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Revista Universitaria de Geografía

versión On-line ISSN 1852-4265

Rev. Univ. geogr. vol.16 no.1 Bahía Blanca  2007

 

¡Las uvas de la ira! Geografía, género y agroindustria en Chile1

Sandra Fernández Castillo

Docente-Investigadora, Centre for Gender Studies, Universidad de Lund; Departamento de Geografía, Universidad de Chile. Sandra.Fernandez@genus.lu.se, safernan@uchile.cl

Resumen
Chile ha aplicado el "Modelo Californiano" en cuanto a la composición de la mano de obra agrícola, es decir, ha utilizado un ejército de trabajadores/as contratados/as esporádicamente. En el caso chileno esa mano de obra barata está conformada por mujeres ya que labores como cosecha y empaque de frutas y hortalizas son consideradas como algo 'naturalmente femenino'. Dichas labores son generalmente peor remuneradas que las de los trabajadores hombres puesto que han sido clasificadas como no especializadas. El objetivo de este artículo es introducir una discusión teórica en torno a aspectos sobre desarrollo, geografía y género, ilustrando esa relación a través del proceso de transformación experimentado por la agroindustria en Chile. Una dimensión que trata este trabajo dice relación con las implicaciones que la presencia creciente de las mujeres en el trabajo agrícola -el proceso de 'salir a trabajar'- ha tenido en su participación en la esfera pública/política, previamente considerada como un espacio exclusivamente masculino en América Latina. Una contribución de este estudio es el aplicar marcos teóricos de la geografía del género, anteriormente tratados en áreas urbanas del mundo desarrollado, en un área rural de América Latina, para posteriormente introducir al lector acerca del trabajo de campo realizado. El estudio termina con una reflexión sobre los conceptos centrales discutidos a través del texto, adelantando algunas ideas acerca de las contradicciones que el proceso de transformación rural en marcha en la región parece presentar, al menos en cuanto a la problemática de género y desarrollo, reflexiones que pueden ciertamente ser válidas para otras áreas de América Latina.

Palabras clave: Desarrollo; Geografía del Género; Agro Exportación; Temporeras; Región del Maule.

Abstract
Chile has applied a "Californian model" as regards the composition of agricultural labour, i.e. the utilization of a large labour pool of hired labourers. In the Chilean case that cheap labour pool is made up of women since fruit or vegetable picking and packing tasks are considered as 'natural feminine' ones. Those tasks are usually less remunerated than their male counterparts ones because they are classified as unskilled. The aim of this paper is to introduce a theoretical discussion concerning development, geography and gender, by illustrating with the case of the ongoing process within the agro industry in Chile. One dimension that this paper will treat is the implications that the increasing presence of women in agricultural work -the process of 'going-out-to-work'- has for female participation in the public/political sphere, previously considered an exclusive male domain area in Latin America. One contribution of this study will be to apply a theoretical framework within gender geography, previously applied to urban areas in the developed countries, this time to a rural area in Latin America while just introducing the reader into the fieldwork area where the study has been conducted. The paper ends by bringing up a discussion around the central issues presented through the text, showing how the process of rural transformation that is taking place in the region, present a contradictory outcome, at least as regard to gender and development issues, something that could certainly apply to some other areas of Latin America.

Key words: Development; Gender Geography; Agro Export; Seasonal Agricultural Labour; Maule Region.

Introducción

"¡Con nuestras manos comienza la agro-exportación, queremos contrato y previsión!"

Es el lema de lucha de las trabajadoras asalariadas2 de la agroindustria de exportación chilena, lema paradójico, si consideramos a Chile como un ejemplo de modernización3 a escala latinoamericana. Derechos tan fundamentales como aquellos deberían estar salvaguardados en un Estado moderno. Pero no es el caso. Y es que Chile, como muchos otros países del Tercer Mundo4, parece estar sumergido en proyectos de modernización 'abortados' (Schuurman, 1996), esos que nunca logran completarse completamente, o que incluso, están destinados a fracasar desde un comienzo. La modernidad en nuestros países se ha entendido muchas veces como eliminación del campesinado (Kearney, 1996), grupo que no tendría lugar en una economía que quiere plantearse creciente, estable, confiable. Moderna. Es en este marco de una modernidad fragmentada, retorcida y 'traicionada' (Berman, 1992) que el milagro chileno de la agroexportación se lleva a cabo. Y dentro de ese complejo proceso se encuentran las mujeres "temporeras"5 de la agroindustria chilena, los actores centrales de este estudio. Estudiar a las temporeras no es algo nuevo. Trabajos pioneros en este ámbito se originaron ya en los años ochenta6, y las mujeres "temporeras" son hoy en día foco de atención tanto de la academia como de la política.

Chile es uno de los países líderes en la exportación de fruta al hemisferio norte durante la época de invierno. La enorme expansión de la producción y exportación de productos agrícolas es principalmente resultado de la introducción y aplicación de métodos de gestión y marketing muy similares a aquellos aplicados en el sector agrícola de California, es decir la agricultura industrializada o el sistema de la agroindustria (González-Estay, 1998). La familia de los Joad en esa California de las "Uvas de la ira" de Steinbeck (1967) está representada en Chile por miles de jornaleras que habitan el área rural y urbana de las regiones centrales de nuestro país. Frutos y hortalizas no tradicionales son sembrados, recogidos y empacados por miles de mujeres que han sido parte fundamental en la transformación del agro chileno en un 'milagro'. Este no es un estudio sobre la mujer, sino sobre desarrollo sustentable7 y género. Estos conceptos suelen ser usados en forma muy reduccionista, para referirse al ambiente y a la mujer, respectivamente. Las divisiones por área de investigación son sin duda necesarias, pero muchas veces la especialización conlleva a una mínima conexión entre los diferentes ámbitos de estudio de la geografía humana, crítica también aplicable a otras ciencias sociales. Estudios sobre desarrollo no deben ser monopolio de ninguna especialidad pues la pobreza, la desigualdad y el constante deterioro de los recursos naturales obligan a replantearnos continuamente tanto en cuanto a la efectividad de diversas políticas de desarrollo como a la relevancia de nuestra labor académica.

