esos migrantes parecen formar parte del paisaje étnico y nacional de aquellos países. En este sentido, el caso de los italianos en Estados Unidos es revelador de las fluctuaciones que existen en el movimiento del grupo desde los márgenes del sistema hacia el centro.

Las comunidades de italianos parecen pues formar parte de un grupo más amplio denominado "norteamericanos de origen europeo", como si ya no fueran migrantes sino norteamericanos con una identidad étnica particular. El hecho de formar parte de este grupo más importante compuesto por otras comunidades de norteamericanos de origen europeo, como los irlandeses, muestra que ya no se sitúan al margen de la sociedad sino en el conjunto que constituye el núcleo del sistema, ya que poseen características idénticas a las de los llamados norteamericanos de cepa o anglo-americanos, sobre todo en cuanto al estatus social. Su invisibilidad en el paisaje étnico confirma que su posición en el seno de la sociedad ha evolucionado. En cambio las comunidades supuestamente al margen de la sociedad, son consideradas como tal a causa de su falta de integración social y económica, estando generalmente compuestas de extranjeros recién llegados y, por lo tanto, no integrados o apenas al sistema nacional dominante. Sin embargo, si se comparan las características de los norteamericanos de origen italiano con las de la nueva ola inmigratoria que llega ahora desde Asia y desde América Latina, aparece claramente que los primeros están en el centro de la sociedad, mientras que los segundos quedan al margen. Además, el simple hecho de no tener una apelación oficial para nombrar el grupo en cuestión es revelador (1) de una evolución en su estatus, (2) de cambios ocurridos en el seno de su identidad étnica, (3) de las fluctuaciones de las fronteras identitarias y geográficas (Michaud 2003). Este conjunto de factores demuestra lo difícil que es para los sociólogos e historiadores definir la posición y la identidad étnica de los norteamericanos de origen italiano. En efecto, ¿es más apropiado hablar de norteamericanos de origen italiano o de ítaloamericanos? La expresión que los investigadores norteamericanos emplean más a menudo es Italian Americans (con o sin guión, por cierto), aunque implique puntos de vista diferentes y puede significar diferentes fases de asimilación. Sea como sea, estas vacilaciones muestran que los descendientes de migrantes italianos han convergido hacia el centro de la sociedad blanca angloamericana.

Stefano Luconi (2001) considera que los americanos de origen italiano son white ethnics porque desde la Segunda Guerra Mundial estos hombres, como los demás europeos norteamericanos, se han impuesto en la escena política y social y son ahora miembros de la sociedad blanca dominante. Están orgullosos de reivindicar su pertenencia a un grupo y renegociar su identidad étnica en la sociedad norteamericana urbana, industrial y moderna. Así, se diferencian de las minorías hispánicas y asiáticas llegadas más recientemente (desde los años 1960 sobre todo) y cuyo proceso de integración todavía está en una fase elemental, según parece, de donde la cuestión del bilingüismo y la persistencia de barrios étnicos como Chinatown (New York City Department of City Planning 1994). Estos fenómenos demuestran que los norteamericanos de origen italiano realmente han progresado hacia el centro de la sociedad mientras que sus antepasados extranjeros, que no conocían ni la lengua de los americanos ni sus valores, se quedaban al margen del sistema. En realidad, los prejuicios y las diferencias socioculturales constituyen los factores principales de la marginalización de los migrantes.

