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Revista Universitaria de Geografía

versión On-line ISSN 1852-4265

Rev. Univ. geogr. vol.15 no.1 Bahía Blanca  2006

 

La naturaleza como construcción social. La ingeniería genética y la cronoexpansión de la frontera agropecuaria

Sebastián Gómez Lende

Becario CONICET, UNCPBA, gomezlen@fch.unicen.edu.ar

Resumen
En este ensayo teórico-empírico respecto del proceso de construcción social de la naturaleza, consideramos que el espacio no puede ser reducido a la simple condición de naturaleza, pero ésta no puede estar disociada de aquél. De ese modo, procuraremos ofrecer una explicación acerca del papel desempeñado por la ingeniería genética en cuanto a la crono-expansión de la frontera agropecuaria. Comprendiendo la constitución del espacio geográfico y el modo en que las cosas se tornan objetos, explicaremos el proceso de manipulación espacio-temporal de la naturaleza que, en el período contemporáneo, es dependiente de la biotecnología y la ingeniería genética. Como ejemplo empírico, analizaremos la difusión entre 1991 y 2004 de los organismos vegetales genéticamente modificados (OVGM) en nuestro país, proceso íntimamente ligado a la voraz expansión de la soja RR y la siembra directa, obteniendo resultados sombríos e inquietantes.

Palabras clave: Construcción Social de la Naturaleza; Medio Técnico-Científico-Informacional; Ingeniería Genética; Crono-Expansión de la Frontera Agropecuaria.

Abstract
In this theoretical-empirical essay about nature as a social construction process, we consider that space cannot be reduced to the simple condition of nature, however, nature cannot be dissociated from it. In this way, we will try to offer an explanation about the role carried out by genetic engineering in relation to the agricultural frontier's chrono-expansion. Understanding the constitution of geographical space and how things become objects, we will explain the space and time manipulation of the nature process that in the contemporary period depends on biotechnology and genetic engineering. As an empirical example, we will analyze the diffusion among 1991 and 2004 of the genetically modified vegetable organisms (GMVO) in our country, a process intimately bound to the voracious expansion of the RR soy and the non arable sow, obtaining somber and disturbing results.

Key words: Social Construction of Nature; Technical-Scientific-Informational Medium; Genetic Engineering; Agricultural Frontier's Chrono-Expansion.

Introducción

En este ensayo teórico-empírico respecto del proceso de construcción social de la naturaleza en el contexto impuesto por el período contemporáneo, consideramos que el espacio no puede ser reducido a la simple condición de naturaleza, pero que ésta no puede estar disociada de aquél. De ese modo, procuraremos explicar el papel desempeñado por la ingeniería genética en cuanto a la crono-expansión de la frontera agropecuaria. Ésta no se limita a aspectos físicos tales como superficie o extensión, sino que trasciende las formas geográficas, penetrando en su contenido. Como ejemplo empírico, analizaremos la difusión entre 1991 y 2004 de los organismos vegetales genéticamente modificados (OVGM) en nuestro país1, proceso íntimamente ligado a la voraz expansión de la soja RR y la siembra directa. Por eso, nuestra hipótesis de trabajo establece que esa técnica constituye una funcionalización de la crono-expansión de la frontera agropecuaria, difundiendo en el país las racionalidades dominantes.

Nuestra primera preocupación seráentender la constitución de espacio geográfico y el modo en que las cosas se tornan objetos, metamorfoseando a la naturaleza en una construcción social. En segundo término, explicaremos el proceso de manipulación espacio-temporal de la naturaleza en el contexto del medio técnico-científico-informacional. Inmediatamente, analizaremos la relación existente entre la producción de objetos concretos y la ingeniería genética, reconociendo la especificidad de ésta.

El nudo empírico del trabajo explica los nexos que entrelazan la liberación de OGM en el país con la expansión doméstica de los cultivos transgénicos, las estrategias de acumulación de los capitales hegemónicos y la metamorfosis del medio rural, todas ellas mediadas por la siembra directa como manifestación de la crono-expansión de la frontera agropecuaria. Finalmente, presentaremos las conclusiones a las que este trabajo ha arribado.

Espacio geográfico y construcción social de la naturaleza

El espacio geográfico es un conjunto indisoluble, solidario y contradictorio de sistemas de objetos y sistemas de acciones mediados por las normas (Santos, 1996a). En ese conjunto, se aglutinan formas, funciones, estructuras y procesos. Configuración territorial y dinámica social constituyen otra aproximación conceptual. Considerados en conjunto, objetos, acciones y normas, configuración territorial y dinámica social, formas, funciones, estructuras y procesos constituyen la base epistemológica a partir de la cual podemos discutir los fenómenos espaciales como totalidad. Para M. Santos (1996a: 61-62), los objetos constituyen instrumentos materiales que, exteriorizándose por medio del trabajo, se metamorfosean en prótesis sociales que condicionan el modo de empirización de las acciones. Las acciones no se realizan sin los objetos. Para concretarse, exigen imprimir sobre éstos la intencionalidad y la racionalidad que portan. Por eso, una materialidad despojada de significado no es un objeto, sino una cosa. Las acciones engendran nuevas formas y se funcionalizan sobre objetos preexistentes que son compelidos a ejercer un trabajo determinado. Si los objetos son cristalizaciones de la acción social, ésta constituye la presentificación de los primeros.

La relación entre objetos y acciones no es automática, sino que se realiza por intermedio de las normas, esto es, reglas de acción y comportamiento a las que se subordinan todos los dominios de la acción. Si los objetos son cristalizaciones socio-técnicas de la acción, la norma es el producto de la cristalización socio-política de esas acciones. Para H. Kelsen (1997: 5), la norma es un molde para la acción presente y un parámetro para las acciones futuras. Esas normas, ora mundiales, ora nacionales, ora locales, ora públicas, ora privadas, constituyen un vehículo para la acción sobre los objetos y una regulación en cuanto al uso de aquellos. Tanto la ley como la técnica normatizan el uso del territorio. En consecuencia, la norma es creadora de territorio, pero también éste constituye una norma para la acción. Es sobre esa ley que se produce y reproduce el orden social y territorial (Silveira, 2000), y esa coherencia funcional, invadiendo todas las instancias, penetra también en la naturaleza.

El positivismo propuso una cosmovisión fetichizada de la naturaleza, sistematizada en analogías y metáforas organicistas y biologicistas. La respuesta marxista ortodoxa respecto de esas falacias no hizo sino separar a la sociedad de la naturaleza, mediante nociones tales como 'relaciones sociedad-naturaleza' y 'naturaleza primera-naturaleza segunda'. Con todo, hablar de 'naturaleza', hablar de 'sociedad' y luego satisfacer nuestros requerimientos metodológicos afirmando su 'integración', 'ecuación', 'relación', implica afirmar la existencia naturalizada y ahistórica de ambas (Natenzon et al, 1988: 188).