A esta introducción sigue una discusión sobre algunos conceptos y teorías centrales usados en esta investigación. El siguiente espacio está dedicado a establecer la relación entre esos conceptos que son los que guían el marco teórico en esta investigación. Posteriormente presentamos algunos antecedentes generales sobre el desarrollo de la agroindustria en Chile, introduciendo al lector dentro del área de estudio, para finalizar con una reflexión en torno a algunos efectos que la aplicación del actual modelo de desarrollo en Chile tiene en cuanto a género y sustentabilidad social.

Definiendo conceptos centrales

Los tres pilares del concepto de desarrollo sustentable instituidos en el informe de la Comisión Brundtland son el ecológico, económico y social. La sustentabilidad ecológica se refiere a la conservación de la naturaleza, considerada ésa como algo externa al ser humano (Foladori, 2002). El concepto de sustentabilidad económica tiene relación con la necesidad de corregir ciertos procesos productivos para conseguir crecimiento económico a través de la sustitución de los recursos naturales no renovables por los renovables. La sustentabilidad social, por último, es la dimensión que más polémica ha generado y es también la que ha cambiado su contenido en el tiempo. Es esta dimensión la que interesa al presente trabajo.

El concepto de desarrollo sustentable ha sido usado principalmente considerando la sustentabilidad ecológica o física, es decir, en cómo propiciar un desarrollo que no atente contra las bases ecológicas de la tierra, asegurando así que los impactos ambientales producto del uso de los recursos no traspasen la capacidad de aquélla para asimilarlos. La sustentabilidad social se ha usado sólo en la medida que causa insustentabilidad física o ecológica, es decir, los problemas sociales son usados como instrumento para medir problemas técnicos. Siguiendo esta lógica, los campesinos pobres son un problema debido a las prácticas de trabajo que conducen, a la degradación de los suelos, pero su pobreza en sí no sería el problema central.

En los años setenta, el concepto de sustentabilidad social se centraba en dos problemas: la pobreza y el incremento de la población en el mundo. La relación entre pobreza y degradación ambiental pasó asimismo desde el denominado 'círculo vicioso' -los pobres son tanto agentes como víctimas de la degradación ambiental- a la fase del "doble camino" (two-track approach) -a fines de los noventa- discusión más compleja sobre la pobreza, donde una mejor calidad de vida para el ser humano debía ser el objetivo y no el instrumento para proteger el ambiente y los recursos naturales (Foladori, 2002).

Las definiciones dadas al desarrollo sustentable por organismos internacionales y gobiernos en general, no plantean un cambio radical en las relaciones de producción capitalista, sino más bien reformarlas en pos de un manejo más saludable de los recursos naturales. Como algunos autores plantean (por ejemplo Foladori y Tommasino, 2000) el concepto de "ecodesarrollo" en boga en los años ochenta, sí incluía como objetivos centrales la justicia social y equidad, objetivos que posteriormente fueron abandonados para ser sustituidos por el concepto más difuso de "participación social". Este concepto ha sido usado ampliamente por las agencias de desarrollo internacionales, por las ONG y por los organismos internacionales como un objetivo fundamental en el camino a conseguir un desarrollo sustentable (Chambers, 1983; Drèze & Sen, 1989). La participación es un indicador de libertades democráticas y equidad en las decisiones y por tanto, fundamental en la construcción de sociedades sustentables. Pero habría una total incoherencia entre las propuestas sobre participación social en el contexto de lograr una sustentabilidad social, lo que supone una amplia intervención del sector público para elevar la calidad de vida, y la política macro-económica impulsada por los organismos internacionales, que promueve reducir el gasto fiscal y las privatizaciones (Gwynne & Kay, 1999; Barkin, 2002; Foladori, 2002), política que por cierto ha sido ampliamente aplicada en Chile en los últimos treinta años.

Además del concepto de participación social, otro que ha sido fundamental en el intento por redefinir el desarrollo sustentable, es el de empoderamiento. El empoderamiento es un proceso que dura toda la vida, de cambios graduales y permanentes donde cada individuo adquiere autoconfianza y claridad acerca de ese proceso, para luego hacerlo colectivo (Vogt y Murrel, 1990, citado en Foladori, 2000: 632). Ese proceso parte de la posibilidad de cambios reales en las estructuras sociales, económicas y políticas de una sociedad. El concepto de participación asociado al de empoderamiento es el más usado en el discurso de entidades públicas y privadas, pero "…ni el empoderamiento, ni la gobernanza significan por sí mismos alteraciones en las relaciones de propiedad y apropiación" (J. Pretty, citado en Foladori, 2000: 633).

Existe por parte de organismos internacionales (Banco Mundial, ONU, el grupo OECD) la clara convicción de una directa relación entre el empoderamiento de las mujeres y los efectos positivos en cuanto al combate contra la pobreza, en indicadores demográficos o en el crecimiento económico (Caber, 2004). Pero hay una seria dificultad en traducir los objetivos, demandas y contribución teórica de los estudios de género a discursos técnicos e instrumentales en cuanto a problemas de desarrollo se refiere. Es decir, el concepto académico de empoderamiento debe ser primero aceptado, aprehendido e internalizado por los actores sociales, sujetos de la estrategia de desarrollo en cuestión (Chambers, 1983; UNRISD, 2005). Empoderar implica "el proceso por el cual aquellos a quienes ha sido negada la habilidad de hacer elecciones, adquieren dicha habilidad" (Caber, 2005: 19, mi traducción). Este proceso está totalmente ligado a la posibilidad de realizar cambios, que no es sinónimo solamente de adquirir poder, sino de que los que no lo ejercían, tengan la posibilidad de hacerlo. Las elecciones a que se refiere la definición dada más arriba tiene relación con elecciones de carácter estratégico en la vida de las personas, tales como qué trabajo desempeñar, dónde vivir, casarse o no, tener hijos o no, libertad de movimiento. Esta habilidad para empoderarse es dependiente de cambios en tres dimensiones interrelacionadas8: recursos (materiales como tierra, créditos e inmateriales como conocimiento, creatividad, redes); agencia (habilidad de definir metas y actuar en pos de lograrlas); y logros (la forma particular de ser y hacer de cada persona).