Desde los años 1960 se nota un resurgimiento de la conciencia étnica de los norteamericanos blancos de ascendencia europea que han insistido en marcar la diferencia entre sus comunidades y las de los no blancos, es decir sobre todo los negros y los hispánicos, con el fin de garantizar su estatus social, su poder político y su hegemonía cultural. Cuando los negros reivindicaron el respeto de sus derechos durante el movimiento de los derechos cívicos, los italianos en Estados Unidos pusieron al día su identidad étnica, que estaba a punto de desmoronarse. Querían probar su pertenencia a la mayoría blanca para defender los intereses de su comunidad (Glazer y Moynihan 1963). Subrayan las diferencias entre ellos y los non blancos y se decidieron a votar por el partido republicano (Luconi, 2001:140), a protestar contra la desegregación de las escuelas (Formisano 1991) y a utilizar violencia contra los negros que se instalaban en sus vecindades, lo que terminó en motines (Freeman, 1987: 223-235). Así, para Rudolph Vecoli (1995), que discute la hipótesis avanzada por Richard Alba sobre la desaparición de la identidad étnica de los europeos en América en un artículo intitulado "Are Italian Americans Just White Folks?", la situación contemporánea de los americanos de origen italiano es un reflejo de un renacer frente a la erosión cultural. En vez de desaparecer, la conciencia de formar parte de un grupo específico renace y, con ella, la identidad étnica. Estos hombres tienen un modo de vida norteamericano, conciben su presente y su porvenir como norteamericanos, aunque tanto su pasado como su herencia cultural condicionan una parte de su modo de pensamiento (Battistella 1989). Además, está de moda buscar las raíces étnicas, lo que R. Vecoli llama irónicamente rootsmania (1985: 89). Así, los americanos de origen italiano pusieron en evidencia algunos aspectos de su identidad. De hecho, la presencia de las nuevas olas de migrantes y de las minorías no blancas incita a los europeos norteamericanos a mostrar que su asimilación está concluida.

Por consiguiente, conviene preguntarse si la persistencia de una identidad étnica que diferenciaría a los norteamericanos de origen italiano de los otros norteamericanos europeos, no es simplemente un código articulado alrededor de símbolos, vectores de la memoria colectiva y de la etnicidad. Es la razón por la cual, a la diferencia de Rudolph Vecoli, Richard Alba (1985) defiende la tesis de que la identidad étnica de los norteamericanos de origen italiano está en declive y que alcanzó su ocaso (twilight)2. Con motivo de la progresión del proceso de integración, de los matrimonios mixtos, del impacto del entorno sobre la socialización de los individuos y de la desaparición progresiva de los enclaves italianos, parece ser que la identidad étnica de los norteamericanos de origen italiano tiende a declinar (Tomasi 1985). Ya no hay correspondencia entre el pasado de los individuos, sus orígenes y su vida cotidiana o sus características identitarias. Para resumir, la etnicidad se inventa (Sollors, 1989: xv), se crea y se negocia, y es lo que los norteamericanos de origen italiano o ítaloamericano3 tienden a hacer, como los otros norteamericanos europeos, a saber, recurriendo a símbolos de orden étnico.

Así, el concepto de asimilación debe definirse teniendo en cuenta particularmente las fronteras identitarias que, en un primer caso, el individuo puede transgredir, fenómeno ya apuntado por Andrew Greeley (1969) y por W. N. Newman (1973). Traspasa conscientemente las fronteras de los dos grupos, el grupo al que pertenece y el grupo en el cual desea integrarse, como en el caso de matrimonios exógamos; en un segundo caso, las fronteras se mueven gracias a su elasticidad, lo que permite a los individuos mantenerse en el seno de su comunidad e incluso reforzar su solidaridad. Son fronteras comunitarias que están sujetas a modificaciones. La conjunción de diversos factores fue propicia a una negociación de las fronteras de la comunidad de los norteamericanos de origen italiano después de la Segunda Guerra Mundial: el contexto generalizado de prosperidad, el ascenso profesional de los individuos y su inserción en la clase media, su americanización y la emergencia de las segundas generaciones como adultos, han facilitado la integración de estos hombres y su acercamiento al centro del sistema, y de forma legítima han redefinido su identidad étnica. Esta erosión cultural hizo menos precisas y más invisibles las características del grupo. El proceso de integración ha disminuido la italianidad. El hecho de que los barrios étnicos italianos, the little Italies, las "pequeñas Italias", tuvieran tendencia a desaparecer sustancialmente, ya que los descendientes de los migrantes habían alcanzado un nivel económico que les permitía desplazarse hacia zonas residenciales de la periferia más agradables, marcó un cambio claro en el paisaje étnico de las ciudades (y de los barrios de las periferias), demostrando así la progresión de la inserción social y residencial de los hombres (2007). Jerry Krase (1990), especialista en la urbanización de los norteamericanos de origen italiano, estudia los mecanismos de la discriminación en la socialización de los individuos, su permanencia en zonas marginales en el exterior debido a los prejuicios y la disminución progresiva de la segregación que los lleva a acercarse virtualmente hacia el centro de la sociedad dominante, aunque, irónicamente, en términos geográficos se alejan de los centros urbanos. Los censos muestran que la población de nacionalidad italiana o que reivindica origen italiano a dentro de la cuidad de New York ha bajado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En 1980, fueron un poco mas de 984.800; en 1990, fueron 837.000 y en 2000, su número ha bajado hasta 692.000. Se intalaron principalmente en las cuidades alrededor de New York, en el contado de Westchester, y en los estados cercanos como New Jersey y Connecticut4.

