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Cuadernos del Sur. Historia

On-line version ISSN 2362-2997

Cuad. Sur, Hist.  no.37 Bahía Blanca  2008

 

Daniel Feierstein (2007) El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 405 pp.

Evangelina Máspoli1

1 Universidad Nacional de la Plata, Universidad Nacional de Quilmes. E-mail: maspolievangelina@yahoo.com.ar

Fecha de recepción: 30 de octubre de 2008
Aceptado para su publicación: 12 de febrero de 2009

En este trabajo, el sociólogo e investigador Daniel Feierstein nos propone una más que interesante mirada acerca del genocidio moderno el cual analiza como una práctica social específica tendiente a la destrucción y reorganización de relaciones sociales. La idea de proceso es el punto central para comenzar a observar y explicar estas prácticas las que constituyen, en su interpretación, la expresión más clara de una particular tecnología de poder tendiente a producir determinados efectos y consecuencias hacia el interior del conjunto social en el cual se despliega. Este tipo de genocidio, en su aspecto "reorganizador", no se limita tan solo al aniquilamiento material de colectivos humanos sino que se propone además reorganizar las relaciones sociales hegemónicas mediante la consecución de diferentes momentos. El proceso se inicia mucho antes con lo que Feierstein llama la construcción de un "otro negativo", una fracción social que, por representar determinadas relaciones que cuestionan en diferentes formas el modelo social dominante, se constituye en el blanco de prácticas tendientes a su eliminación material; mientras que culminará con la "realización simbólica", última instancia vinculada a las formas de narrar y representar dicha experiencia.

Esta particular mirada es ilustrada a partir de la articulación de dos casos históricos concretos: el genocidio ejecutado por el nazismo entre 1933 y 1945 y el ocurrido en Argentina durante el período 1974 y 1983. Su interés no será brindar a partir de los mismos un recorrido histórico sino postular la existencia de un hilo conductor que remita a una tecnología de poder donde la negación del otro llega a su punto límite con su desaparición física y simbólica, es decir, de la memoria incluso de su existencia a partir del rol que cumplen en este proceso las formas de representar y relatar dichas experiencias. Las mismas no constituyen para el autor procesos motivados por la irracionalidad y el salvajismo de sus perpetradores sino más bien ejemplos de peculiares tecnologías de poder que incorporan nuevos elementos que transforman a las prácticas genocidas en procesos característicos de la contemporaneidad diferenciándolos así de experiencias anteriores. De este modo, intentará demostrar la continuidad entre el nazismo, primer "genocidio reorganizador", y el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional en Argentina.

El libro aparece estructurado en tres partes, la primera de ellas dedicada a precisar algunas cuestiones teóricas en relación a las discusiones, definiciones y límites del concepto de genocidio como así también la adecuación del uso del término práctica social genocida en el campo de las Ciencias Sociales; mientras que la segunda y la tercera abordan directamente los dos casos arriba mencionados, insertos dentro de una tipología de dichas prácticas. En consecuencia, en la primera parte Feierstein reflexionará acerca del término genocidio el cual, si bien remite a una práctica antigua, comenzará a ser utilizado analítica y jurídicamente luego de la conmoción que los horrores perpetrados por el nazismo produjeron a nivel internacional. La experiencia alemana constituirá un acontecimiento en cierta forma innovador ya que incorporará determinados elementos que distinguirán a estas prácticas de procesos anteriores; entre ellos, sus objetivos, sus métodos y sus consecuencias a largo plazo. Su razón de ser no girará tan solo en el aniquilamiento físico de personas sino en el modo peculiar en que se lleva a cabo, en los tipos de legitimación a partir de los cuales logra consenso y obediencia y en las consecuencias que produce hacia el interior del conjunto social en el cual se despliega. Este proceso se distinguirá fundamentalmente por la innovación en el uso de una tecnología de poder específica que Feierstein denomina el dispositivo del campo de concentración, una lógica que aparece ligada tanto a sus objetivos como a sus consecuencias a largo plazo: la modificación y reorganización de las relaciones sociales hacia el interior de una sociedad. Para caracterizar a este genocidio moderno en su aspecto reorganizador, justificará la utilización en el campo de las ciencias sociales del concepto de práctica social genocida, un término que remite directamente a la idea de proceso, de acción y construcción en un espacio y tiempo determinados, implicando con ello modos de entrenamiento, legitimación y consenso que difieren de una práctica autónoma o espontánea, lo que permite vislumbrar además las acciones políticas, los modos de resistencia, legitimación y confrontación social ante las mismas. Por su parte, la diferenciación tipológica de las prácticas genocidas permitirá distinguir determinados aspectos como relevantes, en este caso, el "reorganizador" que proporcionará el punto de articulación de las dos experiencias históricas analizadas en este libro.