El que una persona fracase en los intentos por conseguir determinados objetivos, estaría reflejando asimetrías en la distribución de capacidades, en el sentido de Sen (Drèze y Sen, 1989). Si encontramos sistemáticamente diferencias de género en la habilidad para satisfacer necesidades consideradas universalmente básicas -alimentación adecuada, vivienda, vestimenta apropiada, acceso a agua potable- entonces estamos ante la presencia de inequidades subyacentes en la distribución de capacidades, no es simplemente una cuestión de preferencias. Este es un aspecto fundamental para la comprensión de las inequidades de género presentes en la sociedad rural chilena, y específicamente en lo que respecta a la agroindustria, en donde recursos, agencia y logros están asimétricamente distribuidos entre hombres y mujeres9. Este estudio no pretende sólo descalificar proyectos como el de 'modernización' de la agricultura chilena, sino que plantea una crítica a la instalación, en el espacio rural de Chile, de complejos agroindustriales que adquieren fuerza al implementarse el nuevo modelo productivo, a comienzos de la dictadura militar (1973-1990). Bajo este modelo, la economía campesina se ve sometida a una liberalización forzosa, se lleva a cabo una regularización de los derechos de propiedad privada de la tierra y se actúa a favor de grupos empresariales (Cid, 2001).

Este modelo productivo en la agricultura chilena y latinoamericana se instala como respuesta a la reestructuración del sistema agroalimentario mundial, la que a su vez es la respuesta a la crisis sufrida por el sector en los años ochenta. Así, la producción agrícola se internacionaliza y la distribución de la producción se hace mediante la concentración de producción de cereales en Europa y Estados Unidos, mientras muchos países latinoamericanos se dedican a la producción de artículos no tradicionales como flores de cortar, hortalizas para una dieta sana y dietética, comidas exóticas, etc. (Lara, 1995). Estas nuevas empresas transnacionales utilizan distintas estrategias muy ligadas a la comercialización y distribución, y operan a través del sistema de subcontratación, invierten en innovaciones tecnológicas mecánicas, químicas, biológicas y agronómicas caracterizándolas el tipo de concentración de la producción destinada a la exportación (Lara, 1995; Rytkönen, 2004). Pero estas inversiones no son permanentes ni generalizadas. La creciente visibilidad de las mujeres en el mercado laboral en África y América Latina ha corrido mano a mano con la informalidad laboral. A pesar de que en muchos países la tasa de empleo formal femenino se acerca a la de los hombres, los mercados de trabajo permanecen segmentados por factores como género, etnicidad o casta (UNRISD, 2005). La discriminación en los distintos ámbitos no desaparece con la modernización o el crecimiento económico, como lo demuestra la experiencia en los países de la OECD (ibid.).

Entre las razones que se esgrimen del por qué la agroindustria de exportación escogió a las mujeres como el ejército laboral de su industria, las más recurrentes serían las supuestas capacidades "innatas" de la mujer para trabajar con productos delicados, la no necesidad de aquellas de tener un trabajo tiempo completo durante todo el año y la menor tendencia que ellas tendrían a organizarse sindicalmente (Lara, 1991; Stephen, 1997; Tiano, 2001). El punto de partida de este estudio se aleja de esos estereotipos y simplismos, y postula que la división del trabajo en el mercado laboral está regida, sustentada y fortalecida por las profundas desigualdades en las relaciones de género. Esta conexión fue hecha ya en los años ochenta por geógrafas británicas respecto a la división de género en el espacio urbano (McDowell, 1983; McDowell & Massey, 1989) y ha sido sustentada por estudios recientes sobre la realidad social rural en esa misma región (Little, 2001, 2004). Con estos fundamentos teóricos, aplicados a la realidad rural latinoamericana, el interés está centrado en contribuir a la geografía de género y geografía del desarrollo (Development Geography), estableciendo puentes conceptuales entre esas subdisciplinas con el propósito de implementarlos en concretas prácticas de desarrollo rural sustentable.

Marco conceptual: estableciendo puentes

Investigaciones sobre mujeres y género, en diversas disciplinas se han centrado en los roles de género más que en las relaciones de género. Yo usaré las "relaciones de género" como la categoría de análisis, definidas aquellas como un proceso social a través del cual el poder masculino sobre las mujeres es creado y mantenido (Little, 2002). Sostengo que los problemas e inequidades a que se enfrentan las mujeres, en diferentes contextos, no pueden ser entendidos y explicados mirando en forma aislada la vida de las mujeres solamente, sino situando la vida de hombres y mujeres en un modelo más amplio de diferencias entre los géneros. Esas relaciones son parte de una dinámica donde los roles están en permanente transformación. Como muchos autores han señalado (por ejemplo, Chinchilla, 1992; Tiano, 2001), las relaciones de género y las mujeres han sido temas ignorados largamente dentro de los discursos sobre desarrollo en el Tercer Mundo, tanto en la teoría como en práctica, a pesar que las mujeres se enfrentan a grandes limitaciones, si miramos por ejemplo el acceso a la tierra y recursos, el control sobre su trabajo e ingresos y la restringida capacidad de movilidad que muchas sufren debido a sus responsabilidades en la familia o a restricciones sociales. Estas limitaciones son parte central de la problemática que viven diariamente los actores centrales de este estudio: las trabajadoras asalariadas de la agroexportación.

Las teorías de desarrollo han menospreciado, además, la estructura interna de la familia y hogares en los países del Tercer Mundo, asumiendo que ésta consiste en una familia nuclear con un hombre mantenedor y una mujer dueña de casa. Así, el foco se ha centrado en temas de producción y clase, y no en consideraciones de género relacionadas con la esfera reproductiva del hogar. No es posible asumir que las políticas públicas, dirigidas hacia la población más pobre de una determinada sociedad, vayan a beneficiar a todos los miembros de la familia en forma similar. El poder de decisión dentro del hogar debe ser visto como un proceso de negociación entre adultos que, generalmente poseen desigual poder.