Ya no se trata de la producción como acción del trabajo sobre la naturaleza, sino como acción del trabajo sobre el trabajo, acumulando condiciones materiales e inmateriales cuya génesis es social. Desde la primera presencia del hombre sobre el planeta, la naturaleza se transforma, porque sus fuerzas y elementos adquieren un valor social. En un primer momento, el hombre era un creador subordinado, aún no dotado de prótesis que incrementaran su poder de transformación. Luego, con la tecnificación y mecanización del espacio, la naturaleza se tornaría una construcción social. La naturaleza había reducido en otro tiempo al hombre a un nivel natural, pero desde entonces es éste el que la eleva a un nivel humano (Cohen, 1986: 25). La naturaleza se torna abstracta, tecnificada, manipulada, y es compelida a comportarse de modo adecuado respecto de las lógicas reinantes en cada período. Las técnicas insisten en imitarla y acaban consiguiéndolo, tornándola más perfecta para la satisfacción de las necesidades e intencionalidades sociales. Se torna entonces cotidiano identificar a ciertas parcelas de la naturaleza con la función que desempeñan en la vida social, como si ésta fuera su condición y razón última de existencia: las selvas existen para ser taladas; los animales, para ser cazados, criados o domesticados; las tierras, para ser cultivadas; la naturaleza toda, para ser explotada.

Como la naturaleza es objetiva y no prospectiva, las cosas no pueden tener propósito ni proyecto (Santos, 1996a: 56). Pero he aquí que la naturaleza como construcción social constituye un sistema de objetos guiados por una racionalidad y una intencionalidad encarnada en la propia materialidad que la constituye, la cual, lejos de pertenecerle, ha sido introyectada por las acciones sociales de las clases dominantes. Se trata de un proceso bifronte, constituido por la valoración cultural y la valorización económica de las fuerzas y elementos del mundo físico-natural en su conjunto. En el primer caso, la naturaleza se torna un valor de uso socialmente necesario, fenómeno que hace posible su posterior mercantilización. En el segundo caso, esa mercantilización se concreta, transformando a la naturaleza en un valor de cambio, una mercancía que se compra y se vende. Por eso, las cosas se tornan objetos y la naturaleza se socializa mediante el trabajo humano organizado, génesis de la técnica y vehículo de las acciones.

En ese contexto, la construcción social de la naturaleza no es uniforme u homogénea, sino que es tributaria de las desiguales densidades técnicas del espacio, es decir, las prótesis y artificios materiales que, engendrados por la sociedad, se reparten diferencialmente en cantidad y calidad. Hallamos entonces situaciones límite en áreas naturales jamás tocadas por el hombre hasta subespacios sometidos a la presencia de objetos técnicos maduros dispuestos a atender prontamente las intenciones de aquellos que los concibieron y produjeron, objetos mucho más perfectos que la propia naturaleza (Santos, 1996a: 205). El orden vital deja paso entonces al orden racional, porque los contenidos materiales e inmateriales de la naturaleza son programados por la sociedad. Por eso, el proceso de construcción social de la naturaleza es tributario y dependiente del proyecto dominante de modernización de la sociedad, la economía y el territorio en cada período histórico.

Con todo, esa explicación es aún insuficiente, porque sólo contempla la valoración cultural y la valorización económica ex post de la naturaleza, sin dar cuenta de los fenómenos de recreación, imitación, reproducción y perfeccionamiento ex ante de sus elementos. Por eso, debemos detenernos en la manipulación espacio-temporal activa y pasiva de las fuerzas naturales en el período contemporáneo: el medio técnico-científico-informacional.

La manipulación espacio-temporal de la naturaleza y el medio técnico-científico-informacional

Durante el transcurso del medio natural, el proceso de valoración cultural de la naturaleza recién eclosionaba. El hombre escogía aquellas partes o aspectos considerados fundamentales al ejercicio de la vida, valorizando, diferencialmente, según lugares y culturas, las condiciones que constituían la base material de la existencia del grupo. Se combinaba el posibilismo de la creación con el determinismo del funcionamiento (Santos, 1996a: 187-188). Los objetos técnicos aún no existían. El trabajo era relativamente simple y su reparto se basaba en criterios esencialmente fisiológicos. La recolección de frutos y la caza y domesticación de animales emergían como transformaciones técnicas impuestas a la naturaleza, pero el orden vital primaba. Con la llegada del medio técnico, la valorización económica se combinaría con la valoración cultural preexistente. La circulación y el intercambio mercantil se tornarían las esferas más significativas de la reproducción social. La naturaleza no sólo se cristalizaría como valor de uso, sino también como valor de cambio. Los animales no sólo serían cazados sino también criados, y los vegetales, plantados, no sólo recolectados (Cohen, 1986: 25). La razón del comercio desplazaba a la razón natural, y la mera supervivencia sucumbía frente a la lógica de apropiación y acumulación del excedente.

Con la eclosión del período contemporáneo, la naturaleza alcanzaría su punto cúlmine de subordinación, explotación y dominio. El medio técnico-científico-informacional constituyó la respuesta ensayada por el proceso de modernización respecto de las limitaciones del medio técnico preexistente, dando a luz la posibilidad de un comando unificado de la producción, la circulación y el consumo. Sus principales rasgos son la universalidad, la autoexpansión y la vida sistémica. Las especializaciones productivas se exacerban, la circulación se acelera, la división del trabajo se torna más densa y compleja y la tensión entre localidad y globalidad se incrementa. En ese contexto, emergen espacios marcados por la ciencia, por la tecnología, por la información. La naturaleza no resulta en modo alguno ajena a esa pauta universal, porque los tiempos naturales se tornan sociales. El campo se tecnifica y cientifiza, perfeccionando conocimientos sobre las leyes físicas y biológicas. La naturaleza se torna rígida, porque esas racionalidades programan su ontología, impregnándola de valores y significados desde su propia génesis que se anticipan a su existencia material. El orden vital es sepultado, dejando paso a un orden racional e implacable.

En el período contemporáneo, la condición social de la naturaleza en tanto construcción se perpetúa gracias a su manipulación espacio-temporal, tanto activa como pasiva. La manipulación activa de la naturaleza se revela como un proceso secular, puesto que su génesis se remonta a la expansión colonial europea del Siglo XV, inaugurando un largo período en el cual los riesgos de hambre a causa de cosechas desastrosas disminuyeron merced a la posibilidad de trasladar y adaptar especies vegetales y animales de un lugar a otro (Santos, 1995: 38). Los continentes colonizado en tanto espacios derivados ya importaban fragmentos foráneos de naturaleza antes de importar manufacturas industriales desde las metrópolis europeas. Fue la razón del comercio y no la razón de la naturaleza la que impulsó la llegada de determinados cultivos y especies animales a los países que subsidiaron con sus exportaciones distintas fases de la expansión industrial europea. Con todo, las manipulaciones experimentadas por la naturaleza durante el apogeo del medio técnico fueron tímidas e incompletas frente a aquellas desarrolladas en el período contemporáneo.

Hoy día, el tiempo necesario para la maduración de plantas y cultivos puede ser tergiversado vía fertilizantes, pesticidas y manipulación genética (Gerber, 1997: 12). La ganadería y la agricultura eclosionan como evidencias empíricas de la primacía del medio técnico-científico-informacional. Las razas bovinas no sólo son creadas, sino también perfeccionadas. Los animales ya no son cazados, sino reproducidos. El hombre controla desde su concepción y diseño hasta su transformación en valores de uso y valores de cambio. Hormonas reguladoras del crecimiento, clones y porta-injertos reproducidos por micropropagación en laboratorios in vitro y la inoculación de genes en plantas y animales constituyen ejemplos de manipulaciones espacio-temporales que se imprimen sobre la naturaleza como construcción social. Hoy día, los cultivos no maduran cuando la naturaleza lo establece, sino cuando lo demanda el mercado. Esa transfiguración temporal es también espacial, porque el espacio mismo es engendrado como una acumulación de tiempos (Santos, 1996b: 152).