La característica central de este nuevo tipo de prácticas genocidas es que actúan hacia el interior de una sociedad con el propósito de clausurar aquellas relaciones que se encuentran en tensión con el poder dominante, intentando reorganizarlas por medio del terror para imponer otro tipo de vínculos hegemónicos. La utilización de su tecnología de poder característica, el campo de concentración, estará dirigida entonces a provocar determinados efectos en todos los integrantes de la sociedad, los que se relacionan tanto a la conmoción producida por la desaparición física de determinados grupos como por las consecuencias a largo plazo orientadas a perpetuar la lógica genocida a través de su "realización simbólica". Esta es la novedad que para Feierstein aporta el genocidio alemán: su capacidad de articular esta nueva tecnología de poder en una estrategia orientada a reformular las relaciones sociales hacia el interior de la sociedad mediante la eliminación física y simbólica del conjunto social que ha sido previamente "negativizado". La metáfora médica cobrará así todo su dinamismo desplazando los objetivos de anteriores procesos genocidas (fundamentalmente los bélicos), dado que de lo que se trata es de extirpar la fracción "enferma" para garantizar la supervivencia del conjunto. Sin embargo, al tratarse de un "racismo politizado", el nazismo articula distintas lógicas previas hasta desembocar en diversas formas de "negativización del otro" sintetizadas en la figura de "judeo bolchevique". La peligrosidad del judío, a diferencia por ejemplo de los pueblos eslavos, es que reside en el interior del cuerpo social y su operatoria, es decir, su capacidad de autonomía, contradice la propia dinámica del estado alemán. De este modo, el carácter reorganizador del nazismo se orientará no solo a la eliminación física de ese "otro no normalizado" sino fundamentalmente, a su aniquilamiento simbólico desterrando así la judeidad de la Europa Occidental. En otras palabras, la no subordinación del pueblo judío al Estado germano es lo que constituye para el nazismo lo inadmisible, aquello que debe extirparse del imaginario colectivo de Occidente.

A diferencia de la experiencia alemana, el caso argentino constituye un genocidio que es pura y exclusivamente reorganizador, un proceso que aparece explícitamente como un "genocidio político" sin necesidad de apelar al concepto decimonónico de raza para ocultar el contenido de su operatoria. Esto es ratificado incluso por sus propios perpetradores al autodenominar la etapa que venían a inaugurar como Proceso de Reorganización Nacional. El gobierno de facto se propone así reorganizar desde sus propias bases a la sociedad argentina por medio del uso del terror y su efecto ejemplificador en la figura del "desaparecido". Esta característica es finalmente lo que distingue a esta dictadura de anteriores experiencias de facto ya que ninguna se propuso un objetivo de tal envergadura.

En la segunda parte del libro Feierstein se detiene en el estudio del nazismo brindando una aproximación histórica y conceptual al fenómeno. Analiza en primer lugar, las interpretaciones teóricas surgidas luego del mismo, las que relaciona con su último momento en tanto que genocidio reorganizador: los modos de narrar esta experiencia (de representarla simbólicamente) y sus consecuencias a largo plazo. Al respecto dirá que las interpretaciones mayormente difundidas durante las dos décadas posteriores han sido las llamadas teorías de la unicidad, aquellas que atribuyen la condición de irracionalidad y demonización exclusivamente al hecho alemán, imposibilitando así cualquier intento de comparación con otros procesos similares. Las limitaciones de este tipo de interpretaciones saltan a la vista dada su capacidad de desdibujar la implicación y participación de las sociedades europeas en las prácticas materiales y simbólicas relacionadas con el racismo, como así también la "ajenización" con respecto a la experiencia genocida; vinculada a su condición de excepcionalidad, un modo sedante de narrar dicha experiencia ya que, escudados en su condición de normalidad frente a la barbarización alemana, los países involucrados se posicionaron como "víctimas" de esta. La restricción más significativa de las mismas en relación a las hipótesis planteadas en este trabajo, es la imposibilidad de comparación que ofrecen, negando la viabilidad de establecer posibles puntos de convergencia y de causalidad con otras prácticas similares. Sin embargo, este modelo teórico "exculpatorio" comenzó a ser cuestionado a partir de los trabajos pioneros de Hilber y Arend los cuales, junto a los más recientes de Traverso, Mayer, Browning y Barman, ubicaron al nazismo dentro de la historia europea y universal abriendo así la posibilidad de articularlo en una secuencia histórica posterior, considerado un hecho fundante e innovador en relación a las prácticas genocidas ocurridas en la modernidad.