El desplazamiento de los hombres hacia la periferia, es decir hacia las zonas cada vez más alejadas de los centros de las ciudades a medida que su estatus económico se eleva y que el proceso de integración progresa, ha sido estudiado desde principios del siglo XX por la escuela de sociología de Chicago y por su director, Robert Park, con el fin de mostrar la interacción entre el lugar de residencia, los desplazamientos fuera de las zonas de asentamiento y la transformación de la identidad étnica y del estatus en el seno de la sociedad (Park y Burgess 1925). Cuanto más se alejan los hombres del centro virtual de la sociedad, más se aleja su lugar de residencia de los centros de las ciudades donde los enclaves étnicos se concentran. Así, en lo que concierne a los norteamericanos de origen italiano de New York, por ejemplo, se nota que la paqueña Italia tradicional e histórica de Manhattan prácticamente ha desaparecido, en detrimento de la expansión de Chinatown, y que los ítaloamericanos se concentran ahora en Staten Island o en el New Jersey, lugares de residencia considerados como barrios periféricos con respecto a la isla de Manhattan (Dufoix y Foucher 2007).

Así, al referirse a la situación de los norteamericanos de origen italiano en los Estados Unidos en los años 1980, R. Alba utiliza la metáfora del ocaso étnico. Las jóvenes generaciones no tienen vínculo directo ni con el país de sus antepasados ni con los migrantes de la primera generación. Recurren pues a los símbolos para señalar que tienen orígenes diferentes de las de los otros norteamericanos. Esta imagen de ocaso no implica necesariamente la desaparición completa de la identidad étnica de los individuos, en todo caso en un corto plazo, sino que remite a un eventual reajuste de las fronteras identitarias que serían imprecisas y cuyos límites estarían mal definidos, como los rasgos y los perfiles se divisan mal en la penumbra, entre el día y la noche, metafóricamente entre italianidad y americanidad. Lo borroso de los contornos de los rasgos identitarios facilitaría la alteración de los signos distintivos que permiten a los individuos adoptar las cualidades del grupo dominante más rápidamente y progresar hacia el centro virtual de la sociedad más fácilmente.

Por lo tanto, únicamente un dinamismo demostrativo es capaz de permitir a los norteamericanos de origen italiano conservar cierta especificidad, y como ya no hay inmigración italiana considerable hacia los Estados Unidos5, el medio de perpetuar el patrimonio étnico, si existe, es el recurso a los símbolos. Los norteamericanos de origen italiano han sacado partido de la experiencia de las generaciones anteriores y de la política federal de cierre de las puertas de la Norteamérica de los años 1920 para tomar conciencia de que tenían que definir y consolidar su posición en la sociedad multicultural. Si todavía eran norteamericanos en ciernes antes de los años 1960, desde entonces se han afirmado como verdaderos ciudadanos (Battistella 1989: 11): son verdaderos miembros de la sociedad dominante americana y han adquirido rasgos identitarios semejantes a los otros grupos de americanos de origen europeo.

Así, la etnicidad sólo se vive de forma suavizada, y en ello la teoría de Richard Alba coincide con la de Herbert Gans (1979), que mantiene que si la identidad étnica de los norteamericanos europeos es todavía perceptible, sólo lo es de modo intermitente, personal, privado y voluntario. Así, la identidad étnica se volvió una invención o una reinvención del pasado y ya tiene carácter simbólico. La vitalidad para hacer resurgir una identidad étnica italiana o para crearla, demuestra la necesidad permanente de los individuos de identificarse con un grupo específico en una Norteamérica multicultural. Hallan por lo tanto una identidad étnica personal y colectiva gracias a una identificación subjetiva, nueva y simbólica que va junto con la erosión cultural de su comunidad de origen.