Por otro lado, la exclusión de las mujeres de la arena política pública las ha forzado a buscar espacios alternativos para ejercer estrategias políticas (Radcliffe & Wetswood, 1993; Stephen, 1997; Tiano, 2001). Muchas acciones colectivas realizadas por mujeres, dentro de la esfera que llamamos privada, tienen también una marca política cuando lo personal se hace político. Como ha sido el caso en otros contextos geográficos, la agenda de las mujeres asalariadas en Chile se ha movido desde procurar mejoras laborales, salarios y beneficios hacia desafiar las relaciones de género en las esferas públicas y privadas. El desafío en la esfera pública es la dimensión que tratamos aquí, específicamente cómo la organización espacial del trabajo afecta la vida de hombres y mujeres.

En su conocido artículo A woman's place? las geógrafas británicas Linda McDowell y Doreen Massey (1984) sostenían que el realizar trabajos en el interior de la casa, generalmente no representaba un desafío al orden patriarcal existente en zonas rurales. Las mujeres que trabajan en casa se mantienen aisladas y les es muy difícil romper ese aislamiento y la individualización que el trabajo doméstico significa (McDowell & Massey, 1984; Massey, 1984). La organización espacial del trabajo en el área rural puede servir, entonces, como fuente y motor para las transformaciones de las relaciones de género.

La geografía rural y de género: ¿Geografía para qué?

Desde mediados de los ochenta comienza un periodo importante en el desarrollo de las diferentes aproximaciones teóricas en la geografía feminista, que pasó de la descripción de la vida de las mujeres a reconocer la importancia del género como factor fundamental cuando se trata de explicar patrones de inequidad. La geografía feminista sostenía que había necesidad de explorar las relaciones patriarcales de poder, entre hombres y mujeres, como la base para entender las diferencias de género y, en particular, la subordinación de las mujeres.

Dentro de la geografía rural se inició también el desafío de aportar críticamente a la comprensión de las relaciones patriarcales en contextos rurales (Little, 2002; Little & Morris, 2005). A principios de los noventa, los estudios en geografía rural se preocupaban básicamente de las mujeres campesinas y su rol en la agricultura, llevando a plantear estrategias de desarrollo dirigidas a apoyar micro proyectos productivos, con participación casi exclusiva de las mujeres, proyectos que mostraron ser inoperantes y, muchas veces, con resultados contradictorios. Es la época en que las organizaciones de desarrollo internacional implementan el modelo WID (Women in Development) que recibe muchas críticas de parte de organizaciones de base y da lugar a la implementación de la otra estrategia de desarrollo, GAD (Gender and Development), en que todos los proyectos son mirados a través de los lentes de genero (UNRISD, 2005). Pero estos estudios permanecían marginalizados. Solamente a fines de los noventa los estudios de género han comenzado a formar parte del centro de debate en cuestiones relacionadas con el desarrollo, es la época de "Género como corriente principal" (Gender Mainstreaming, en adelante GM). Esta investigación se enmarca dentro de esta última perspectiva, que considera el género no como un apéndice en los estudios de desarrollo rural, sino tan central como las categorías de análisis de clase y etnicidad.

Las fases que ha recorrido la geografía rural durante el siglo veinte dan cuenta del cambio de énfasis en los estudios desarrollados. Al principio predominaron los estudios descriptivos; hacia los sesenta, la geografía trataba de medición y clasificación espacial donde el asentamiento se 'explicaba' de acuerdo a modelos basados en el uso del suelo agrícola. Al decir de Philo (1992), la geografía estuvo entonces "libre de gente" (deserted of people). La reestructuración económica durante los ochenta fue un hecho y, en lo rural, adquiere posición central la agricultura y dentro de ella, las relaciones de poder y redes en torno a la producción de alimentos, como también los patrones globales de inversión y control que afectaban las decisiones sobre qué producir (Goodman & Redclift, 1991). Más tarde, la relación entre la agricultura y otros aspectos de la sociedad rural adquieren peso, puesto que nuevas demandas se ciernen sobre el campo debido a la relocalización industrial, a los patrones de migración, al tiempo libre y la conciencia ambientalista. El campo se va transformando de espacio para producción en espacio para consumo (Little, 2002).

Finalmente, estudios post-estructuralistas y culturales hacen su entrada en lo rural fortaleciendo el trabajo sobre la construcción de la ruralidad y la otredad. Viene una resurgencia de modelos culturales donde el lema principal es "volver a poner gente "(Little, 2002) en el paisaje rural. Había que dirigir los esfuerzos para examinar la vida de "los otros marginados": los pobres, los ancianos, las mujeres, los discapacitados, las minorías étnicas. La noción de paisajes rurales imaginados, el mito y el simbolismo se incorporan a la geografía para entender la construcción de lo rural, no ya sólo como un espacio material sino también como espacio de significados.

Estudios de género (Gender Studies). Los estudios de género en diversas ramas de las ciencias sociales son ampliamente reconocidos, un lugar que se ha ganado tras muchas luchas al interior de la academia, como también dentro de las organizaciones gubernamentales a nivel mundial (Sidastudies, 2004; Little, 2002; Pain et al., 2001). Los logros obtenidos en cuanto a cuestiones de género a nivel mundial, tema central de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing 1995, fueron presentados como prueba de que teoría y práctica habían iniciado un camino convergente, lo que había desembocado en el diseño y aplicación de las estrategias de desarrollo conocidas como WID y GAD. Indudablemente ha habido logros, pero el proceso no ha sido linear ni sólo de éxitos. En este sentido, Arnfred (2005: 73) plantea que "[las] voces de las mujeres son más fuertes que nunca…pero todo ha tenido su precio". Los asuntos de género forman parte del lenguaje de todas las agencias de desarrollo a nivel internacional, sin embargo, el lenguaje usado por los movimientos de mujeres y feministas a nivel de base, no es el mismo. El problema central del discurso oficial de organismos y gobiernos es que oscurece las inequidades de poder existentes entre esos y las organizaciones de mujeres y feministas de base (ibid.). El cambio de terminología de mujer a género tiene su origen en la crítica hecha por estudios feministas a la estrategia de mujeres-en-desarrollo (WID), estrategia que sólo intentaba integrar a las mujeres a las políticas de desarrollo ya existentes, no una que analizara los desiguales relaciones de poder entre hombres y mujeres, con el propósito de promover cambios sustanciales en ese ámbito. Pero el desarrollo de este debate tuvo resultados contradictorios.