Las manipulaciones pasivas de la naturaleza se desarrollan en concordancia con las anteriores, y se multiplican cuando la vanguardia biotecnológica se topa con fronteras infranqueables. Por eso, las manipulaciones pasivas de la naturaleza eran más abundantes en el pasado, cuando no siempre era posible un control activo, sino sólo una regulación pasiva. La razón inconsciente de la naturaleza no es entonces transformada, sino eludida. Véase, por ejemplo, la elección científicamente fundada de la mejor estación del año para plantar un cultivo u otro, o la elaboración de controles financieros o fiscales para garantizar el precio independientemente de las condiciones climáticas. Es como si aquí la naturaleza fuera esquivada, engañada en su acción (Santos, 1995: 88). En el período contemporáneo, los controles pasivos se tornan tributarios de la manipulación activa, acompañando y complementando ese proceso de cambio estructural, permitiendo conocer la urdimbre y el funcionamiento de las fuerzas naturales hasta en el más mínimo detalle. Satélites y radares meteorológicos permiten perfeccionar el conocimiento de las leyes de la naturaleza física, anticipar el respectivo comportamiento y reorganizar consecuentemente las actividades económicas y sociales (Santos, 1996a: 193).

La naturaleza se impregna de los rasgos estructurales del medio técnico-científico-informacional, porque también aquí el trabajo intelectual se anticipa al trabajo material, diseñándolo y condicionándolo. Si las lógicas pretéritas introducían una función específica en cada parcela de la naturaleza, transformando a las cosas en objetos, las racionalidades contemporáneas programan los contenidos existenciales de las leyes biológicas de la naturaleza, de modo tal que una parcela de ésta ya nace como objeto socio-técnico. Se trata de la producción de objetos concretos, motorizada por la biotecnología y, sobre todo, por la ingeniería genética.

La ingeniería genética y la producción de objetos concretos

En el comienzo de los tiempos, los objetos no existían. Sólo las cosas existían. Pero las dádivas de la naturaleza, una vez que fueron utilizadas por los hombres a partir de un conjunto de intenciones sociales, se tornaron objetos (Santos, 1996a: 56). La naturaleza de los objetos es técnica, pero su estructura es social. La eclosión de los objetos implica una valorización y un uso social de las cosas preexistentes, imponiéndoles una racionalidad ex post. También los objetos pueden nacer como tales, gracias a una constitución técnica que se imprime ex ante sobre ellos, tornándose fundamento de su génesis, de su existencia, de su formación social. Las familias o generaciones de objetos contemplan una división del trabajo que imprime sobre cada forma una vocación técnico-funcional tributaria de una solidaridad vertical pensada para facilitar el comando centralizado de la producción y la circulación (Silveira, 1999: 130). Vivimos en la era de los objetos, sometidos a su ritmo y según su incesante sucesión, viéndolos nacer, desarrollarse y morir, mientras que en el pasado eran los objetos los que sobrevivían a las generaciones humanas (Baudrillard, 1970: 18). Los objetos contemporáneos son sustituidos vertiginosamente, pierden rápidamente valor y jerarquía, naciendo con una fecha de caducidad incorporada.

Esos objetos emergen de la investigación y no del descubrimiento ocasional y, sugiriendo un papel a desempeñar con rigidez y eficacia, son permeados por una funcionalidad extrema que sirve a finalidades extrañas o ajenas. Los objetos son información, pero dependen de ella para ejecutar su trabajo. Por eso, una de las tendencias del medio técnico-científico-informacional es metamorfosearlo todo en objetos técnicos concretos. Las formas son proyectadas y fabricadas para responder a las exigencias de desempeño eficaz e implacable de una función específica, para la cual son provistos de una estructura y una información también específicas. Los objetos no actúan, pero pueden nacer predestinados a un cierto tipo de acciones, para cuya plena eficacia se hacen indispensables (Santos, 1996a: 73). Las acciones también exigen una doble carga de información, puesto que la demandan y la poseen. Ellas son el vehículo por el cual la información discurre, porque son motorizadas por una racionalidad obediente a la razón del instrumento.

Según G. Simondon (1958: 50), la evolución de los objetos técnicos implica en ellos la eclosión y cristalización de una suerte de hipertelia, esto es, un exceso de finalidad, una especialización funcional extrema o exagerada inyectada por la intencionalidad social que, tornando a las formas rígidas respecto de la ejecución de tareas diferentes a aquellas para las cuales fueron concebidas, reduce a su mínima expresión la brecha entre las funciones pensadas para los objetos y el trabajo desarrollados por éstos. Los objetos constituyen entonces negaciones de la naturaleza, puesto que, cuanto más distantes se encuentran de ella, más perfectos, concretos y exactos son. Es la concretud territorial, es decir, la correspondencia entre las funciones programadas y las tareas ejecutadas (Silveira, 1999: 133). De ese modo, las acciones de contenido hegemónico puro se imprimen sobre objetos de idéntica naturaleza, permitiendo la ejecución de un trabajo eficaz que, suprimiendo la más exigua posibilidad de error, espanta toda forma de espontaneidad. Por eso, la naturaleza como construcción social se torna hoy día hipertélica, porque la correspondencia alcanzada entre el desempeño que de ella se anhela y las funciones desarrolladas resulta inédita.

En ese contexto, si el medio técnico se caracterizó por el imperio urbano de la técnica, los contenidos del medio técnico-científico-informacional se plasman en la tecnificación y cientifización del campo. El medio rural acoge con plasticidad y rapidez las innovaciones biotecnológicas, y constituye el escenario predilecto del despliegue de las estrategias de penetración y acumulación de los capitales hegemónicos del ramo. La especialización agrícola basada en la ciencia y en la técnica incluye al campo modernizado en una lógica competitiva que acelera el ingreso de la racionalidad en todos los aspectos de la actividad productiva, creando un mundo rural donde cada resultado debe ser previsto, asegurando la mayor productividad y rentabilidad posibles (Santos, 1996a: 242). De ese modo, la biotecnología puebla el campo con sus exigencias de racionalidad y productividad, imponiendo nuevos usos y definiciones del tiempo social, porque plantas y animales, otrora heredados de generaciones anteriores, son ahora sus criaturas. En efecto, el desarrollo de nuevas especies vegetales y animales y la reproducción e imitación de las variedades preexistentes engendran nuevos híbridos cuyo epifenómeno se confunde con la naturaleza, pero cuya construcción y contenido es social. Se trata de objetos técnicamente constituidos y científicamente programados.

Debemos distinguir entre la biotecnología y la ingeniería genética y, concomitantemente, entre ésta y la manipulación genética tradicional. Mientras que el primer concepto contempla de modo laxo todas las innovaciones técnicas y organizacionales que modifican la génesis de plantas y animales, desde las tradicionales técnicas de fitomejoramiento hasta la genética, la ingeniería genética es más específica. Constituyendo una parcela de la biotecnología y, asimismo, un segmento de la manipulación de la estructura genética, esa técnica se circunscribe estrictamente a la producción de laboratorio y la liberación de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) o alimentos transgénicos, entendidos como criaturas vivientes cuyo código genético  es descifrado y manipulado a voluntad mediante la inyección de genes foráneos. No se trata sólo de nuevas variedades, sino también de nuevas especies que desafían y derriban las barreras naturales que, hasta entonces, habían limitado la supervivencia o el rendimiento productivo de sus semejantes.