Así, los ítaloamericanos que residen en la periferia siguen yendo de vez en cuando a los antiguos enclaves étnicos, ya sea para hacer compras y visitar a los amigos que se han quedado en su barrio habitual, ya sea para encontrarse durante manifestaciones culturales. Compran por ejemplo comida italiana y vino en las tiendas de ítaloamericanos que se encuentran en lo que queda de las "pequeñas Italias". Van a los centros de las ciudades para celebrar las feste, las fiestas del santo patrono de su pueblo de origen o para celebrar Columbus Day. Entran en asociaciones culturales, participan en festivales étnicos, comen comida exótica, aprenden el idioma de sus abuelos y hasta pueden hacer turismo por el país de sus antepasados, pero sin por eso sentirse verdaderamente italianos cada día. Siguen siendo norteamericanos con particularidades étnicas. Sin embargo, esta etnicidad continúa existiendo gracias a una actitud consciente y voluntaria de los individuos, que ya no tiene que ver con el carácter intrínseco, inconsciente y permanente de la identidad étnica de las primeras generaciones de migrantes.

El empleo de símbolos corresponde a una elección que puede expresarse en los momentos elegidos sin ser un obstáculo al ascenso socioeconómico de los individuos, sin influir en el círculo de socialización, en realidad sin marginarlos de la sociedad angloamericana, blanca y anglófona. La identidad étnica sólo es visible cuando el ítaloamericano de tercera o cuarta generación así lo desea. En ningún caso le impide al individuo ascender en la escala social, mantenerse en el centro del sistema americano, y es la razón por la cual esta identidad étnica puede perdurar. Evidentemente, es diferente de la de sus padres en el sentido de que es una identidad ítaloamericana y ya no una identidad étnica original. Además, se diría que estos símbolos a veces son superficiales y encarnan una identidad perdida todo el año que resurge como para dar un carácter específico, exótico en un momento dado. Conviene notar que puesto que estos hombres nacieron norteamericanos, ya no se distinguen físicamente (a causa de su vestido por ejemplo) del resto de la población blanca y dominante, y que han alcanzado una posición social al menos igual a la de la clase media americana. Ya no temen sufrir discriminación a consecuencia de signos distintivos y expresan sin tabúes sus orígenes. Esta diferencia con las generaciones de antes de la guerra es esencial. Así, estos ítaloamericanos están orgullosos de poner en evidencia lo que les hace ser norteamericanos particulares. Efectivamente, pueden reivindicar cierta fraternidad con Dante, Miguel Ángel o Garibaldi a pesar de su modo de vida americano, su lealtad hacia la constitución americana y su misma nacionalidad americana. Es claro por consiguiente que estas personas forman parte de la sociedad dominante, que se sitúan en el centro de ella y el hecho de recurrir a "marcadores identitarios" (Firth, 1973: 342) creados para mostrar su especificidad étnica es un modo de expresión, de comunicación construida. Estos símbolos son ante todo culturales: una alimentación típica por ejemplo, pero también de las imágenes tradicionales del hombre viril y/o romántico, de la familia solidaria y protectora, el despliegue del color rojo en las fiestas... y estas mismas fiestas. El recurso intermitente y temporal a estas emanaciones del pasado colectivo les permite sentirse americanos teniendo al mismo tiempo la posibilidad de alejarse del centro cultural de la sociedad dominante con el fin de dar un mínimo de exotismo a su modo de vida.

Otro punto revelador de su convergencia hacia el centro político y social de la sociedad norteamericana es su pertenencia innegable al grupo de los blancos. A lo largo de su historia, los Estados Unidos han considerado la blanquitud6 de los migrantes como un factor esencial a su asimilabilidad, como Mathew Frye Jacobson lo defiende en Whiteness of a Different Color (1998). Es precisamente queriendo distanciarse de los negros durante los años 1960 como estos norteamericanos de origen europeo empezaron a constituir un grupo solidario caracterizado por la blancura de la piel. Recordemos que sólo los blancos podían disfrutar del estatus de ciudadano norteamericano, y eso hasta 1964, cuando las cláusulas de la 14a enmienda (1868) fueron reafirmadas gracias a la Ley de Derechos Civiles (Civil Rights Act). Así, el contexto particular de los años 1960 impulsó una toma de conciencia por parte de los ítaloamericanos de pertenecer a un grupo definido, a priori más prestigioso y poderoso que el de los manifestantes negros, ya que la blancura de la piel parecía garantizar una superioridad en la sociedad americana. Aunque en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial fueron considerados como hombres blancos y ellos mismos se identificaban con los miembros de la mayoría blanca, sólo han reivindicado abierta y oficialmente esa cualidad a partir de esta época para distanciarse de los negros. Para Thomas Guglielmo (3002: 29-43), el viraje de la guerra los condujo a poner en evidencia un pasado con el cual no tenían vínculos directos con el fin de certificar que eran blancos, ya sea por la grandeza del imperio romano o por el patrimonio artístico de la Italia del Renacimiento. De hecho, la blanquitud hace referencia al color blanco de la piel de los individuos, pero igualmente a los valores que se asocian a él. Existe pues una dimensión social, política y cultural de este concepto. Así, de algún modo el proceso de asimilación de los italianos en América fue al mismo tiempo un proceso de blanquización.