El uso del término género, en lugar de mujer, intentaba politizar el debate de mujer y desarrollo, poniendo énfasis en lo que son las relaciones de poder entre hombres y mujeres, pero desembocó en que el término "género" comenzó a usarse en forma neutral y descriptiva, definiendo a hombres y mujeres por igual, con la ausencia de las relaciones de poder. En ese sentido "…el lenguaje de género ha implicado una despolitización de la situación de las mujeres en cuestiones de desarrollo, transformando el género en un asunto de planificación y monitoreo y no de lucha" (Arnfred 2005: 75; mi traducción, énfasis en el original). La fase actual dentro del discurso de desarrollo y género -GM- implica en teoría que todas las estrategias, políticas e intervenciones en cuanto a desarrollo deben estar encaminadas a la equidad entre hombres y mujeres. Es decir, se debe asegurar que tanto hombres como mujeres han de ser partícipes desde el comienzo en el planteamiento, diseño y planificación de políticas y programas que reflejen las necesidades y prioridades de ambos, una definición ambiciosa pero sin duda lejos de la realidad, al mirar los resultados a nivel internacional (Caber, 2004; UNRISD, 2005).

El análisis de las relaciones de poder presentes entre sexos debía servir para descubrir y desvelar inequidades, conflictos y confrontaciones (Hannan, 2000, citado en Arnfred, 2004: 77). Sin embargo, la implementación de esta estrategia no ha tenido siempre un enfoque dirigido a la transformación sustancial de aspectos del desarrollo, sino ha priorizado más bien aspectos de eficiencia y mejor calidad de vida desde el punto de vista económico. Se trata en el fondo de integrar a las mujeres en la economía de mercado porque "la equidad de género es un buen negocio" (Arnfred, 2005: 77). Ejemplo claro de este razonamiento es el interés de agencias y gobiernos en integrar a las mujeres a actividades económicas remuneradas, pero no de promover transformaciones en los roles entre ambos sexos en cuanto a las labores familiares y domésticas, con el fin de liberar a las mujeres de la doble carga de trabajo que viven actualmente. Esto, porque los programas y políticas oficiales sólo ven las labores realizadas en y para el mercado, destinadas a promover crecimiento económico, no aquellas que no contribuyen directamente al PNB, como el cuidado de los miembros de la familia, la preparación de alimentos, etc. La economía de mercado presenta un claro sesgo de género pues hace invisible mucho de lo que las mujeres realmente hacen (Radcliffe & Westwood, 1993; Taino, 2001; Pain, 2001). Los servicios, productos y labores que proporcionan las mujeres como parte de sus obligaciones familiares, no son considerados puesto que no tienen un precio definido y por tanto, ningún valor económico. El mercado muestra una incapacidad para percibir y revelar aspectos externos a las relaciones de mercado, como la dimensión social de las relaciones humanas, lo que ha implicado hacer invisible la doble labor realizada por las mujeres.

En general, muchas investigaciones sobre género han tendido a describir las desigualdades entre hombres y mujeres, más que a proporcionar las herramientas que permitan dirigir esfuerzos en pos de correcciones. La presente fase de los estudios de género ve el desarrollo de esos como legítimos y relevantes. Sin embargo, muchos autores plantean que los resultados de la aceptación de los estudios de género, dentro de las ciencias sociales en general, no han repercutido en transformaciones prácticas a nivel de acciones para el desarrollo con equidad. Algunos se preguntan (por ejemplo Olsson, 2004) si el hecho de ser parte de esa "corriente principal" ¿no ha hecho a los estudios de género menos dinámicos, menos políticos? Una discusión que tome en serio aspectos relacionados con poder e influencia, no sólo a través de una dimensión de género sino, en general, a las desiguales relaciones sociales existentes a nivel mundial ¿sería esta un discusión más controversial? Discutir sobre género no es ya una amenaza, no es ya políticamente peligroso ¿quizás porque es un tópico tratado en reducidos grupos que no implican real posibilidad de cambio social?

Geografía del género. Esta subdisciplina de la geografía humana explora las relaciones y conexiones entre espacio, lugar y género, a diferentes escalas. Esto es, a escala global, regional, nacional y local, incluida la categoría del hogar. Otro foco de la geografía del género tiene relación con la importancia que presenta la división espacial en establecer, mantener y reformular identidades de género. Uno de los principales postulados del pensamiento feminista es que las diferencias entre sexos está más influida por factores sociales que biológicos, aseveración hecha por Simone de Beauvoir (2002) hace ya más de medio siglo. Indudablemente existen diversas tendencias al interior de la geografía del género y feminista, pero todas comparten la creencia en la existencia de un régimen patriarcal -sistema social, político y económico en el que los hombres poseen y practican autoridad sobre las mujeres- (Pain, 2001; Little, 2002). El patriarcado opera también de diferente forma en distintas sociedades. En sociedades del mundo capitalista avanzado, este sistema se manifestaría en seis esferas: el hogar, el trabajo asalariado, el Estado, la violencia, la sexualidad, y las instituciones culturales (media).

Indudablemente, la geografía del género y feminista ha experimentado transformaciones en cuanto al objeto central de estudio en función de las influencias teóricas que han alimentado esa subdisciplina de la geografía. Ya no se trata de estudiar los 'problemas de las mujeres', sino de analizar los rápidos cambios en cuanto a relaciones de género que se viven en las sociedades occidentales. En este sentido, la geografía ha mostrado un patrón de cambio de paradigma similar al experimentado en otras ciencias sociales, particularmente en las disciplinas que tratan la relación entre género y desarrollo social sustentable. Sobre esa evolución tratamos, anteriormente, en el apartado "Geografía rural y del género: ¿Geografía para qué?"