En el campo de la agricultura, por ejemplo, el fitomejoramiento y las mutaciones genéticas han sido empleadas desde la década del treinta hasta nuestros días para generar nuevas variedades, pero no para engendrar híbridos taxonómicos 'inteligentes'. Si bien el fitomejoramiento tradicional implica la transferencia de genes entre dos o más organismos vivientes, esa manipulación es sólo posible si se trata de cultivos estrechamente emparentados como, por ejemplo, el trigo y el arroz. La información hereditaria de los progenitores se combina en la naturaleza -no en un laboratorio- y pasa a la cría, hallándose rodeada por la misma secuencia de ADN. La naturaleza física erige entonces barreras infranqueables para esa técnica, porque los procesos reproductivos imponen límites estructurales al intercambio genético entre criaturas de diferente procedencia taxonómica y características biológicas heterogéneas, impidiendo el cruzamiento o engendrando una progenie estéril.

Las mutaciones genéticas, por su parte, si bien manipulan la información hereditaria de los organismos implicados, constituyen un proceso aleatorio o azaroso, puesto que no se dirige a un gen determinado y puede alterar involuntaria y simultáneamente varios genes, dando como resultado un producto final incierto. Ese fenómeno limitaba el poderío de las grandes corporaciones del ramo, porque las variedades autógamas permitían a los agricultores adquirir una sola vez la nueva semilla, sembrarla, cosechar y guardarla para la campaña siguiente, dejando de comprar a las semilleras (Pengue, 2001).

Por el contrario, la ingeniería genética en tanto técnica produce OGM mediante la identificación y aislamiento en laboratorio de genes responsables por una característica específica, segmentando la secuencia de ADN, multiplicando esos rasgos y montándolos en nuevos organismos. Esos genes son inyectados en uno o más cromosomas de las células del organismo receptor mediante pistolas de genes o vectores vivientes -bacterias, virus, etc-, que actúan como 'promotores de instrucciones'2. Éstos, reconocidos por las células del organismo receptor, permiten el funcionamiento del gen extraño en la secuencia de ADN de aquél. Ese proceso no exige parentesco alguno entre los organismos involucrados, ni siquiera la pertenencia al mismo reino biológico, porque genes de animales pueden ser inyectados en vegetales y viceversa. Sorteando las barreras taxonómicas, esa innovación permite conocer con anticipación y exactitud el resultado a obtener, superando el desempeño de formas más antiguas de manipulación que, lejos de desaparecer, se tornan complementarias, porque la inyección en cierto cultivo de un gen determinado puede transmitirse a sus semejantes mediante fitomejoramiento y procesos reproductivos habituales. La ingeniería genética constituye una familia de técnicas y un sistema de normas que reorganiza los sistemas productivos y la vida de relaciones de subespacios entrelazados por nexos de coherencia funcional.

Los contenidos de naturalezas pretéritas se transforman completamente frente a la producción racional e intencional de una nueva naturaleza, perfecta y funcional respecto de las estrategias de acumulación de capitales hegemónicos de la biotecnología y del sector agropecuario. He aquí un genuino ejemplo empírico de hipertelia, de concretud territorial, plasmado en extensos campos que, como manchas de modernidad, revelan intervenciones y solidaridades verticales funcionalizadas en cultivos de OGM. Son los espacios de la globalización, subespacios 'inteligentes' que imponen nuevas formas de alienación, porque en ellos la naturaleza emerge irreconocible y perfecta, dotada de autonomía de expresión y comportamiento, funcionalizando una velada y perversa estrategia tendente a homogenizar su capital genético con los cultivos que interesan a las corporaciones globales de la biotecnología, la genética y los agroquímicos.

¿Es posible observar empíricamente la presencia del medio técnico-científico-informacional en una formación socioespacial dada mediante el análisis del papel que la ingeniería genética desempeña en la vida de relaciones del medio rural y los correspondientes espacios de producción agrícola y, concomitantemente, ofrecer una interpretación geográfica de ese proceso que, hasta ahora, parecería mostrarse especulativo y abstracto? Ésa es la tarea que nos ocupa en el siguiente acápite, explicación que giraráen derredor del concepto de crono-expansión de la frontera agropecuaria.

Ingeniería genética y crono-expansión de la frontera agropecuaria. Un ejemplo empírico: el caso argentino

La punta del iceberg de la ingeniería genética en cuanto distribución comercial de OGM destinados al sector agropecuario fue la hormona del crecimiento bovino. En el campo de la agricultura, el primer cultivo transgénico comercializado fue una variedad de tabaco resistente a virus introducida por China en 1990. En 1994, una variedad de tomate de maduración tardía elaborada por Calgene constituyó el primer transgénico producido y consumido en los Estados Unidos. Por eso, la liberación en Argentina de OGM para algodón, maíz y soja por parte de las corporaciones globales Calgene, Monsanto y Ciba-Geigy plasmó tempranamente en 1991 los contenidos del medio técnico-científico-informacional en el país, multiplicando los lazos de dependencia de la vida de relaciones del campo respecto de los centros de poder y riqueza a escala mundial e inaugurando una nueva fase de construcción social de la naturaleza. En efecto, la biotecnología y, sobre todo, la ingeniería genética en tanto cimientos de la economía agropecuaria mundial se tornaban vectores dominantes de la producción agrícola doméstica. Según M. Altieri y W. Pengue (2005), el área sembrada a escala mundial con cultivos transgénicos alcanzaba en 2004 unos 81 millones de hectáreas, y el 19,75% de esa extensión -casi 16 millones de hectáreas- correspondía a nuestro país (IICA, 2005)3.

Entre 1991 y 2004, el número de OGM vegetales liberados en el país se expandió aceleradamente. Según datos de la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (CONABIA), dependiente de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación de la Nación (SAGPyA), las liberaciones de OVGM, que sólo eran 3 en 1991, ascendían a 121 en 2004. Entre esos años, 786 cultivos transgénicos fueron liberados en laboratorios, invernáculos, bioterios, invernaderos, campos de ensayo y áreas productivas4. De ese modo, la tasa de crecimiento se situaba en el orden del 32,9% anual, revelando un incremento relativo del 3.933,33% para todo el período. Los picos de esa expansión frenética y brutal surgen en 1997 y 2004, inmediatamente después de la aprobación gubernamental de la soja y el maíz RR, respectivamente. Las regulaciones exógenas del proceso son nítidas, porque la liberación de OMG se encuentra normatizada por el Protocolo de Cartagena sobre Seguridad Biológica.

La internacionalización de la economía doméstica, la reprimarización de la estructura productiva, la expansión del sector agroindustrial, la exacerbación del proceso de concentración de tierras y riquezas en el ramo agropecuario, la obsolescencia de las técnicas tradicionales, el retroceso de la productividad, las nuevas exigencias internacionales de calidad, las escasas densidades técnicas e informacionales del país respecto de la incorporación de innovaciones biotecnológicas y, por consiguiente, la debilidad y ausencia de normas públicas específicas -dejando un sistema de regulación desfasado frente a las normas del mundo y un área de vacancia en cuanto al control de la ingeniería genética- conspiraron para producir esa expansión inusitada. Reformas estructurales tales como la destrucción de la Junta Nacional de Granos, la cooptación del INTA y la enajenación de la colección de germoplasma desarrollada durante largas décadas por ese organismo cristalizaron el nuevo modelo agropecuario.