Aspectos aún más interesantes se encuentran en la tercera parte del libro donde el autor detiene su mirada en el caso argentino permitiéndonos reflexionar sobre diferentes tópicos que continúan siendo aún poco explorados en el campo académico. Analiza en primer lugar los distintos modelos de explicación causal que surgieron luego de la experiencia dictatorial. El recorrido se inicia con las visiones sostenidas por los propios militares y sus adherentes civiles, quienes intentan brindar tempranamente un justificativo para el accionar genocida en lo que ya se delineaba como una "guerra contra la subversión"; en esta línea se encuentra el libro escrito en 1977 por el jefe del Operativo Independencia, Acdel Vilas, en el que se definen los métodos que ya comenzaban a desplegarse: el secuestro, la desaparición, la tortura y el aniquilamiento. La exploración continúa con la llamada "teoría de los dos demonios", delineada en el informe de la CONADEP cuando se produce un primer cierre político del período, una operatoria discursiva que, si bien ha comenzado a ser cuestionada en la década del noventa, fue hegemónica durante los años ochenta. Con el juzgamiento simultáneo de los líderes de las organizaciones armadas y los militares que participaron en el gobierno de facto, se tendió a igualar a víctimas y victimarios mientras la sociedad argentina se colocaba como mera espectadora de los hechos y en cierta forma, víctima del terror desmedido proveniente de estas dos vertientes. Esta operatoria tendió a estructurar una explicación de lo ocurrido que produjo la "ajenización" de la sociedad con respecto al genocidio en el que se encontraba involucrada. En palabras de Feierstein, esta "victimización colectiva" implicó el abandono de cualquier intento de problematización moral en relación a las prácticas genocidas, configurando así un tipo de argumentación que, al igual que las visiones surgidas luego del nazismo, tendió a pensarlas como demoníacas e irracionales y por lo tanto, racionalmente inexplicables.

Finalmente, en su intento de articular las dos experiencias analizadas en este libro, el autor nos brinda en la última parte, una adecuación de las prácticas sociales genocidas desarrolladas en Argentina destacando sus peculiaridades con respecto a otras experiencias similares. Dirá que la lógica puesta en práctica para neutralizar a la fracción negativizada, en nuestro caso, la llamada "delincuencia subversiva" (donde lo político ya no se articula con lo étnico sino con lo policial), no requerirá como en el nazismo, del encierro "cartográfico" ni de una industria de la muerte ya que de lo que se trataba era de "desaparecer" los cuerpos que encarnaban determinadas relaciones sociales (como las de solidaridad y compromiso) con el objetivo de clausurar a través del hostigamiento y el terror (físico y psíquico), la posibilidad de pensarse socialmente de esa manera. La realización simbólica del genocidio argentino, con su objetivo de clausurar las relaciones de reciprocidad y compromiso, puede vislumbrarse claramente en los años siguientes cuando la profusión de imágenes y relatos del horror en los medios de comunicación, ligados a los discursos dominantes tendientes a representar dicha experiencia, provocaron una especie de parálisis que afectó a la sociedad en su conjunto; la desconfianza, el encierro individualista y la indiferencia hacia el semejante son las consecuencias más claras del desarrollo de las prácticas sociales genocidas en nuestro país.

Aquí radica uno de los aportes más significativos del trabajo de Feierstein, el cual nos habilita a reflexionar acerca de los efectos del despliegue de dichas prácticas, las cuales, analizadas en toda su magnitud, nos permiten comprender incluso la imposición del neoliberalismo en los noventa como parte sustancial de sus consecuencias a largo plazo en una sociedad signada aún por los efectos materiales y simbólicos del posgenocidio.