La geografía del género plantea que las relaciones de género son centrales en la geografía de la sociedad y viceversa (Pain, 2001), es decir, las identidades de género y la geografía se constituyen recíprocamente dependiendo del lugar (países o regiones), del espacio y redes (como el hogar, el trabajo, el vecindario) y de los discursos sobre género (los significados que se dan al género varían en tiempo y espacio, e.g. el hogar como espacio femenino y lo público como masculino). Tradicionalmente, los estudios geográficos sobre las estructuras económicas y sociales de un determinado país o región, han estado enfocados en describir o explicar procesos identificados en la esfera pública de las sociedades, dejando inexplorado el ámbito que envuelve el hogar y la familia. En este sentido, el aporte de la geografía de género ha sido fundamental al enfatizar que los procesos sociales ocurridos en el interior del hogar son inseparables de aquéllos que suceden fuera de la esfera privada. La distinción entre espacio privado -el hogar- y espacio público -el trabajo- es histórica y adquiere más fuerza durante el desarrollo del capitalismo industrial, en donde la división del espacio en función del género (las mujeres en el hogar y los hombres en trabajo asalariado fuera de ése) se hace distintiva, transformándose casi en algo 'natural'. Esa separación de los espacios público y privado es reproducida de diferentes y complejas formas. Ideológicamente, el 'lugar natural de la mujer' fue considerado la casa; en el caso del trabajo femenino asalariado fuera del hogar, éste está también marcado por los roles adscritos a las mujeres: los trabajos típicamente femeninos estaban siempre ligados a 'cuidar' de los demás, trabajos que se caracterizaban por tener bajos sueldos y pocas posibilidades de alcanzar una carrera promisoria. Es por ello importante destacar estas relaciones entre espacio público y privado, ya que a través de ellas se crean, mantienen y fortalecen las desiguales relaciones de género en la sociedad toda (McDowell, 1983; Pain, 2001; Caber, 2004). Tanto el capitalismo, a través de la separación entre producción y reproducción y del mercado laboral que escoge mano de obra masculina, como el patriarcado (hace a las mujeres responsables de toda labor de servicio) son estructuras interdependientes que se transforman y fortalecen mutualmente.

La próxima sección se centra en presentar algunos antecedentes generales del proceso de transformación del agro chileno ocurrido en los últimos treinta años, poniendo énfasis en los aspectos relevantes del tema que nos preocupa: la interrelación entre el modelo de desarrollo aplicado y las transformaciones a nivel de relaciones de género en Chile.

El milagro económico de la agroindustria en Chile: flexibilidad laboral, rigidez social

Como he señalado anteriormente, las nuevas empresas transnacionales han invertido en innovación tecnológica en la agroindustria. Sin embargo, como lo indica la experiencia histórica europea, los cambios tecnológicos están marcados por la introducción de mano de obra femenina al mercado laboral (Lara, 1995). La entrada masiva de mujeres al trabajo asalariado ha sido, en la mayor parte de los casos, definida por acontecimientos sociales como guerras o falta de mano de obra (masculina), implantando de esta manera una organización del trabajo en la cual las mujeres estuvieran a cargo de las tareas más simples, rutinarias y parcializadas (Ibíd.). Es también parte de la experiencia en países desarrollados, que al aplicarse tecnologías más sofisticadas, los trabajos antes hechos por mano de obra femenina, se masculinizan, limitando la participación de las mujeres a tares simples y no estratégicas de la producción (Lara, 1995; UNRISD, 2005).

Indudablemente, la experiencia chilena debe entenderse dentro del contexto del proceso de globalización económica en curso y la nueva división internacional del trabajo (Kay, 2000; Harvey, 2003). Para ganar mercados es necesario producir a bajos costos y diversificar la producción en términos de calidad y cantidad, lo que ha sido denominado un modelo de organización social basado en la flexibilidad laboral (Gwynne & Kay, 1999). La implementación de este modelo ha tenido, como era de esperar, efectos e implicaciones diversas en los distintos contextos socio-económicos en que se ha instalado. En países escandinavos por ejemplo, ha logrado llevar a la formación profesional continua de los trabajadores, debido a la aplicación de políticas públicas expresamente destinadas a fortalecer la competencia de aquellos. Sin embargo, en países del Tercer Mundo, esa flexibilidad puede adoptar formas que llevan a la existencia de condiciones laborales muy precarias para los trabajadores (Ong, 1991; Lara, 1995; Kay, 2000). En la periferia capitalista, a la que se inscribe el mundo latinoamericano, sectores antes marginados del trabajo asalariado son ahora incluidos, pero debiendo aceptar condiciones laborales de carácter claramente primitivo: ausencia de contratos, excesivas horas de trabajo diario, trabajo infantil, despidos arbitrarios, etc. (Lara, 1992; Valdés, 1993; Fernández, 2004).

La labor femenina en la agroindustria es muy conveniente para el capital: mientras se les siga considerando "dueñas de casa", miles de mujeres pueden constituir una mano de obra "flexible" en cuanto a horarios, sueldos, formas de contrato y capacitación. Las mujeres conforman el ejército laboral siempre disponible en caso necesario, del cual se puede prescindir en caso de crisis en el mercado laboral. Las mujeres también se van autocapacitando a través de la experiencia, llegando a alcanzar grados eficientes de labor, independientemente de cursos de capacitación que hayan recibido por intermedio de la empresa. Pero, las tareas que se les asigna son las menos sofisticadas y rutinarias, donde no es posible avanzar en la carrera laboral.

El resultado del modelo arriba descrito no representa un desafío a las desigualdades e inequidades existentes, ni en el mercado laboral ni en la estructura social al interior del hogar, hecho ya señalado en estudios realizados décadas atrás (Chinchilla, 1992; Stephen, 1997; Tiano, 2001). No es posible llevar a cabo transformaciones estructurales mientras se asuma que las mujeres poseen cualidades "naturales" para realizar ciertas labores, y no comprender el carácter social de la organización del trabajo asalariado y doméstico.