La tolerancia a plagas (lepidópteros, coleópteros, insectos), la resistencia a agroquímicos (herbicidas, glifosato, glufosinato de amonio, kanamicina, isoflaxutol, bromoxynil), la recuperación frente a enfermedades (fúngicas, virus, bacterias), la tolerancia a condiciones climáticas adversas (sequías, estrés ambiental y abiótico), la incorporación de propiedades alimenticias (ácidos grasos, proteínas, aminoácidos, aceites), la modificación de la arquitectura genética y del ciclo biológico (tiempo medio de crecimiento, tallos y semillas, presentación del fruto) y la inoculación de genes extraños a esos organismos mediante genética experimental (células de especies vegetales, expresión de anticuerpos animales, factores de transcripción o mutantes) se desplegaron rápidamente en la agricultura doméstica. Concomitantemente, se difundía un discurso persuasivo y vehemente que, insistiendo en confundir la llegada de esos sistemas de objetos con el desarrollo regional y nacional, procuraba caracterizar a ese proceso como el único camino posible de modernización del sector agropecuario.

El comando unificado de ese proceso de construcción social de la naturaleza cimentado estructuralmente sobre la ingeniería genética se torna harto evidente, merced al papel hegemónico desempeñado por las grandes corporaciones globales. Firmas transnacionales como Monsanto5, Pionner, Novartis Seeds, Nidera, Syngenta Seeds, Mycoyen, Dow AgroSciences, Astra Séneca Semillas y Cargill concentran el 71,17% las innovaciones biotecnológicas realizadas en el país en cuanto a ingeniería genética desarrollada sobre variedades comerciales, concentrando sus intereses en el maíz, la soja, el girasol y el algodón (Tabla I). No obstante, el trabajo global no puede realizarse sin la cooperación del trabajo local y de los sistemas de acciones públicas. Por eso, el INTA, responsable por el 3,83% de la liberación de OGM en nuestro país, se ubica en el séptimo puesto de ese listado, superando a Calgene, Aventis, Bayer, Bio Sidus y Southern Seeds (CONABIA, 2006).

Tabla I
OGM, según empresa / institución. Período 1991-2004

Fuente: elaboración personal sobre la base de CONABIA. (2006). 

Contrariamente a las conclusiones que apresuradamente puedan elaborarse a priori, no es la soja la especie con mayor cantidad de modificaciones transgénicas, sino el maíz. En efecto, el maíz explica el 54,33% de la liberación de OGM entre 1991 y 2004, seguido por la soja, el girasol, el algodón y el arroz. En conjunto, esos cinco cultivos representan el 90,84% de los eventos, sobre un universo de quince especies (Tabla II). Clasificando las modificaciones genéticas, los mecanismos de resistencia a plagas, agroquímicos y la convergencia de ambas instancias explican el 72,82% del total, seguidas por la resistencia a enfermedades, virus y bacterias, la transformación de las propiedades alimenticias y la modificación del ciclo biológico y la arquitectura genética. En conjunto, se trata del 84,17% (Tabla III). Se empiriza entonces la hegemonía de los cultivos transgénicos de primera generación, que redundan en menores costos de producción. La reestructuración del campo argentino respecto de la ingeniería genética en tanto subsistema global no es totalmente sincrónica, porque los grandes laboratorios concentran hoy día sus intereses en los OGM de segunda generación, modificando las propiedades alimenticias y las cualidades nutricionales de los cultivos. Con todo, esa categoría de modificación genética ya representaba el 6,61% de los OMG liberados en 2004, transformando la composición de aceites, ácidos grasos, aminoácidos y proteínas (lisina) (CONABIA, 2006).

Tabla II
OGM, según cultivos. Período 1991-2004

Fuente: elaboración personal sobre la base de CONABIA. (2006).

Tabla III
Modificación genética aplicada. Período 1991-2004

Fuente: elaboración personal sobre la base de CONABIA. (2006).

En el seno de cada categoría, determinadas mutaciones han predominado sobre otras. La resistencia a plagas, por ejemplo, se encuentra dominada por la tolerancia a los lepidópteros (orugas), mientras que, en el caso de los herbicidas, la resistencia a biocidas tales como el glifosato -variedades RR- y el glufosinato de amonio explican buena parte del proceso. Las principales cualidades nutricionales modificadas son oleicas y proteicas, mientras que, en el ramo de la arquitectura genética y el incremento de la calidad y de la productividad, se destacan la expresión de proteínas y la expansión del rendimiento, respectivamente.

Ese esquema se torna mucho más concentrado y jerarquizado una vez que se revelan los OGM cuya comercialización ha sido autorizada por el gobierno nacional. Citamos, entre otros, la soja, el algodón y el maíz RR (tolerancia a glifosato), la resistencia a lepidópteros (algodón y maíz) y la tolerancia al glufosinato de amonio (maíz). Se trata de innovaciones biotecnológicas que explican el 51,27% de la liberación de variedades vegetales transgénicas, son desarrolladas sobre cultivos que representan el 77,48% de ese universo empírico y que son capitalizadas por Monsanto, Nidera, Ciba-Geigy, Novartis, Syngenta Seeds, Dow AgroSciences y Pionner, corporaciones que concentran el 60,72% de los OMG pergeñados en el país (CONABIA, 2006).

Concomitantemente, el algodón también se torna tolerante respecto de herbicidas (24D y fosfinotricina), igual que el arroz, mientras que otros genes procuran incrementar los rendimientos. También el girasol adquiere nuevas propiedades en cuanto a enfermedades, plagas y herbicidas. El maíz cuenta con inmunidad frente a sequías, coleópteros e insectos, sufriendo cambios estructurales en su ciclo biológico y su arquitectura genética (metabolismo de carbohidratos y almidón alterados). La soja se torna resistente no sólo al glifosato y glufosinato de amonio, sino también al isoflaxutol y bromoxynil. La inoculación del gen Bt permite combatir plagas de insectos, lepidópteros y coleópteros mediante un mecanismo que compele al cultivo implicado -maíz o algodón- a segregar una proteína tóxica para esos organismos, disminuyendo la necesidad de aplicación de agroquímicos. La ingeniería genética en trigo persigue mayores rendimientos y resistencia frente a bacterias, mientras que las pasturas, especialmente la alfalfa, son modificadas con mayores contenidos de proteínas y aminoácidos, urdiendo solidaridades organizacionales con la ganadería. La papa y la remolacha se tornan resistentes frente a virus y herbicidas, mientras que genes de pez son inoculados en el tomate para retardar su maduración e incrementar su tolerancia al frío.