Actualmente, los norteamericanos que reivindicaban un origen italiano forman parte sin duda de la sociedad dominante, sobre todo cuando se compara su comunidad con las minorías que recientemente se instalaron en Estados Unidos7. Sin embargo, la historia mostró que en el pasado los italianos habían tenido dificultades en probar su blanquitud, lo que los marginó durante mucho tiempo. Los angloamericanos establecieron una jerarquía de razas. Son en particular las teorías afirmadas por el movimiento eugénico de Madison Grant (1916) las que clasifican a los europeos en tres categorías. Los europeos de raza mediterránea que son los peores (y por cierto los italianos del Sur de la peninsula pertenecen a esta clase); los de la raza alpina, originarios de Europa central y del Este, y los que pertenecen a la raza superior (nórdica o teutona) de donde vienen les colonos, los angloamericanos y los antiguos inmigrantes. No obstante, los recién llegados se situaban en la parte baja de la escala social, entre otras cosas porque no eran considerados como verdaderos blancos. Por lo tanto permanecían también en este nivel bajo en la escala social. Pero su ascenso socioeconómico creció junto con el reconocimiento de su blanquitud y por lo tanto de su americanización. El título de la obra que David Roediger publica en 2005, Working Toward Whiteness: How America's Immigrants Became White, recuerda el estudio de Noel Ignatiev How the Irish Became White (1995), como si los dos investigadores hubieran intentado mostrar el impacto de los prejuicios raciales en el movimiento inmigratorio hacia los Estados Unidos y la asociación de los migrantes a una raza inferior, no blanca, porque su presencia constituía una forma de competencia profesional y social, además de racial, lo que legitimaba su rechazo al margen de la sociedad.

Notemos que ya existía una jerarquía en el seno de las comunidades de migrantes que venían de la península italiana, ya que los italianos de las regiones del norte se sentían superiores a los del Mezzogiorno, de las regiones meridionales, que estaban caracterizadas por factores sociales y económicos inferiores. Además, estos italianos, por estar acostumbrados a tener intercambios con los africanos y considerados como no blancos por los italianos del norte, y sobre todo porque su piel no era verdaderamente blanca debido a su bronceado causado por el trabajo en el campo, ya eran víctimas de racismo en su país (Gabaccia 2000: 36-44). Su emigración a los Estados Unidos reforzó su posición en la parte baja de la escala social y racial: los movimientos nativistas subrayaban el hecho de que tenían características físicas, sociales y culturales diferentes de las de los angloamericanos blancos que pertenecían a una raza superior. Sin embargo, su inserción en el mercado de trabajo norteamericano, su ascenso económico junto con su toma de posición política, así como su participación en los dos conflictos mundiales con el ejército norteamericano, los acercó al conjunto de la sociedad, jugando, estos diferentes factores, el papel de fuerzas centrípetas.