Según estimaciones, la cifra total de asalariadas/os agrícolas actualmente sería de 536.136, de los cuales el 46,5 % son temporales y de esos el 74,5% son mujeres, según cifras oficiales del Ministerio de Planificación Social (Caro y de la Cruz, 2005). El 50% de ellas trabaja sin contrato o previsión social, tema actualmente candente en las políticas públicas del gobierno chileno, el que ha designado diversas comisiones especiales que tienen por fin elaborar propuestas concretas en cuanto al sistema de pensiones o al sistema de subcontratación, temas principales de la lucha iniciada en los aňos noventa por organizaciones de mujeres rurales e indígenas, entre las que se destaca ANAMURI, la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas.

Los trabajadores de planta en la agroindustria chilena eran también hombres en la década de los noventa. En un estudio de Venegas (1993) se muestra que el 93,9% de ellos son hombres. Al decir de algunos empresarios, las mujeres se retiran voluntariamente del mercado laboral para poder dedicarse a su familia. Sin embargo, la voluntad de la gran mayoría es trabajar el aňo completo, aunque esto plantee para ellas un dilema permanente, culpándose constantemente por "desatender" la casa y, principalmente, los hijos. Esto es una muestra más de la gran rigidez social que permanece al interior de las familias, donde las mujeres siguen siendo las principales y muchas veces, únicas responsables del cuidado y formación de los hijos, de las labores domésticas y del cuidado de otros miembros de la familia.

Esto no quiere decir que nada haya cambiado desde el siglo pasado. Como lo han mostrado otros trabajos, los modos de organización de las mujeres suelen tomar formas distintas a la de los hombres, para quienes los espacios políticos públicos han estado siempre abiertos y estructurados. Muchas mujeres se apropian de los espacios antes vedados para ellas, de manera quizás poco notoria y estridente -los tipos de resistencia "opaca", al decir de Piles & Keith (1997)- y logran así hacer uso de espacios físicos y simbólicos (calles, edificios públicos, organizaciones sindicales, ONG) lo que fortalece la auto valorización de cada una de estas mujeres temporeras.

El trabajo de campo que ilustra empíricamente esta investigación, ha sido realizado en dos provincias de la región del Maule (ver Figura 1) con dirigentes de las trabajadoras asalariadas de la agroexportación, sindicatos, empleadores y empresarios, organizaciones no gubernamentales y funcionarios estatales. El primer paso en esta investigación ha consistido en identificar grupos apropiados para realizar entrevistas con grupos focales, lo que entrega información respecto a las relaciones de género que prevalecen en una comunidad determinada (Butler, 1994). Las técnicas usadas son principalmente la entrevista, tanto semiestructurada como en profundidad. El primer grupo de entrevistadas está conformado por temporeras organizadas sindicalmente. En una etapa posterior, se realizaron entrevistas en profundidad a temporeras no dirigentes y a asalariadas no organizadas en sindicatos. Finalmente, entrevistas semiestructuradas fueron conducidas con empresarios de los packings y huertos de la región en estudio, así como también con funcionarios públicos.

Figura 1
Región del Maule

Reflexión final

Este trabajo ha estado enfocado en una discusión teórica de temas centrales dentro de la geografía del género y el paradigma de desarrollo sustentable, aplicado a una realidad específica, como es la de las mujeres temporeras de la agroindustria en una región del centro de Chile. El esfuerzo ha estado dirigido a establecer conexiones conceptuales entre aquellos temas con el objeto de visualizar la evolución en los planteamientos teóricos y su aplicación, a fin de dilucidar la (in)coherencia entre teoría y práctica a la hora de estudiar los efectos de las estrategias de desarrollo diseñadas y promovidas por los organismos y agencias internacionales de desarrollo, así como por los gobiernos locales.

Como he señalado en este texto, el sector agrícola chileno ha experimentado enormes cambios a partir de la década de los ochenta, particularmente en la producción de frutos. El reemplazo del sistema de inquilinaje por uno de trabajo asalariado comenzó con el proceso de reforma agraria implementado con distintos resultados en América Latina a partir de la década de los sesenta, pero la transformación ocurrida en las últimas dos décadas se ha caracterizado por la predominancia del trabajo asalariado femenino, donde predominan las relaciones laborales 'informales' o flexibles. Inicialmente, este cambio ofreció a las mujeres la oportunidad de obtener ingresos y contribuir a elevar el estándar material de los hogares. Sin embargo, esta transformación está lejos de ser considerada parte de un desarrollo equitativo y sustentable, así como éste ha sido definido anteriormente en este estudio. Con el correr del tiempo, las limitaciones de este modelo de desarrollo agrícola se hacen más evidentes: los sueldos reales han bajado conduciendo a un menor estándar material en los hogares más pobres (Barrientos et al, 1999; Rytkönen, 2004), perpetuando de esta manera las grandes desigualdades del Chile rural.

En este sentido, la experiencia vivida por miles de temporeras en la zona central de Chile representa claramente cómo las empresas, y el Estado a través de ellas, asumen que las mujeres son reserva laboral, que su trabajo temporal es sólo subsidiario (que 'ayudan' a la economía familiar) y que es finalmente sólo un complemento para la economía capitalista. Los estudios y el trabajo de campo realizado muestran precisamente lo contrario. Las ventajas que tendría la economía de mercado, difundidas y defendidas por instituciones y estados, tienen un carácter muy limitado para las mujeres de países pobres: la inserción de las mujeres al mercado laboral se ha hecho en términos precarios, con bajos sueldos, malas condiciones de seguridad e higiene laboral, con alto grado de inseguridad en derechos laborales. Los trabajos son repetitivos y monótonos, sin considerar las habilidades técnicas de las mujeres sino su supuesta condición 'natural' en la realización de esos trabajos.

El concepto de empoderamiento planteado en este trabajo dice relación con cambios sustanciales en las inequidades existentes en una determinada sociedad. Son, por tanto, desafíos que van dirigidos a evitar la reproducción de dichas inequidades. Como plantea Kabeer (2005), aquellas elecciones que expresan las desigualdades de una sociedad, que infringen los derechos de otros o que menoscaban a las personas en forma sistemática, no son compatibles con la noción de empoderamiento que definimos aquí. Cabe preguntarse en este contexto ¿qué capacidad de elección tienen las mujeres temporeras en términos de empoderamiento, definido como la habilidad para realizar elecciones estratégicas de vida? El acercamiento entre teoría y práctica, abogado por científicos sociales durante décadas, es imprescindible en la tarea de provocar cambio social que resulte en una clara ventaja para los sectores más excluidos de la sociedad.