La resistencia a herbicidas también se verifica en la caña de azúcar, mientras que en la frutilla son inyectados genes vegetales extraños que engendran mecanismos de autodefensa (proteínas) frente a enfermedades fúngicas. El tabaco no sólo reduce su contenido de nicotina e incrementa su tolerancia frente a herbicidas y adversidades climáticas, sino que añade a su secuencia genética factores de transcripción y mutantes de arroz, así como también anticuerpos de ratón. En el trigo, finalmente, son inoculados genes para incrementar su resistencia a plagas, enfermedades y herbicidas, modificaciones estructurales en su arquitectura genética (gluteninas de alto peso molecular) y proteínas de alto rendimiento. La ingeniería genética regula entonces las exportaciones de ese grano, toda vez que, desde 1995, los precios del trigo varían conforme a su contenido proteico (Silveira, 1999: 150). El proceso de construcción social de la naturaleza y, sobre todo, de manipulación espacio-temporal de sus leyes físicas y biológicas, alcanza así su máxima expresión, exacerbando su doblegamiento frente al comercio como razón hegemónica.

La reciente metamorfosis del campo argentino y de los lugares aptos para el desarrollo de esa agricultura cientifizada y tecnificada supera los resultados de los países centrales con larga tradición biotecnológica. En Estados Unidos -primer productor mundial de soja-, el 80% de la superficie sembrada con esa oleaginosa corresponde a variedades transgénicas, mientras que en Argentina -tercer productor mundial- la soja RR se apoderó del 99%. De las 284 nuevas variedades de soja patentadas durante los últimos 17 años, 156 correspondieron a Argentina, 114 a Estados Unidos, 13 a Brasil y sólo una a Francia, que otrora compartía el liderazgo norteamericano en biotecnología (AgroMailNet, 2004). De ese modo, el 54,93% de los OGM desarrollados en soja es producido en nuestro país. En el caso del maíz, las variedades transgénicas explicaban en 2000 el 25% de la superficie sembrada (Greenpeace, 2000), presagiando una importante expansión en el corto plazo. Las tendencias mundiales se tornan realidades empíricas en el país, alcanzando rasgos extremos e inquietantes.

Teniendo en cuenta que el maíz es el cultivo más permeable respecto de la liberación de OMG, es lógico y racional conjeturar que posee una significativa área de siembra y, sobre todo, que ésta se halla en incesante expansión. Sin embargo, la superficie destinada a la producción de maíz representaba en 2002 sólo el 8,39% de la superficie implantada en el país, mientras que el girasol, por su parte, explica el 5,47% (Tabla IV). Entre 1988 y 2002, la superficie destinada al cultivo de maíz y girasol descendió un 15% y un 25%, respectivamente. El algodón también sucumbió rápidamente. En contrapartida, la soja da cuenta del 32,35% de la superficie total implantada en el país y, en igual período, esa extensión física se expandió un 470%, a razón del 9% anual. Entre 1992 y 2004, la soja triplicó su superficie y cuadriplicó su producción, apoderándose del 54% de la superficie sembrada, del 52% de la cosecha de granos y del 80% de las tierras agrícolas de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba (Satorre, 2005). No obstante, soja, maíz, girasol, algodón y arroz explicaban en 2002 el 47,32% de la superficie destinada a la agricultura (INDEC, 2005). Huelga decir que la mayor parte del retroceso físico del maíz, el girasol y el algodón fue capitalizado por la soja. ¿Cómo explicar esta contradicción epifenoménica? Es menester dar cuenta un concepto acuñado por M. L. Silveira (1999: 149): la crono-expansión de la frontera agropecuaria.

Tabla IV
Principales cultivos de siembra directa. Superficie implantada, % siembra directa y % según cultivos. Año 2002

Referencias: SD: Siembra Directa.
Fuente: elaboración personal sobre la base de INDEC. (2005).

La crono-expansión de la frontera agropecuaria no implica necesariamente un área de cultivo mayor, sino una densificación del tiempo en los lugares mediante la acumulación de técnicas e informaciones. Imponiendo como paradigma la cientifización del trabajo agrícola, ese proceso supone una aceptación de los tiempos externos de la modernización y la globalización. Ya no se trata de los límites físicos -extensión, superficie- que la agricultura pretende rebasar, sino de barreras inmateriales que, como fronteras a la acumulación, exigen la superposición de trabajo y la acumulación de tiempos. Simientes, agroquímicos y fertilizantes se adhieren al suelo como capital fijo cuyo valor circula a través de la totalidad del proceso productivo. Información exacta sobre el comportamiento de las fuerzas naturales y sus leyes físicas, medios de trabajo mecanizados, cientifizados e informatizados y procesos de ingeniería genética constituyen hoy día datos empíricos de la crono-expansión de la frontera agropecuaria. Un nuevo calendario agrícola, una semilla híbrida, una información esparcida en el territorio u otro dato biotecnológico que gana el espacio agrícola significan una condensación del tiempo y una expansión de la producción (Silveira, 1999: 149).

Por eso, la siembra directa constituye una técnica moderna que, lejos de limitarse a satisfacer sólo una de las exigencias conceptuales del proceso de crono-expansión de la frontera agrícola, corrobora empíricamente todas ellas. En efecto, la siembra directa no puede desarrollarse sin semillas transgénicas, herbicidas específicos, medios de trabajo sofisticados, información exacta y nuevos calendarios agrícolas. En 2002, el 46,74% de la superficie destinada a la agricultura era trabajada mediante técnicas de siembra directa. Véase que los principales cultivos implantados vía siembra directa son también aquellos que han sufrido de modo predominante la multiplicación de variedades transgénicas: maíz, soja, girasol, algodón y arroz. En conjunto, éstos explicaban el 68,62% de la superficie implantada con esa técnica, cuyos principales exponentes son la soja (54,49%) y el maíz (10,93%). Por otra parte, y frente a la ausencia de datos oficiales sobre la participación relativa de los OMG sobre determinados cultivos, los registros empíricos de la siembra directa establecen el umbral mínimo de incidencia de las variedades transgénicas sobre el maíz (60,90%), la soja (78,71%)6, el girasol (24,53%), el algodón (14,62%) y el arroz (12,99%), porque la tolerancia al glifosato es una condición sine qua non para el desarrollo de esa técnica.

Otros vectores materiales y organizacionales del medio técnico-científico-informacional son llamados a cooperar en el trabajo agrícola, tornando posible la crono-expansión de la frontera agropecuaria. Se trata de la denominada 'agricultura de precisión', que contempla el uso de GPS, pulverizadoras dotadas de banderilleros satelitales, sistemas de información geográfica (SIG), monitores de rendimiento cuantitativo y cualitativo y técnicas de muestreo intensivo de suelos, fertilización y siembra comandadas satelitalmente. En las áreas de cultivo bajo riego, se añaden los sistemas informatizados de riego por microaspersión.

La resistencia de las semillas RR al glifosato implica la construcción de un complejo mosaico de circuitos espaciales de producción y círculos de cooperación en el espacio7, transfigurando las racionalidades productivas preexistentes y exacerbando el proceso de construcción social de la naturaleza. En efecto, la simplificación del manejo de malezas a través de la utilización de un único herbicida -el glifosato- propició su adopción masiva, tejiendo una interdependencia funcional entre su incorporación y la siembra directa, pues ese herbicida permite reducir costos mediante la supresión de las tareas de preparación y acondicionamiento de los suelos. En efecto, las semillas RR de soja, maíz, algodón, girasol y arroz eliminan las tareas de desmalezamiento e implican un ahorro de fuerza de trabajo que oscila entre el 28% y el 37%.

Más alláde la reducción de los costos de producción, la crono-expansión de la frontera agrícola y la siembra directa suponen mayores rendimientos productivos y, por ende, mayores ganancias para los capitales hegemónicos. En efecto, los rendimientos de los cultivos de siembra directa se incrementaron significativamente entre 1991 y 2002, especialmente en el caso del maíz y el arroz, seguidos por la soja y el girasol. En contrapartida, los rendimientos del algodón retrocedieron sustancialmente.