Estos fenómenos corroboran la hipótesis de que los descendientes de los migrantes italianos son hoy verdaderos norteamericanos y ya no están verdaderamente marginados. Forman parte del grupo central que los recién llegados deben tomar como modelo con el fin de poder integrarse en el sistema y mejorar su estatus social. Sin embargo, estos norteamericanos de origen italiano se complacen en decir que no son americanos como los demás y ellos mismos ponen de relieve los mecanismos de distanciación. Les gusta por ejemplo recordar sus vínculos con el patrimonio artístico de Italia, las bellas artes o la ópera, y ello con el fin de dar un carácter excepcional a su identidad. En cambio, otros factores, como su asociación con la mafia y el crimen organizado, recordados por aquellos que no forman parte del grupo de los ítaloamericanos, son susceptibles de mantenerlos al margen del sistema dominante. Este prejuicio tradicional es el principal factor de marginación, sabiendo que las características culturales y artísticas pueden ser consideradas como un punto positivo mientras que la asimilación con la mafia constituye una desventaja, un escollo a superar para pretender cumplir y defender los principios de la constitución norteamericana. Este rasgo es tan típico de los prejuicios para con los ítaloamericanos, que la imagen fue ampliamente difundida en los medios y en el cine, particularmente en películas como The Godfather (1972) o Goodfellas (1990) y en la serie televisiva The Sopranos (1998), que mostraban finalmente que los italianos formaban ya parte de la sociedad moderna norteamericana (Gardaphé 2002). La vigencia de la asociación de los ítaloamericanos con el crimen organizado hace perdurar los prejuicios. Sin embargo, tradicionalmente se dice que si las personas son víctimas de discriminación étnica y cultural, es porque son marginadas. ¿Quiere decir que los americanos de origen italiano son rechazados fuera del centro de la sociedad dominante angloamericana?

En una sociedad como la de los Estados Unidos, que se afirma como multicultural, las características vinculadas con la identidad étnica de un grupo ¿pueden ser consideradas como criterios de marginación de ese grupo? Siendo el conjunto de la población norteamericana de orígenes diversos, ¿cómo puede la especificidad de cada uno ser una marca de no pertenencia al centro virtual alrededor del cual evoluciona esta sociedad8? Tal vez convendría referirse a factores de orden social, económico o político para explicar la marginación de un grupo. No solamente la identidad étnica no margina a los norteamericanos de origen italiano, ya que son ante todo americanos y lo único que hacen es subrayar su italianidad en momentos escogidos, sino que además las características de esta identidad, que insiste en la blanquitud de los individuos, los colocan en el centro de la sociedad americana. De hecho, estos americanos tienen un lejano pasado común, pero su presente y su porvenir no se podrían inscribir al margen de la vida del grupo dominante ya que siguen llegando nuevos migrantes. El efecto acumulativo y de renovación del fenómeno migratorio, tiene la virtud de hacer converger hacia el centro de la sociedad de acogida a los migrantes que, además de ser favorecidos por los progresos del proceso de integración, son empujados por la llegada de nuevos individuos que en primer lugar se instalan en los márgenes del grupo social y cultural del país.

Notas
2 Alba, Richard (1985:152): "Italian Americans stand on the verge of the twilight of their ethnicity. Twilight appears a accurate metaphor for a stage when ethnic differences remain visible but only faintly so, when ethnic forms can be perceived only in vague outline."
3 La denominación ítaloamericano tendería a colocar en un mismo plano la italianidad y la americanidad de los individuos, mientras que la expresión norteamericanos de origen italiano insiste en su identidad americana antes de mencionar los orígenes. En ambos casos, la identidad norteamericana es al menos tan importante como la identidad italiana.
4 Centro de estadisticas y censos (Bureau of the Census), Washington D. C.
5 Según los censos anuales, entre 1981 y 1990 más de 67.200 italianos emigraron a los Estados Unidos; unos 62.700 llegaron entre 1991 y 2000; entre 2001 y 2004 fueron un poco más de 10.000, lo que parece poco comparado con el millón de italianos que emigraron entre 1910 y 1920 o incluso con los 130 000 aproximadamente que lo hicieron durante los años 1970. Centro de estadisticas y censos (Bureau of the Census), Washington D. C.
6 El término blanquitud se inspirado en el de negritud para traducir la palabra inglesa whiteness.
7 Las razas negra, blanca y asiática que les individuos deben elegir en el censo de año 2000, y después, además, las rúbricas hispánicas o no hispánicas, demuestran lo difícil que es clasificar la población norteamericana según sus orígenes, así como la ambigüedad que reina con relación a los hispánicos.
8 La historiografía mostró que el melting pot había sido reconocido como un fracaso y que las teorías del pluralismo cultural, del multiculturalismo, de la ensaladera, del kaleidoscopio..., pese a las variantes, definían a Estados Unidos como una tierra de diversidades étnicas. Por ejemplo Fuchs, Lawrence, The American Kaleidoscope: Race, Ethnicity, and the Civic Culture, Hanover, NH, Wesleyan University Press: University Press of New England; Glazer, Nathan (1997), We Are All Multiculturalists Now, Cambridge, Mass, Harvard University Press.

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