Habría una total incoherencia entre las propuestas sobre participación social en el contexto de lograr una sustentabilidad social, lo que supone una amplia intervención del sector público para elevar la calidad de vida, y la política macro-económica impulsada por los organismos internacionales, que promueve reducir el gasto fiscal y privatizaciones (Gwynne & Kay, 1999; Barkin, 2002; Foladori, 2002). En este sentido, la política en Chile de apoyo y fortalecimiento del sector agroexportador es claro ejemplo de estas contradicciones. Se apoya al sector más 'competitivo', que muestra más rápido crecimiento, al mismo tiempo que el mercado internacional promueve y fomenta la degradación de un recurso local y fortalece la persistencia de un mercado laboral desregulado y precario. La contradicción entre el discurso y la práctica son evidentes cuando se trata de llevar a cabo cambios radicales en el problema central del desarrollo, que es el de la distribución de la riqueza.

Por otro lado, la evolución de los modelos de desarrollo aplicados en beneficio de la mujer ha desencadenado cierta confusión conceptual. El uso del término género puede fortalecer más que el de mujer, siempre y cuando se traten las relaciones de poder existentes entre ambos sexos, relaciones por cierto desiguales dependiendo del contexto cultural y geográfico. En América Latina en general, y en Chile en particular, se hace imprescindible integrar estos temas dentro de la geografía humana, para comprender cómo los espacios y lugares son socialmente construidos también en términos de género. El ingreso de las mujeres en el mercado laboral conlleva evidentemente, diversos conflictos en cuanto a la construcción de masculinidades. Las mujeres invaden una esfera anteriormente de uso casi exclusivo masculino. Los lugares adquieren significados y la incursión en ellos por parte de otros grupos -en este caso, mujeres- puede ser visto como una amenaza, considerando a los recién llegados como personas 'fuera de lugar' (McDowell y Massey, 1984; Pain, 2001). Este patrón ha sido por supuesto contestado en diversos contextos. Las trabajadoras asalariadas de la agroindustria en Chile ilustran de manera clara el camino recorrido por las organizaciones de mujeres y feministas, en el sentido de pasar de demandas relacionadas con mejoras salariales y laborales a cuestiones fundadas en inequidades en las relaciones de género.

El carácter explotador de la agroindustria de exportación en Chile es evidente. Una pregunta central en este contexto es plantearse si ese trabajo "fuera de la casa" puede tener una dimensión liberadora para las mujeres de los estratos más pobres y principalmente, de las mujeres rurales. ¿Es esto posible en el marco de una economía capitalista de tinte neoliberal? Experiencias anteriores dicen que sí es posible, pero no sustentable. La lucha por conseguir equidad de género es una tarea que nunca puede darse por cumplida. Las dos aristas identificables en el proceso de transformación del agro chileno -la precarización laboral femenina y el proceso de empoderamiento de la mujer como resultado de la inserción de ésa al trabajo asalariado- no son contradictorias como pudiera inicialmente asumirse. Sí hay un espacio público que se abre, pero evidentemente persiste la vulnerabilidad social, que es de orden estructural y que dificulta la plena integración de las trabajadoras al mercado laboral en condiciones de equidad. La precariedad, producto de la ausencia de un sistema de protección permanente y sólido, hace que este tipo de trabajo contribuya más bien a la reproducción de la pobreza, marginación y exclusión.

Notas
1 Este avance de proyecto es una presentación preliminar de la investigación "Development beyond economics: Gender (in)equality and (un)sustainability in Chilean agriculture", proyecto posdoctoral financiado por la Agencia Sueca para el Desarrollo y Cooperación Internacional (ASDI), conducido por la autora durante 2006 y 2007 en la Región del Maule, zona central de Chile.
2 La fuerza de trabajo en la agroindustria está compuesta por hombres y mujeres y es de carácter permanente y temporal. Este estudio tiene como actores centrales las mujeres del sector de trabajo temporal, donde representan el 74,5% del total de trabajadores no permanentes (Caro & de la Cruz, 2005).
3 Por modernización entiendo aquí el modo de vida y organización de la sociedad que, originalmente estuvo restringido a la Europa del 1600, pero que con el tiempo ha influido en todas las sociedades del mundo. El objetivo básico de aquella modernidad era crear , con ayuda de las ciencias, tecnología, economía y política, una organización social que hiciera posible a hombres y mujeres ser más libres, más creativos, hacer del mundo un lugar mejor para vivir (Berman, 1992; Brohman, 1996), superando la pobreza y el sufrimiento.
4 Uso este término, con todas sus limitaciones, por no haber otro que lo reemplace satisfactoriamente.
5 El término temporeras no es de aceptación general entre las asalariadas agrícolas por tener un matiz algo peyorativo. Sin embargo, lo usan comúnmente porque "eso es lo que somos".
6 Por ejemplo, estudios realizados por Ximena Valdés (1991).
7 El uso y abuso de este concepto es evidente. La definición dada por la Comisión Brundtland en 1987 implica la capacidad de los sistemas de permanecer en el tiempo e involucra tres dimensiones fundamentales: ecológica, económica y social. Como lo señalan muchos críticos (por ejemplo, Foladori, 2002) los límites del desarrollo sustentable estarían puestos por el propio funcionamiento y lógica del sistema capitalista, que no cuestiona elementos básicos como las relaciones de propiedad y el sistema de acumulación.
8 Para una discusión más profunda sobre las tres dimensiones del proceso de empoderamiento, ver Sidastudies nº 3, 2005, particularmente el artículo de Naila Caber "Resources, Agency, Achievements. Reflections on the Measurement of Women's Empowerment".
9 Indudablemente, existen asimetrías en el ejercicio de poder en otras esferas y dimensiones, pero lo que nos preocupa en aquí es la inequidad de género.

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Fecha de recepción: 22 de junio de 2007.
Fecha de aceptación: 11 de septiembre de 2007.