Tabla V
Rendimientos productivos, por cultivo. Período 1991-2002

Fuente: elaboración personal sobre la base de SAGPyA. (2004).

De ese modo -explica M. L. Silveira (1999: 149)-, se redefine la trama de relaciones entre superficie, calendario y productividad. En algunos casos, las tendencias del medio técnico-científico-informacional corroboran empíricamente la vieja hipótesis marxista que contrastaba la ampliación de la escala de producción con la disminución de la arena de producción, esto es, la extensión física del subespacio definido por esa especialización funcional. Es el ejemplo del girasol, cuya superficie retrocedió un 12,44% entre 1991 y 2002. La soja, el arroz y el maíz, en cambio, incrementaron su superficie de cultivo en un 138,87%, 43,94% y 27,32%, respectivamente, aunque debe recordarse que ese dato no neutralizó la profunda caída sufrida entre 1988 y 2002 (SAGPyA, 2004). Esos datos empíricos corroboran que la crono-expansión de la frontera agrícola, si bien puede implicar una expansión física de los cultivos, no supone necesariamente un incremento de la superficie, sino que contempla metamorfosis más profundas que, lejos de reducirse a formas, también repercuten sobre funciones, estructuras y procesos.

No sólo se modifica la relación entre productividad y superficie, sino también entre éstas y los calendarios agrícolas. En efecto, la siembra directa acarrea una duplicación de las cosechas, facilitando la expansión de la producción a través de una reestructuración mucho más profunda del calendario agrícola. Se trata, pues, de una manipulación espacio-temporal de la naturaleza. Poco antes de la eclosión de la soja RR, la cosecha de trigo era sucedida por la siembra de esa oleaginosa o del girasol que, de ese modo, capitalizaban una significativa reducción de costos, aprovechando los rastrojos del cultivo propio, pero exigiendo aún la preparación de los suelos. Con la emergencia y expansión de la soja transgénica, las tareas de rotación de cultivos y laboreo de la tierra son suprimidas, permitiendo la realización de dos cosechas anuales. Ese proceso no sólo ocurre en la pampa húmeda, sino también en el norte del país (Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, etc). He aquí otra manifestación empírica de la crono-expansión de la frontera agropecuaria. Se emplea una única simiente, un único herbicida, una única técnica y una única tipología de sembradora, reduciendo costos. De ese modo, el trabajo muerto reemplaza al trabajo vivo.

Como ese proceso acarrea la metamorfosis de la vida de relaciones de los lugares, de los espacios de producción agrícola y de los puntos y manchas que comandan las instancias sociales y económicas de reproducción de ese acontecer, las transformaciones suscitadas son indiscutiblemente geográficas. Ese rasgo no sólo es definido por las formas -la expansión o reducción de la superficie destinada a tal o cual cultivo-. También contempla un proceso que supone la exacerbación y multiplicación de los lazos que sujetan a la agricultura doméstica respecto de los centros de poder y riqueza a escala mundial y de las estrategias de acumulación de las corporaciones globales; la funcionalización de los tiempos del mundo que, exigiendo productividad, calidad y racionalidad, arrasa con técnicas, métodos, lógicas y temporalidades locales y regionales; y una profunda transformación de la configuración territorial y la dinámica social.

Extensos campos de cultivos transgénicos surgen en tanto objetos técnicos programados científica e informacionalmente para brindar un producto con características determinadas en cuanto a rendimiento, fecha de maduración, cantidad de nutrientes disponibles, composición nutricional, volumen de fertilizantes y agro-tóxicos requeridos. El tiempo se densifica en los lugares, impulsando la incorporación de nuevas técnicas e informaciones y asegurando rapidez, eficacia y fluidez en cuanto al ejercicio de las nuevas especializaciones hegemónicas. El trabajo colectivo en el campo y en las ciudades se acelera al compás de la duplicación de las cosechas y, concomitantemente, disminuye la demanda de trabajadores rurales, exigiendo la incorporación de fuerza de trabajo cualificada para el desarrollo de tareas informatizadas, tecnificadas y cientifizadas. Por otra parte, la siembra directa es el motor de la impetuosa expansión agrícola del noroeste del país, favoreciendo la retención de agua en ambientes áridos y semiáridos. El espacio geográfico como conjunto de sistemas de objetos y sistemas de acciones es reorganizado profundamente.

Como las normas constituyen una importante mediación entre objetos y acciones, también deben ser reestructuradas. Las regulaciones públicas se flexibilizan para engendrar una nueva rigidez, legitimando la crisis ambiental y sanitaria. Hasta 1996, los residuos de glifosato en cultivos y / o alimentos derivados no podían superar el valor máximo de 0,1 ppm. Desde entonces, ese límite se elevó a 20 ppm, es decir, 200 veces más. De ese modo, normas pretéritas sucumben frente a regulaciones interesadas en garantizar la viabilidad de las producciones hegemónicas. Las normas de producción son reemplazadas por pautas globales. En el pasado, los productores agrícolas eran libres de diversificar sus cultivos y eran dueños de la semilla sembrada, imponiendo su propia racionalidad en cuanto a su frecuencia e intensidad de uso. Cuando las corporaciones de la biotecnología se apoderaron del germoplasma nacional del INTA, numerosas variedades de cultivos tradicionales desaparecieron, siendo reemplazadas por los OGM. De ese modo, la propiedad monopólica de las semillas en manos de los capitales hegemónicos y regulada por un sistema global de patentes biotecnológicas obliga a los productores, temporada tras temporada, a adquirir determinadas simientes y herbicidas que los condenan al monocultivo y los atrapan en un callejón sin salida (Altieri y Pengue, 2005). Por eso, la facturación de Monsanto creció un 80% entre 1998 y 2001.

Las normas del cotidiano también son reorganizadas para servir a los intereses dominantes. Las pautas de consumo alimentario de la población, por ejemplo, son modificadas, no sólo gracias al papel desempeñado por la publicidad, la escasez y deformación de la información dirigida a los actores no hegemónicos y la inexistencia de mecanismos que permitan a éstos controlar su propia alimentación, sino también merced a la invasión de los cultivos transgénicos, cuyos aceites y subproductos -especialmente en el caso de la soja y, en menor grado, el maíz- son empleados como relleno en buena parte de los alimentos procesados. En 2000, ya se estimaba que, como mínimo, el 60% de aquellos se encontraba contaminado con soja RR (Greenpeace, 2000).

No obstante, hasta las acciones más rigurosamente programadas desde su diseño inicial hasta su ejecución final sucumben frente a su propia dimensión autónoma, engendrando resultados no buscados ni esperados, frecuentemente impensados e impredecibles. Según P. Ricoeur (1988: 193), cuando una acción se separa de su agente desarrolla sus propias consecuencias, intrínsecas y no controlables. De ese modo, nuestros actos se nos escapan y tienen efectos que no habíamos considerado. Cada acción se realiza sobre un medio preexistente, engendrando una combinación compleja y dinámica que posee el poder de deformar el impacto de la primera (Santos, 1996a: 79).

Por eso, incluso un sistema de acciones y objetos tan rigurosamente planificado como la ingeniería genética puede anular o, por lo menos, limitar el reinado de la racionalidad del cálculo, permitiendo la eclosión de formas espontáneas de hacer. No se conocen a ciencia cierta las implicancias sanitarias de la incorporación a la dieta de productos derivados de cultivos transgénicos. Por otra parte, el consumo difundido de alimentos derivados de OGM podría conducir a un incremento significativo de enfermedades resistentes a los antibióticos de amplio espectro. Si bien ese problema es mitigado mediante el empleo de plásmidos que contienen genes de resistencia a los antibióticos, éstos son responsables por la eclosión de alergias alimentarias desconocidas. Por otra parte, los OGM podrían erosionar el banco genético de especies vegetales fundamentales para la alimentación y contribuir a una importante reducción de las variedades locales o domésticas.

Concomitantemente, los genes de resistencia a las plagas y a los herbicidas poseen consecuencias inicuas o nocivas sobre bacterias, lepidópteros, coleópteros e insectos que no constituyen plagas, la materia viva del suelo, la cadena trófica y la fertilidad del suelo, contaminando genéticamente a otras especies silvestres y / o cultivadas -malezas, por ejemplo- vía polinización cruzada (Altieri y Pengue, 2005). Los mecanismos biológicos de selección y mutación tornarían inútiles entonces los métodos tradicionales de control. Son los intersticios en los que se aloja el orden vital, las leyes de la naturaleza física, frente a la expansión de la biotecnología y de la ingeniería genética como portadores de las nuevas racionalidades dominantes respecto de la metamorfosis de la naturaleza en espacio geográfico, es decir, como sistema de objetos y acciones.

Conclusiones

El espacio geográfico no puede ser reducido a la simple condición de naturaleza, pero ésta no puede estar disociada de aquél. Por eso, es menester comprender a la naturaleza como una construcción social. En este ensayo, hemos descubierto los mecanismos mediante los cuales las leyes, elementos y fuerzas de la naturaleza se tornan objetos y, por ende, espacio, entendido éste como una configuración territorial y una dinámica social que, dotadas de formas, funciones, estructuras y procesos, constituye una acumulación de tiempos. Por eso, la manipulación espacio-temporal de la naturaleza en el período contemporáneo (el medio técnico-científico-informacional) posee implicancias geográficas. El concepto de crono-expansión de la frontera agropecuaria explota esa noción del espacio como empirización y acumulación de tiempos porque, lejos de limitarse a los aspectos físicos, penetra y trasciende la epidermis del fenómeno social y revela las racionalidades subyacentes.

La interdependencia funcional existente en nuestro país entre los intereses de los laboratorios especializados en biotecnología, las estrategias de acumulación de las firmas globales del ramo, la multiplicación de las liberaciones de OVGM, la expansión de los cultivos transgénicos y la siembra directa se metamorfosea en un ejemplo concreto del proceso coetáneo de construcción social de la naturaleza y, también, de la manipulación espacio-temporal de sus leyes físicas y biológicas, reorganizando la vida de relaciones de los subespacios de producción agrícola y tornando más espesa la división del trabajo en campos y ciudades. Mientras que la interpretación geográfica acerca del papel desempeñado por la ingeniería genética en cuanto a la crono-expansión de la frontera agropecuaria arrojó cierta luz sobre aspectos teóricos pertinentes a la disciplina, los resultados empíricos obtenidos se muestran sombríos e inquietantes.

Notas
1 Los resultados empíricos de este trabajo no deben ser comprendidos como fenómenos correspondientes a la pampa húmeda u otras 'regiones' del país, sino que constituyen datos de la realidad nacional agrícola no desagregados espacialmente. Por otra parte, y si bien la pampa húmeda constituye el centro neurálgico de la agricultura doméstica, cabe destacar que los procesos aquí consignados no se limitan a ésta, sino que se han manifestado con mucha mayor crudeza en el norte (Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco). Hoy día, por ejemplo, existen cultivares de soja transgénica incluso en Neuquén.
2 El empleo de virus como 'promotores de instrucciones' implica que éstos integren su información genética en el seno del ADN de la célula que los alberga, se multiplican, infectan a las células vecinas y vuelven a multiplicarse, poseyendo la capacidad no sólo de reconocer genes virales, sino también de engendrar proteínas de esa naturaleza, de ahí su 'inteligencia'.
3 América Latina y el Caribe representan el 28% de la superficie cultivada con OMG en el mundo, pero sólo Argentina, Brasil, México, Uruguay, Honduras, Colombia y Paraguay los siembran comercialmente (IICA, 2005).
4 Como aclaración metodológica, debemos tener en cuenta que las cifras registradas por el Instituto Nacional de Semillas (INASE) en el Catálogo Nacional de Cultivares no guardan correspondencia alguna con los guarismos aquí presentados. Mientras que el INASE contempla la totalidad de las simientes introducidas en el país y generadas domésticamente con independencia de los mecanismos que las engendraron y las modificaciones genéticas que les fueron inoculadas -incluyendo fitomejoramiento, cruzamientos espontáneos, manipulaciones genéticas en general e ingeniería genética-, las estadísticas de la CONABIA registran específicamente la liberación de OGM. Por eso, cultivos industriales y frutales tales como la yerba-mate, la vid, el manzano, el peral, el limonero y el pomelo, entre muchos otros, así como también numerosos cereales, legumbres, hortalizas y forrajeras, si bien han sido manipulados genéticamente, no constituyen OGM propiamente dichos, razón por la cual no han sido contemplados en el desarrollo de este trabajo.
5 En rigor de verdad, esa concentración es mucho mayor, toda vez que Monsanto se apoderó durante los años noventa de Dekalb, Calgene, Holden's Foundation Seeds, Unilever, Genética Mandiyú, controlando desde 1998 las operaciones de semillas de Cargill en todo el mundo, excepto Estados Unidos, Canadáe Inglaterra.
6 Como ya se señaló, el 99% de la soja sembrada en el país es hoy día transgénico, pero en 2002 sólo el 78,71% era RR, es decir, apto para la siembra directa.
7 Una semilla híbrida es mucho más que una simple simiente, es un objeto que en su estructura más íntima contiene un cúmulo de datos que programan la producción y la circulación, unificando el control de los capitales hegemónicos sobre los espacios obedientes a esas racionalidades. Cuando una firma global especializada lanza al mercado una nueva variedad, se urde una compleja trama de interdependencias funcionales en derredor a la nueva mercancía. Se torna necesario respetar ciertas normas globales de sanidad y calidad productiva, incorporar ciertos agroquímicos y desechar otros, adoptar normas de circulación vinculadas a los sistemas de patentes biotecnológicas y aceptar que el destino de la producción se encuentre fuertemente condicionado y regulado por pautas globales. Los cultivos resistentes al glifosato exigen a los productores agrícolas la adquisición de la semilla transgénica y el herbicida correspondiente, que sólo es elaborado por Monsanto. El diseño de una nueva semilla contempla no sólo la programación de los contenidos técnicos, organizacionales e informacionales de la mercancía en sí, sino que también normatiza todo el trabajo del que esa simiente es epicentro. Por eso M. Santos (1996a: 61) explica que pocos objetos son hoy día ofrecidos solos, porque pensar un objeto es un pensar una conexión de objetos.

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Fecha de recepción: 3 de julio de 2006.
Fecha de aceptación: 2 de noviembre de 2006.